Gustavo Petro, presidente electo de Colombia. | Foto: juan carlos sierra-semana

Política

Las luchas de Gustavo Petro: esta es la vida del primer líder de izquierda en ser presidente de Colombia

Millones de colombianos eligieron, llenos de esperanza de cambio, al primer exguerrillero que llega al poder. El otro medio país quedó sumido en una atmósfera de incertidumbre. Esta es la vida, las peleas, las traiciones y la carrera del nuevo presidente.

19 de junio de 2022

El discurso de posesión de Gustavo Petro este domingo 19 de junio resume la personalidad, el carácter, la conducta, los pensamientos, la oratoria, y hasta los pecados de quien este fue elegido como el primer presidente de izquierda de la República de Colombia.

Gustavo Petro fue elegido como presidente de los colombianos. “Hombre hábil, de gran inteligencia, y excelente estratega político”, en palabras de Carlos Gaviria Díaz (q.e.p.d.) y uno de los compañeros de lucha que mejor conoció a Gustavo Francisco Petro Urrego.

Seguramente, Petro hubiera preferido pronunciar su discurso de triunfo el 19 de abril, coincidiendo con la fecha de su natalicio, del nacimiento del M-19, y muy cerca de la fecha del aniversario de la muerte a bala de Jorge Eliécer Gaitán, tres cuadras al sur del Capitolio, el 9 de abril de 1948, en lo que la historia conoce como ‘el Bogotazo’. El caudillo liberal, ha sido uno de los tres líderes políticos colombianos que Petro definió como sus referentes, y a quienes ha tratado de emular cuando ha necesitado hacerlo, sin importar coincidencias ideológicas.

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La carrera que llevó a Gustavo Petro a la Casa de Nariño está llena de vericuetos y complejidades. Hasta hace unos años, en Bogotá, solo los más entendidos tenían referencias suyas. Candidato a la Alcaldía Mayor en 1997, séptimo entre los 15 candidatos que salieron en el tarjetón la primera vez que Enrique Peñalosa resultó elegido en el segundo cargo de elección popular más importante del país. Siete mil votos fue el capital con el que arrancó en firme en el arte de competir en las elecciones.

Desde que regresó al país, tras un periplo en el consulado de Bruselas (Bélgica) enviado por el presidente Samper para proteger a varios desmovilizados del M-19, Petro se volvió apellido habitual en todas las elecciones, cada cuatro años.

Segundo renglón del representante Antonio Navarro Wolff, uno de los tres presidentes de la Asamblea Constituyente, principal líder de lo que quedaba vivo del M-19 tras el asesinato de Carlos Pizarro y quien había sido el fenómeno electoral, cabeza de lista del movimiento Vía Alterna.

Se hicieron célebres, meses antes de la posesión de Uribe, cuando el ministro de Hacienda de Andrés Pastrana, Juan Manuel Santos, fue quien ocupó el banquillo de los acusados en el debate en el que ambos destaparon los “auxilios parlamentarios”, partidas presupuestales que el gobierno venía transfiriendo a los congresistas para invertir en sus regiones y que años más tarde el país bautizó de “mermelada”, precisamente durante el gobierno Santos en el que esa práctica fue protagonista, según las evidencias.

Su pasado guerrillero y su espíritu que huele a revolución, que por años fue usado para atacarlo, fue transformado en virtud, a la luz de la forma como la prensa internacional le ha dado carácter histórico a su triunfo en las urnas este domingo 19 de junio de 2022.

Jefe de la oposición

Muchos de quienes han seguido por años a Gustavo Petro fueron cautivados por su oratoria, ilusionados con el modelo de sociedad que anhela construir, y algunos han estado preocupados porque algo le pase, en un país en que tantos líderes políticos han sido asesinados por años.

Por décadas, Gustavo Petro había sido el más feroz opositor. En el pasado, ninguna de las propuestas de la izquierda en Colombia había siquiera acariciado el triunfo.

En su momento, Carlos Gaviria despertó el entusiasmo, pero estuvo lejos de alcanzar la victoria. Consiguió, eso sí, la mayor votación de la izquierda hasta entonces, 2,6 millones de votos, que catapultó al partido amarillo (el Polo Democrático) como la principal alternativa de poder, por encima del azul y el rojo de los partidos tradicionales, el conservador y el liberal.

Petro fue protagonista estelar en los actos de campaña de Gaviria en plaza pública, en la que las fotografías parecían dar crédito a la primera vez que la izquierda llegaba unida a unas elecciones. La única campaña en la que coincidieron en tarima otras figuras de talla presidencial como Samuel Moreno, nieto de Rojas Pinilla; Clara López Obregón o Jorge Enrique Robledo, quien se batía contra la aplanadora del tratado de libre comercio que el gobierno firmaba con Estados Unidos y Europa. En 2006, Petro sacó réditos personales de ese cambio de la sociedad: 143.000 votos, con los que dio el salto al Senado.

Fiscalía en el Capitolio

Petro, en su estreno en la categoría de senador, montó en su oficina del Edificio Nuevo la que, por cuatro años, los del segundo periodo de Uribe, fue llamada “la fiscalía del Congreso”, a donde llegaban todos los expedientes archivados en la fiscalía general de Luis Camilo Osorio relacionados con masacres y conformación de grupos paramilitares. Desde allí, el hoy presidente formuló los debates de la parapolítica que le dieron una connotación nacional enorme.

Un veterano dirigente del Eme, que conoció a Petro desde los 21 años, cuando se lo presentaron como personero de Zipaquirá, recuerda el viaje de Bogotá a Fonseca, en La Guajira, en el que las 30 horas de ida y regreso las hicieron en silencio; él, manejando, mientras el senador, en el asiento trasero, organizaba un mamotreto de folios para esos debates en el Senado.

Antiuribismo

Más allá de ser el jefe de la oposición, Petro se consolidó como el adversario más feroz del entonces presidente Álvaro Uribe. El martes 17 de abril de 2007, dos días antes de su cumpleaños, Petro provocó un lleno en el recinto del Senado, desde las 4 de la tarde, cuando dio inicio a su intervención que dedicó a las víctimas del paramilitarismo en Antioquia.

El entonces senador recurrió a la sociología para explicar que en ese departamento creció la semilla de lo que llamó “poder mafioso”, gracias al tributo de “una cultura que rinde tributo a la figura del patrón”.

Señaló a los jefes paramilitares, que habían acordado su desmovilización con el gobierno, como la cúspide de la pirámide que alguna vez ocuparon Pablo Escobar y el cartel de Medellín, por lo que, en una especie de teoría basada en la cadena de mando, los responsabilizó del magnicidio de Luis Carlos Galán y del exterminio de la Unión Patriótica. Habló una hora y 57 minutos.

A esa fiscalía paralela también llegaron pruebas de asesinatos ordenados desde las oficinas del DAS, como el del periodista Jaime Garzón, por el que fue condenado Carlos Castaño, desaparecido comandante de las AUC. También las pruebas de seguimientos ilegales, desde esa misma central de inteligencia, a las comunicaciones de los dirigentes de oposición, especialmente a Piedad Córdoba y el propio Petro.

Tras haber confirmado lo que Salvatore Mancuso se había atrevido a asegurar en 2004, el día que junto a Ramón Isaza y Ernesto Báez entraron de corbata al Salón Elíptico del Capitolio, el 30 por ciento del Congreso era suyo.

Unidad y discordia

El 27 de septiembre de 2009 se dirimió el pulso que terminó por sentenciar el futuro del Polo Democrático Alternativo, el que en palabras de Antonio Navarro apuntaba a ser la “kriptonita amarilla” contra el uribismo. Petro sumó su tercer triunfo en las urnas, 234.200 votos, 20.000 más que Gaviria, y se llevó la candidatura presidencial.

La campaña que antecedió la consulta interna está resumida en los titulares de prensa de los principales diarios de la capital, la mayoría con Petro como protagonista, con frases entrecomilladas, algunas dirigidas contra sus oponentes iniciales en la que sería su primera campaña presidencial: además de Gaviria, presidente del Polo; Lucho Garzón, exalcalde de Bogotá, quien finalmente no participó en la consulta.

De aquella visceral campaña corresponden algunas confesiones que Carlos Gaviria hizo en vida a su amigo personal, el escritor Héctor Abad Faciolince, quien en 2018 dedicó un tuit a Gustavo Petro: “Recuerdo cuando mi amigo Carlos Gaviria (que falleció) me contaba, con ira, de cómo Petro cambiaba las actas del Polo, en la noche, para poner lo que no se había resuelto. Un tramposo”.

Aunque nunca se descubrieron actas alteradas de la noche a la mañana, sí existen artículos periodísticos en los que Gaviria califica a Petro como un “factor de discordia más que de unidad” que en público decía pertenecer al Polo, “pero en privado organizaba una disidencia”.

Gaviria atribuyó su derrota en la consulta, por estrecho margen, a la estrategia de Petro de “aparecer no como un político con posiciones radicales sino flexibles”, capaz de hacer “alianzas de todo tipo, hasta con el propio Uribe”.

El único testimonio que Gaviria concedió a la prensa respecto a las intimidades de la reunión del Comité Ejecutivo del Polo, en la que se acordó no salir a la multitudinaria marcha contra las Farc del 4 de febrero de 2008, que reunió a más de seis millones de personas en las calles, fue: “Gustavo propuso, literalmente, que yo saliera de la mano de Uribe mostrando a todas las personas que esa era la vía para lograr la paz”.

El jueves 25 de febrero de 2010, junto con su esposa Verónica Alcocer y sus hijos, y 24 horas antes de que la Corte Constitucional tumbara el referendo para que el pueblo decidiera si habilitaba una segunda reelección de Uribe, inscribió su candidatura a la presidencia. Solo dos de los 10 senadores que entonces tenía el Polo lo acompañaron, Jorge Guevara y Guillermo Jaramillo. Carlos Gaviria, aún presidente del Polo, delegó en el secretario, Boris Montes de Oca, la representación del partido en aquel trámite ante la Registraduría.

Dos semanas después, el 14 de marzo, el Polo sufrió un descalabro en las elecciones legislativas, bajó su votación y redujo de 10 a 8 curules su representación en el Senado.

Jaime Dussán, uno de los quemados en las urnas, admitió que los resultados pudieron obedecer, entre otras, a la fragmentación en las entrañas del partido. Petro, en cambio, lo atribuyó a la campaña de exterminio de la oposición, demostrada con las chuzadas ilegales denunciadas por el propio parlamentario.

Trampolín

Las declaraciones de sus copartidarios no minaron la creciente imagen favorable de Petro, y sin Uribe en el tarjetón, enfiló baterías contra los dos candidatos que graduó de herederos del proyecto dictatorial del uribismo: Germán Vargas Lleras y Juan Manuel Santos.

A Vargas lo fue diezmando a medida que su partido, Cambio Radical, iba siendo el de mayor número de congresistas capturados por sus denuncias de parapolítica. A Santos lo tuvo contra las cuerdas cuando acompañó una moción de censura promovida en su contra, tras la denuncia pública de Clara López, entonces secretaria de Gobierno del alcalde Samuel Moreno, por los falsos positivos de Soacha.

En aquella contienda, la posibilidad que Petro había advertido de provocar una alternativa al “poder mafioso” la encarnó la fórmula de Antanas Mockus y Sergio Fajardo, y no él. Los exalcaldes de Bogotá y Medellín, encabezaron la euforia de la llamada ola verde y alcanzaron a liderar las encuestas cuando Petro no registraba despegue alguno.

Analistas y referentes de la izquierda y alternativos le hicieron repetidos llamados desde sus columnas de opinión para que renunciara a su aspiración y adhiriera a Mockus, incluso antes de la primera vuelta. Uribe y Petro ya habían hecho del Twitter su principal parlante, y en su cuenta, el candidato del Polo cerró la posibilidad con un trino que en principio generó ilusión y confusión: “Si votas amarillo en primera vuelta, habrá coalición amarillo–verde en segunda vuelta”. Aclaró que su mensaje debía ser entendido como una invitación a Mockus a participar en su gobierno.

Dejó a un lado a Vargas y a Santos, y enfiló sus declaraciones de prensa hacia Mockus, a quien calificó de “neoliberal” y “más de derecha que Uribe”, como se lee en varios titulares de prensa de aquella contienda. Carlos Gaviria hizo una pausa en su voluntario retiro de la política y, como referente de la izquierda, aceptó acompañar a Petro en tarima, en algunas de sus correrías.

Sin interrumpir su proselitismo viajó a Estados Unidos, cuando su fórmula a la vicepresidencia, Clara López, denunció un plan para atentar contra la vida del candidato del Polo. Petro regresó en mayo, para la recta final de la campaña, donde descolló junto a Vargas Lleras en los debates programáticos, que, según los analistas, le valieron un repunte en las urnas, donde consiguió casi 1,3 millones de votos y ocupó el cuarto puesto detrás de Santos, Mockus y Vargas, y superando a Noemí Sanín, del conservatismo, y a Rafael Pardo, del liberalismo.

Tras la primera vuelta, sorprendió al reunirse con el candidato de Uribe, Juan Manuel Santos, ante la sorpresa de los dirigentes del Polo que adelantaban conversaciones institucionales con emisarios de la campaña del Partido Verde. La prensa alcanzó a especular sobre un posible ofrecimiento del Ministerio de Agricultura.

Petro fue desautorizado y, para la segunda vuelta, promovió el voto en blanco, con argumentos en su Twitter en los que advirtió que sería un voto menos para Santos y Mockus, pero un voto más para el futuro.

Aunque la prensa informó de acuerdos programáticos con Mockus, Clara López, presidenta del Polo, dijo que Enrique Peñalosa se negó a aceptar el apoyo del partido que hizo oposición a los dos gobiernos de Uribe y rechazó el respaldo del candidato que en campaña había empezado a ser relacionado con simpatías hacia el régimen de Hugo Chávez en Venezuela y los hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba.

El voto en contra

Tras las fisuras de la campaña, Petro se despidió del Senado, al señalar que había sido la última legislatura de su vida. Lo cumplió a medias, pues aunque nunca volvió a aspirar al Parlamento, se posesionó en 2018 en la curul del jefe de la oposición.

En su paso por el Capitolio, uno de sus votos generó toda una controversia, incluso entre sus partidarios. Votó por Alejandro Ordóñez para procurador general; con el tiempo corrió el rumor de que fue a cambio de un nombramiento, en uno de los despachos del Ministerio Público.

Aunque en entrevistas había descartado la Alcaldía de Bogotá, se inscribió como candidato después de haberse marchado del Polo, tras la tumultuosa rueda de prensa que ofreció con el concejal Carlos Vicente de Roux, en el recinto de una de las comisiones del Senado, donde destaparon las escandalosas pruebas del carrusel de la contratación que desfalcó las arcas del Distrito en la administración de Samuel Moreno.

Con el exalcalde preso en la Estación de Carabineros, Petro cabalgó sobre un discurso en el que también cuestionó el “silencio” de senadores como Jorge Robledo, del ala del Moir, frente a los hechos de corrupción de un dirigente del Polo Democrático.

Gobierno según Petro

Fundó el cuarto movimiento político de su carrera, Progresistas, plataforma con la que derrotó a Enrique Peñalosa, Gina Parody, Carlos Fernando Galán y David Luna, candidatos en los que se fragmentó el voto de castigo contra la izquierda, que permitió el cuarto triunfo de Gustavo Petro en unas elecciones.

Mucho se ha escrito sobre los resultados de su plan de desarrollo, aprobado por el Concejo con el nombre de “Bogotá Humana”, interrumpido cuando el procurador Ordóñez pasó a ser su verdugo, con el fallo que lo destituyó y lo dejó fuera del camino por los siguientes quince años.

Petro encabezó una lucha de resistencia política, agitando masas desde el balcón del Palacio de Liévano con la consigna “no pasarán”; y de resistencia jurídica, a través de “tutelatones” que inundaron varios despachos judiciales en Colombia y el exterior, donde encontró, en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el fallo con que Santos lo restituyó en el cargo, en días en los que el presidente hacía cálculos electorales para su reelección.

En el documental La política del amor, en el que Petro revela detalles de su vida personal y su lucha política, aseguró que Santos le debía su reelección, gracias al fervor popular que dijo haber sembrado en los barrios y en las clases menos favorecidas, durante su administración en Bogotá, a pesar de no haber saldado sus compromisos de campaña.

Vinieron años de aislamiento, luego de ceder el cargo de alcalde a Enrique Peñalosa, ganador en las elecciones de 2015, que decretaron el fin de la seguidilla de tres administraciones de izquierda en la capital.

En 2016, Petro estuvo una semana recluido en un hospital de la ciudad, enfermo por una úlcera que provocó sangrados en el interior de su estómago. Fue producto del estrés, confesó el candidato ante la cámara, “por no poder actuar de forma directa en la campaña del plebiscito por la paz”. Fueron años de “ostracismo” los que vinieron tras la Alcaldía.

Hace cuatro años, Petro estuvo a punto de ser el primer exguerrillero en la historia de Colombia en llegar a la Casa de Nariño, cuando en menos de tres meses volvió a participar en tres elecciones: la consulta para oficializar su candidatura por la coalición Colombia Humana, y la primera y segunda vuelta en las que fue derrotado por Iván Duque.

Aunque había puesto punto final a su vida parlamentaria, aceptó regresar al Senado y ocupar la nueva curul que, una reforma constitucional le entrega al que queda de segundo en las elecciones.

Bolsas negras

Desde allí pavimentó la campaña política definitiva en su conquista del poder. El martes 27 de noviembre de 2018, cinco meses después de haber perdido contra Iván Duque, volvió a coincidir con el senador Jorge Robledo en un debate en el que juntos intentaron empujar al fiscal general Néstor Humberto Martínez a su renuncia del cargo.

El Centro Democrático devolvió el debate en su contra, cuando la senadora Paloma Valencia proyectó un video en el que se apreció a Petro, de espaldas, recibiendo fajos de billetes, que luego fue depositando en bolsas negras.

“El fin justifica los medios”

Pese al impacto mediático del video, sumó aliados a su proyecto, paradójicamente dirigentes que se habían erigido al amparo de la sombra de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.

Senadores como Roy Barreras, Armando Benedetti, Roosvelt Rodríguez, Temístocles Ortega y el excongresista Alfonso Prada, asumieron las riendas de una estrategia política sustentada en el manido axioma de la propaganda política: “una mentira repetida mil veces, hasta convertirla en verdad”.

Según los videos grabados desde las entrañas del Pacto Histórico, se fueron minando las posibilidades de Alejandro Gaviria y Sergio Fajardo antes de que dirimieran la candidatura del centro del espectro; Federico Gutiérrez y Rodolfo Hernández también fueron víctimas de su campaña de desprestigio.

Fue la última “amenaza electoral” que Petro y sus estrategas definieron, para despejar su camino hacia la presidencia. Aunque Petro ha guardado silencio ante las tácticas diseñadas para ir sacando del camino a cuanto candidato fuera necesario, la estrategia –que desbordó los límites éticos– quizás le aseguró el triunfo.

Los colombianos que lo eligieron, tras el pulso entre los dos candidatos más populistas que participaron en la contienda, ven en Petro el rostro del cambio. A ellos les quedan más las frases como “política del amor” o “potencia mundial de la vida” que los miedos que tienen los otros millones de colombianos que votaron por Rodolfo Hernández.

Quienes conocieron de primera mano su estilo de gobierno han advertido sobre los riesgos de su liderazgo. Su antiguo gran amigo Daniel García Peña se despachó con esta frase al renunciar a su alcaldía: “Gustavo, un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota”.

Diez años después de aquellas palabras, Gustavo Petro confía en las suyas, con las que quiere escribir el capítulo que parta en dos la historia de Colombia. Tiene cuatro años para ello, comenzará a escribirlo el próximo 7 de agosto, cuando por primera vez en la historia un exguerrillero luzca, terciada en su pecho, la banda con la bandera y el escudo de Colombia, diseñada solo para los huéspedes de la Casa de Nariño.