NACIÓN
Leyner Palacios, el sobreviviente de Bojayá que llegó a la Comisión de la Verdad
Leyner Palacios Asprilla perdió a 28 familiares en la masacre de Bojayá, en 2002. Desde entonces, trabaja por la memoria y la reparación de las víctimas.
Este martes, un chocoano de 44 años se convirtió en miembro de la Comisión de la Verdad. Leyner Palacios, un líder de su región que ha trabajado durante años con víctimas del conflicto y con comunidades afro, fue nombrado para ocupar el lugar que dejó Ángela Salazar, quien falleció en agosto.
“Es muy difícil reemplazarla, Ángela no tendrá reemplazo, Ángela tendrá aquí un amigo que continuará su legado, un amigo que se comprometió con las causas y sus tareas, con su verdad", le dijo Leyner a SEMANA justo después de su nombramiento. "Angelita fue una mujer comprometida con los derechos campesinos, afro y de todos los colombianos. Fue una mujer decidida por el esclarecimiento de la verdad, una mujer comprometida con las causas más nobles. Ella siempre nos inspiró paz, nos inspiró sabiduría, nos inspiró conocimiento ancestral.Desde el cielo nos acompañará en esta tarea de construcción de la verdad y nos seguirá iluminando para continuar con este gran desafío que tenemos los colombianos y colombianas, andar por el camino de la reconciliación”.
Palacios es un sobreviviente de la masacre de Bojayá. El 2 de mayo de 2002 perdió a 28 familiares cuando las Farc y los paramilitares se enfrentaron por el control de ese municipio y un explosivo cayó sobre la iglesia del pueblo. Murieron 119 personas que se refugiaban allí. Él fue testigo de la explosión y en vez de huir del pueblo y olvidar para siempre ese hecho, decidió liderar todos los procesos de reparación para las víctimas. Así empezó a convertirse en un líder y su labor fue reconocida incluso en la entrega del Nobel de Paz de 2016, a la que asistió como símbolo de resistencia y reconciliación de Colombia después del Proceso de Paz.
Sus reconocimientos continuaron: en agosto de 2017 le otorgaron el premio Global Pluralism por representar al Comité por los Derechos de las Víctima de Bojayá.
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Dejar el Chocó
En enero de este año este incansable sobreviviente y líder social tuvo que huir de su natal Chocó debido a que las amenazas se convirtieron en una constante no solo de su vida sino también en la de su familia. “Con dolor y nostalgia les comparto que he decidido salir del Chocó, las presiones me hacen tomar precauciones”, informó Palacios a sus allegados. En los primeros días de enero el líder social recibió una llamada de hombres que se identificaron como miembros del Clan del Golfo. “O se va, o lo matamos”, sentenciaron.
Con el pasar de los días la situación se volvió insostenible. Llegó a Bogotá precisamente para buscar ayuda no solo para su propia protección, también para Chocó. Se reunió con la ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez; el comandante del Ejército, mayor general Eduardo Zapateiro, y con el director de la UNP, Pablo Elías González.
En esa reunión se tomaron algunas medidas. El viceministro del Interior, Daniel Palacios, aseguró que Palacios continuaría con un esquema de seguridad de la UNP combinado con la Policía, el cual sería reforzado.
Sin embargo, tres meses despues, Arley Enrique Chalar Rentería, escolta del Palacios, fue asesinado en Cali cuando terminaba de almorzar en un concurrido sector de la capital del Valle. Unos sicarios lo abordaron en la carrera 46 con calle 14b, barrio La Selva, suroriente de la ciudad. Le dispararon en repetidas ocasiones y huyeron en moto. Arley no murió ahí, alcanzó a ser trasladado hasta un centro asistencial, donde falleció minutos después.
Las amenazas en contra de Palacios se intensificaron luego del estreno del documental ‘Bojayá Entre Fuegos Cruzados’, una producción que desde el relato testimonial de cinco familias sobrevivientes reconstruye los hechos de la masacre y cómo son sus vidas ahora. Sin embargo, Palacios ha continuado firme en su lucha por la verdad y por la paz, la misma lucha que ahora lo tiene haciendo parte de la Comisión de la Verdad.
Hasta el lunes, antes de su nombramiento, Leyner se desempeñaba como secretario de la Comisión Interétnica de la Verdad de la Región del Pacífico CIVP, desde donde impulsó cientos de causas y la más reciente, el pacto por la vida para el Pacífico y el suroccidente colombiano.
Con el mismo valor que tuvo para soportar la muerte de sus familiares y el valor que ha tenido para defender a las víctimas pese a los ataques, Palacios ahora asume la designación como comisionado y responder así con entrega y dedicación a la confianza que depositaron en él las ocho entidades, entre organizaciones campesinas, afro y eclesiásticas, para que asumiera el cargo que ahora recibe con la misma humildad y alegría que siempre lo ha caracterizado.
La entrevista que se reproduce a continuación fue publicada en 2017. Ese año, en medio de la visita del papa Francisco a Colombia, Palacios tuvo un encuentro del pontífice con cerca de 6.000 víctimas del conflicto armado en Villavicencio. Viajó junto a otras familias de Bojayá y cargaron al Cristo mutilado, la escultura que sobrevivió al ataque del 2 de mayo y que a la larga se convirtió en uno de los iconos de la violencia en el país. El torso fue bendecido en el evento.
Además de la bendición del Cristo mutilado, Palacios quería que el papa Francisco escuchara de su propia voz la historia de Bojayá y del perdón hacia los grupos armados que los violentaron. Era el propósito del viaje. Pero la organización de la visita eligió a solo cuatro víctimas de distintas regiones para hablar y Leyner no pudo entrar en ese grupo. SEMANA RURAL habló con Leyner Palacios antes del encuentro con el papa sobre el proceso de perdón con los autores de la masacre y la importancia de la reconciliación para su pueblo.
SR: Usted lidera a las víctimas de Bojayá. ¿Cómo ha sido ese trabajo?
LP: Voy a empezar desde lo más reciente, desde 2014 en pleno proceso de paz con las Farc…
A mí me toco ir a La Habana en representación de los bojayaseños para dar testimonio. Yo decidí no contar mi historia, sino la de mi pueblo y la del Pacífico, para que sirviera como un elemento revelador en las decisiones que se iban a tomar en la negociación. De cierta manera, era una tarea compleja porque el país estaba polarizado y viajar a La Habana era motivo de estigmatizaciones. No podía informar, no podía compartir con la familia. Tampoco con las organizaciones sociales. Eso fue un momento bastante tensionante en mi vida. Sin embargo, cuando llegué a La Habana me di cuenta que tenía sentido haber ido, porque pude experimentar la seriedad con la que se llevaba el proceso. Hice parte de la primera delegación de víctimas.
¿Le dijeron algo las Farc?
Después de mi intervención, se acercaron ocho plenipotenciarios de esa guerrilla y me dijeron que querían reunirse con la gente de Bojayá para pedir perdón. Era un desafío llevar es petición a un pueblo tan golpeado. ¿Cómo le hablábamos de perdón a 32 comunidades indígenas y 19 consejos comunitarios violentados? Además, debía socializarles el mensaje en medio del conflicto armado y las dificultades para llegar a toda la región por las distancias.
Es decir que usted llega de La Habana y empieza su trabajo de ‘mensajero’ del perdón de las Farc...
Sí. Me tocó conformar unos equipos con los líderes Bojayá para hablar de la propuesta y conocer si las comunidades estaban dispuestas a reunirse con los guerrilleros. Algunas decían que era descabellado, que era complicado. Otras comentaban que sí querían escucharlos, pero bajo ciertas condiciones. Fue un desafío recoger las opiniones de las víctimas. Eran jornadas donde se revivía el dolor.
¿Y cuáles eran las condiciones?
Que los escuchábamos si no se trataba de un show mediático para ganar réditos políticos. Recuerde usted que las Farc fue incluido en el listado de grupos terroristas de Estados Unidos luego de la masacre del 2 de mayo.
A los bojayaseños les preocupaba que el perdón fuese un acto político, ¿no?
Exactamente. Y había otro tema: ¿cómo nos van a pedir perdón si estábamos en una revictimización? La gente reclamaba por las minas antipersona en los territorios, por las vacunas (impuestos), por la restricción de la movilidad en la región. Los comerciantes, los plataneros, los conductores de los botes… Todos.
¿Entonces ustedes les exigieron acabar con las acciones violentas antes de pedir perdón?
Es que la gente nos manifestó que cómo podían pedir perdón bajo el contexto que le cuento. Si ellos querían hablar con nosotros debían cesar todas sus actividades en Bojayá.Un mes después de llevar el mensaje de las Farc a las comunidades –la reunión en La Habana fue en agosto-, hicimos un sondeo que nos arrojó este resultado: el 90 por ciento de la población estaba dispuesta a escuchar a los guerrilleros bajo las condiciones que nos comentaron. Yo fui a Cuba para contarles a los guerrilleros lo que pensaba la gente.¡Vaya sorpresa! Las Farc escucharon los requisitos de la comunidad de Bojayá y la respuesta fue: aceptamos.
¿Cuáles miembros de las Farc se lo dijeron?
Iván Márquez personalmente me lo comunicó frente a otros plenipotenciarios. Fue en septiembre, en el segundo viaje a La Habana. También estaban Jesús Santrich y Pablo Catatumbo.
¿Y qué más le respondieron?
Me pidieron llevarle a los bojayaseños este mensaje: ellos no solo aceptaban las condiciones, sino que estaban dispuesto a discutir otras que surgieran en el transcurso del proceso de perdón. Yo volví a sorprenderme. ¿Qué había pasado? Y hoy se lo confieso: la gente puso las condiciones para no hacer el acto de perdón. Eran tan altas que creíamos que las Farc iban a decir no.
Bueno, ¿la gente cómo tomó la respuesta de las Farc?
Hermano, que esto era serio. Y empezamos otra gira por las comunidades para comunicarles la respuesta de la guerrilla. A partir de eso momento logramos transformar cosas: no volvieron a cobrarnos vacunas, sembrar minas o reclutar menores, que era otro de los problemas en la región. Cumplieron las condiciones.Sobre las minas antipersona: cuando regresamos de La Habana, ellos ya se estaban quitando los explosivos de Bojayá. Y al mes exacto, en octubre, nos dijeron que no tenían una sola mina sembrada en el municipio. Le preguntamos a los campesinos y nos decían que vieron a los guerrilleros revisar los campos minados.
En cuanto al reclutamiento de menores, no se escuchó uno más. Conocimos un caso en Murrí, cerca de Vigía del Fuerte -un municipio cercano a Bojayá-. Era una niña que estudiaba en Vigía. Le hicimos el reclamo a las Farc y se acabó. Y en un documento, la plana mayor de la guerrilla se comprometió a darnos autonomía en las decisiones del manejo del territorio. Ese tipo de cosas lograron un nivel serio de confianza.
Y con las condiciones cumplidas, ya no había excusas para el acto de perdón…
Quedamos con las comunidades en hacerlo en dos momentos: que un grupo de víctimas fuese hasta La Habana, porque en 2014 las Farc no podían moverse hasta el territorio. La gente pidió que se organizara el acto en el lugar de la masacre, pero si los guerrilleros viajaban hasta Bojayá se exponían a ser capturados. Después, en septiembre de 2016, logramos hacerlo en la iglesia que destruyeron.La petición de las Farc fue quiero pedirles perdón. Quiero que me faciliten el encuentro con ustedes. Pero las reuniones en Cuba nos fueron mostrando que no era una petición de perdón, sino un reconocimiento de responsabilidad. En los testimonios de la gente nos dimos cuenta. “¿Pero perdón? Miren lo que me hicieron”, decían.Esto nos reveló que no se podía pedir perdón si antes no había una actitud de reconocimiento de las acciones violentas.
¿Por qué decidió aceptar la responsabilidad de liderar a las víctimas de Bojayá?
Bueno, yo soy víctima también. Me mataron 28 familiares el 2 de mayo. Cuando uno lee la historia de Colombia se da cuenta que la paz no se logra por la vía militar. Fui a La Habana y sentí que era posible el dialogo con nuestros victimarios. Además, la comunidad decía: escuchémoslos. Vi una oportunidad de aliviar mi dolor. Luego mi tragedia pasó a un segundo plano. El dolor de otras personas es mayor o igual al mío. Ahí decidí que tengo que colaborar.
¿Fue difícil sentarse a dialogar con el grupo responsable de la masacre?
Yo estaba en Bojayá el día de la masacre. Es duro encontrarse con quienes te jodieron la vida. Se te mueven las tripas y el corazón está lleno de rabia. Pero yo me he dado la mano con los otros dos responsables: el Estado y los paramilitares. ¿Por qué no hacerlo con las Farc? Claro, cuando uno los ve, a la mente llegan los recuerdos de todos tus familiares. Pero hay que tener fe en Dios y salir adelante.
¿El trabajo de líder de víctimas le ayudó a superar su tragedia?
Yo antes de ir a La Habana era de los que no creía en el perdón. Fui allá y después de ver la actitud los negociadores de las Farc encontré una posibilidad de cambio. Sí, yo soy víctima, ¿pero por qué no dar un poco más para la reconciliación?Me decía: hombre, mi dolor es terrible, pero el de la gente que está a mi lado también. A mí me ha sanado esta posibilidad de ayudar. Es que no se escucha al victimario para hacerle un favor. Hay que quitar esa idea de los colombianos porque así vivimos con rabia y cerrados al diálogo.
¿Entonces para qué escuchamos al victimario?
Yo lo escucho para vivir más tranquilo y en paz. Si hablo con las Farc, los paras o el Estado es para aliviar la carga que tengo como víctima. Esa rabia, esa tristeza. Si no genero el espacio de diálogo, el victimario no logra dimensionar el daño que hizo.
Cuando le narrábamos a las Farc nuestras historias en medio del conflicto nos decían: nosotros no sabemos a qué hora hicimos tanto daño. Si los hubiésemos escuchado antes, esta guerra la habríamos parado hace rato.
¿Y usted sintió esa descarga, esa paz?
Me siento muy aliviado. Pudimos empezar a recuperar la dignidad de nuestros familiares. Era gente de bien, luchadora y trabajadora. Lo que pasó con las Farc en los últimos años era la oportunidad de dejar de poner los muertos. Si nosotros no dábamos el paso, ellos continuaban en la maldad. Todo esto que hago es por mis otros familiares, para que no sufran como yo.