Cuando quedó en libertad, la hermana Gloria Cecilia Narváez se enteró de la muerte de su madre, quien falleció el 21 de septiembre de 2020.
Cuando quedó en libertad, la hermana Gloria Cecilia Narváez se enteró de la muerte de su madre, quien falleció el 21 de septiembre de 2020.

Entrevista

La misión de la hermana Gloria Cecilia Narváez antes de su secuestro en África

Mucho se ha hablado de la monja colombiana que sobrevivió a Al Qaeda, pero muy poco de qué hacía ella en África.

21 de noviembre de 2021

La hermana Gloria Cecilia Narváez le describió a SEMANA escenas desgarradoras relacionadas con el contexto de natalidad que se vive en Mali, África. En medio del desierto, se ven mujeres embarazadas cargando en su cabeza platones pesados, con niños en su espalda y caminado bajo los rayos del sol. Muchas de ellas desconocen qué es un ginecólogo, nunca han ido a un control médico y, por ende, desconocen el tiempo exacto de su gestación. Así que, en medio del desierto, en condiciones insalubres nacen los bebés. Un porcentaje alto de estas mujeres mueren durante el parto, y el niño queda allí abandonado hasta que alguien llega a rescatarlo.

En muchas oportunidades ese alguien es el padre, un hombre que, acorde a la cultura, suele tener varias esposas. Los hijos de otra mujer ya fallecida siempre son bien recibidos. Las condiciones económicas no son las mejores y, por eso, se busca a alguien para que ayude a criar bebés. Esa, precisamente, era la misión de la hermana Gloria Cecilia Narváez. Ella llegó a Malí a ayudar a cuidar niños. “Hacemos las veces de mamás con las hermanas. Recibimos a los niños con un día de nacidos”, cuenta la hermana. Agrega que la misión de las hermanas Franciscanas de María Inmaculada no es convertir a los musulmanes en católicos, sino ayudar al prójimo sin importar sus creencias.

Vea la entrevista completa. La madre Narváez cuenta detalles inéditos y desgarradores de su cautiverio:

Las delegaciones de religiosas que llegan a ese lugar suelen estar preparadas en diferentes ámbitos. Hay monjas enfermeras, trabajadoras sociales, docentes -como el caso de Narváez- y preparadas en otras disciplinas. La noche del secuestro, 7 de febrero de 2017, las monjas tenían la puerta del garaje sin candado, porque en el lugar había una ambulancia y, para atender pronto las emergencias, dejaban todo con fácil acceso, tanto así, que cuatro hombres armados con machetes y fusiles ingresaron a la casa.

En el momento en que entraron los terroristas, las madres tenían cerca de 50 niños con edades de entre un día y dos años de edad. Eso aumentaba la angustia de la hermana Gloria Cecilia. Al principio, los yihadistas pidiendo euros y pertenencias, pero después pretendían llevarse a la monja más joven. Narváez lo impidió y se ofreció en su lugar.

Todo el tiempo la insultaron. Le decían que era un perro de iglesia, que la iban a matar por la religión que representaba. La Hermana asegura que nunca les dijo nada referente al tema, pues recordaba las palabras que durante más de 30 años de formación le inculcaron: “Callad para que Dios nos defienda. Dios no se deja ganar en generosidad, agarrarse fuerte de Dios”.

Asegura la religiosa que nunca, mientras realizó su misión en más de 7 años en Malí, intentó convertir a un musulmán en católico, incluso se la llevaban muy bien con ellos, porque llevaban a los niños para que periódicamente se reunieran con su familia de sangre y participaran de sus costumbres. En fechas especiales como el Ramadán las hermanas iban y participaban y los musulmanes también asistían a las fiestas de Navidad. Siempre fue una relación muy amena.

Pero durante el secuestro si recibió muchas humillaciones por parte de los extremistas. “Me escupían, me tiraban las cosas, pero yo jamás tuve una palabra para ellos. Además, yo siempre los respeté, respeté su religión”, dijo. Agregó, al borde de las lágrimas, que le daban de comer una tortilla descompuesta o agua con gasolina. La amarraban a palos, de manos y pies, bajo 45 grados centígrados y le decían que por ser un perro de iglesia la querían convertir en un cadáver.

Cada vez que ella escribía grande en la arena la palabra Dios con algún palo, para alabarlo y rogarle ayuda, ellos borraban con los pies y la insultaban. Como respuesta, ella simplemente oraba por el bienestar de sus captores y el del resto de secuestrados en el mundo entero.