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CRÓNICA

La última bruja de La Jagua, el pueblo de las hechiceras en Huila

La historia cuenta que en ese poblado, hace décadas, quemaron a una bruja, y que desde entonces las hechiceras habitaron el pueblo. Este es un viaje en busca de la última de ellas.

1 de enero de 2017

Por: Jhon Barros

Hace seis meses, la vida de Lina Fajardo, una bogotana de 32 años, dio un giro drástico. No encontraba trabajo en la capital del país y entonces decidió aceptar la oferta de una empresa de mensajería. La condición más drástica era que tenías que radicarse por completo en la calurosa Neiva.

En Bogotá quedaron su hijo y su hija, a quienes visita cada 15 días, y la mayoría de sus pertenencias y recuerdos. En la capital del Huila arrendó un pequeño apartaestudio y compró una moto para recorrer los 37 municipios que tiene que visitar haciendo auditorías.

La nueva vida de Lina Fajardo adquirió un tono más interesante cuando se enteró de que La Jagua, un pequeño centro poblado del municipio de Garzón, ubicado a 117 kilómetros de Neiva, respiraba y vivía por las brujas. Entonces empezó a indagar entre sus pocas amistades.

“Me dijeron que La Jagua era un sitio envuelto en la hechicería. Que allí leían las cartas, el tabaco y el chocolate, y hasta que hacían ataduras de amor. Que si lo visitaba, mejor me armara de camándulas, rosarios e imágenes religiosas, pero más que todo de mucho valor, porque me iban a asustar”.

Pero la curiosidad mató el miedo. Un día decidió salir temprano hacia el terminal de Neiva y coger una flota rumbo a La Jagua, el centro poblado más antiguo del Huila, con más de 400 años. Eso sí, se cuidó de llevar una manilla con la imagen de la Virgen atada en su muñeca derecha.

Luego de más de dos horas de viaje, Lina llegó al pueblo de las brujas, atravesado por los ríos Magdalena y Suaza, conformado por más de 300 casas antiguas de un solo piso y tejados de barro, en donde habitan aproximadamente 1.400 personas.

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“Mientras caminaba por sus calles empedradas hacia el parque central, donde se realizarían varios eventos culturales, no pude evitar sentir algo de miedo al ver la antigüedad de su infraestructura. Pensé que por alguna de las ventanas me iba a salir alguna bruja espantosa y vieja como las que narran en los cuentos”.

El origen de la leyenda

Cuando Lina Fajardo llegó al parque central encontró varios turistas y algunos puestos de artesanías, la mayoría con imágenes de brujas. Pronto empezaron a aparecer las historias. Alguno de los habitantes de La Jagua le contó a Lina, graduada como tecnóloga en administración de empresas, la razón de que este sitio fuera conocido en todo el departamento como el pueblo de las brujas.

Arturo Rojas, un vendedor de raspados de 70 años, asegura que la relación de las brujas con La Jagua nació hace más de un siglo, cuando atraparon a una hechicera y la quemaron en el parque central.

“Eso cuenta la leyenda. Por eso en el piso del parque hicieron una figura de una bruja, donde se supone que la quemaron. Dicen que en esa época los hombres de La Jagua amanecían con morados en todo el cuerpo, supuestamente hechos por brujas voladoras”.

Según este padre de seis hijos, abuelo de 10 nietos y habitante de La Jagua desde hace 55 años, estas brujas eran pájaros negros que sobrevolaban por los tejados de las casas del pueblo. “Cuando a alguna le gustaba un hombre, entraba al cuarto, se transformaba en mujer y lo chupeteaba. La víctima amanecía con moretones por todo lado”.

Pero Arturo aclara que La Jagua es un pueblo limpio de hechiceras malas y magia negra. “Después de todos esos mitos y creencias, varias mujeres empezaron a leer el tabaco y el cigarrillo en el pueblo, pero sin hacerle mal a nadie".

“¿En dónde están esas brujas buenas?, quiero que me pronostiquen varias cosas de mi futuro”, le dijo Lina a Arturo.

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“Ya solo quedan dos. En mi casa vive una de ellas, Inés, una abuelita de 85 años que leía el cigarrillo. Lo malo es que está muy enferma, casi desahuciada, y por eso ya no practica ese deporte. La otra se llama Rosana, todo el pueblo la conoce. Vive en el barrio nuevo. Dicen que es muy efectiva”.

Arturo, quien nunca ha visto una bruja voladora ni ha caído en la tentación de participar en alguna de las prácticas de hechicería blanca, cree que esa tradición está a punto de desaparecer en la Jagua.

“Antes había muchas señoras que ejercían esta profesión, pero ya la mayoría ha muerto. Cuando las dos hechiceras pasen a mejor vida, esta práctica desaparecerá de La Jagua. La juventud no le jala a eso”.

Todos los turistas que llegan allí y pasan por su puesto de raspados, le preguntan sobre las brujas, que dónde están, en qué casa, que las quieren ver. “A todos les cuento y les recalco que acá no espantan, ni siquiera en las noches. Este es un pueblo muy tranquilo, que por la leyenda aprovechó para vivir de las brujas, pero de una manera sana”.

María Rojas, otra nativa del pueblo, señala que el mito de las brujas es puro cuento. “Yo nací acá y nunca vi una bruja. Desde pequeña me contaron la historia de la hechicera quemada, pero dudo que haya sido verdad. Esos cuentos formaron nuestra cultura, pero de una forma sana. Acá no hay hechizos ni maleficios, solo gente buena que hace artesanías de fique, morrales, carteras y bolsos”.

“Las señoras que leen el tabaco y las cartas son de un municipio que se llama Tarqui. La gente de acá pone brujitas bonitas en sus casas o en los negocios, pero solo por la tradición. Eso de las brujas voladoras y espantos es falso”.

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Benigno, su esposo desde hace 43 años, ratifica sus palabras. “Ahora vivimos en Neiva, pero todos los fines de semana venimos a quedarnos en la casa paterna de mi señora. El cuento de las brujas es de hace muchos años, pero nadie las ha visto. Solo sirvió para impulsar el turismo del pueblo”.

Joanna Riaño, otra habitante de La Jagua, dice que tampoco ha visto a alguno de estos seres mitológicos sobrevolando por el cielo o posándose en los tejados de las casas. “Llevo 25 años acá y nunca he presenciado nada raro. Solo sé que hay dos señoras que leen las cartas, y que la más viejita como que ya no lo hace por las enfermedades. No hacen ataduras ni maleficios, solo ven el futuro”.

A buscar la bruja

Con las indicaciones del vendedor de raspados, Lina empezó a preguntar por la morada de la única lectora de cartas en La Jagua: Rosana.

“No fue difícil. Solo les pregunté a dos personas y di con el sitio. Pensé que me iba a encontrar con una casa lúgubre, oscura y envuelta en espantos. Pero no, es una vivienda normal, de dos pisos, blanca, limpia, con varios cuartos, un perro y un gato precioso”.

Rosana, natal del municipio de Tarqui, rompe con todos los estereotipos por los que son conocidas las brujas. “Es una mujer joven, de no más de 40 años y rubia. Atiende en uno de los cuartos de la casa, donde solo hay una mesa redonda bajo un mantel blanco y dos sillas. No lee cartas con esqueletos o cosas feas, sino con símbolos egipcios”.

La sesión duró 20 minutos y costó 25.000 pesos. “La lectura empezó con un rezo en un lenguaje extraño. Luego me dijo que partiera las 30 cartas con números e imágenes en tres montones. Ella las abrió en cruz y en cuatro. Primero me preguntó lo que quería saber, a lo que le respondí que por el amor, el trabajo y mi familia”.

Mientras predecía el futuro, la supuesta bruja narró cosas del pasado de Lina que solo conocen sus personas más cercanas, como que había pasado por muchos sufrimientos, que era muy loca, ambiciosa y que le gustaba el dinero. “Pero lo que más me sorprendió fue que me dijera yo me había embarazado a propósito, que tenía pensado montar un negocio y que tenía una relación inestable y problemática con mi mamá”.

Después se asegurarle un futuro próspero en Neiva, de decirle que su novio era el hombre de su vida y que la llegada de su mamá a la ciudad le iba a traer solo cosas positivas, Rosana le dijo que le hiciera nueve preguntas mientras elegía una de las cartas.

“Las pupilas se le dilataban cada vez que leía una carta. Siempre me miró fijamente a los ojos. Pero no me sentí asustada. Ella irradia una energía limpia, es un ser de luz. Me dio varios consejos, como dejar tanta locura, aprender a controlarme y que lo mejor que podía hacer es traerme a mi hijo, novio y mamá a Neiva. Más que una bruja fue una consejera espiritual”.

Lina salió satisfecha. “Ya me habían leído las cartas y el tabaco, pero en ambientes opacos como del bajo mundo, todo de color negro y cuadros macabros. Tenía miedo de que fuera una bruja fea, gorda y mala. Pero me sentí muy bien. Hasta me dejó su número de celular por si necesitaba hablar de algo más”.

Al terminar su charla, Rosana le dio un cálido abrazo. “Se me aguaron los ojos. Quería tomarme una foto con ella, pero se negó. No le gusta dar entrevistas ni promocionar su negocio. Pero el que visite La Jagua la encuentra”.