¿La segunda ola populista?
La llegada de 'Lula' al Brasil y Lucio en Ecuador, unidos a Chávez en Venezuela, hacen pensar que América Latina está de regreso a un neopopulismo. ¿Es eso cierto?
Los triunfos de Luiz Inacio 'Lula' en el Brasil y de Lucio Gutiérrez en el Ecuador han hecho pensar a muchos que América Latina está de regreso a un neopopulismo. Pero para ser sinceros, aún no lo sabemos. Para que lo sea se necesitaría de altos grados de independencia de sus gobernantes frente al FMI y al Banco Mundial. Altos grados de imaginación creativa y de autonomías internas y externas serían necesarias. El neopopulismo significaría volver sobre el desarrollo nacional, en las condiciones severas de una economía globalizada y monopolista, en medio de economías nacionales empobrecidas, de la clase media acosada y de un crecimiento de la pobreza y del desempleo sin precedentes.
En su momento, al populismo en América Latina le correspondió la construcción de la sociedad moderna, esa manera ambigua de denominar el mundo del capitalismo, lo que significaba incorporar a amplias masas de la población marginada a un juego social competente y digno. Fue un proceso de casi todo el siglo. En algunos países como México se alcanzó gracias al desamarre de las estructuras del siglo XIX que permitió la revolución mexicana (1910-1917). En otros países como Brasil y Argentina los gobiernos de Getulio Vargas (1930-1945; 1951-1954) y Juan Domingo Perón (1946-1955) respectivamente, pusieron a sus países a tono con la construcción del Estado de Bienestar. Una dramática revolución en Bolivia ocurrida entre 1952 y 1964 transformó por completo la fisonomía del viejo país y en mucho contribuyeron a construir ese Estado los gobiernos peruanos de Fernando Belaúnde Terry y Juan Velasco Alvarado en el Perú.
¿Pueden regresar?
Contrario a lo que ocurre hoy, esta primera generación de populistas contó con riquezas acumuladas. Sus líderes estuvieron a tono con las estéticas políticas de su tiempo. Se trataba de dirigentes altamente calificados en la ciencia política, la economía y el derecho de su tiempo; fueron capaces de equilibrar los poderes y de sintetizar las idiosincrasias nacionales.
Para que vivamos otra generación populista se necesitaría volver al Estado-Nación. Y para esto deberá contarse con líderes de la talla de quienes dirigieron ese proceso en la anterior etapa. ¿Tiene América Latina ese liderazgo?. Equivocadamente se han tildado de neopopulistas a los regímenes de Fujimori en el Perú y de Menem en la Argentina, lo que es un contrasentido puesto que fueron precisamente los impulsores del neoliberalismo en sus países.
Los dos gobernantes que se posesionarán a comienzos de 2003 en Ecuador y Brasil tienen en su contra el espejo de Venezuela. Chávez, que sería sí un modelo neopopulista, quiso implantar a la fuerza un régimen muy alejado ya de la idiosincrasia del pueblo venezolano. Sin talento y sin experiencia, el presidente de la 'República Bolivariana' se desvive de error en error y pone en evidencia su odio hacia los ricos en un permanente desgaste. Desde que amanece hasta que anochece el controvertido presidente insiste en polarizar la sociedad venezolana. No se puede implantar un régimen nuevo, hoy día, cuando por lo menos medio país está en contra.
La estética del régimen de Chávez les indica a 'Lula' y a Gutiérrez que ese no es el camino por seguir. El nuevo presidente brasileño viene de una extensa e intensa experiencia política, con un partido moderno constituido y fogueado de larga data que tiene sus raíces en el trabalhismo de Getulio Vargas y de sus sucesores. Hay una cultura política a su favor y una conciencia nacional del fracaso del neoliberalismo. No son estas las credenciales del futuro gobernante ecuatoriano, por eso tocaría esperar y esperanzarse en que no se repita en el Ecuador el fenómeno Chávez.
Y Uribe qué
En este contexto, el de un neopopulismo que parecería levantarse de las ruinas en las condiciones adversas de la globalización y del recrudecimiento de los problemas sociales en todo el continente, el caso de Colombia es especial. El presidente Alvaro Uribe Vélez es ajeno a todo populismo salvo el de la retórica, las formas y la demagogia. Abiertamente pronorteamericano ha llegado al poder para acelerar el proceso de neoliberalización iniciado por César Gaviria en los comienzos de la década de los 90. Es decir, a darle la última estocada al poco Estado de Bienestar que se conquistó en el país.
Al contrario de lo que se espera de Brasil y Ecuador, el gobierno colombiano no rectificará los caminos señalados por el FMI y el Banco Mundial, y así como no se intentó un populismo sostenido a lo largo del siglo XX, menos se podrá esperar que los nuevos tecnócratas en el poder aventuren el neopopulismo. Justamente el gobierno explotará el sentimiento de orgullo que manifiestan los teóricos del establecimiento en el sentido de que el país no es, ni ha sido terreno fértil para los populismos. El presidente seguirá amarrado a la coyunda del bipartidismo, esta vez ataviado con la investidura de cruzado por la paz contra el terrorismo y el narcotráfico.
Al parecer, las reformas impulsadas por el gobierno de Uribe e impuestas por la banca multilateral amenazan los logros obtenidos por décadas de lucha, van en contra del Estado de Bienestar que fue una tarea lenta y dramática realizada por entregas por el liberalismo desde los años 30, el gobierno de las fuerzas armadas de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957) y que culmina con las reformas del gobierno bipartidista de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) que recogió los postulados del populismo del MRL y parte de las reivindicaciones de movimientos de oposición como la Alianza Nacional Popular (Anapo).
Pero a diferencia del resto de países latinoamericanos donde le correspondió al populismo la reforma del Estado y de la sociedad, en Colombia las transformaciones no estuvieron a la altura de las exigencias históricas. Las reformas resultaron tímidas y en su mayoría fueron pospuestas. Un número ínfimo de campesinos recibió la tierra, pocos desplazados fueron cooptados por la industria, no se diversificó el sistema político, sino que por el contrario el bipartidismo operó como una máquina demoledora de las corrientes políticas adversas; la colonización no despegó, las Fuerzas Armadas no se democratizaron, la carrera administrativa quedó en veremos y las universidades públicas no abrieron sus puertas a la mayoría de la juventud pobre que aspiraba a educación superior.
Así, Colombia se constituyó en un país ajeno al populismo, al reformismo radical, a la ampliación de la participación popular en los asuntos del Estado. El país se acostumbró a vivir la irregularidad de la injusticia y lo privado como formas normales de sobrevivir. Los colombianos aprendieron a aceptar la exclusión. Poquísimos ciudadanos fueron integrados a los goces de una sociedad que los margina y desconoce. Sin reconocer en el Estado el tutor del desarrollo y la referencia de la identidad nacional, los colombianos decidieron construir sus vidas a pulso. La universidad nunca fue popular, tampoco lo fueron las demás instituciones del Estado. La insensibilidad social de las élites dirigentes, su poco talento como estadistas, su propensión a favorecer reducidos grupos bajo la mampara del bipartidismo desconociendo grandes intereses nacionales produjo el país bárbaro en el que vivimos.
Paradójicamente, aunque la Constitución de 1991 significó avances en la legitimación de una democracia política participativa, en lo económico y en lo social la estrategia de los nuevos gobernantes fue desmontar el poco Estado social conseguido con creces.
Los nuevos ideólogos del Estado colombiano, izquierdistas de otros tiempos, le señalan al populismo latinoamericano los fracasos en el manejo económico. A lo mejor tengan alguna razón. Pero ignoran lo que ese sistema permitió, durante cierto tiempo: estabilidad y gobernabilidad política, desarrollo de infraestructuras locales, fortalecimiento de las identidades nacionales, ampliación de la cobertura de la educación, diversificación del sistema político y sobre todo bienestar, etc. El sistema político, social y económico que sustituye el populismo, el neoliberalismo, que barre el Estado-Nación que jalonó el populismo latinoamericano, de manera mucho más rápida que el sistema anterior, muestra resultados más precarios que el primero.