Nación

"La Historia es mi libro que más me importa": Martín Caparrós

El escritor argentino, invitado al Festival Gabo que se desarrolla en Medellín, habló con Semana.com sobre su novela La Historia, publicada por la editorial Anagrama.

Daniel Rivera Marín
30 de septiembre de 2017
El escritor argentino Martín Caparrós es también conocido por sus crónicas de viajes. | Foto: Pablo Andrés Monsalve

La Historia (Anagrama, 2017) fue por muchos años una suerte de leyenda que gravitaba alrededor del escritor argentino Martín Caparrós. Se trata de una novela publicada en 1999 en Argentina: más de mil páginas; algunas ilustraciones; mil libros circulando, inconseguibles, que —siempre dijo— nunca nadie leyó. Así se instauró un mito inconseguible por el que algunos pagaron unos cientos de dólares. Esta entrevista habla de ese libro que apenas está llegando a las librerías colombianas en una nueva reimpresión y que —aquí así, y por esas mismas circunstancias— nadie ha leído. Caparrós también habla de la crónica —lacrónica, con las dos palabras juntas, como le dice él mismo— y, por supuesto, de temas imprescindibles: Borges, Argentina, la autoficción.  

Semana.com: Después de instalado el mito sobre La Historia, ¿por qué decidió publicarla de nuevo?

Martín Caparrós: Bueno, me gustó mucho la idea de que más gente lo pudiera leer. Hará dos o tres años que en una página de internet apareció costando unos cientos de dólares y me dije no puede ser, porque si leer un libro depende de que seás millonario, es una injusticia; entonces se me ocurrió republicarlo para que lo pudieran pagar y la opción de Anagrama era casi encantada, porque muy pocas editoriales, no sé si hay alguna más, legitiman lo que publican y a esta, que es una novela difícil, que tiene mil páginas y está escrita de una manera particular, pues no le vendría mal esta especie de sello Anagrama.

Semana.com ¿Y entonces ahora sí se está leyendo?

M.C.: Están empezando a decir que la leyeron, yo no sé si les creo (risas).

Semana.com: El escritor Jorge Carrión dice que al lado de El Interior y El Hambre, este libro constituye los pilares de su obra…

M.C.: Yo sigo creyendo que es mi libro que más me importa, sin duda, y lo confirmé ahora que lo tuve que leer para preparar la copia para la publicación. Claro, releer esas mil páginas fue una experiencia muy extraña en la cual tenía, sobre todo, dos extrañezas muy fuertes, por un lado me parecía que era el libro más raro que había leído en décadas. Todo era muy raro. Es un mundo, hay muchos mismos libros que tratan de inventar un mundo, pero este trata de inventar una forma de inventar ese mundo, una cosa es contar un mundo con la prosa habitual de todos los días, fácil, accesible, este busca también un estilo y una estructura que sea propia. Tiene esa dificultad y ese atractivo, entonces la primera rareza fue decirme qué raro es este libro, y en una época donde la mayor parte de los libros se parecen eso me sigue atrayendo. Y después vino la segunda rareza y fue decirme qué raro que yo haya escrito este libro, ¿quién es ese señor? Porque pasaron muchos años y había pasajes que me sorprendían muchísimo.

Semana.com: Alan Pauls escribió que esta es la novela que hubiera querido escribir Borges, un planteamiento muy categórico.

M.C.: Siempre que lanzás una afirmación tajante se pierde todo aquello que la explica y justifica. Yo creo que entiendo un poco lo que Alan quiso decir porque yo estaría de acuerdo en que esta idea de crear un mundo y rodearlo de falsa erudición, de falsos libros que lo explican o complementan, es muy borgeana. Claramente Tlon, Uqbar, Orbis, Tertius (cuento de Jorge Luis Borges que aparece en el libro Ficciones) es el germen de esto, pero Borges tuvo la inteligencia de limitarlo a diez páginas y yo la estupidez de escribirlo en mil, pero ahí está muy clara la diferencia. En ese sentido es borgeana, pero yo entendí mal.

Semana.com: Sus novelas casi siempre se ubican en personajes o familias argentinas instaladas en contextos políticos y sociales parecidos a los reales según la época, ¿esta novela escapa de eso?

M.C.: Escapa más o menos porque ahí está la invención de un mundo con todos sus detalles, con su forma de comer, amar, hacer la guerra, de escribir, de contar, de todo. Pero hay un relato central que atraviesa todo el libro y es un intento de revolución para conseguir la vida después de la muerte, en eso se relaciona hasta demasiado con Los Living. Aquí ese tema está más sumergido entre multitud de otras cosas, pero el eje central es esa revolución para tratar de conseguir lo que llaman la vida larga, que es la vida después de la muerte, que al principio es privilegio de unos pocos. Es un tema absolutamente político. El tema me parece un delirio, aunque no tanto. Sucedió en Egipto, unos 2000 años antes de Cristo, que hubo un intento por parte del pueblo de conseguir esa especie de supervivencia postmortem que era exclusiva de los faraones y los grandes sacerdotes.

Semana.com: Algunas vez en Twitter, a propósito de la obra del noruego Karl Ove Knausgard, usted se preguntó, retórico, que si los nuevos escritores no podían hablar de algo más que no fueran las dificultades de escribir, ¿cree que se agota la autoficción?

M.C.: Me parece que es una forma tan válida de hacer literatura como cualquier otra, el problema es cuando se transforma en la forma hegemónica que muchos tratan de practicar y que se saluda como la gran forma contemporánea, en esos casos me da un poco de pena. Me parece que hay muchas cosas que merecen ser contadas además de la vida de un señor que trata de escribir un libro, entonces simplemente es eso. Siempre que un escritor quiera escribir sobre su vida me parece absolutamente legítimo, a veces incluso interesante, pero insisto, me entristece cuando nos parece que eso es lo mejor que se puede hacer con la literatura cuando hay otras tantas cosas.

Semana.com: Muy diferente esto al caso de Ricardo Piglia y su Emilio Renzi…

M.C.: Ese es un caso raro porque la ficcionalización de llamarlo Renzi es muy delgadita. Lo que está poniendo en escena son sus propios diarios en un grado muy fino de la ficcionalización, es lo más cercano al registro de la experiencia que uno puede imaginar, un diario que se fue escribiendo cotidianamente. Yo creo que esa es la diferencia que tiene con muchas de las autoficciones o de la narrativa del yo. No es una autoficción, es un registro, pero no usa su vida como materia prima para escribir una ficción: usa ese registro de su vida para producir su texto.  

Semana.com: En su libro Lacrónica aparece un texto de 1991 sobre Bolivia y los cultivos de coca, uno de los personajes es Evo Morales, por entonces un líder indígena y campesino muy importante, ¿fue eso una especie de premonición?

M.C.: Probablemente dentro de dos o tres meses te encuentres otra revelación semejante, porque en la crónica de Cuba hay un muchacho que se llama Miguel Díaz-Canel, que muy probablemente va a suceder a Raúl Castro y a quien yo entrevisté ahí en 1997, hace 20 años. Estuvimos paseando juntos en Santa Clara cuando él era el secretario general del partido en la provincia de Santa Clara. Era un muchacho de 30 años, un poco roquero, escuchaba a Fito Páez. A veces pasan esas cosas un poco inexplicables, a veces no. Ahora que lo pienso, hace años escribí un poema que decía que la vida estaba llena de premoniciones que no se cumplen, pero que cuando se cumplen parecen hechas de magia extraordinaria. Seguramente en Bolivia entrevisté a mucha gente y uno resultó presidente y uno luego dice qué premonición, qué no sé qué. Uno se acuerda de las supuestas premoniciones que resultaron en algo pero uno no se acuerda de la infinita cantidad de supuestas premoniciones que no presagiaron nada.

Semana.com: En Lacrónica se revela que desde que empezó a escribir crónicas ya tenía ese estilo que lleva el lenguaje al borde del precipicio, como si inventara una nueva manera de contar, ¿por qué de manera tan temprana ya escribía así?

M.C.: Quizá porque ya era un boludo de 30 años, ya estaba grande. Ya había publicado cuatro novelas, así que había trabajado mucho con el lenguaje. No era que tenía que empezar a escribir crónicas de cero. Me importaba mucho trabajar con el lenguaje, que es la única herramienta con la que cuento, entonces me importaba y me importa manejarla lo mejor posible. Lo segundo es porque soy impaciente y me aburro rápido, y si me encuentro una manera que más o menos funciona, al cabo del tiempo me aburro muchísimo y la rompo y empiezo otra, que en un punto es estúpido, es como despilfarrar formas.  

Semana.com: Cuenta en los intersticios de Lacrónica que el periodista Jorge Lanata lo llamó a escribir esas crónicas “que sólo vos entendés”, lo que va muy en contra de lo que suelen decir los editores, eso de escribir para el lector.

M.C.: Yo nunca creí en esa idea de escribir para el lector, porque la idea del lector es una especie de escondite canalla en el que uno se refugia para no exigirse a fondo. Uno se dice que tiene que escribir simple porque los lectores no lo van a entender, esa es una manera de excusarse, de esconder que uno no se exige. Yo creo que uno tiene que escribir, por lo general, para un lector que es mucho más inteligente que uno, mucho más perspicaz, y hay que hacer todos los esfuerzos posibles para satisfacer a ese animal insatisfacible, con perdón del neologismo. Así es como trato de escribir.