VALLE DEL CAUCA
La lucha de Ruby Cortés: de perder a su hijo en la masacre de Llano Verde, a ser amenazada por buscar la verdad
La madre de uno de los jóvenes asesinados en Llano Verde, oriente de Cali, ha recibido más de 17 amenazas e intimidaciones en su camino por encontrar la verdad sobre esta masacre. “No me detendrán”, dice, y clama por un esquema de seguridad.
En la casa de Jair Cortés, uno de los cinco jóvenes asesinados en Llano Verde, Cali, en agosto de 2020, las luces no se volvieron a apagar de noche. Su familia lleva 515 días evitando la oscuridad, no solo para hacerle el quite al recuerdo del jovencito de 14 años que acostumbraba a merodear en la cocina de madrugada en búsqueda de comida, sino también para evadir el miedo: no se puede dormir tranquilo en medio de la zozobra que genera estar bajo continuas amenazas e intimidaciones.
La primera amenaza llegó una semana después del entierro. A Ruby Cortés, mamá de Jair, le arrojaron un panfleto en el antejardín. El papel tenía una foto suya con una mordaza y un mensaje frío y peligroso: “No siga investigando lo que no le importa y evítese problemas”. Desde ese día, el miedo se sumó a la tristeza.
A Ruby no le perdonan que, en medio del sepelio, se subiera a la tarima donde estaban autoridades locales y regionales, tomara el micrófono y sin titubeos denunciara que cuando encontró el cadáver de su hijo, junto a los de Álvaro Caicedo, Leyder Cárdenas, Jean Paul Perlaza y Juan Manuel Montaño, aquel 11 de agosto en ese cañaduzal del barrio Llano Verde, hubo movimientos extraños de personas que custodiaban esas tierras, así como de miembros de la fuerza pública.
Su relato estremeció a Colombia y se convirtió en una de las piezas principales de la investigación para encontrar a los responsables de la masacre. Para Ruby es claro que detrás de la retención, tortura y asesinato de los adolescentes hay involucradas más personas, incluso, insiste, “gente con mucho poder”.
Ruby ya perdió la cuenta de las amenazas que ha recibido por mensajes de texto. Eso no la detiene, asegura. Pero la semana pasada, las palabras se transformaron en acción y un hombre a bordo de una motocicleta de alto cilindraje llegó hasta su casa y disparó en dos ocasiones.
“El tipo viene en una de esas motos grandotas, se para frente y mira hacia los lados, luego me enfoca a mí y saca el arma y hace dos disparos al aire. Yo sentí morir”, explica Ruby.
Es la segunda vez que mira a la muerte de cerca; la primera fue el 11 de agosto de 2020 cuando recogió el cadáver de su hijo en ese cañaduzal, a unos dos kilómetros de su casa. El cuerpo de Jair estaba golpeado, con quemaduras de segundo grado, lesiones por arma blanca y disparos en el pecho y cabeza. Muy cerca, estaban los cadáveres de sus amigos con quienes había salido a jugar horas antes.
Es como si el alma de Ruby se hubiera quedado detenida en ese momento y ahora solo la mantiene en pie el deseo de justicia. “Yo estoy comprometida en saber qué pasó, quiénes son los verdaderos responsables y por qué lo hicieron. Lo que hice fue hacer una denuncia pública”, agrega.
Por esta masacre hay tres capturados, aún sin condena: Jefferson Marcial Ángulo, Juan Carlos Lozada y Gabriel Bejarano, dos de ellos, trabajadores de seguridad de la compañía Arquitectura, Ingeniería y Construcciones Aico Ltda., compañía que adelanta obras de reforzamiento del jarillón del río Cauca, dos kilómetros más adelante de donde ocurrieron los asesinatos.
Los tres aceptaron que participaron de los hechos porque supuestamente confundieron a los jóvenes con ladrones de caña. “Los muchachos eran inocentes, niños que no tenían nada que ver con nada, ni con nadie, se meten al cañaduzal y el Mono (Bejarano) los mató”, le dijo a la justicia Marcial Ángulo en la audiencia de imputación de cargos.
Sin embargo, para Rudy no hay dudas de que esta no es toda la verdad. Hacen falta piezas en el rompecabezas que determine la motivación de los tres detenidos para atentar contra las jóvenes.
En el día, Ruby no descansa: visita personas, se entrevista con investigadores, habla con los abogados que llevan el caso y, por su cuenta, ha ido allanando el camino que la conduzca a la verdad. Y en las noches, enciende todas las luces de la casa, las deja así durante la madrugada, y como puede duerme escasos minutos, luego retorna a la realidad. Las luces la acompañan en la agonía de su insomnio.
“Detrás de estas tres personas capturadas hay más. Hay muchos más. Queremos que haya justicia y no repetición, solo queremos vivir una vida tranquila como cualquier otro ser humano, aunque con esto que ha sucedido no hay tranquilidad. Pero al menos tendremos un poco más de paz sabiendo que ya cogieron y están pagando todas las personas que cometieron el crimen”.
No se muere dos veces
Ruby es una mujer valiente, de ojos color miel, piel canela y 1,58 de estatura. Siempre ha luchado: salió muy joven de Tumaco, Nariño, desplazada por la violencia y llegó a Cali en ceros y sin conocer a nadie. El Distrito de Aguablanca, una subregión urbana que agrupa más de 17 barrios, le abrió las puertas y allí hizo una vida. En 2013 inauguraron el barrio Llano Verde y fue beneficiada con una casa de 40 metros cuadrados, ladrillo limpio y dos pisos. Se mudó con sus siete hijos.
Llano Verde está en la esquina suroriental de Cali. Comprende 4.371 viviendas de interés social y tiene alrededor de 26.000 habitantes. En su mayoría se trata de afrodescendientes y desplazados. Las miradas son tímidas, desconfiadas, tristes. En la fachada del único colegio hay un mural de colores y una paloma de la paz en el ángulo derecho. También hay un pasacalle que dice “Llano Verde reclama justicia y dignidad”. A ese mensaje lo acompañan los rostros de Luis Fernando Montaño, Álvaro José Caicedo, Jair Cortés, Léider Cárdenas y Josmar Cruz.
Ruby ha caminado esas calles en búsqueda de la verdad. No se ha detenido ninguno de los 515 días posteriores a la masacre. No le importa morir, porque dice, con la firmeza de aquel que confía en el futuro, que no se puede morir dos veces. “A mí también me mataron ese 11 de agosto. Y no voy a descansar hasta cumplirle a mi niño”, dice.
La promesa es encontrar a los verdaderos culpables. A quienes, según ella, dieron la orden, a quienes, insiste Ruby, despachan detrás de un computador con las manos untadas de sangre. Y no quiere partir físicamente de este mundo hasta lograr lo que muchos consideran un imposible.
“Estoy totalmente en las manos de Dios, la verdad es que al Gobierno las vidas de nosotros, las personas humildes, no le importan en lo absoluto. Y más aún cuando somos afro, no es que nosotros nos sintamos menos, sino que es la realidad de lo que vivimos a diario”, denuncia Ruby, quien ahora ejerce procesos de liderazgo con jóvenes de Llano Verde.
Su trabajo es servir de bálsamo para aliviar las tristezas de quienes están envueltos de dolor. Llano Verde es parte de la Comuna 15, una de las tres localidades de Cali con los índices de homicidios más altos de la ciudad.
“Aquí vivimos un fenómeno de barreras invisibles. Es decir, estructuras criminales se pelean el territorio para el expendio de drogas y todo aquel que pase –sin permiso– de un lugar a otro es asesinado”, explica Erlendy Cuero, otras de las lideresas sociales de Llano Verde.
En medio de ese territorio hostil, Ruby deambula por la delgada línea del peligro, y, aunque ha tomado medidas preventivas improvisadas, tiene claro que de su territorio no se va, porque no le dará gusto a quienes la quieren ver callada y sumisa.
“Yo pido protección al Estado. Yo ahora vivo en dos lugares por cuestiones de seguridad. Acá tengo mis procesos y dejarlos sería darles a entender a ellos que sí estoy totalmente atemorizada con lo que están haciendo conmigo, pero por más que me intimiden yo no me voy a dejar. En el nombre de Dios seguiré luchando por mi niño. Seguiré en resistencia”, manifiesta Ruby.
Si la vida le alcanza, Ruby promete hallar a los culpables, así tenga que sacrificar su tranquilidad y dormir por el resto de sus días con las luces encendidas. “Nadie es más poderoso que Dios y él está conmigo”, dice.