NACIÓN
La sorprendente carta de Laureano Gómez sobre la pandemia de 1918 en Bogotá
Son múltiples las coincidencias con la situación que está viviendo el país un siglo después. "Empezó a morir gente de repente en la calle, especialmente entre los obreros", relata.
"Aquí hay de nuevo una epidemia de grippa que tiene alarmada la ciudad. Por lo pronto tiene paralizada la vida; la oficinas están casi todas cerradas; los colegios lo mismo; se han suspendido los exámenes hasta en las facultades; se han ordenado cerrar teatros y cines y por las calles no se encuentra un alma de noche".
Estas líneas, que podrían sonar a una descripción de la Bogotá de hoy, en tiempos del coronavirus, tiene un poco más de un siglo y la escribió el ingeniero Laureano Gómez, quien en 1950 se convirtió en presidente de Colombia y fue derrocado tres años después.
En 1918, Gómez ya era un político importante dentro del conservatismo y alcanzó una figuración especial tres años más tarde al provocar la renuncia del presidente Marco Fidel Suárez, conservador como él, por la "indignidad" de pignorarle (venderle) el sueldo a un banco.
Las frases de Gómez están consignadas en una carta que le escribió el 24 de octubre de aquel año a su amigo José Arturo Andrade, residente en ese entonces en el archipiélago de San Andrés.No solo eran tiempos de la primera guerra mundial sino de la pandemia conocida como la gripa española, que cobró la vida de 50 millones de personas en todo el mundo en un periodo de un año.
El texto, que por razones obvias gana relevancia en estos momentos, sigue con frases como estas: "Al principio fue una cosa de risa: Todo el mundo estornudando. Pero luego empezó una forma que llaman cerebral y empezó a morir gente de repente en la calle, especialmente entre los obreros. El pánico ha ido creciendo".
carta Laureano Go´mez a Jose´ Arturo Andrade octubre 24 de 1918 by Camilo Andres Jaimes Osorio on Scribd
Laureano Gómez no habla del colapso de los hospitales, tan temido ahora, sino de los servicios funerarios en la ciudad de 100 mil habitantes que era Bogotá en 1918. "Los entierros pasan continuamente. El problema se ha agravado porque los sepultureros unos están enfermos, otros se han muerto en el oficio, no se consigue quién quiera hacerse cargo de él y según dicen, hay momentos en que más de cien cadáveres esperan, regados en los corredores de las bóvedas, que los pongan bajo la tierra. Por de contado, nadie quiere ir al Cementerio y los entierros, aun de los de personas notables, van sin acompañantes".
A continuación, Gómez le hace a su amigo una enumeración precisamente de algunos de esos notables fallecidos. Comienza por nombres como el del senador antioqueño Manuel José Soto y termina con "el Pote Camacho", hijo de un hombre de la élite empresarial y política de entonces, Nemesio Camacho, muy conocido por todos los colombianos por el estadio El Campín, construido en terrenos que su familia donó años después.
También, el autor de la carta anota algo que se vio recientemente en Guayaquil y puede verse en cualquier otra ciudad latinoamericana, y es la muerte de "mucha gente pobre que cae fulminada en las calles".
En ese entonces, como ahora, el brote se concentró en Bogotá. "Por lo que dicen los periódicos, la epidemia es universal, aunque en el resto del país no se conoce", dice Gómez, quien hace allí referencia a tres muertos colombianos en EE. UU., donde la epidemia tuvo proporciones mucho mayores, e incluye entre ellos a "Gabriel Suárez O., el hijo de D. Marco". Se refiere al hijo del recién posesionado presidente de la República, quien -según las crónicas de la época- se encontraba "perfeccionado sus estudios de mecánica en Pittsburg".
"Ya ves que cada año tenemos la visita de alguna calamidad pública -continua Gómez-. La de este año ha causado más víctimas que los temblores". El 31 de agosto de 1917, un terremoto había dejado algunos muertos, casas destruidas y edificios e iglesias agrietadas en Bogotá. El 29 había habido un primer aviso y luego los capitalinos tuvieron 10 días de pánico con las réplicas.
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Gómez lanza en la carta críticas a las autoridades, que en su concepto habían dejado mucho que desear con el manejo de la crisis sanitaria y es duro especialmente con quien gobernaba la ciudad en el momento, Santiago de Castro Maldonado, conservador como él y miembro de un grupo conocido como los Manzanillos. De Castro, por cierto, murió en el ejercicio del cargo.
"Bien es verdad que con la mula de Santiago Castro de Alcalde poco hay que esperar -opina Gómez-. Se ha formado un comité de socorro que preside el Dr. Dávila F, formado por Julio Portocarrero y gente por el estilo; por eso podrás calcular la estupidez del Alcalde. Julio Portocarrero se dedicará a socorrer a los horizontales (¿muertos?), que como duermen siempre bien abrigados, son los que menos necesitan auxilio".
Laureano Gómez también alude al pánico a contagiarse que había entre la gente: "Por supuesto que hay escenas curiosas. Los peluqueros hace quince días están en la lata porque nadie se manda a afeitar ni recortar el pelo por miedo a la bronconeumonía". Y sigue: "Afortunadamente en la proximidades del grupo no ha habido hasta ahora ninguna desgracia. Al decir esto, mejor al escribirlo, toco madera para alejar el presagio".
Otro aparte de la carta lo dedica el líder conservador a hablar de la situación social y económica del momento, que tiene también pinceladas parecidas a las de la actual: "Como comprendes lo que ocurre trae un apagamiento en las demás cosas, política inclusive. En materia de negocios la situación empeora. La prohibición de exportar café que acaban de hacer los EE.UU. ha traído el alarma más inconcebible. Hay hacendados que salen por las calles hechos una furias, pidiendo que entremos en la guerra, que nos anexionemos a los yanquis, cualquier cosa, pero que les compren su café".
La carta fue escrita un mes antes de que se produjera el fin de la I Guerra Mundial, con Alemania derrotada. Esta imagen recrea el armisticio.
La emergencia, según el relato de Gómez, disparó el costo de la vida: "La grippa vino a determinar la carestía del mercado, lo que ha motivado conatos de bochinche. Un limón vale diez pesos. Una naranja cinco. Una botella de leche, 12. Una libra de carne 25. Una pastilla de eucaliptol, 3 pesos".
La carta fue escrita dos semanas antes del fin de la primera guerra mundial y Gómez no ocultó en ella su decepción con la inminente derrota de los alemanes: "¿Y que opinas de la guerra? Sin duda contagiamos de nuestra jettatura (mala suerte, mal sino) a los alemanes. Ya ni los más optimistas ponen en duda que la guerra está perdida y en las peores condiciones. El aceptar en principio la devolución de Alsacia-Lorena indica cuánto ha tenido que doblegarse el orgullo alemán. Si al menos la paz nos trajera bienestar por otros caminos… pero aun eso dudo. Como la guerra no nos perjudicó en exceso, tampoco la paz se preocupará de beneficiarnos".