I N F O R M E    <NOBR>E S P E C I A L</NOBR>

Las guerras del Putumayo

Reportaje de Andrés Grillo, enviado especial de Semana.com, a una tierra olvidada por el Estado y disputada por guerrilleros y paramilitares...

Andrés Grillo
6 de marzo de 2000

Reportaje de Andrés Grillo, enviado especial de Semana.com, a una tierra olvidada por el Estado y disputada por guerrilleros y paramilitares.

En Puerto Asís, el centro comercial del Putumayo, se respira miedo. Sus 59.000 habitantes saben que se avecinan tiempos más violentos que los que han vivido hasta ahora y que dejaron 560 muertos de manera violenta en los últimos tres años. El carrobomba que explotó en la madrugada del viernes 4 de febrero frente al hotel Quirama, en el punto más concurrido y activo del municipio, dejó dos muertos y nueve heridos. El atentado fue atribuido al frente 48 de las FARC. La explosión confirmó el peor temor de los pobladores de Puerto Asís: comenzó la ofensiva de las FARC para recuperar el control territorial que han perdido con las autodefensas en el bajo y el medio Putumayo. Una ofensiva en la que los involucrados no se verán las caras ni habrá grandes combates. La gente de las 128 veredas de la zona rural tiene temor a la retaliación de las autodefensas. El futuro es negro. La guerra en las calles del municipio será sucia (con asesinatos selectivos y desapariciones), además de indiscriminada por cuenta del terrorismo que las FARC utilizarán para amedrentar a la población.



Guerra sin fin

Puerto Asís es un pueblo ubicado a 90 kilómetros de Mocoa, sobre la margen izquierda del río Putumayo. Fue fundado en 1912 por dos misioneros capuchinos que lo bautizaron así en memoria del pueblo italiano donde nació San Francisco, el fundador de su orden religiosa. En un comienzo su importancia fue relativa hasta que, según la Contraloría Departamental, “con la llegada del camino de herradura en 1931, la localidad se vio de nuevo impulsada y al entrar la carretera en 1953, se convirtió en importante centro de intercambio comercial con Mocoa, el valle de Sibundoy y Pasto”. Sin embargo, el producto que partió en dos su historia y su destino fue la coca.

Un habitante de la región que investigó la llegada de este cultivo al Putumayo, y hoy se encuentra exiliado por amenazas de muerte de la guerrilla, cuenta que las primeras semillas de coca llegaron a Puerto Asís en abril de 1979. Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mexicano, fue quien las introdujo con la ayuda de comerciantes de la zona. La semilla pegó y comenzó a regarse sin control. Bajó al valle del Guamuez y de ahí siguió por el río Putumayo hasta Puerto Leguízamo. Subió hasta Puerto Caicedo, pasó a Orito, y en su recorrido ascendente se instaló en Puerto Guzmán y Villa Garzón. La promesa de una riqueza fácil hizo que los campesinos cambiaran sus cultivos tradicionales por la coca y atrajo a miles de colonos de todo el país. En algunas áreas, según cuenta un habitante de la región, sólo se encuentran campesinos de determinados lugares: “por el río Mandura hay gente de Trujillo. En otras zonas sólo hay tolimenses”. Detrás de los migrantes, alucinados por el oropel de un nuevo Dorado, bajaron los guerrilleros de las FARC.

Desde el Caquetá entraron por Puerto Guzmán con intenciones de quedarse, expanderse y sacar su tajada de la bonanza coquera. Con el tiempo surgieron, gracias al dinero que recaudaron por cuenta de la coca, tres frentes más de las FARC que se adueñaron de las tierras selváticas del Putumayo y llegaron a ser los más ricos dentro de la organización. Casi una década duraron las buenas relaciones de guerrilleros y narcotraficantes. El dinero corrió a chorros, la gente bebía champaña en totumas o se daba el lujo de comer sólo gallinas de color blanco. Puerto Asís vivió una prosperidad ficticia. La actividad de su embarcadero en esa época era de tal magnitud que alguien comparó lo que se veía allí con la imagen de las barcazas flotantes en Hong Kong. Así quedó bautizado el embarcadero desde entonces.

La alianza entre las FARC y los narcos terminó de manera abrupta hacia finales de la década de los ochenta. En Puerto Asís dicen que El Mexicano peleó por asuntos de dinero con el comandante del frente 32. La disputa terminó con una amenaza del narcotraficante de traer su ejército y sacar a la guerrilla de su territorio. Así lo hizo. Gacha llevó a un grupo de ‘Masetos’, denominación que le daban a los hombres bajo su mando y que provenía de una generalización de la abreviatura de Muerte a Secuestradores (MAS), a la región y armó su propia guerra contra todo lo que le oliera a izquierda en el bajo Putumayo. Elías Carvajal, alias El Seis, comandaba el grupo de ‘Masetos’ que tenía su base de entrenamiento en El Azul, más al sur de Puerto Asís, hacia la frontera con Ecuador.



Eterno retorno

Pasarán años antes de que los habitantes del bajo Putumayo olviden las atrocidades que cometieron los ‘Masetos’. Su historia bañada en sangre quedó consignada en un libro de denuncia sobre lo que ocurrió en esta parte del país, elaborado por la Comisión Andina de Juristas (hoy Comisión Colombiana de Juristas) una organización no gubernamental que vela por los derechos humanos en Colombia. Los ‘Masetos’ desaparecieron porque las FARC se les metieron al rancho, de manera literal, en su base de El Azul. Con una operación que llamaron Aquí estamos Putumayo, que quedó consignada en vídeo, la guerrilla recuperó el territorio que había perdido.

Pero la violencia no paró ahí. Luego las FARC comenzaron a asesinar a todos aquellos que sindicaban de ser ‘masetos’ o haberles colaborado. “Los milicianos invadieron los pueblos y continuaron la limpieza”, recuerda el investigador putumayense exiliado por amenazas. Algunos de los sobrevivientes del ejército de Gacha se refugiaron en Puerto Asís y allí continuaron con sus actividades. Uno llamado Pablito es el más recordado por sus excesos. Él y sus hombres cometieron tantos desafueros que los habitantes de la población iban a ajusticiarlos por su cuenta. Tuvieron que irse. Con su partida las FARC reafirmaron su poder y se convirtieron en amos y señores del Putumayo durante más de la mitad de la década de los noventa, mientras tanto el negocio siguió su marcha como si nada. Fue una época en la que su crecimiento militar fue inversamente proporcional a su penetración en el corazón del pueblo. Tanta concentración de poder, sin ninguna instancia que les hiciera contrapeso armado o político (salvo lo poco que lograron hacer los sacerdotes en las parroquias desde los púlpitos y con la pastoral social ), condujo a las FARC por el camino de la desmesura y la arrogancia. Los secuestros, extorsiones, boleteos, chantajes y asesinatos se convirtieron en pan de cada día y abonaron el terreno para que los herederos de los ‘Masetos’, las autodefensas, volvieran a recorrer los caminos polvorientos del Putumayo. Un terror nuevo pero ya conocido, como una fábula del eterno retorno, se apoderó del departamento a partir de 1997.

Un año antes una movilización de más de 50.000 campesinos cocaleros paralizó el departamento durante 25 días. Detrás de la marcha se dice que estuvieron hombres de las FARC. “El paro fue obligado. Los que no iban les tocaba poner una vaca o diez, de acuerdo con lo que tuvieran, para la alimentación de los campesinos”, dijo un putumayense que pidió la reserva de su identidad. La marcha de los cocaleros fue una demostración de fuerza, más que de poder de convocatoria, de la guerrilla. Fue su manera de enrostrarle al Estado que en su ausencia ellos habían tomado la sartén por el mango en el Putumayo. La apuesta que hicieron les salió cara. No sólo llamaron la atención del gobierno, también lograron que las autodefensas pusieran en su mira a este departamento fronterizo. En noviembre de 1996 acordaron, en su tercera cumbre nacional, que “es urgente desplazar hombres y recursos para esta misión. Es allí donde la subversión ha logrado crear un gobierno paralelo altamente peligroso para la Nación”. Entre 1997 y 1999 las autodefensas desbancaron a las FARC de Puerto Asís y comenzaron a avanzar hacia el bajo Putumayo hasta asentar sus reales en El Placer, un lugar que la guerrilla consideraba uno de sus santuarios. Hoy se calcula que en esta zona hay unos 500 hombres al mando de un enviado de Carlos Castaño. Su dominio de la zona, aunque no es total, sí es significativo y lo demuestran por medio de retenes, cobro de impuestos a los coqueros y comerciantes, chantajes y secuestros. Uno de los comandantes de las FARC de los alrededores de Puerto Asís contaba que en una semana había infiltrado a diez de sus hombres en Puerto Asís y a todos los desaparecieron. Hay quienes piensan allí, pero no lo reconocen de manera abierta, que la cura fue peor que la enfermedad. Sólo sirvió para aumentar la intensidad del conflicto. Es tal vez lo único que aumenta porque, por lo demás, la economía continúa estancada. El monocultivo de la coca ha incrementado el precio de los alimentos que tienen que ser importados de Brasil, Perú o Ecuador. Algunas personas continúan añorando la época de la bonanza. Se aferran al pasado. Un pasado que, salvo por los ríos de dinero que corrieron, no se diferencia mucho del presente: la violencia no ha cesado y la pobreza sigue sin ser erradicada. Las palabras de un putumayense resumen la tragedia de ayer y de hoy: “aún somos ciudadanos de tercera categoría”.