Filantropía
Voluntarios con alas, el secreto mejor guardado del país
La Patrulla Aérea Civil Colombiana, una organización sin ánimo de lucro, lleva más de 50 años dedicada a prestar atención médica de calidad en los lugares más apartados del país. Aunque ha transformado miles de vidas, su labor aún es desconocida para muchos colombianos.
Después de esquivar el tráfico bogotano de las 6 de la mañana, en el frío amanecer de la sabana, 45 personas se reúnen en el Aeroclub de Colombia. Aunque cualquier observador podría pensar que se trata de un grupo de amigos listos para irse de paseo, la realidad es que se trata de un equipo conformado por profesionales de la salud y pilotos privados que se preparan a viajar a Puerto Gaitán, Meta, a realizar una brigada de salud como pocas veces ha visto ese pueblo. Ese grupo de personas que alistan sus morrales y se saludan con calidez son miembros de la PAC, y su objetivo es volar a donde más los necesitan.
Tras una hora de vuelo sobre el imponente y desbordado río Meta, la inmensidad del llano los recibió para continuar el viaje durante 40 minutos por carretera. En Puerto Gaitán los voluntarios acudieron al centro de salud que sería su lugar de trabajo durante día y medio. Centenares de personas aguardaban con ilusión la apertura de las puertas. Muchos madrugaron, pues el miedo a perder su turno los hizo salir temprano de casa para asegurar un buen lugar en la fila.
La PAC es una asociación de 71 pilotos privados que cuenta con más de 500 voluntarios de distintas áreas de la salud. Mensualmente realizan una brigada médica o medico quirúrgica, en la que atienden a cerca de 800 personas, realizan 1.200 consultas y alrededor de 150 procedimientos. Los pilotos prestan sus aviones y su tiempo al equipo médico para garantizar el desplazamiento, y los profesionales de la salud hacen verdaderos malabares en sus trabajos para viajar a atender a quienes los esperan.
El equipo logístico trabaja durante un mes para ultimar los detalles de cada una de estas jornadas. Una semana antes de la brigada Angélica Vélez, la directora médica, se desplaza a la zona para hacer el tamizaje de los pacientes y determinar quiénes necesitan cirugía y en qué especialidades. Mientras tanto, 2 toneladas de carga, entre equipos, instrumentos quirúrgicos y medicamentos, viajan desde Bogotá en camiones, cuando es posible llegar por vía terrestre, o en aviones de la Policía Nacional, cuando el acceso aéreo es la única opción.
En el hospital de Puerto Gaitán médicos, cirujanos, anestesiólogos y enfermeras se pusieron la camiseta para convertir un puesto de atención básico en un centro hospitalario de segundo nivel. Limpiaron, cargaron, organizaron y en un par de horas habilitaron los consultorios, 2 farmacias y 3 salas de cirugía: una para oftalmología, una para cirugía general y una más para ginecología, además de una sala de procedimientos para dermatología. Cuando el lugar estuvo listo, se ataviaron con sus uniformes y empezaron a recibir a los pacientes que esperaban ansiosos.
Afuera del hospital, bajo un par de carpas blancas o protegidas por la sombra de un árbol, las personas trataban de calmar la impaciencia. “¿Ya me llamaron? ¿Será que no escuché?” eran algunas de las preguntas más repetidas. En un pueblo al que nunca llegan los especialistas y donde la posibilidad de acceder a atención médica de calidad depende de la capacidad financiera, todos querían estar junto a la entrada para evitar cualquier posibilidad de perder el turno.
A las afueras del hospital, los pacientes revisaban los listados con los nombres de las personas que serían atendidas en la jornada. El orden estbaa dispuesto según la inscripción y la prioridad médica. Foto: Sara Camila Prada
Filomena Ulloa nunca dejó de sonreír, estaba feliz por la posibilidad de llevar a su madre para que recibiera la atención de un oftalmólogo y a su hermano para que lo operaran de una hernia. Ella y su familia se despertaron a las 3 de la mañana, pues querían conseguir un buen lugar para la espera. “La brigada es maravillosa, porque en este pueblo tan bonito hace falta un hospital y médicos que atiendan a las personas. Esto nos parece una cosa del otro mundo”, dijo Filomena a SEMANA.
Filomena Ulloa y su mamá estaban agradecidas a pesar de la larga espera. Foto: Sara Camila Prada
Los niños son uno de los grupos más beneficiados con el trabajo de la PAC. Victoria Andrade, una de las pediatras, ha convertido las visitas a sus pequeños pacientes en parte de su vida. “Ya me hacía falta mi brigada”, dijo al bajar del avión y cargarse su mochila llena de implementos para sus consultas. Para la doctora Andrade: “Pertenecer a la PAC es una bendición. Es el espacio para dar un poquito de mi tiempo, mi conocimiento y mi dedicación a personas que realmente lo necesitan”.
Minutos después de abrirse las puertas de los consultorios ya había docenas de madres con sus hijos. Algunas cargaban a sus bebés para calmar el llanto, otras les daban agua para lidiar con el calor, y una más le cantaba a su pequeña Los Pollitos y esta la miraba embelesada con una gran sonrisa.
En el clima bipolar de Puerto Gaitán, en donde el sol y la lluvia se turnaban sin compás alguno, Gina Paola y su hija de un año esperaron pacientes. Por momentos la dejaba en el coche para ir a la puerta y preguntar si ya era su turno. “Es la primera vez que la atiende el pediatra”, aseguró Gina a SEMANA, mientras consentía a su pequeña y comprobaba una vez más que aún no la habían llamado.
La labor de la PAC cambia vidas. Para los pacientes de la tercera edad, por ejemplo, una cirugía de cataratas no solo les devuelve la visión, sino que los protege del riesgo de sufrir accidentes y les regresa la independencia para moverse. Pedro Tejada llegó con esa ilusión de la mano de su esposa. En menos de una semana fue valorado y atendido para recuperar su vista. Un largo camino que a través de su EPS no pudo completar, porque siempre le faltaba un documento, la agenda estaba llena o no tenía los 30.000 pesos que cuesta un pasaje en bus a Villavicencio, donde se encuentran los especialistas. “Esto es muy bueno, lo único malo es que hay que hacer mucha cola”, dijo Pedro mientras se refugiaba en una carpa para huir del sofocante calor de la tarde.
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Pedro Tejada espera junto a su esposa el llamado de los médicos. Foto: Sara Camila Prada
En estas brigadas se comprueba la importancia y la necesidad de muchos procedimientos que en ciudades capitales e intermedias parecen simples. “Que mi Dios los bendiga y los llene de mucha sabiduría para que sigan haciendo esto más seguido”, repetía Filomena mientras agradecía la presencia de los médicos.
Además de felicidad, una intervención oportuna les devuelve a los pacientes su capacidad productiva. En regiones apartadas, donde el trabajo en el campo muchas veces es la única fuente de sustento, un problema de salud afecta a núcleos familiares completos. Jorge Parra llevaba 4 años con el padecimiento de una hernia. Intentó tratarla pero la cantidad de trámites que le exigían lo hicieron desistir. “En mi familia todos están muy contentos porque ese dolor me ha molestado estos días, y ya no podía montar en moto ni trabajar casi”, dijo Jorge vestido con su bata de cirugía, en la recta final de su espera.
Jorge Parra tuvo una intervención exitosa. Ahora se recupera junto a su familia. Foto: Sara Camila Prada
Las cirugías oftalmológicas son procedimientos con rápidos efectos. Foto: Sara Camila Prada
Ni los pilotos ni los médicos cobran por los servicios que prestan. Su recompensa es la satisfacción que sienten cuando reciben las bendiciones de un anciano de blanca cabellera y paso lento que vuelve a ver, la sonrisa de una futura madre que se entera del sexo de su hijo a través de una ecografía o la alegría de un padre que vuelve a pescar para alimentar a su familia después de un procedimiento de no más de 20 minutos.
Gloria Muñoz es auxiliar de enfermería y lleva 18 años en la PAC. Llegó gracias a su esposo, un ingeniero bioquímico que era parte del equipo y un día la invitó a participar. Desde entonces, han viajado juntos a casi todas las brigadas y han animado a amigos y colegas a vincularse a este voluntariado médico, el más grande de Colombia y uno de los más grandes de Latinoamérica.
Ella se ha convertido en una experta para negociar sus turnos en la clínica donde trabaja en Bogotá, y sus 3 hijos y 3 nietos también han aprendido a convivir con los viajes mensuales que realiza a regiones desconocidas. “Para venir aquí todos hacemos esfuerzos con mucho amor. Yo me siento muy satisfecha por esta labor”, dijo Gloria mientras almorzaba de prisa antes de comenzar a atender.
Gloria Muñoz es un referente dentro del equipo de voluntarios, pues guarda la memoria casi dos décadas de trabajo de la PAC. Foto: Sara Camila Prada
En la PAC no importa si alguien trabaja en una clínica privada, en un hospital público, si es un practicante o si lleva varias décadas de experiencia. “Somos una familia, venimos con el mismo fin y todos colaboramos de la mejor manera”, aseguró Gloria.
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Los pilotos son un eslabón clave para el funcionamiento de las brigadas. Juan Carlos Lenz, el presidente de la PAC, desde muy joven acompañó la labor de su padre al servicio del equipo médico y se enamoró de lo que hacían. Hoy está entregado a esa misión y la describe como su realización personal y profesional. La gran satisfacción que le ha dejado este proyecto es: “Innovar en el modelo de atención rural en salud al llevar a los especialistas a los sitios más difíciles”. Igual que sus compañeros, el capitán Lenz siempre lleva el escudo de la PAC en su solapa, listo para volar a donde sea necesario.
En 2017, y como reconocimiento a su labor, la PAC fue galardonada con el Premio Rey de España a los Derechos Humanos. Foto: Cortesía PAC
Al alzar vuelo para regresar a Bogotá, la PAC empezó a prepararse para su próximo destino. “Llegamos a donde nadie más llega, por eso nos han dicho que somos el secreto mejor guardado de Colombia”, dijo a SEMANA Pamela Estrada, gerente general de la Patrulla Aérea Civil Colombiana. Un secreto que merece ser revelado.