NACIÓN
La tragedia de Tribugá, el caserío fantasma donde pretenden hacer el nuevo gran puerto de Colombia
El debate sobre este enclave en la costa chocoana enfrenta intereses ambientales y económicos relacionados con el megaproyecto. Pero poco se habla de las penurias de sus pobladores, desplazados y arrasados varias veces por el ELN, paramilitares y el Clan del Golfo.
El golfo que genera uno de los mayores debates entre ambientalismo y desarrollo económico en el país esconde una gran tragedia. El nombre de Tribugá ocupa cada tanto los titulares de prensa por la intención que hay de construir allí, en las costas chocoanas, un gran puerto de aguas profundas sobre el Pacífico, que incluso compita con Buenaventura en el movimiento de grandes cargas internacionales.
Esa propuesta ha sido impulsada por diversos sectores empresariales y políticos desde hace años. El presidente Iván Duque se ha manifestado a su favor. Hace dos semanas, la Gobernación le pidió a la Asamblea de Chocó que declarara el puerto como una obra de utilidad social e interés público, lo que causó la reacción de los sectores que se oponen a la construcción del proyecto.
Del lado que no quiere la obra hay decenas de organizaciones sociales y ambientales que argumentan que este afectaría el territorio que es habitado por comunidades indígenas y afro, que podrían ser expropiadas. Además, auguran un nefasto efecto sobre una de las regiones más biodiversas del mundo. Se calcula que afectaría más de 100.000 hectáreas protegidas, muchas del parque nacional natural Utría. Incluso podría causar alteraciones en un corredor migratorio por el que, cada año, pasan alrededor de 1.500 ballenas jorobadas.
Pero de lo que poco se habla en este debate es de la tragedia que esconde Tribugá, el pequeño corregimiento que forma parte del municipio de Nuquí, y que está ubicada en el corazón de este paradisiaco golfo. Hasta enero pasado, este era casi un pueblo fantasma. Solo 28 de sus 100 viviendas estaban habitadas. El resto permanecían abandonadas a la humedad de la selva que ya ha erosionado sus muros y sus suelos. La maleza se ha metido entre el concreto y la madera.
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Ese era el panorama de una localidad afectada durante décadas por guerras entre grupos armados que desplazaron a sus habitantes una y otra vez. En 2001 fueron los paramilitares que entraron al corregimiento, mataron a dos pobladores y sacaron al resto. Con los años, y aun en medio de la guerra, muchos volvieron. Pero en 2013 se repitió la historia. En medio de enfrentamientos entre grupos posparamilitares y el ELN, asesinaron a cinco personas y el poblado volvió a quedar vacío.
Así había permanecido hasta enero pasado. Apenas un puñado de familias afro habían regresado lentamente a sus viviendas y en medio de carencias intentaban subsistir. Pero la guerra volvió a arremeter. Esta vez se trata del choque entre el ELN y el Clan del Golfo. Este grupo, proveniente de Antioquia, empezó a adentrarse en territorios antes ocupados por la guerrilla en busca de las salidas de las rutas de la cocaína por la costa chocoana.
En la noche del 5 de enero, cinco hombres armados y encapuchados entraron a la comunidad indígena wounaan de Agua Blanca, en Nuquí. Eran miembros del Clan del Golfo. Despertaron a la comunidad y a gritos les preguntaron por “los infiltrados de la guerrilla”. “Nosotros no conocemos grupos, pero sí pasan por acá”, contestaron los indígenas. Finalmente, preguntaron por José Gabriel, un habitante del poblado. Entraron a su casa y, como no lo encontraron, asesinaron a su tío, Anuar Rojas, un guardia indígena de 28 años, con tres hijos y una esposa joven.
Tras el asesinato, y al sentirse completamente desprotegidos, los wounaan abandonaron el poblado. Los 124 miembros de la comunidad, entre ellos 78 niños, se adentraron en la selva y después de casi un día de tortuoso viaje llegaron a Tribugá. Ocuparon algunas de las casas que habían estado abandonadas durante años y desde entonces permanecen allí, en medio de las dificultades para conseguir alimentos. Los cuerpos de los niños están visiblemente desnutridos, con sus barrigas hinchadas por parásitos.
Algunos opositores del puerto aseguran que la obra podría generar un nuevo desplazamiento para una población ya bastante victimizada, mientras que las autoridades departamentales aseguran que han socializado y explicado el proyecto a la comunidad. Lo cierto es que, con o sin puerto, los habitantes de ese olvidado caserío esperan soluciones a la violencia y a las carencias, y que su situación también sea foco de atención, así como cada tanto el poblado se vuelve noticia nacional por los grandes intereses económicos y ambientales sobre ese remoto punto de las costas chocoanas.