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CRÓNICA

Las dos caras de Belén de Bajirá, el poblado de la discordia entre Antioquia y Chocó

El corregimiento que se pelean Chocó y Antioquia está dividió entre la pobreza y la solvencia. Mientras que el casco urbano se ve sumergido en el abandono, el comercio y los amplios potreros ganaderos y de cultivos son cada vez más boyantes.

John Barros
3 de abril de 2018

A las 5 de la mañana, el primer canto de los gallos y los cotorreos de las guacamayas y loras marcan el inicio de la vida en Belén de Bajirá, un pueblo con cerca de 200.000 hectáreas, 19 barrios y más de 5 mil casas que saltó a la fama por una eterna disputa limítrofe entre los departamentos de Antioquia y Chocó.

Con una oscuridad perpetua que espera ser interrumpida, los 16 mil habitantes de este corregimiento, que según el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC) le pertenece al municipio chocano de Riosucio, salen poco a poco de sus viviendas de fachadas envejecidas, para dirigirse hacia sus sitios de trabajo.

Ya sea a pie, en bicicleta, moto o carro, los beleños deben enfrentarse primero con el pésimo estado de las vías y andenes, lo que los obliga a realizar toda clase de maniobras y maromas para no quedar enterrados entre el fango, los charcos, las piedras y el barro que componen las calles del casco urbano, en donde aún se desconoce lo que es el pavimento.

Antes de tomar rumbo hacia el extenso campo o a la movida zona comercial, la mayoría de pobladores se detiene en el parque central para tomar la primera taza de café en alguno los 22 kioskos de madera ubicados bajo la sobra de 15 frondosos árboles como ceibas, almendros y melinas, y así ponerse al tanto con los últimos acontecimientos.

María Guillermina, una mujer de 58 años, es una de las primeras vendedoras que llega al parque para abrir las puertas de su caseta. Llegó a Belén de Bajirá hace 41 años, cuando su familia decidió abandonar Apartadó para buscar mejor fortuna. En estas cuatro décadas como beleña, sacó adelante a sus 10 hijos y ha presenciado en primera fila el crecimiento poblacional y comercial.

“Vivo acá desde los 17 años. Mi papá ayudó a fundar el pueblo. En esa época no había más de cuatro casas en el casco urbano, el cual estaba repleto de monte. Pero como las tierras eran productivas y era paso obligatorio para dirigirse hacia otros territorios, poco a poco fueron llegando pobladores de Antioquia, Chocó, Córdoba y la Costa, quienes construyeron barrios de invasión. Así se fue consolidando el corregimiento, pero cogió alas hace 15 años con la crecida del comercio y los cultivos”.

Según María, la desigualdad es bien marcada en Belén de Bajirá: la pobreza de la parte urbana, representada en una cobertura del 50 por ciento en energía, 32 por ciento en alcantarillado y solo 2,4 por ciento en acueducto, contrasta con la riqueza que producen los cultivos y la ganadería.

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“En todos los años que llevó acá no se ha hecho mucho por pavimentar las calles o mejorar la cobertura de los servicios públicos, por eso está así de pobre. Pero en el campo sí se ve el progreso, ya que se saca a diario comida para llevar hasta al extranjero, ganancias que no se ven por ningún lado. Las pocas mejoras han sido por parte de Antioquia, por lo cual no estoy de acuerdo con el fallo del IGAC a favor de Chocó. Si así estamos mal, con esa decisión quién sabe que va a pasar”.

Rubiela, de 70 años, acompaña a María las primeras horas de la mañana, para luego recorrer la iglesia sin cúpula, el polideportivo en obra gris, la maloca de dos pisos que en la noche se convierte en taberna y las bancas del parque para pedir ayuda económica.

“Llegué acá a los 15 años, cuando el pueblo parecía una selva. Siempre trabajé como empleada del servicio, pero ya no puedo porque estoy enferma de la espalda. Ahora vivo de la caridad de mis hijos o pidiendo plata en el parque. El gobierno no brinda oportunidades a la gente de la tercera edad”.

Un comercio que nunca duerme

Hacia las 6 de la mañana, mientras María no cesa de calentar empanadas y servir tintos, el parque de Belén de Bajirá despierta de su silencio con la algarabía de los comerciantes, algunos de los cuales llegan en flotas, taxis blancos, vehículos particulares y camiones procedentes de Chigorodó, Apartadó, Mutatá, Riosucio, Turbo y Medellín.

Se concentran en una de las esquinas, esperando que los más de 400 establecimientos del casco urbano, en su mayoría atendidos por paisas, abran sus puertas. Según el DANE, 70,3 por ciento de estos negocios se dedican al comercio, 16,2 por ciento a la industria y 13,5 por ciento a los servicios.

Los hay como en botica: ropa para todas las edades, maletas y peluches para los niños, chancletas calentanas, botas para el campo, gafas para el sol, electrodomésticos, supermercados, carpinterías, peluquerías, barberías, restaurantes que ofrecen churrascos, pescados y chicharrones, hoteles, tabernas y hasta prostíbulos.

Uno de los comerciantes es Julio Cesar Cuesta, quien montó El Tanganazo, un local en donde con su esposa y cuatro hijos elabora toda clase de muebles con la madera que consigue en la zona rural del pueblo.

“Estoy acá desde hace 48 años, cuando era una triste vereda. No había vías de acceso. Desde hace más de una década empezó a fortalecerse el comercio, por lo cual monté mi negocio familiar. Nos ha ido muy bien, acá se mueve mucha plata y hay riqueza para explotar. Llevo madera y muebles a Medellín y Cartagena. Aunque el pueblo es gobernado por los paisas, creo que debemos hacer caso a lo que dijo el IGAC de que somos chocoanos”.

Tan rentable se ha convertido el movimiento comercial en esta zona del país que ya empezaron a llegar habitantes de Venezuela. En la carpintería de Julio Cesar trabaja uno de ellos, quien prefiere no revelar su nombre ni ser fotografiado.

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“Salí de Venezuela hace tres meses. Primero estuve en Riohacha, Taganga, Coveñas, San Antero, Montería, Apartadó, Dabeiba y Santa Fe vendiendo manillas. Hace un mes, un compañero me dijo que en Belén de Bajirá había trabajo, así que me vine a aventurar. Me ha ido excelente, le ayudo al señor a hacer muebles y vivo en una casa donde me dieron asilo”.

Jessica Crespo, una joven de 19 años, abandonó sus estudios en el colegio para poder mantener a su hija de dos años. Nació en Belén de Bajirá, y hace un mes consiguió trabajo en un local paisa de ropa y chucherías que atiende mientras escucha vallenato a todo volumen.

“Acá solo hay dos formas de ganarse la vida: empleándose en el comercio o trabajando en los cultivos. Cuando estaba en séptimo de bachillerato quedé en embarazo yl dejé de estudiar. Aunque he visto que el pueblo ha crecido y que se consigue trabajo, aún falta mucho progreso. No hay vías, toda la mercancía se llena de polvo, y ni hablar de la salud, ya que casi nunca hay médico. Si uno llega con una urgencia le toca esperar horas”.

Carmen y Areliz llevan ocho años trabajando en el hotel Viamonti, el más grande del pueblo: la primera como recepcionista y la segunda aseando los cuartos. Ambas llegaron por el rumor de que había mejores opciones para sobrevivir, un panorama que corroboraron casi de inmediato.

“Acá no se ve mucha indigencia, ya que hay empleo en el campo o en alguno de los locales. Vivimos muy bueno, a pesar del mal estado del casco urbano. Las parcelas y el comercio se lo debemos a Antioquia, por eso no quiero que pase a Chocó, un departamento que si acaso es dueño de algunas cantinas. Eso es dejar entrar más a la pobreza”, dice Carmen, quien vive con su hija adolescente, la cual la cubre en el turno de la noche.

Areliz, por su parte, asegura que si el corregimiento se lo dejan a Chocó, coge sus cosas y se va con sus cuatro hijas y su esposo. “Vivimos con lo necesario pero sin pasar hambre. Siempre hay comida y trabajo, y cada año se fortalece más. Las pocas obras se las debemos a Antioquia, al igual que su empuje para crear más comercio. Eso no lo hacen los chocoanos”.

Eber Espitia, de 29 años, conoce el corregimiento como la palma de su mano. Desde que era pequeño empezó a trabajar como ayudante de las flotas que van desde Chigorodó hacia Belén de Bajirá y Riosucio, un conocimiento que le ha servido para manejar su propio vehículo y transportar al que lo contrate.

“Esto ha cambiado mucho, es un pueblo que nunca duerme. Todos los días llegan comerciantes y negociantes a llevarse mercancía hacia otros territorios. Aunque el casco urbano está todo destartalado, las vías de acceso sí han mejorado por la inversión que ha hecho Antioquia. Con el paso hacia Chocó se va a perder mucho, es un departamento que no conoce el desarrollo”.

A pesar del constante movimiento comercial, algunos de sus habitantes no se sienten conformes y dicen que el dinero que se mueve no se refleja en su calidad de vida.

“Con tanto negocio y cultivo seguimos viviendo en la miseria. Las vías son malas, siempre han estado así. En época de inverno es imposible transitar, ya que hay huecos que parecen piscinas. No entiendo qué hacen con toda la plata que se mueve. A mí no me importa si nos van a dejar en Chocó o en Antioquia, sino que organicen el pueblo y que nos ayuden a progresar”, dice Prudencio Mena, quien nació allí hace 50 años.

Educación y salud, dividas en dos

Durante todo el día, por las calles y tiendas de dulces se ven niños y jóvenes vestidos con dos tipos de uniformes. Los de color verde, amarillo y blanco estudian en la Institución Rural Belén de Bajirá, creada por Antioquia; y los de azul y blanco en la Institución Agrícola La Unión, de Chocó.

En el plantel chocoano, que tiene 17 sedes (una en el casco urbano y 16 en la zona rural), hay 2.016 estudiantes. En el antioqueño, 1.620.

Los de bachillerato estudian en el primer turno, que va desde las 6 de la mañana hasta las 12 del medio día, para evitar que en la noche hagan pilatunas; y los pequeños de primaria entre la 1 y las 6 de la tarde.

Milton Palacios, coordinador educativo de La Unión, asegura que la mayoría de estudiantes se proyecta como grandes cultivadores, ya que sus padres tienen terrenos. “Uno que otro dice que quiere ser médico o abogado, pero en general ven su futuro como agricultores. En los colegios no se vive el conflicto entre ambos departamentos, les enseñamos a convivir en paz”.

Docentes del plantel denuncian una alta deserción escolar. “En primaria empiezan cerca de 50 niños por salón. Cuando inician su vida sexual, hacia los 12 años, las niñas quedan en embarazo y se retiran, al igual que los niños que se van a cultivar o trabajar en el comercio, por lo cual la cifra se reduce a la mitad. A 11 a veces no llegan más de siete”.

La salud también está divida en dos: un centro médico de Antioquia y otro de Chocó, que no dan abasto para atender a los más de 16 mil habitantes del corregimiento, pues carecen del personal capacitado y los instrumentos necesarios para las emergencias.

Cuando se presenta un caso crítico, que requiere de cirugía o atención de un especialista, los pacientes son remitidos al hospital de Apartadó, ubicado a casi dos horas de Belén de Bajirá, en la única ambulancia que hay, que le pertenece al centro médico chocoano.

Yurady Horeda, coordinadora del centro de Chocó, dice que además de las picaduras de culebra, infecciones en la piel, crisis de hipertensión y diabetes, la principal causa de atención en el corregimiento son los abortos en adolescentes.

“En sus casas, las niñas toman hierbas para interrumpir los embarazos. Llegan al centro médico casi podridas por dentro, por lo cual deben ser atendidas en Apartadó. En los últimos cinco meses, de las 30 personas que fueron remitidas allá, 21 fueron por abortos adolescentes”.

Según Horeda, otro caso preocupante son las infecciones de transmisión sexual. “Tenemos registro de tres personas con VIH. Pero ese es un tema tabú. La gente prefiere no ir al médico por miedo a que los demás se den cuenta de que padecen alguna de estas infecciones. Como dicen por ahí: pueblo chico, infierno grande”.

Uno de los médicos del centro antioqueño, que prefirió no revelar su nombre, corroboró lo dicho por su colega, pero con un atenuante más alarmante. “Las picaduras de culebras y abortos son muy frecuentes. Pero hace pocas semanas se diagnosticó con VIH a una niña de 13 años que está en embarazo. Eso es muy preocupante”.

La riqueza del campo

Si el casco urbano vive en un constante bullicio por el comercio, la zona rural no se queda atrás. Miles de beleños asisten a diario a las parcelas para trabajar en los cultivos o en los potreros ganaderos, razón por la cual las vías, en perfecto estado, permanecen asediadas por camiones, caballos y camperos.

Leopoldino Perea, un chocoano de más de 50 años, ha trabajado por la defensa de Belén de Bajirá desde 1999, cuando se radicó de por vida en el corregimiento. Su familia le heredó una finca, en la cual tiene cultivadas ocho hectáreas de plátano.

“Acá se vive de la actividad agropecuaria. 40 por ciento del ganado que tiene Urabá está en esta zona, hasta se crían bueyes. Actualmente tenemos como 10 mil hectáreas en plátano, de las que se sacan hasta 40 mil cajas cada ocho días para enviar a países de Europa y Estados Unidos, además de ciudades como Bogotá, Medellín y Cartagena. El arroz ha cogido fuerza, con más de 4 mil hectáreas al año”.

Según Leopoldino, el cultivo de la palma de aceite está casi erradicado. “No es que no sea rentable, pero se satanizó mucho. Hace como 15 años llegaron empresarios a decirles a los campesinos que debían hacer una sociedad, que consistía en que la gente pusiera la tierra y ellos los recursos. Con la violencia muchos abandonaron sus parcelas, pero poco a poco han regresado a reclamar lo suyo. Nos querían era robar las tierras. Antes había cerca de 12 mil hectáreas con palma, pero ahora hay menos de 400”.

Leopoldino ahora sueña con que Chocó eleve a Belén de Bajirá a la categoría de municipio. “Es como cuando el hijo se vuelve ciudadano. Tenemos con qué ser municipio, somos más grandes y prósperos que Riosucio y Mutatá. Si eso se concreta, se podrá planificar mejor el desarrollo, convertir a Belén en el sitio más productivo de la región y en el motor del Chocó. Ya se dio el primer paso con el fallo del IGAC, pero no podemos quedarnos con eso”.

William Pérez, de 48 años, comparte el sueño de Leopoldino. “Llegué a esta tierra con mi familia con apenas ocho años y en seguida nos dedicamos al agro. Ser municipio del Chocó es una nueva opción que no nos puede ofrecer Antioquia. Siendo corregimiento de Mutatá seguiremos recibiendo migajas. Es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. En los 40 años de administración antioqueña, seguimos sin alcantarillado, con calles que parecen piscinas y aguas negras que salen por todo lado”.

Uno de los pocos habitantes procedentes de Bogotá es Luis Camargo, de 66 años, quien se instaló en Belén de Bajirá en 1980, cuando era comerciante de plantas. En esa época lo apodaron como “el rolo”, justo antes de comprar una tierra a las afueras del corregimiento.

“Así empecé a cultivar, pero en 1987 me desplazaron. Me tocó empezar de ceros en Medellín. Mucha gente vendió su terreno, como a 200 mil pesos por hectárea, pero yo no. En 2004 dijeron que podíamos regresar para recuperar la tierra. Las fincas, menos la mía, habían sido cultivadas con pura palma, por lo cual cogimos motosierras para erradicarla. Ahora me dedico al plátano, yuca y maíz, y a la producción de teca”.

Cifras de la Unidad de Víctimas indican que desde 1985 se han reportado 1.630 casos de desplazamiento, siendo 1997 el año más crítico, con 261 personas. En lo corrido de 2018 tan solo van dos.

Don Alirio, como lo llaman sus amigos, empezó a cultivar plátano, maíz, yuca y arroz y a criar ganado hacia finales de los ochenta, una actividad que según él se ha fortalecido en los últimos años. “El cultivo más rentable es el plátano, ya que se cosecha cada ocho días. Yo ganó $4 millones al mes. Con el ganado saco $400 mil mensuales por la leche y cerca de $5 millones con la venta de terneros”.

Álex es uno de 40 jóvenes trabajadores que arreglan los plátanos de la finca de 114 hectáreas de Zipriano Osorio, procedente del Tolima. “Nací en Turbo, pero desde pequeño vivo en la zona rural de Bajirá. Desde hace dos años me dieron trabajo acá, y la verdad estoy muy contento. Llego temprano en la moto para arreglar los racimos de plátano y luego empacarlos. Nos pagan como 25 pesos mil diarios, con comida incluida”.

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Ruby, de 23 años, viaja cada 15 días a Chigorodó para negociar la producción de plátano que tiene su mamá en una vereda. “En el pueblo hay mucha pobreza, mientras que en el campo se vive bien. En la finca trabajamos dos de mis hermanos y yo, ayudándole a mi mamá con los cultivos de plátano. Quiero que mi hija de tres años tenga un buen futuro, pero siendo de Antioquia, de Chocó jamás”.

Los más de mil trabajadores del campo terminan su jornal hacia las 5 de la tarde, cuando el sol empieza a dar sus últimos vistos. Unos se van de inmediato para sus casas, mientras que otros, en motos, ciclas o motocarros, llegan al parque central, ya sea para calmar la sed con una que otra cerveza o deleitarse con las comidas rápidas de los puestos ambulantes.

Bosque a la baja

La subienda productiva no ha sido del todo positiva en la región, ya que tiene en aprietos a los recursos naturales. Así lo afirma Francisco Velásquez, un chocoano que habita en la vereda Chuchillo Blanco, como a una hora de Belén de Bajirá.

“Cuando era pequeño, a los 12 años, un amigo de mi mamá, que era comerciante, me llevó a explorar Belén de Bajirá, ya que sabía que era un punto de contrabando de mercancía. Solo había como tres casas y estaba lleno de selva y monte, lo cual al sol de hoy ya no se ve. Han tumbado una mano de árboles para meter cultivos”.

Velásquez manifiesta que ese es el mismo panorama que se vive en su vereda, la cual está ubicada en el cerro Cuchillo. “Como en 1997, empezaron a llegar nuevos pobladores de varias partes a tumbar el bosque, que en ese entonces servía de hogar a ñeques, pavas, monos, perezosos y guacamayas. Ahora es raro ver alguno, ya que el cerro ha perdido como una tercera parte de su naturaleza”.

Este hombre, padre de seis hijos, asegura que en la zona hay oro, el cual menos mal no se ha explotado a gran escala. “Varios vecinos han encontrado amalgamas en sitios cercanos a los ríos. Una vez, un señor me dijo que halló unas pepitas, y al poco tiempo compró tierras y parcelas. Esperemos que no lo exploten a granel, sino el verde se perderá para siempre”.

Los estudios de suelos del IGAC corroboran la aseveración de Velásquez. Según la entidad, el 37 por ciento del área en conflicto limítrofe, que incluye a Belén de Bajirá y a los corregimientos de Macondo, Blanquicet y Nuevo Oriente, cuenta con áreas aptas para la producción agropecuaria, cifra que en la realidad ya cobija al 49 por ciento.

“Debido a esto, el 17 por ciento de las tierras se encuentran en conflicto por sobreutilización, lo que significa que están siendo utilizadas por encima de la oferta natural del recurso suelo, lo que conlleva a procesos de degradación, principalmente por el uso ganadero”, cita el estudio del IGAC.