testimonios
Las historias de las madres que privilegiaron el derecho a vivir de sus hijos sobre todas las cosas
Cientos de mujeres han dado a luz en la semana 24 de gestación. Otras no aceptaron interrumpir el embarazo. Todas ellas privilegiaron el derecho a vivir de sus hijos sobre todas las cosas.
Sentir por primera vez los suaves golpes del bebé en el vientre es un momento que recoge tantas emociones que cuesta describirlo. Una lágrima, una sonrisa, la sensación en el cuerpo y un frío que va desde el estómago hasta el pecho. Se resume en un solo grito: “¡Se movió, miren”!, quizás no todos lo perciban y pasen horas con las manos sobre la barriga de la mamá esperando la prueba de que hay vida.
Eso sucede a partir de la semana 18 de gestación; por eso, cuando muchas madres conocieron la decisión de la Corte Constitucional de despenalizar el aborto hasta la semana 24, recordaron que para esa etapa del embarazo ya su bebé estaba completamente formado.
Rápidamente se empezaron a conocer historias de niños que nacieron en ese periodo de gestación y otras de madres a las que les recomendaron abortar porque el embarazo era de alto riesgo, el bebé vendría con algún síndrome o malformaciones. “De una vez le advierto que por lo que ya está en la semana 23, cuando se interrumpa su embarazo, va a escuchar llorar al niño porque toca sacarlo, pero eso va a ser rápido”, recuerda Andrea Aparicio que le dijo uno de los 12 médicos que le insistió en que abortara porque su niño, Thiago Restrepo, venía con cardiopatía. Ella se enteró de lo que estaba pasando en la semana 20. “Casi me desmayo, me fui para el baño y allá no paraba de llorar”.
Cuenta que, aunque era una decisión difícil por las consecuencias que representaría, tenía claro que no abortaría: “Si Dios me lo regaló, solo Dios me lo puede quitar”. De milagros de vida sí que sabe Adriana Restrepo. Era marzo de 1981 cuando nació. Faltaban dos días para que su mamá, Raquel Agudelo, completara las 24 semanas y el cordón umbilical se enredó en el cuello de la bebé. “Tenemos que sacarla ya, me dijo el doctor con angustia y yo le contesté: pero si faltan más de tres meses”, cuenta con su marcado acento paisa.
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Las mamás de niños que nacieron antes de las 24 semanas coinciden en varias cosas. Sus bebés cabían en la palma de la mano. No encontraban ropa para vestirlos. Los alimentaban con jeringas porque la boca era tan pequeña que no cabía el pezón, ni un biberón. Y quienes visitaban a sus hijos en lugar de felicitarlos les daban el pésame. “Me decían: no se encariñe que se va a morir”, “lamento mucho que naciera así”, eran algunas de las frases que más les decían. Adriana, la niña “que no tendría futuro”, ya tiene 40 años. Es sana y con dos hijos. El más pequeño le enseñó lo que es llevar un embarazo de alto riesgo y que la sociedad le pidiera abortarlo para evitar futuros dolores de cabeza. “Yo pensaba que mi hijo sería un monstruo”.
Le dijeron desde el tercer mes de embarazo que venía sin nariz, tenía malformaciones en las extremidades y muy seguramente sería un niño con síndrome de Down. “Puse a todos los santos a trabajar, a la Virgen de Guadalupe, a San Miguel, solo Dios tenía la última palabra”. Adriana narra que sus noches eran largas, su cuerpo se descompensó, fue un embarazo tortuoso porque cada control y ecografía que se hacía mostraba lo mismo. “Cuando nació cerré los ojos y tenía miedo de abrirlos. ¿Qué tal yo hubiera abortado?, si mi hijo venía bien, con su nariz, fémur completo, no era Down”, asegura que fue un milagro y por eso lo llamó Miguel Ángel.
Ser diferente no es una desgracia Michel Mesa hace cuatro años celebraba su primer y único embarazo. Fue a la semana 12 a realizarse el examen de translucencia nucal que calcula el riesgo de problemas genéticos en el bebé. Al medir la nuca del feto se dan cuenta incluso si puede tener síndrome de Down o no. Según relata Michel, la ginecobstetra de turno no le advirtió que los parámetros eran irregulares en los exámenes, a pesar de que era evidente.
Solo cuando completó los siete meses de embarazo otro especialista que vio el mismo examen le tocó el tema de que su niño era Down, el feto ya estaba grande, debía nacer. Michel se molestó, no por tener que continuar con el embarazo, sino por el ocultamiento de la información. Aunque en realidad ese enojo fue mínimo en comparación de lo que vino después. Cuenta que su madre fue a reclamarle a la ginecobstetra y la respuesta que ella le habría dado sería que podían aplicarle una inyección intrauterina con un medicamento para generarle un infarto al feto y así al momento de tenerlo estuviera muerto. “¿Cómo se le ocurre que haría eso con mi hijo?”, reclama Michel y cuestiona el hecho de que algunos médicos propongan el aborto como solución. Han pasado tres años y Samuel va al jardín y tiene una vida normal. “Ser Down es como nacer mono o afrodescendiente, alto o bajo, o así yo veo a mi hijo, no lo veo diferente”, asegura.
Kemel A. Ghotme es neurocirujano pediatra, realiza procedimientos quirúrgicos al feto aún estando en el vientre de la madre, porque está comprobado que desde ese momento se pueden mejorar las condiciones de muchos bebés. Aclara que no forma parte de ningún grupo provida o en contra del aborto, pero es consciente de que en un alto porcentaje lo primero que recomiendan es abortar, en lugar de mostrar un abanico de posibilidades, entre ellas explicarles qué tipo de vida tendrá su hijo y familia si desea tenerlo. Por el contrario, estos menores son el eje de unión. Hay que explicar que el síndrome de Down no es una condición de vida o muerte, depende de si tiene o no otras complejidades. Si no quieren tener el bebé pueden darlo en adopción y un sinfín de opciones que no siempre se muestran, tal vez, por ahorrar tiempo en una consulta o la practicidad de frenar todo de raíz incitando a la interrupción del embarazo.
Adriana Cristancho está embarazada de su segundo hijo, en la semana 14 le dijeron que era Down, y aunque le aconsejaron abortar, ella escuchó los testimonios positivos y sigue adelante con su embarazo, espera con ansias conocer a Juan Felipe en mayo. Las cardiopatías están entre las razones por las que más se recomienda realizar abortos antes de la semana 24. Niños que presentan diferentes tipos de afectaciones en el corazón y a los que en su mayoría les pronostican un periodo corto de vida y con mucho sufrimiento. “El doctor duró 40 minutos frente al computador, se rascaba la cabeza y eso que era calvo, me miraba con angustia y no decía nada, mientras pasaba el ecógrafo por mi vientre”, recuerda Zoraya Martínez.
Ella tampoco se atrevía a preguntar qué pasaba porque él le advirtió en tono serio: “Las preguntas al final”. Frente a tanta tensión las lágrimas de la madre rodaron por la mejilla y el silencio se acabó cuando el especialista le informó que el niño tenía una malformación en el corazón, todo indicaba que quizás no llegaría vivo al nacimiento, así que lo recomendable era no alargar la espera y finalizar el embarazo. Felipe Gómez, padre del menor, le prometió hacer todo lo posible para protegerlo junto con su esposa. Hoy, Jerónimo tiene 4 años, hace dos le realizaron un trasplante de válvula para el corazón, como no se encontró un donante humano se requirió de una válvula de vaca.
“No cualquier vaca es una canadiense”, dice de manera jocosa Zoraya mientras muestra el carné que los certifica. El niño va al colegio, corre, juega, se cansa un poco, pero tiene una vida normal. No ha sido fácil para Andrea Aparicio y William Restrepo sacar adelante al pequeño Thiago, el niño que nació con una cardiopatía. Hasta los siete meses dijo papá, dio botes y comió ensalada de frutas.
Para ese periodo requirió una cirugía a corazón abierto, todo se complicó, entró en paro cardiorrespiratorio tres veces, “mi niño se puso negrito, no podía respirar”, describe la mamá con la misma angustia que vivió el 30 noviembre de 2020, cuando Thiago quedó con afectaciones neuronales, presenta ataques de epilepsia, su cerebro no responde a lo que ve, entre otras complicaciones. Los especialistas lo remitieron a cuidados paliativos con alimentación nasogástrica. “Es mejor que muera en casa”, dice William que fue lo que le dijeron el día que salió del hospital.
Pero, contrario a todos los pronósticos, el niño ya no se está alimentado por sonda; su padre, que es enfermero, una terapeuta amiga de la familia, el amor de madre y la esencia de Thiago como guerrero han hecho que el pequeño, que en abril cumple dos años, evolucione. Precisamente esa es la vida, una constante evolución, en la que cada ser a su ritmo sorprende. Juan Ignacio Cordero otro niño prematuro, hace ocho años nació, cuando tenía 24 semanas de gestación dejó de crecer, y fue necesario sacarlo del vientre, se veía pequeñito y débil, pero con el tiempo se convirtió en un travieso y saludable niño.
Por otra parte, Viviana López nació antes de cumplir 22 semanas, casi imposible que sobreviviera, hoy mide 1 metro 67 centímetros, tiene 21 años y es estudiante de comercio y negocios internacionales, completamente sana. Son esos testimonios de vida los que invitan a cada mujer a que antes de tomar la decisión de abortar recuerden el ritmo del corazón de su bebé en su vientre, que suena tan fuerte como el galopar de un caballo, como diciendo, “aquí estoy”.