MIGRACIÓN
La Parada, el barrio donde gobierna el caos
Así es la vida en un lugar a 15 minutos de Cúcuta, donde comercian cualquier cosa a cielo abierto, venden antibióticos en las calles y los criminales extorsionan incluso a los trocheros que cruzan el río Táchira.
“Yo tengo lomo, papi, déjeme probarme. Yo le llevo todo eso”, grita con insistencia un hombre moreno, alto y acuerpado, que se gana la vida transportando sobre sus hombros maletas y mercancías de un lado al otro de la frontera. Trabaja como trochero o carretillero, uno de los extraños oficios que abundan en la informalidad de La Parada, el primer barrio colombiano que encuentran los venezolanos al pasar por el puente internacional Simón Bolívar, en Villa del Rosario, Norte de Santander.
Este trochero, seguro de su fuerza, combina su petición con una mirada amenazante. Sabe que, como él, cientos de personas se pelean a diario por acarrear las mercancías de quienes quieren cruzar la frontera y llevar víveres a San Antonio del Táchira, en Venezuela.
En segundos, estos hombres y mujeres colombianos y venezolanos, que ofrecen sus servicios a toda hora, rodean los taxis, buses y autos particulares que van llegando a La Parada. Viven un día normal entre empujones y acuerdos tácitos, que generalmente ganan los más fuertes. Así, los trocheros se reparten los cargamentos.
Pero esa aparente normalidad es frágil. Basta con que alguno sienta que no respetan su turno o que lo miran mal para que se desate una riña de golpes y puñaladas. En medio de la confusión, la gente corre a resguardarse mientras la policía empieza a disparar perdigones para recuperar el control de una zona en la que el pie de fuerza no da abasto.
En las mismas 20 cuadras donde antes vivían unas 2.000 personas, hoy circulan a diario alrededor de 40.000, según estima la Alcaldía, La Parada, que está a solo 15 minutos de Cúcuta en carro, reúne todos los males: presencia de grupos armados organizados y delincuenciales que disputan el control de la zona, tráfico de drogas, explotación sexual y laboral, extorsión y contrabando. Hay quienes aseguran que, por las trochas, los vivos transitan de día y los muertos, de noche.
Espejo de zonas fronterizas
Los migrantes que atraviesan los atajos se encuentran al llegar a La Parada con un mercado a cielo abierto, cuyas calles parecen laberintos estrechos, enmarcados por toldos de comercio informal.
Todos intentan ofrecer algún producto o servicio y suelen anunciar a gritos las promociones del día. Ocho kilos de papa y ocho manzanas cuestan lo mismo: 5.000 pesos. Un par de metros más adelante los celulares usados se cotizan entre los 150.000 y los 200.000 pesos. Hasta los antibióticos y los anticonceptivos se consiguen en la calle.
Un barrio que recibe miles de migrantes pendulares esconde muchos peligros y refleja todos los males que afectan a las zonas fronterizas más congestionadas del país. Jorge Villamizar, defensor regional de Norte de Santander, asegura que en la zona el conflicto armado incluye enfrentamientos entre el ELN, el EPL y el reacomodamiento en el territorio de las disidencias de las Farc.
Los grupos ilegales se disputan el control territorial, la producción y el procesamiento de cultivos ilícitos, las rutas de narcóticos, las armas y el contrabando. Esto ha provocado desplazamientos, restricción en la movilidad, confinamientos y homicidios de excombatientes, líderes comunitarios y defensores de derechos humanos. En la mitad se encuentran los venezolanos.
“La policía –dice Villamizar– está allí y hace lo que puede. Son muchos los derechos que pueden ser violados en La Parada. Con el trabajo de la Defensoría logramos realizar un camino humanitario para que los niños que vienen de Venezuela a estudiar puedan hacerlo con seguridad, lo mismo para los menores de edad que tienen que hacerse tratamientos médicos. Pero hay muchas vulnerabilidades”.
Preservar la vida
Los migrantes venezolanos y los colombianos retornados que logran superar la extorsión de los colectivos en Venezuela llegan a un lugar donde pueden correr los mismos peligros. La Parada es una zona de altos decibeles, en la que los gritos de los comerciantes se mezclan con los pitos de los carros y la música que sale de los bares. Parece que la voz baja solo sirve para mencionar a las bandas criminales.
En efecto, generan pavor el Tren de Aragua, Los de La Frontera, la Línea, los Botadecaucho, los colectivos venezolanos, y en zonas aledañas el frente urbano Carlos Germán Velasco del ELN.
Según el coronel José Luis Palomino, comandante de la Policía Metropolitana de Cúcuta, entre 200 y 300 hombres patrullan la zona de lunes a viernes, y los fines de semana pueden llegar entre 500 y 600 policías.
El dinero es el mayor atractivo para los grupos armados organizados que operan en La Parada. Palomino asegura que los carreteros pueden ganar por trayecto 10.000 pesos y hacen varios al día. Además, los venezolanos que vienen a Colombia a recibir remesas, de 25 a 300 dólares en promedio, también manejan otros recursos. “Si hablamos de un promedio de 50 dólares, cada día se mueven 1.500 millones de pesos que reciben y gastan en Colombia para llevar a Venezuela”.
Un barrio humanitario
En el puente internacional funcionarios de la Acnur, la Cruz Roja, la Organización Panamericana de la Salud, la Unicef, el Consejo Noruego y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) trabajan de forma articulada. Allí vacunan a los niños, prestan atención en medicina general. Ofrecen un servicio de baterías sanitarias e hidratación, y orientan sobre las alternativas de regularización migratoria, entre otros.
Por lo menos diez instituciones destinan recursos para ayudar a la población de La Parada y trabajan diariamente, a pesar de las condiciones de inseguridad que viven en el barrio. Según la Cancillería, en 2018 ingresaron al país 179 millones de dólares para hacer frente al fenómeno migratorio. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) considera que, para 2019, Colombia necesitaría 315 millones de dólares para destinarlos a la atención. Hasta el momento solo se han financiado 197.
Tendencias
La situación de este pequeño barrio revela que no es lo mismo asistir migrantes con vocación de permanencia a los que solo vienen y van. La llamada migración pendular, un fenómeno complejo, requiere políticas diferenciadas. Por ejemplo, para reducir la informalidad, caldo de cultivo de la ilegalidad; para mejorar la sinergia de los cooperantes internacionales con el Estado y para fortalecer la infraestructura fronteriza. Todo ello con el objetivo de facilitar el trabajo de los actores institucionales que tienen la dura tarea de ordenar el caos.
La Parada tiene dos caras: la de la inseguridad y el peligro, y la humanitaria y de servicio, pero ambas piden auxilio.