Investigación
Perturbador: SEMANA comprobó que los Nukak viven un infierno y la realidad de explotación sexual infantil es apabullante. Así viven entre vicio, pegante y sexo
Abusos sexuales, prostitución, drogadicción, abandono y hambre. Los indígenas en el Guaviare están condenados a desaparecer. Los niños son las principales víctimas de una aberrante ‘colonización’.
Cuando empieza a llegar la noche en San José del Guaviare, los niños indígenas aparecen en las calles para satisfacer las aberraciones de algunos adultos. Esa es la sentencia y la impactante tragedia de los pueblos nukak maku y jiw que ocurre en apenas dos cuadras. Esta zona de tolerancia termina en un delgado malecón, que se convirtió en la guarida de abusos sexuales, prostitución y consumo de estupefacientes.
Todos, hasta las autoridades, saben lo que ocurre con los niños indígenas en Guaviare, pero la indiferencia y el abandono los condenó a la extinción. Lo peor de la civilización contaminó su cultura, y las instituciones se lanzaron responsabilidades, en una coyuntura que parece dramáticamente irremediable.
En 2019 se denunció un caso de abuso sexual masivo que dejó como presuntos responsables a miembros del Ejército. La ONU advirtió que los militares secuestraron a una niña nukak y, en fila, fue abusada por al menos seis uniformados. Desde entonces se advirtió, con indignación, que las investigaciones serían priorizadas, pero tres años después no ha pasado nada.
SEMANA llegó al Guaviare y la realidad es perturbadora. Las comunidades nukak maku y jiw, que por naturaleza son nómadas, terminaron desplazados por la violencia. Llegaron a las zonas urbanas y arrancó su desaparición. Las tribus empezaron a heredar lo peor de la llamada civilización, y los niños, sin saberlo, se enterraron en el fango de los vicios, el consumo de drogas, pegante, y hasta la gasolina los atrapó.
Las calles de San José del Guaviare se llenaron de niños, y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) dijo, después de dos recorridos, que no los encontró. Ahora las investigaciones apuntan a identificar los funcionarios que durante años ignoraron la problemática.
Abusos y turismo sexual
Lo que pudo comprobar SEMANA es aterrador. En las calles y asentamientos indígenas, muy cerca de San José del Guaviare, los abusos son una dinámica, parte de una vergonzosa rutina que sumergió a los niños en un infierno, en presencia y en ocasiones, con la complicidad de sus propios padres.
Una imagen, que resulta tristemente común, retrata a un hombre mayor, sonriendo de embriaguez y perversión. A su lado, niñas, máximo de 10 años, inocentes y en otro mundo por culpa del pegante, son manoseadas, besadas y convencidas de arrinconarse en el sector conocido como el Enrocado, el escenario del crimen en Guaviare.
En todos los recorridos que hizo SEMANA por el Enrocado y la zona de tolerancia, la escena era la misma. Por tanto, resulta insólito que el director regional del ICBF, Joaquín Mendieta, afirme que en dos visitas no encontraron a los niños. “Hicimos el ejercicio, con la directora de protección, fuimos dos veces, pero infortunadamente no hubo un niño”, dijo el funcionario, que ahora es investigado.
Las niñas aparecen, entrada la noche, junto al presunto abusador, mientras les besa la mejilla. SEMANA las encontró escondidas en la oscuridad de una polisombra que hace de frontera con otro barrio. Una lleva la botella de pegante en la mano y cuando ven las luces de los celulares huyen en medio de risas infantiles.
En su escape, las dos niñas, muy conocidas en el sector, se encontraron de frente con el comandante de la Policía en el Guaviare, coronel Dalmiro Heras, quien, como todos los días, las mantuvo bajo su protección hasta que en un descuido y de un brinco volvieron a escapar. “Es lo que hacemos, las llevamos al ICBF, les restablecen los derechos, las entregan a sus familiares y en un par de días están en el mismo sitio”, explicó el oficial.
Lo que presenció SEMANA es desolador y prueba que cualquier cifra de las autoridades sobre abuso sexual es engañosa. Los abusos ocurren a diario, la mayoría no se denuncia, incluso resulta absurdamente normal. Líderes sociales y juveniles como Sandra Alfonso, de Asojaguar, advierten que los delincuentes le sacan provecho a esta tragedia.
“No solo borrachos, militares o los propios indígenas están abusando de los niños. Los taxistas llegan hasta los asentamientos, llevan turistas o ellos mismos saben que en ciertos puntos pueden ofrecer algo de dinero o comida para complacer sus aberraciones”, señaló Sandra, mientras les recordó a las autoridades lo desconectadas que están con la realidad en Guaviare.
Los nukaks, que para el mundo son patrimonio cultural, se convirtieron en un producto, el gancho para conocer lo inhóspito de la selva colombiana, y los pedófilos lo entendieron primero. Estos ahora le sacan provecho y ofrecen a los turistas la posibilidad de llegar a niñas y adolescentes, en un mercado sexual que apenas se está denunciando, pero que se implantó hace tiempo.
Cuando la ONU alertó sobre un caso de abuso sexual en Guaviare, el país se escandalizó. Cuatro años después, los casos de abuso sexual se desbordaron, nadie tiene una cifra oficial y verificada de las violaciones a niños y adolescentes indígenas. El subregistro es un hecho, las relaciones sexuales con niñas de muy corta edad se ven todos los días, y esto solo se puede calificar como un delito.
Al menos tres de estos casos, de acuerdo con la Fiscalía, tienen a miembros del Ejército como presuntos responsables. Las declaraciones que conoció SEMANA detallan cómo ocurrieron los abusos. Los soldados se divertían con los vejámenes y hasta invitaban a sus compañeros a compartir la barbarie que tenía a una niña nukak como víctima.
“Le fue a decir a otro compañero que arriba andaba una guajiva y que subiera para que se la comiera, pero el compañero dijo que él no iba a subir, que él no se metía en esos problemas, de ahí se fueron como seis y los seis andan ahí metidos”. Así quedó reseñada la declaración de un soldado que se convirtió en testigo.
Mientras que el ICBF, la Defensoría del Pueblo, la Alcaldía y la Gobernación de Guaviare tienen cifras completamente diferentes, la Fiscalía trata de condensar y contrastar el inventario de casos, que llegó a 738, de acuerdo con las inspecciones que hizo el ente acusador en las oficinas del Bienestar Familiar.
El veneno
Con inocencia, Javier Nijde, líder de juventud en el asentamiento Agua Bonita, a 30 minutos de San José del Guaviare, recuerda cómo cayó en la droga. “Estaba muy pequeño y no sabía qué era el consumo, fuimos con los blancos y nos mostraron eso, yo no sabía”, dijo, mientras celebra su recuperación, pero aseguró que otros 27 amigos y familiares están pasando por el mismo trauma.
Las drogas llegaron a los asentamientos y los asentamientos se acercaron a las calles. El hambre obligó a los niños y adolescentes a caminar, robar y consumir alucinógenos. Como no hay plata ni para comer, el salto a las drogas, como la marihuana o la cocaína, al pegante, ocurre tan rápido como llega la ansiedad. A los niños les venden con más amabilidad un frasco de pegante que un plato de comida. Según la Gobernación del Guaviare, han detectado casos de inhalación de gasolina.
Las consecuencias son devastadoras y después de aumentar el consumo los niños aterrizan en la zona de tolerancia. Así se repite el ciclo de abusos.
El Gobierno nacional ordenó intervenciones; la Fiscalía, investigaciones; y la Procuraduría, un jalón de orejas al ICBF. Reprochó que la directora del Instituto, Concepción Baracaldo, llegara a Guaviare, se “encerrara” y no se acercara a los niños en los asentamientos. La deuda de los colonos con los nukaks tiene una lista ancestral.