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La locomotora

Tras varios años de lucha solitaria en Europa Santiago Botero le brinda a Colombia el mayor triunfo de la historia del ciclismo nacional.

Eduardo Arias
13 de octubre de 2002

Santiago Botero campeon del mundo. De ciclismo, el deporte bandera de Colombia. En una prueba de velocidad pura. El solo, sin coequiperos. Botero contra el mundo. Y Botero derrotó al mundo. Conquistó el mundo.

Desde agosto de 1971, cuando Martín Emilio 'Cochise' Rodríguez ganó la medalla de oro en los 4.000 metros persecución individual en los Mundiales de Varese, Italia, el ciclismo colombiano no escribía una página semejante. Claro, emociones similares las hubo por montones. Alfonso Flórez en el Tour del Porvenir de 1980, las etapas que ganaron Lucho Herrera y Fabio Parra en Francia, España y luego en Italia, la Dauphiné Libéré de Martín Ramírez, las camisetas de pepas rojas que consagraron a los reyes de montaña, el rostro sangriento de Lucho en la llegada a Saint Etienne? en tiempos más recientes hazañas similares a cargo de 'Chepe' González, Buenahora, Víctor Hugo Peña, el propio Botero?

Pero fue necesario esperar 31 años para volver a ver en las categorías mayores a un colombiano con la camiseta arco iris, la que lucen los campeones del mundo. La victoria de Botero tuvo un doble sabor a gloria porque no fue un triunfo anunciado. Aunque él ya había ganado etapas contra el cronómetro en este año su opaca actuación en la reciente Vuelta a España hacía pensar que sus posibilidades eran pocas. Hasta el último minuto dudó en participar en los mundiales. Era uno de los favoritos, es cierto, pero la prudencia primó esta vez sobre el tropicalismo.

En Zolder, Botero corrió de manera impecable. El terreno, una pesadilla para cualquier escarabajo colombiano, era el ideal para Botero: una mesa de billar, salvo unos muy breves desniveles. Su ritmo mejoraba con el paso de los kilómetros. Ni siquiera sus compañeros de equipo, el Kelme español, quienes cifraban sus esperanzas en Aitor González, quien al final terminó séptimo, a más de un minuto de diferencia del ganador.

Botero corrió a 50,35 kilómetros por hora. En los últimos cinco kilómetros se empleó a fondo y superó en 8,23 segundos al alemán Michael Rich; en 17,15 al español Igor González y en 25,53 segundos al húngaro Laszlo Bodrogi. José Luis Laguía, su técnico, ni siquiera cuando cruzó la meta le dijo que iba de primero. Lo instó a que se empleara a fondo para superar los tiempos parciales y sólo metros después de la línea de llegada, en tono de broma, le dijo que había ocupado el tercer lugar.

Un largo camino

La de Botero ha sido una carrera atípica si se la compara con la de otros ciclistas colombianos que también han alcanzado triunfos importantes en el exterior. Su contextura fornida y sus 1,75 metros de estatura no recuerdan en nada las menudas figuras de Lucho Herrera, Alfonso Flórez o Martín Ramírez. Lo mismo sucede con su facilidad para desenvolverse en el terreno llano y en las etapas contrarreloj, fortaleza de los europeos y debilidad natural de la mayor parte de los competidores colombianos.

Botero se graduó de administrador de empresas en la Eafit y realizó un diplomado en gerencia de servicios en la Universidad de Medellín. No afianzó su carrera en las carreteras de Colombia -el tránsito normal de los escarabajos que han brillado en Europa- sino que pasó de manera casi inmediata de la rama aficionada a la competencia internacional. Botero, que de niño prefería el fútbol y el patinaje, se metió al ciclismo por el lado del ciclomontañismo cuando su padre le regaló una bicicleta de montaña. A los 18 años cambió las trochas idílicas del oriente antioqueño por la geometría del velódromo en Medellín. El legendario pistero Efraín Domínguez lo convocó y desde entonces el 'Monito', como le decían, empezó a acaparar la atención de todos los técnicos y en cuestión de días, como integrante del equipo de Antioquia, se impuso en la prueba de persecución individual de los Campeonatos Nacionales de Pereira y rompió un récord nacional.

En 1996 su médico y amigo, Juan Darío Uribe, hizo el contacto con los directivos del equipo Kelme para que lo probaran. Los resultados fueron positivos y así se marchó a España para participar en las principales competencias europeas.

Botero vivió como hincha los triunfos de Herrera y Parra. Siempre ha reconocido el impacto que le produjo la llegada a la meta del 'Jardinerito de Fusagasugá' en la famosa etapa del Tour de Francia de 1985 que terminó en Saint Etienne. El rostro ensangrentado, después de una aparatosa caída, y su heroico triunfo hicieron soñar a Botero.

Y sus sueños han sido más que complacidos. No sólo se llevó la camiseta de mejor escalador de la montaña en el Tour de Francia de 2000, sino que también ha ganado tres etapas en esa prueba. En la Vuelta a España tampoco se ha quedado atrás y, en los seis años que lleva corriendo para Kelme, ha sumado tres victorias en etapas.

El momento más difícil de su carrera lo vivió hace tres años cuando la Unión Ciclista Internacional (UCI) lo suspendió por un supuesto doping. Su alto nivel de testosterona y de epitestosterona provocaron esa decisión aunque después se comprobó que era una característica propia de su cuerpo.

Pero si ese fue su período triste sin duda ahora, tras obtener el título mundial, pasa por el más alegre. Y, de paso, le pone una pincelada de oro a la silenciosa labor que han desempeñado en carreteras europeas los sucesores de Lucho Herrera y Fabio Parra.

Los nuevos tiempos

El ciclismo colombiano de nuestros días es muy distinto al de hace 15 años, cuando toda una nación se paralizaba ante la sola posibilidad de que Luis Herrera, Fabio Parra y compañía obtuvieran algún triunfo de etapa o de premio de montaña en carreteras europeas. Eran tiempos distintos. Cuando en España o Francia se desarrollaba una etapa de montaña, a la una de la madrugada miles de colombianos prendían sus radios de pilas y esperaban pacientemente, entre sueños y desvelos, que se acercara el momento cumbre de la carrera. Colombia vivía el sueño de un muy improbable triunfo de Lucho Herrera, o de Fabio Parra, en el Tour de Francia.

Pero a comienzos de los años 90 el fervor por el ciclismo comenzó a bajar. Los retiros de Herrera y Parra de la alta competencia coincidieron con la euforia que comenzó a despertar la selección colombiana de fútbol de Maturana en 1987 y que tuvo su punto culminante en 1993 y 1994. En estos años las carreras colombianas -que en los 80 se volvieron, ante todo, pruebas de preparación para las grandes competencias en Europa- progresivamente habían perdido el misticismo épico de las décadas anteriores, las de Ramón Hoyos, 'Pajarito Buitrago', el 'Ñato' Suárez, 'Cochise', Pachón, Samacá y Niño.

Se acabaron las grandes escuadras colombianas y los escarabajos que siguieron en Europa lo hacían a nombre de equipos españoles, italianos, franceses, belgas? Nadie volvió a prender un transistor a la una de la mañana, las cadenas de radio y televisión redujeron al mínimo su despliegue técnico para transmitir el Tour, el Giro o la Vuelta. Desde que desapareció la fiebre mediática a los ciclistas colombianos les ha tocado competir de lejos los micrófonos y las cámaras de los reporteros colombianos. Durante la mayor parte de los 90 de tarde en tarde Colombia amanecía con la sorpresa del triunfo de un escarabajo en alguna etapa de montaña del Tour o del Giro, o con la noticia de que algún hijo del altiplano apenas conocido por los acérrimos seguidores del ciclismo nacional se había consagrado como rey de la montaña.

Así ocurrió con José González, Nelson 'Cacaíto' Rodríguez, Hernán Buenahora y sólo en este año, gracias a las inesperadas hazañas de Santiago Botero, los medios han vuelto a prestarle al ciclismo algo de la atención que les mereció en tiempos de Lucho y Parra.

La hazaña de Botero en los mundiales de Zolder no es sólo un gran logro deportivo para el país y el muy probable comienzo de un nuevo renacer de la sociedad colombiana por el deporte que hicieron grande los pioneros de vueltas a Colombia. Ante todo es un homenaje para todos aquellos miles de ciclistas anónimos que desde hace medio siglo llenan las carreteras del país y que, a pesar de la falta de apoyo y de la pérdida de interés de los medios de comunicación, siguen empeñados en practicar y mantener vivo el que siempre ha sido el deporte insignia de Colombia.