Amazonas
La sangrienta huella del caucho, un siglo de violencia contra los indígenas amazónicos en Colombia
Recientemente, una misión gubernamental viajó en avión privado a la zona para pedir perdón a los pueblos originarios por lo que ha sido calificado como “genocidio” por parte de la Casa de Nariño.
En medio de la Amazonía colombiana se erige un caserío donde una escuela de madera guarda la memoria del “genocidio del caucho”, perpetrado hace más de un siglo contra los indígenas, quienes hoy denuncian nuevas amenazas.
Luzmila Riecoche, una huitoto de 73 años, descendiente de los pocos supervivientes, expresa con pesar: “La Casa Arana es un dolor para nosotros, una tristeza al mirar los calabozos donde nuestros abuelos fallecieron”, relata a la AFP.
La ubicación en La Chorrera (sur) convierte a esta humilde morada en testigo de los horrores infligidos por los caucheros, quienes esclavizaron, torturaron y asesinaron a miles de indígenas durante la fiebre del caucho que dominó entre finales del siglo XIX e inicios del XX.
Recientemente, una misión gubernamental viajó en avión privado a la zona para pedir perdón a los pueblos originarios por lo que ha sido calificado como “genocidio” por la Casa de Nariño.
“Estas selvas, estos ríos... están llenos de cadáveres, sembrados de una injusta relación que tuvo el mundo colonial a finales del siglo XIX con la industria extractivista”, comenta Juan David Correa, ministro de la Cultura, en el marco de la disculpa oficial.
La llegada del Gobierno es recibida con danzas junto a la cuenca del río Igara Paraná, ubicado a por lo menos dos semanas de recorrido en lancha desde Leticia, la ciudad más cercana en la triple frontera con Brasil y Perú.
La industria del caucho casi exterminó a los pueblos Huitoto, Bora, Munaire y Ocaina, con al menos 60.000 asesinatos, según cifras oficiales, aunque algunos historiadores elevan la cifra hasta 100.000.
Décadas después, los indígenas denuncian seguir siendo víctimas de violencia, esta vez por parte de narcotraficantes, ganaderos, terratenientes, madereros y guerrilleros que se ocultan de las autoridades bajo la espesa selva.
Las paredes de la Casa Arana cuentan la historia de sangre a través de murales diseñados por los propios indígenas, retratando escenas de atrocidades perpetradas por los colonos.
Aunque el fin de la explotación del caucho no trajo paz completa a las comunidades indígenas de la Amazonía, la escasa presencia estatal abrió la puerta a nuevos colonos que buscan apoderarse de la inmensa riqueza natural, a costa de los pueblos originarios.
“Naciones Unidas alertó en marzo que 71 pueblos indígenas, varios de ellos amazónicos, están en riesgo de extinción física o cultural en Colombia, donde al menos 310.000 aborígenes son víctimas del conflicto armado que inició hace 60 años“, subraya Correa.
Hacia finales del siglo XIX, la Casa Arana era propiedad del empresario y político peruano Julio César Arana, donde los colonos se instalaron para satisfacer la demanda de neumáticos, principalmente en Reino Unido y Estados Unidos, bajo un régimen de horror documentado en crónicas de la época.
Walter Hardenburg, un ingeniero estadounidense que trabajaba en la construcción de ferrocarriles a comienzos del siglo XX, describió en su libro El paraíso del diablo los horrores infligidos a los indígenas: desde trabajos forzados hasta torturas inimaginables.
“Cuando los caucheros se fueron, quedaron unos cinco ancianitos del lado colombiano y otros pocos más huyeron hacia Perú”, relata Benito Teteye, un bora de 78 años. “Los que quedamos por acá fue porque mi abuelo se escondió, cruzó este río. Hoy en día ya nos estamos multiplicando”, añade el indígena.
La Casa Arana se ha transformado en una escuela pública rodeada de canchas de fútbol y baloncesto, representando un nuevo capítulo en la historia del lugar.
Familias enteras desaparecieron por prácticas macabras narradas hace exactamente 100 años en la novela “La Vorágine”, de José Eustasio Rivera, una obra clásica de la literatura colombiana.
Estas atrocidades también inspiraron la película “El Abrazo de la Serpiente”, de Ciro Guerra, nominada a mejor obra extranjera en los Premios Óscar de 2016, que retrata la lucha de un indígena tras 40 años de abusos.
“La sociedad occidental se tiene que preguntar qué fue y qué es lo que seguimos haciendo como humanidad, creyendo que los recursos naturales son ilimitados”, reflexiona Correa.
El gobierno izquierdista de Gustavo Petro apuesta por el cuidado del medio ambiente y un modelo de producción agrícola, mientras que en 2012 el entonces mandatario y nobel de paz, Juan Manuel Santos, reconoció la culpa del Estado colombiano en una carta.
Con información de AFP*