REPORTAJE
La pesadilla de Kingston: un relato sobre el infierno en la frontera entre Colombia y Panamá
Miles de haitianos esperanzados en mejorar su vida se encuentran con un verdadero infierno en el cruce entre Colombia y Panamá. SEMANA cuenta la pesadilla de Kingston, una historia que retrata la de cientos de migrantes.
En medio de la tenebrosa oscuridad y el rugir del mar, Kingston y su familia haitiana escribieron una de las historias más lúgubres que pueden contar los migrantes haitianos que pasan por Colombia pretendiendo cruzar a Panamá para llegar a Estados Unidos. Eran las dos de la mañana del 11 de octubre, y ahí estaba él, sobre una lancha que se hundía en el mar, tratando de sostener a su esposa de 27 años y oprimiendo el pecho de su hija de 4. Había tragado mucha agua cuando la lancha se volteó.
De repente de la boca de la niña salió agua, abrió los ojos y le dijo: “¿Papá, está lloviendo?, ¿por qué hay tanta agua?”, esas son las últimas palabras que recuerda Kingston de su hija porque mientras la tenía en los brazos, más de 27 pasajeros que también naufragaron intentaban subirse a la embarcación, pero en el intento la voltearon de nuevo y Kelly se le escapó de las manos.
A Kingston también lo acompañaba su hermano de 28 años. Los tres empezaron a buscar a la niña, pero ninguno sabía nadar, tampoco llevaban salvavidas, la empresa que los transportó les cobró 350 dólares a cada uno. No les proporcionó un chaleco que los ayudara en caso de una emergencia. La madre de la niña empezó a gritar, lo que les dio ventaja a las olas para que la consumieran.
Frustrados, Kingston y su hermano seguían luchando por sobrevivir. Veían personas que se habían golpeado, sangraban y temían que los tiburones se acercaran. La batalla para el hermano de Kingston fue más corta, a las pocas horas del naufragio murió ahogado. La gente vomitaba, lloraba y gritaba, cuenta Kingston, quien perdió a toda su familia. De nueve haitianos que iban en esa embarcación solo se salvaron dos.
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El instinto de supervivencia lo llevó a actuar cómo nunca imaginó. Un amigo que viajaba con él había comprado un chaleco salvavidas y lo llevaba puesto, pero murió, así que nadó hasta donde estaba el cuerpo y se lo quitó para ponérselo. Vio amanecer, el cansancio lo venció y se quedó dormido con el vaivén de las olas. Cuenta que soñó con una voz diciéndole que Dios enviaría una embarcación para salvarlo.
Veinte horas después del naufragio eso fue lo que sucedió. Un cubano se encontró con un pescador y le dijo que había más de 20 personas en el mar y necesitaban ayuda. El drama de Kingston es solo uno de tantos que viven los migrantes haitianos, la mayoría de ellos no salen de su país de origen, sino de otros de Latinoamérica a donde llegaron primero a golpear puertas, buscando oportunidades laborales.
Peterson, otro haitiano, viaja con un grupo en el que hay niños de 3 y 5 años. Dice que les teme más a los delincuentes que salen en el Tapón del Darién que a morir en la selva. Amigos que han logrado cruzar aseguran que en Panamá hay grupos delincuenciales esperándolos para robarlos y abusar sexualmente de mujeres y niños.
Se estima que más de 18.000 migrantes llegaron a Panamá desde Colombia en junio de este año, siendo el pico más alto, pese a la temporada de lluvia, que hace más peligrosa la ruta. Según las autoridades panameñas, alrededor de 50 personas han muerto en la travesía. Los pobladores aseguran que no hay un control migratorio riguroso y que muchos viajan ilegalmente de noche, así que la cifra de muertos y desaparecidos puede quedar en subregistros.
A Kingston le informaron que el cuerpo de su esposa fue recuperado y será sepultado en Capurganá, el de su hermano no aparece y un pesquero informó la mañana de este viernes que cazó a un pez que tenía en la boca los restos del brazo de “una niña morena”, por lo que están a la espera de confirmar la información y determinar si pertenece a Kelly o es de otra de las niñas que fallecieron en el naufragio. “Pido ayuda para viajar a Panamá, no tengo fuerza ni dinero para continuar”, dijo el hombre al que las fronteras le arrebataron su vida.