BOGOTÁ
Por fuera de la postal: así es el lado desconocido de la carrera Séptima
La avenida emblemática que concentra hoy la discusión urbanística por la intención de construir allí una troncal de TransMilenio, también es una vía que se convierte en escaleras y se integra a un río. Un trayecto donde se develan las diferencias y la diversidad de la ciudad.
La Séptima es una larga serpiente que se cuela entre el concreto bogotano, acomodando su forma zigzagueante a los barrios más ricos y a los más pobres, y a estilos de vida de lo más disímiles. La avenida es el emblema de Bogotá porque acoge la historia de un pueblo: fue una importante ruta de los muiscas, el escenario del grito de Independencia y del asesinato de Gaitán. Pero esa misma vía tiene una lado B, el que no aparece en la postal turística ni es el foco de las discusiones de los urbanistas, pero que también dice mucho de una ciudad que en su recorrido se revela desigual y al mismo tiempo diversa.
El primer huésped de la Séptima, la misma vía en la que vive el presidente de la república, es un habitante de calle que montó su cambuche, cubierto por una cobija raída, en el primer tramo, en el nacimiento de la Séptima, que en la calle 51 sur emerge de las aguas podridas del río Tunjuelo. El Distrito prolongó la carrera hasta ese cauce para dejarle paso a los camiones que cada tanto entran a recoger los desechos que se acumulan. Y es en ese trecho donde duerme el primer huésped de la gran vía de la ciudad.
La conexión de la Séptima con el río Tunjuelo. Foto: Santiago Ramírez / SEMANA
A cinco metros del cambuche aparece la primera casa de la Séptima. Diminuta, de un piso, con paredes recubiertas de pequeñas baldosas y una puerta oxidada. Adentro vive una familia de seis personas y dos perros. La Séptima alberga las propiedades más caras de Bogotá, edificios que concentran el poder económico y el político. Pasa por sectores como el Chicó donde, según Catastro Distrital, un metro cuadrado cuesta 5,3 millones de pesos. En contraste, allí, en el barrio Abraham Lincoln, la misma porción de tierra está avaluada en 480.000, once veces menos.
El soldado Antonio (prefiere no decir su apellido) es quien habita la segunda casa de la Séptima, y como muchos de los que arriendan o compran allí, son militares de otras zonas del país, que se acoplan al lugar por su cercanía con el Batallón de Artillería. Él mismo cuenta que hace 10 años, varias casas fueron demolidas en esa misma cuadra por las obras de canalización del Tunjuelo, que en cada temporada de lluvias se desbordaba sobre el barrio.
Ese primer tramo de la Séptima es de apenas tres cuadras. Muy pronto, la vía se ahoga en la gigantesca calle 51 Sur, que da paso al barrio Molinos, una de las zonas más calientes de la localidad de Tunjuelito. La carrera vuelve a aparecer convertida en 36 escaleras que se trepan sobre el cerro San Isidro, en el barrio del mismo nombre, y que parecen la prolongación de un canal de aguas que sube hasta la cumbre de esa montaña. Una estructura que fue construida hace cuatro años cuando una avalancha se derramó sobre las viviendas más altas y obligó a tumbarlas y a sacar de allí a unas ocho familias.
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Sentado sobre esas mismas escaleras, Luis Alberto González, un taxista de 65 años, cuenta la historia del barrio y mientras, desde esa altura de la montaña, observa a la ciudad entera al fondo, y a la misma Séptima que desde ese punto se ve completa en su camino de casi 20 kilómetros hasta que termina en la calle 200, al norte. Allí llegó siendo niño, junto a su madre, en 1972. Fueron los primeros habitantes del barrio, los que se ubicaron cuando la familia pudo juntar unos pesos para comprar una tierra barata y comezar a pegar los ladrillos de los muros.
La Séptima se convierte en unas escaleras que trepan el cerro San Isidro. Foto: Santiago Ramírez / SEMANA
Conseguir los servicios básicos; el agua, el alcantarillado, la electricidad, fue una lucha de los vecinos que se fueron sumando en el sector, luego de comprarle porciones de tierra a la familia Rodríguez, la dueña de la zona. Fueron varios años de rogarle a políticos y otro tanto de organizar bazares y eventos para reunir plata e ir pavimentando la vía, la Séptima. De, incluso, construir esas escaleras sobre la carrera, pues el morro era tan empinado que transitarlo era imposible.
La Séptima, en el centro, ha sido una atractivo para el cine, por sus edificios de distintas épocas y estilos. Películas como Confesión a Laura, Roa, Karen llora en un bus o La Defensa del Dragón la han tenido como escenario. Pero hasta la casa de González también han llegado las cámaras, seducidas por la panorámica de la ciudad. Cintas como Infraganti y Uno al año no hace daño han sido rodadas en esa cuadra.
En adelante, por unas ocho cuadras, la Séptima es una vía de barrio, casi inadvertida, con un tráfico ligero, atravesada cada tanto por los vecinos que van a las tiendas, las droguerías a hacer los mandados rutinarios. Hasta que se cruza con la calle 31 Sur, donde está emplazado el portal 20 de julio de TransMilenio. Allí cambia la arquitectura de barrio viejo, de casas familiares de una, dos o máximo tres plantas y aparecen algunos edificios residenciales.
También se nota una leve transformación económica, un estrato más alto ahora, con casas de fachadas más pulidas y una carretera con menos huecos en el pavimento. Y en la esquina de la calle 27 Sur, a una cuadra de la Iglesia del 20 de Julio es donde, para la mayoría de bogotanos, nace la Séptima conocida, gracias al comercio. Allí, justo en ese cruce, se sienta sobre guacales de madera, cada día, el trío Miseria. Tres viejos que pasan el día intentando vender correas y medias. La Séptima, para ellos, ya no es un buen negocio. "¿Pero irse para dónde?", pregunta don José, Superman, el de las correas. "En cualquier lugar no lo dejan parquear a uno".
Ese tramo lo componen tres cuadras que parecen un bazar. Atestadas de puestos de comida y vendedores ambulantes. La comparación con la Séptima peatonalizada en el centro, a una escala más pequeña, es inevitable.
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La parroquia de Nuestra Señora del Rosario. Foto: Santiago Ramírez / SEMANA
Después de la calle 22 sur, la Séptima es un callejón sin salida y luego desaparece. Por cinco cuadras no existe hasta que la Sexta se bifurca y de ella renace la vía, que se enfila ya directa hacia el centro. Con cada calle, la Séptima toma más la apariencia de la vía principal. Se amplía, se llena de carros y edificios. En el cruce con la calle 1 aparece el primer semáforo de su recorrido y en la 1D, la primera iglesia, la de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario.
En este sector, un metro cuadrado está avaluado en 760.000 pesos. Con solo pasar la calle 7, el valor se triplica. Allí se despliega el primer gran edificio sobre la carrera. Es el de la Dian, de 14 pisos, el que empieza a perfilar su faceta más conocido. En la siguiente calle, los militares ya vigilan la entrada a la Casa de Nariño. Es en este punto donde la vía gira a su lado A, el del poder. De ahí en adelante, la Séptima es historia contada.