NACIÓN
La Polombia de Duque
Hoy las mentiras de Duque no se justifican con dogmas del pasado porque ya nos liberamos de sus miedos. Mucho menos sus salidas del forro con tufillo racista como la que tuvo con la minga indígena.
¿En dónde queda Polombia? En la mente del presidente que se la inventó. Porque en la Colombia real las cosas suceden de manera distinta. En la medida en que este Gobierno se radicaliza y va mostrando su tinte autoritario crece en el país el repudio por el despotismo y el abuso de poder.
En otras palabras: ya no les comemos cuento a los uribistas, ni al que puso Uribe porque, a pesar de todo, este país cambió. No somos Polombia, somos Colombia. Hoy las mentiras de Duque no se justifican con dogmas del pasado porque ya nos liberamos de sus miedos. Mucho menos sus salidas del forro con tufillo racista como la que tuvo con la minga indígena. Ese desprecio con que los trató le sirvió para ganar adeptos en el selecto mundillo uribista donde los indígenas no se merecen nada porque son unos vagos que tienen demasiado. Pero en el país que cree en el derecho de las minorías y que respeta las diferencias, esta actitud de Duque es repudiable por lo racista y demuestra su incapacidad por pasar la página de la exclusión.
También le salió mal su intento por estigmatizar y por deslegitimar sus protestas diciendo que detrás de la minga estaban las disidencias de las Farc y el ELN. Los indígenas le demostraron con la forma en que marcharon que eso era falso y se devolvieron al Cauca con su dignidad intacta, mientras que Duque perdió la poca que tenía. El presidente no solo despreció a los indígenas sino a los afros. Creyó que si iba al Chocó y se paseaba diez minutos por Quibdó convencería al país de que a él le importaban las minorías. Se equivocó de nuevo porque su visita-show produjo la indignación hasta de un soldado que lo escoltó.
Lo mismo ha sucedido con la población LGBTI y los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Este presidente nos quiere devolver a la caverna por cuenta de Alejandro Ordóñez, su embajador ante la OEA. Él acaba de introducir una proposición en la Asamblea General que busca incorporar el tema de la ideología de género, la cantaleta que él utilizó para meterles miedo a los colombianos en el plebiscito y decir que el acuerdo le abría las puertas al homosexualismo porque reconocía los derechos de la población LGBTI.
Hasta en eso les falta libreto: nos quieren devolver a la Colombia del plebiscito y de paso cargarse a la propia OEA. Pero repito: no saben que el país cambió y que las mujeres no vamos a dejar que nos devuelvan al pasado simplemente porque nos quieren imponer el mismo discurso de exclusión y negacionismo. No saben que las mujeres de las nuevas generaciones no son como Marta Lucía Ramírez, una mujer que llegó al poder para repetir la vieja letra de los patrones patriarcales. Las mujeres que hoy tienen voz creen en sus derechos y no les temen enfrentarse a los vestigios de una sociedad machista.
También sucede lo mismo en el tema ambiental. Duque se declaró ante la ONU como el defensor del medioambiente y se presentó como el gran propulsor del acuerdo de Escazú. Sin embargo hoy su partido, el Centro Democrático, no lo quiere aprobar. Su preocupación por el medioambiente es tan falsa como las cifras que da sobre los asesinatos y masacres que ha habido en su Gobierno. En estos dos años la selva se está deforestando, amenazada por un proyecto de expansión ganadera impulsado por todos los políticos que votaron por él.
Pero no solo este Gobierno se ha vuelto racista, machista y despótico, también es el que más le ha jalado a la mermelada. La criticó cuando la daba Santos, pero de presidente terminó superándolo. A punta de mermelada es que logró hacerse al Congreso y gracias a esa dosis de azúcar consiguió incluso que los congresistas pisotearan la Constitución con el propósito de sabotear un debate de moción de censura que tenía previsto el senador Jorge Enrique Robledo contra el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo. Duque ya no se acuerda de la mermelada, pero está empalagado con ella. Y el hecho de que no la mencionen no significa que el país no la reconozca. Este sí que es un Gobierno de enmermelados.
La diferencia con el de Santos es que Juan Manuel la repartió para que le aprobaran el acuerdo de paz, Duque y Uribe la están repartiendo para armar la coalición con el propósito de retener a toda costa el poder en las próximas elecciones presidenciales. Ya tienen procuradora, registrador, defensor del pueblo y un fiscal de bolsillo dedicado a meter presos a los agentes de la Dijín que destaparon la Ñeñepolítica y que anda en la tarea de socavar los testigos en contra del expresidente Álvaro Uribe.
Duque le habla al país desde un mundo que no existe. Ese mundo se llama Polombia, como lo bautizó él mismo. En Polombia hay una ficción que el uribismo quiere volver realidad, pero en Colombia no les comemos ya cuento.