CONFLICTO

La historia secreta de la caída de Cano

Junto con el operativo final de las Fuerzas Especiales del Ejército y la FAC, un reducido grupo de policías que por cuatro años se infiltró en las estructuras de Alfonso Cano en pueblos y montañas fue la clave para terminar con el máximo jefe de las Farc. SEMANA revela la historia desconocida.

12 de noviembre de 2011
Alfonso Cano solo alcanzó a ser el jefe de las Farc durante un poco más de tres años antes de ser ‘cazado’ por militares del Comando Conjunto de Operaciones Especiales (CCOES).

Todo el país sabe que a Alfonso Cano lo mató de tres disparos un soldado de las Fuerzas Especiales del Ejército. Lo que no se ha contado es cómo, en realidad, lo mató la inteligencia. Un grupo de la Policía, que llevaba años siguiendo a sus hombres más cercanos, hacía meses había puesto sus ojos en Pacho Chino, su jefe de seguridad. Y cuando, en coordinación con el Comando Conjunto de Operaciones Especiales (Ccoes), se dispusieron a caerle, descubrieron que junto a él se encontraba el hombre que llevaban persiguiendo casi cuatro años: el mismísimo jefe de las Farc.

Los bombardeos que tuvieron lugar en Chirriadero, un monte entre los municipios de Suárez y Morales, en el Cauca, el 4 de noviembre, contra el campamento del jefe guerrillero y los tres disparos que acabaron con su vida después de una búsqueda de 11 horas, fueron el episodio final de casi cuatro años de una labor pertinaz que combinó la infiltración con la presión militar. Una larga cacería cuyos toques finales se dieron en una serie de reuniones secretas de inteligencia, entre el 24 y el 28 de octubre pasados. En ellas, aunque sus participantes no lo sabían con certeza, se selló la suerte de Cano.

Durante esos días el nuevo ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, quien llevaba apenas un mes en el cargo, se reunió con los integrantes de inteligencia de la Policía y del Ejército y con los comandantes de esas fuerzas. Siguiendo la política de colaboración entre las agencias de inteligencia, todos dejaron de lado los celos y empezaron a destapar sus cartas. Dos conclusiones fundamentales salieron de esas reuniones. El Ccoes había desplegado una vasta persecución sostenida que había obligado a Cano a salir de su madriguera en el Cañón de Las Hermosas, en el sur del Tolima, y lo había forzado a moverse hacia el Cauca junto con sus hombres. Por su parte, la Dirección de Inteligencia de la Policía (Dipol) mostró el resultado de un trabajo silencioso pero fundamental que había comenzado desde hacía cuatro años por medio de una red de 30 agentes encubiertos infiltrados en diferentes estructuras y zonas claves de la guerrilla en el centro y occidente del país. Ese cruce de información permitió fusionar el uso de la fuerza con la precisión de la inteligencia.
 
Primeras infiltraciones

Desde 2007, las Farc venían insistiendo públicamente en el despeje de los municipios de Florida y Pradera, una zona estratégica enclavada en la cordillera Central que, por su ubicación, permite moverse entre cuatro departamentos: Valle, Tolima, Huila y Cauca. Cuando el CCOES lanza la gran ofensiva en el sur del Tolima, en la Dipol ya venían adelantando una labor paralela, pues habían concluido que la presión de los militares inevitablemente obligaría a Cano a trasladarse hacia otros departamentos, especialmente hacia el Cauca. “El Ejército le fue quitando espacio a la guerrilla con cada operación. Lo que fue muy importante es que a pesar de lo difícil que fue por los soldados caídos y que resultaban lisiados por los campos minados, ellos nunca se retiraron o perdieron los espacios que iban ganándoles a las Farc. Eso obligó a Cano y a toda su estructura a moverse”, explicó a SEMANA un analista de inteligencia.

Empezó entonces una paciente e incierta labor: infiltrar agentes de inteligencia en esas zonas, con el objetivo de penetrar las 11 estructuras que apoyaban al jefe de las Farc en el occidente, entre las que estaban el frente sexto y las que conformaban el llamado Comando Conjunto Central (CCC). Una de las primeras decisiones fue enviar policías encubiertos a Pradera y Florida. “Lo primero, obviamente, fue seleccionar las personas para la misión, ya que debían tener un perfil psicológico y físico que les permitiera pasar inadvertidos. Hay que cuidar todos los detalles. A una zona de esas, por ejemplo, usted no puede enviar a alguien que aunque parezca de la zona tenga ‘brackets’ en los dientes”, explicó un oficial de inteligencia.

Tras varios meses de entrar y salir de esos municipios para que la gente se acostumbrara a ver a los infiltrados, en 2008 se optó por enviar dos parejas, una a cada pueblo. En Pradera la fachada fue la de instalar un lugar de venta de minutos y equipos para celulares. “En Florida se convenció al dueño de una tienda de permitir que otra pareja de agentes de inteligencia se hiciera pasar por familiares que habían llegado a instalarse a ese municipio y que iban a ayudarle en el negocio. Esa tienda era clave porque habíamos establecido que algunos milicianos compraban allí víveres que transportaban hacia los campamentos y el objetivo era ganarse la confianza de ellos y, eventualmente, reclutarlos o hacer que nos reclutaran”, contó a SEMANA uno de los infiltrados.

La llegada de extraños a municipios relativamente pequeños donde todos se conocen y donde los ojos de milicianos y guerrilleros están alerta sobre cualquier recién llegado implica siempre inmensos riesgos.

“En esto un solo error se paga con la vida”, dijo una de las agentes de Policía infiltradas. “A las tres semanas de haber montado la fachada de venta de minutos, me cogieron cerca de la plaza del pueblo y, casi al mismo tiempo, a mi compañero, que era ‘mi esposo’, se lo llevaron del negocio fachada. Durante todo el día nos hicieron las mismas preguntas a él y a mí, que iban desde cuándo nos habíamos casado, dónde habíamos vivido antes, etcétera. Estaban comparando versiones a ver si había alguna discrepancia. Por suerte, estábamos bien preparados y se cuidó al extremo cada detalle a tal punto que, por ejemplo, nuestras hojas de vida en la Policía se habían borrado del sistema. Con excepción de algunos de los jefes, nadie sabía que éramos policías”, explica.

Esas dos infiltraciones iniciales fueron la semilla que dio paso a enviar infiltrados a otros lugares en el transcurso de varios meses. “En algunos de los llamados caminos reales entre Florida y Pradera se hacían competencias de ‘motocross’ en las que participaba gente de todo el país. Nuestros jefes inmediatos se hacían pasar por motociclistas, y cuando había eventos, aprovechábamos la afluencia de gente y les entregábamos la información”. Gracias a la venta de minutos y de equipos celulares, los infiltrados consiguieron una gran base de datos que al ser depurada por los analistas en Bogotá permitió establecer una lista de familiares, amigos, milicianos y guerrilleros en gran parte del centro y occidente del país. Con esos datos se diseñaron nuevas fachadas y se enviaron agentes encubiertos para infiltrarse en media docena de municipios.
 
Secretos de las sábanas

En Toribío y Cajibío, los infiltrados compraron viejos camperos Uaz y trabajaron como conductores. En Chaparral, Tolima, uno de los policías consiguió ser contratado como administrador de uno de los prostíbulos a los que acudían milicianos y algunos guerrilleros cuando bajaban del monte.

“De las sábanas salen muchos secretos –afirma el policía infiltrado–. Lo que se hizo allí fue reclutar a las prostitutas para que sacaran y nos pasaran la información cuando estuvieran con los guerrilleros. Los datos más valiosos venían de las que ellos (los guerrilleros) llevaban hasta los campamentos, porque así conseguíamos desde la ubicación del sitio hasta cuántos eran, tipo de armas, comunicaciones, etcétera”, afirma.

Gran parte del éxito de la labor de los infiltrados consistió no solo en aportar información sobre lo que veían directamente, sino en el reclutamiento de fuentes en el terreno. “Aunque los objetivos eran los cabecillas cercanos a Cano y los demás comandantes, el truco consistió en que nunca subestimaron las fuentes sin importar su rango. Nunca se sabía cuándo un guerrillero raso o un miliciano entregaban un dato fundamental. Y eso fue clave”, explica un analista.

Esa labor permitió, a mediados del año pasado, quitarle a Cano a uno de sus principales lugartenientes, Magaly Grannobles. Conocida con el alias de Mayerly, esta mujer fue una de las pocas comandantes guerrilleras. Era jefa de la columna Héroes de Marquetalia, al mando de 500 guerrilleros que actuaban en el sur del Tolima y cuya misión consistía en formar parte de la retaguardia del máximo jefe de las Farc. A finales de 2009, una pareja de infiltrados de la Dipol se había logrado instalar en el municipio de Planadas, bajo la fachada de ser un matrimonio que trabajaba en ganadería en una finca en ese municipio.

“Sabíamos que la hermana del jefe de finanzas de Mayerly vivía en Planadas y el objetivo era estar cerca de ella por si en algún momento él aparecía en el pueblo. La hermana de ese guerrillero se enfermó grave de una infección intestinal que casi la mata. Nosotros nos dedicamos a cuidarla, la llevábamos al médico y la ayudábamos con la medicina –contó a SEMANA una suboficial que estuvo infiltrada–. Ella nos cogió cariño y nos contó que su hermano era guerrillero y era quien le ayudaba económicamente, pero que estaba mal de plata. Nos enteramos de que a raíz de la enfermedad de ella, él estaba molesto con Mayerly porque, aunque le recogía cerca de 50 millones de pesos mensuales en extorsiones, Mayerli no le había dado plata para comprar medicinas. La convencimos de organizar una reunión con el hermano guerrillero. Aprovechando su resentimiento, logramos reclutarlo y comenzó a entregar información de su jefe y del frente que fue clave”, contó la infiltrada.

Los datos suministrados por el guerrillero reclutado permitieron desarrollar en junio de 2010 una operación que terminó con la muerte de la comandante Mayerly.

Varias operaciones similares, producto del trabajo de los infiltrados, permitieron golpear a guerrilleros claves del frente sexto y del Comando Conjunto Central de las Farc. Simultáneamente, el CCOE, mediante un despliegue de miles de soldados y fuerzas especiales, iba recuperando terreno y obligando a Cano a moverse al Cauca.

“Debido a los golpes continuos de los militares y a la presión que el Ejército le tenía, Cano optó prácticamente por no volver a reunirse con nadie ni aceptar visitas, regalos ni nada que no fuera de gente de extrema confianza. Ahí fue necesario cambiar la estrategia nuevamente”, explicó un oficial de inteligencia.
 
Aparece Pacho Chino

Esa tenaza de los militares hizo posible que la inteligencia de la Policía y sus infiltrados lograran dar a inicios de este año con dos personas que resultaron claves en el comienzo del fin de Cano. Uno de ellos fue un guerrillero conocido con el alias de Teófilo.

Este hombre hacía parte de uno de los anillos de seguridad de Cano. Pero no era un fariano cualquiera. Era el encargado de llevar las ‘encomiendas especiales’ al jefe de las Farc. Las fuentes reclutadas en Suárez, entre las que estaba la mujer de ese guerrillero, confirmaron que Teófilo probaba incluso la comida o las bebidas que le enviaban otras estructuras a Cano.

“Donde Teófilo estuviera era posible que estuviera cerca Cano o su círculo más cercano. Empezamos a seguirlo y esa labor nos llevó hasta alias Amanda, que era la esposa del Indio Efraín, parte de la seguridad de Cano. Ella a su vez se comunicaba con alias Nancy, que era la radista de Pacho Chino, el jefe de seguridad (de Cano)”, contó uno de los analistas.

El 20 de octubre, una de las fuentes reclutada por los infiltrados de la Policía se comunicó y confirmó que había visto a Pacho Chino por un sitio conocido como vereda los Quingos, cerca de Morales. Cuatro días más tarde se realizó la primera reunión secreta en el Ministerio de Defensa, en la que estos datos de la Dipol se empezaron a cruzar con la información que tenían los miembros del CCOES.

El 28 de octubre, un grupo especial de reconocimiento de ese comando fue enviado hasta el lugar señalado por la Dipol, con el fin de confirmar la presencia del jefe de seguridad de Cano, Pacho Chino. Durante varios días, ese grupo especial de militares se aproximó hasta la casa en donde según los informantes estaba Pacho Chino, eludiendo con gran habilidad a los guerrilleros que hacían parte de los anillos externos de seguridad.

Los militares vigilaron dos pequeñas casas en las que se veía poco movimiento. Las imágenes satelitales tomadas por aviones de inteligencia no permitían tener certeza para establecer que Pacho Chino estuviera en el sitio. El comando recibió la orden de acercarse lo máximo posible para tener una confirmación más exacta. Lograron ubicarse a escasos 700 metros y vieron por primera vez al jefe de seguridad de Cano.
 
De Pacho a Cano

En la mañana del jueves 3 de noviembre, estaba listo un ataque con los helicópteros del Ejército y los aviones. Sin embargo, a los oficiales de inteligencia del CCOES y la Dipol que estaban en el puesto de mando en Suárez los asaltó una duda. La opción era bombardear y atacar las dos casas o concentrarse en el sitio en donde habían visto que estaba Pacho. La incógnita fue despejada por un dato de última hora que lograron verificar los militares que estaban camuflados cerca de las viviendas. A las nueve de la mañana habían observado que de la segunda vivienda había salido Jennifer, la cocinera de confianza de Cano, y estaba acompañada por los dos perros que siempre estaban con el comandante de las Farc. Su emoción no tuvo límites: la pista que habían seguido para llegar al jefe de seguridad de Cano parecía haberlos conducido a su máximo objetivo.

Optaron por esperar unas horas más. A las tres de la tarde, la rutina de la mujer paseando y jugando con los animales fue la confirmación definitiva de que Alfonso Cano, que nunca se movía sin ella ni sus perros, estaba en el interior de la vivienda.

A las 8:30 de la mañana del viernes, el estruendo de las primeras bombas lanzadas por la FAC obligó al líder guerrillero a salir huyendo de la casa. Vino más tarde un segundo bombardeo y decenas de comandos del Ejército descendieron de más de una veintena de helicópteros, en medio de una intensa balacera. Cano se había ocultado en una zona boscosa. En medio del fuego, se organizaron patrullas de cinco soldados que inspeccionaron metro a metro la zona. Las horas corrían y la sensación de que el jefe de la guerrilla se les había escurrido de nuevo entre las manos comenzó a inundar el ambiente. Varias veces, los soldados pasaron a menos de 10 metros del sitio donde Cano se ocultaba. “Con absoluta seguridad, tuvo que ver a los hombres respirándole literalmente encima”, dijo a SEMANA uno de los oficiales que estuvo allí.

Cano estaba solo y su apuesta era simple: esperar la oscuridad para escapar. Cuando esta llegó, sintió que el ruido de los helicópteros disminuía y creyó que los comandos del Ejército se retiraban. A las 7:30 de la noche, después de pasar totalmente quieto, sin comer ni beber, las que deben haber sido las peores 11 horas de sus 64 años de vida, hizo un movimiento que alertó a las tropas. Tres disparos de uno de los comandos acabaron con el máximo jefe de las Farc y sellaron el golpe más importante contra esa organización en toda su historia. Una infiltración de casi cuatro años y la mayor operación militar que se haya montado contra un jefe guerrillero habían llegado a su fin.