“Vendettas”, “despotismo”, “clientelismo”, “oposición rabiosa”, “fuerzas oscuras”. En las últimas semanas, la Alcaldía de Gustavo Petro y el Concejo de Bogotá andan jugando un peligroso ping-pong retórico. Hay un bombardeo permanente de acusaciones, calificativos, palabras de grueso calibre, que tienen las relaciones entre las dos instituciones en su punto más bajo y a la ciudad condenada a un pavoroso inmovilismo.
El conflicto entre la oposición mayoritaria en el Concejo y el Palacio de Liévano lleva ya más de dos años, pero ahora la ofensiva pasó a una nueva fase. El secretario de Gobierno Hugo Zárrate, que renunció el martes, denunció penalmente por tráfico de influencias a varios concejales, cuyos nombres se reservó. Entretanto en el Concejo naufragaron tres de los cuatro proyectos que presentó la administración en este periodo, entre ellos varios acuerdos clave como la creación de la empresa para el metro o la modernización tributaria.
Para el alcalde hay una intención política de bloquear todo lo que él proponga. Eso dice Antonio Sanguino, concejal del Partido Alianza Verde: “El común denominador fue el de una oposición antipetrista irracional. Se tumbaron cosas absolutamente pertinentes y útiles. No se trata de votar sí a todo lo que viene de la Alcaldía pero un sector mayoritario se encegueció. Fue un periodo completamente perdido, se siente uno como en una bicicleta estática”.
Y la Alcaldía tiene en parte razón. En septiembre el Concejo hundió el proyecto de vigencias futuras para los colegios en concesión, una iniciativa que sobre el papel tenía el apoyo de la bancada mayoritaria pero que se cayó cuando Petro decidió apoyarla. Aún más absurdo fue lo que pasó con un proyecto del Distrito para no fomentar las corridas. La bancada animalista, que cuenta con varios concejales de oposición, terminó tumbando la iniciativa de la Alcaldía, así esta fuera una bandera que supuestamente defendían. Y es que en momentos en los que la popularidad de Petro vuelve a caer, muchos piensan que darle duro al alcalde les va a dar réditos políticos.
Pero claro, el alcalde tampoco ayuda. En sus tres años de gestión, cerca de 25 altos funcionarios han renunciado y cinco secretarios han pasado por la cartera de Gobierno, que debería liderar las relaciones entre la Alcaldía y el cabildo. Algunos dicen además que los proyectos de acuerdo del Distrito no están bien planeados. La concejal Diana Rodríguez de la Alianza Verde y cercana al petrismo, explicó que “el alcalde se equivoca con la lectura que hace del Concejo. Deja a sus secretarios solos, presentan proyectos sin apoyo. Y muchas veces esperan hasta última hora para introducirlos. Se siente una ausencia de estrategia por parte del alcalde”.
Para Miguel Uribe, presidente del Concejo, “el alcalde es arbitrario y actúa como un déspota, como lo reconocen algunos de sus más allegados colaboradores. Mientras no acepte propuestas, ridiculice las denuncias y no reconozca sus errores, será prácticamente imposible llegar a esos consensos”.
Y eso es grave, pues mientras los dos bandos hacen cálculos políticos y se enredan en una guerra de trincheras donde nadie avanza, Bogotá se desangra. Esta semana se posesionó Gloria Flórez como nueva secretaria de Gobierno y prometió renovar el diálogo con el Concejo. Ojalá así sea, pues según la encuesta de ‘¿Bogotá cómo vamos?’ la imagen negativa del Concejo alcanza el 68 por ciento mientras que la de Petro el 44 por ciento. Calificaciones pésimas que deberían despertar a toda la clase política de la capital y hacerlos actuar con urgencia, pues por ahora sus riñas lo único que hacen es profundizar esa sensación de que Bogotá está hoy, más que nunca, al garete.