ENTREVISTA
Lo que dice 'El Clan de los 12 Apóstoles'
El libro de Olga Behar recoge el testimonio del mayor de la policía Juan Carlos Meneses, quien acusó a Santiago Uribe de ser partícipe de la creación de los grupos paramilitares en Antioquia. Entrevista con su autora, por Radio Nederland.
A propósito de la publicación del libro ‘El Clan de los 12 apóstoles’, de la periodista Olga Behar, Semana.com reproduce la siguiente entrevista con la autora hecha por el periodista José Zepeda, de Radio Nederland.
La versión en video la puede vera aquí.
José Zepeda: Señora Behar, quisiera comenzar por el final. Le voy a pedir encarecidamente que me lea usted un pequeño párrafo del epílogo del libro ‘El Clan de los 12 Apóstoles’.
Olga Behar: Con mucho gusto. “Comienzo diciéndole que quiero insistir en la advertencia que le hice la primera vez que nos vimos para la elaboración de este libro. Como periodista, nunca le puedo garantizar al personaje el resultado final.
Le agradezco haber corrido el riesgo de contarme su historia a sabiendas de que podía haber salido mal librado, pero en la vida no hay personas totalmente buenas ni totalmente malas, le digo. Y eso es lo que interpretará el lector para sacar sus conclusiones. Le cedo la palabra”.
J.Z.- Estamos frente a una obra dedicada al clan de los 12 apóstoles, un grupo paramilitar tristemente célebre en Colombia, de un período muy específico de la historia de este país, 1992-1994. ¿Por qué tomar como referente un hecho “del pasado”, para hablar del presente?
O.B.- Por dos razones: la primera, porque la única manera de entender nuestro presente es conocer el pasado; y la segunda, y tal vez más importante, es una frase que dijo alguien seguramente muy talentoso “si no conocemos nuestra historia, estamos condenados a repetirla”. Creo que se extraen lecciones en este libro que nos sirven para que esto no vuelva a pasar.
J.Z.- Este libro es producto de una larga lista de conversaciones, como dice la carátula, con el mayor Juan Carlos Meneses, y se trata de un lugar muy específico, ¿verdad?
O.B.- Correcto, yo he intentado en mi carrera profundizar sobre un modelo que creo que funciona muy bien para la comprensión de la historia y de la realidad de mi país. Es que, a partir de un hecho específico, pretendo explicar la realidad macro de lo que sucedió en Colombia.
Entonces, así como, aún siendo niña, entendí muchas cosas de la Segunda Guerra Mundial leyendo ‘El Diario de Ana Frank’, o por ejemplo viendo en ‘La lista de Schindler’ la manera como se salvaron vidas y como se afectó a la sociedad también. Es un modelo que nos permite ir de lo particular a lo general y eso facilita la comprensión por parte de público.
J.Z.- Y en este caso concreto…
O.B.- En este caso, Yarumal es un pequeño pueblo de Antioquia, uno de tantos del país, sobre todo de esa zona de lo que es el noroccidente de Colombia, donde operaron los grupos paramilitares que produjeron este desangre, cuyos efectos estamos viviendo hasta hoy en día: cuatro millones de desplazados, el monopolio de ciertos sectores que manejaron el poder sobre la tierra, no solamente el desplazamiento de sus pequeñas propiedades, sino también las secuelas desde los puntos de vista sicológico y social, como consecuencia de lo cual el 10% de la población no pueda vivir en el lugar que le pertenece.
Lo tomamos entre los años 92 y 94, porque ahí es donde verdaderamente se da el salto entre pequeños grupos que se llamaron de “limpieza social” o pequeños grupos de “justicia privada”, a la configuración de lo que fue una gran maquinaria paramilitar que estremeció a Colombia. Luego, a partir del año 2002, cuando sube Álvaro Uribe al poder, se intenta revertir para que estos paramilitares y narcotraficantes se reincorporen a la vida civil, reparen a sus víctimas y paguen por los crímenes que han cometido.
Pero tomar ese caso específico en un pequeño pueblo próspero que se convirtió en un centro de ejecución masiva de personas, simplemente porque para ciertos sectores de la élite tenían que desaparecer de la escena social, nos permite comprender cómo eso se fue articulando y finalmente conformó lo que se llamó el paramilitarismo en Colombia.
J.Z.- ¿Uno de los fundadores, financiadores y dirigentes de este grupo que se llamo ‘Los 12 apóstoles’, es el señor Santiago Uribe, hermano del ex presidente Álvaro Uribe?
O.B.- Sí, la verdad es que el poder que detentaban en ese momento los grandes hacendados, las personas pudientes en esa zona del país, así como en muchas otras, va a ser atacado fuertemente por sectores de la guerrilla colombiana que cometían extorsiones, secuestros y demás. Entonces, aparentemente, la justicia colombiana y las Fuerzas Armadas no operaban, eran incompetentes para dar esa batalla. Razón por la cual empezaron a configurarse y a legalizarse estos grupos que eran como de seguridad privada, que después fueron legalizados por el entonces gobernador de Antioquia en esa época, Álvaro Uribe Vélez, como los grupos llamados las CONVIVIR. A partir de ahí, todos los sicarios y asesinos tenían armas legalizadas. Entonces, se legitimó esa forma de mantener el establecimiento por encima de la furia comunista subversiva.
Según la investigación, lo que se ha podido extraer tanto del expediente judicial como de los testimonios que da Juan Carlos Meneses, que en esos momentos era teniente de la policía y cuando terminó su actividad ya había llegado al grado de mayor, es que era precisamente Santiago Uribe Vélez, el hermano del que fue Presidente de Colombia entre los años 2002 y 2010 y que era en ese momento, primero, congresista y después, Gobernador de Antioquia.
J.Z.- Permítame que vuelva a un pasaje; usted dijo en un momento determinado, “bueno, estos grupos se crean porque aparentemente no funciona la justicia, no funciona la policía… en fin”, y esto lleva a que se conformen grupos como de los que estamos hablando, ‘los 12 apóstoles’. Póngase usted un segundo en el caso de esta gente que está siendo secuestrada, extorsionada y presionada. ¿No era lógico que trataran de hacer algo?
O.B.- En un contexto superficial, si miramos la punta del iceberg, sí. Estos tipos vienen, el Ejército y la policía no son capaces, entonces la conclusión es: tenemos que armarnos. Pero si usted lee el libro, se va a dar cuenta de que la inoperancia de las Fuerzas Armadas era deliberada. ¿Por qué? Juan Carlos Meneses sostiene que, cuando empezó a colaborarle a Santiago Uribe y a su grupo, la orden era: ir aquí a tres cuadras al costado derecho de la estación donde usted opera, del comando de la policía porque tenemos que sacar del camino a alguien. Entonces usted procure mandar a sus policías del costado occidental del lado izquierdo, a unos 2 ó 3 kilómetros. De tal manera que cuando reviente el asunto, empiecen por radio, ‘mire, miren una masacre. Tal, tal, llegue, lleguen rápido. Policía, refuerzos’… para que los tipos no alcancen a llegar.
Hay un caso en el que el jefe de los 12 apóstoles le comunica a Juan Carlos Meneses, “tenemos que dar de baja a un sujeto que nos tiene fregados, pero la única manera de hacerlo es cuando se baje del bus, en la estación, porque si no, después no lo vamos a poder hacer, porque él tiene su propia seguridad”. Entonces Meneses le replica: “¡pero cómo hago yo! a sólo 2 ó 3 cuadras del comando de la policía; no hay justificación”. A lo que le contestan: “Usted verá qué hace”.
Cuando se baja el tipo del bus, al salir del terminal de transportes, se da cuenta de que lo van a matar. Entonces sale corriendo de la estación en busca del comando para que lo protejan y le salven su vida. Y, a menos de una cuadra del comando empieza la balacera. Todos los policías que estaban adentro, pues Meneses los había puesto a hacer otras cosas, empiezan, “mi teniente, tenemos que salir, tenemos que salir, hay una balacera”.
¿Y sabe qué les contesta Meneses? “No, qué vamos a salir; qué tal que sea una emboscada y nos acribillen a todos.” Entonces los policías responden: “mi teniente, tiene usted razón”.
J.Z.- Es decir, no hay inoperancia sino connivencia…
O.B.- Claro. La punta del iceberg le dice a usted, ‘claro, esta gente no fue capaz con el asunto, tenemos que armarnos; nosotros somos hacendados, tenemos que armarnos’. Pero si usted cava un poquito y mira hacia lo profundo del iceberg, se va a dar cuenta de que realmente hay una acción deliberada para no actuar.
J.Z.- ¿Y qué lleva a Meneses a hacer este tipo de confesiones?
O.B.- ¿Por qué se marca en el año 2002 como el año definitivo? Porque cuando Álvaro Uribe sube al poder, él entiende que a pesar de que supuestamente hay una alianza muy profunda con estos sectores, no va a poder gobernar con esta gente armada encima y con todos estos líderes paramilitares dando las órdenes. Entonces decide promover un proceso de Justicia y Paz. ¿Para qué? Para que se acabe el paramilitarismo en Colombia; algo muy loable realmente.
El país estaba encantado con esa idea. ¿Pero qué pasa? Cuando toda esta gente se empieza a desmovilizar, la Ley de Justicia y Paz plantea la necesidad de la confesión y la reparación. Para reparar a las víctimas, usted tiene que confesar que las afectó. Entonces empiezan a brincar los temas de los grupos paramilitares, entre ellos los 12 apóstoles. Entonces, un paramilitar que se llama Francisco Villalba, y que estaba detenido, capturado por una masacre conocida como del Aro, en Antioquia, no muy lejos de allí, entra en el proceso de Justicia y Paz. Villalba empieza a confesar lo que no había dicho hasta entonces y narra que la masacre del Aro y tal otra masacre y todo lo que pasó en Yarumal, fueron orquestadas y ejecutadas por el grupo de los 12 apóstoles y que el líder del grupo era Santiago Uribe.
Realmente, aunque, en alguna ocasión, tal vez en el año1997, él había presentado alguna declaración juramentada ante algún juez y allí no pasó nada, es la primera vez en que, definitivamente y con nombre propio, revela quién es el supuesto autor de la organización, de la armazón de los 12 apóstoles.
Cuando el tema vuelve y brinca, suceden dos cosas: por un lado a este señor Villalba, que estaba pagando prisión en una cárcel convencional, le dicen: “mire, como usted entró a Justicia y Paz y estamos estudiando seriamente su situación, le vamos a dar casa por cárcel”. Y él no se la pilló, como decimos aquí en Colombia; le dan casa por cárcel y unos días después lo asesinan.
¿Por qué? ¿Para qué? Porque sabe demasiado y todavía le falta mucho por contar. Hay que sacarlo del camino. Al brincar este caso otra vez, se reabre toda la situación y empiezan otra vez a llamar a Juan Carlos Meneses. Entonces, alguien decide trasladarlo a lo que él llama un lugar malo, o sea, lugares de donde difícilmente los comandantes salen vivos. Hay un lugar que se llama Saravena Arauca, que es realmente un lugar muy difícil para la Policía y el Ejército.
J.Z.- Preludios del Infierno...
O.B.- Exactamente. Finalmente él logra hablar con Santiago Uribe, a quien le dice: “mire, hágame un favor, hable con su hermano, con una sola llamadita, con un solo timbracito, a mí no me mandan para Arauca”. A Arauca mandan capitanes, tenientes, cómo van a mandar a un mayor; un mayor no tiene nada que ir a hacer a ese lugar a reemplazar a un comandante que fue asesinado ocho días antes por la guerrilla. Me mandan al agujero, que me manden a otro lugar”. Y Santiago Uribe le contesta: “a usted ya le cumplimos, ya se le resolvió en dos ocasiones el tema de sus detenciones y se le liberó del proceso y demás. Yo ya no puedo llamar a mi hermano, él es el Presidente de la República y no quiere volver a saber del tema”.
Entonces el hombre queda solo, y le toca ir. Afortunadamente para él, cambian al comandante de la policía, que resulta ser un buen tipo. El nuevo comandante general va a una visita a Arauca y él le dice: “mi general, yo me quiero ir”. Su jefe le responde: “Pero, por qué, yo lo traslado… “No, no, yo ya me quiero ir, yo quiero salvar mi vida”.
Cuando le dan la baja, o sea ya queda como oficial retirado, se va a un lugar cerca de la ciudad de Cali, y entonces allí cuando él llega a la zona empiezan a llegarle sufragios, que son estas tarjetas en donde dice que ‘Lamento mucho la muerte de fulano de tal’, y en su caso era la muerte de Juan Carlos Meneses. Él cambia y cambia de teléfonos, tanto fijos como celulares, y sin embargo, al día siguiente de tener un nuevo número vuelven y lo llaman y le advierten: “mira cállate, que por sapo te vamos a matar; hijo de tantas’, o sea, lo empiezan a amenazar duro.
Él empieza a investigar qué está pasando y descubre que la mayoría de los integrantes de los 12 apóstoles, o de la gente que sabe de los 12 apóstoles, ha sido asesinada, que solo quedan él, un coronel retirado de apellido Benavides, quien fue su superior y le entregó el mando en Yarumal, y uno que se llama Alexander Amaya, que fue su escolta y que es realmente un personaje a lo largo y ancho del libro, que pagó prisión por algunos de los casos que lograron comprobarle en los años 90.
J.Z.- Todos estos antecedentes, estas amenazas, el hecho de quedarse solo, el asesinato de los otros integrantes de los 12 apóstoles lo incitan a tomar la decisión de irse.
O.B.- Llega un momento en que ya la cosa se vuelve muy complicada; él tiene 4 hijos, 3 menores de edad y uno realmente muy pequeño, y su esposa. Ya ven carros que los están como siguiendo; sus amigos lo llaman y le dicen: “mire, enviaron a un coronel desde Bogotá para investigar sobre su vida en la ciudad de Buga, que es donde vive. Dos de sus mejores compañeros terminan siendo miembros de la escolta personal del presidente Uribe. Y esos dos mayores, compañeros de él, que le dicen de apodo ‘Yarumal’, lo llaman para advertirle: “oiga Yarumal, cuídese porque el Presidente está escamoso, o sea, el Presidente sabe que usted sabe demasiado”. Y si se lo está diciendo a usted la guardia personal del Presidente de la República, pues lo mejor es desaparecer de la escena, ¿no?
J.Z.- Antes de continuar con la línea de reflexión que llevamos, quiero hacer un pequeño paréntesis porque me acabo de acordar, al escuchar tantas veces el nombre de los 12 apóstoles, de un hecho que, le confieso, me resulta muy difícil de creer. Y es que usted asegura en este libro que hay un cura, llamado Palacios, que habría no sólo avalado, sino participado directamente, y que habría sido miembro del grupo de los 12 apóstoles. ¿Cómo es posible?
O.B.- Al punto que el padre Palacios estuvo detenido por el caso de los 12 apóstoles. En Yarumal se dicen muchas cosas, que él escuchaba a muchos feligreses en secretos de confesión, que también llegaban otras personas a dar información sobre determinados ciudadanos, que aparentemente él estaba relacionado con los integrantes de este grupo paramilitar y señalaba a las personas que debían ser ejecutadas. Una cosa horrorosa, pensando en lo que significa un sacerdote, cuyas misión y vocación deben ser llevar alivio y llevar bienestar a su comunidad.
J.Z.- De allí mi pregunta y mi incredulidad
O.B.- Pero no confiesa que forma parte del grupo de los 12 apóstoles, obviamente, sino que estaba del lado de los que luchaban contra la subversión. Y sus sermones eran realmente indicativos de que estaba del lado de los que luchaban contra la subversión armada en esa región.
Hay temas anecdóticos; por ejemplo, él cuenta que, después de almorzar, salía, caminaba un poco por el pueblo y se iba a una tienda que quedaba en una esquina cercana a la parroquia. Se sentaba, pedía un par de aguardientitos, y ahí llegaban dos o tres amigos y siempre conversaba con ellos. Esos dos o tres amigos han sido identificados judicialmente como integrantes de los 12 apóstoles. Hay personas de la comunidad, testigos cuyas identidades hay que mantener en confidencialidad, que dicen que cuando veían caminar al cura, que llegaba y se sentaba en la tienda, pedía su aguardiente y llegaban sus amigos a conversar con él, Yarumal temblaba, porque sabían que esa noche habría un muerto.
J.Z.- Una de las primeras indagatorias oficiales y declaraciones de Juan Carlos Meneses, ocurre en Buenos Aires. Éste es un momento importante. ¿Por qué?
O.B.- Muy importante. Como Meneses no puede regresar al país, su abogado hace la solicitud al Fiscal, quien, en esos momento es Guillermo Mendoza Diago, como encargado. Mendoza envía a uno de sus fiscales especializados, a tomar la confesión que se hace en el consulado de Colombia en Buenos Aires. Hay aquí un episodio memorable y que lo revelo en el libro. El consulado está dividido por una puerta de vidrio. En una parte están las secretarias y el despacho al público, y en la otra el despacho del cónsul, donde hay una salita y un escritorio. En la salita se sientan ellos para que Meneses pueda hacer su confesión y rendir su testimonio. Durante más o menos dos horas, el fiscal tiene un cuestionario y le pregunta cualquier cosa, menos lo que Meneses ha ido a confesar jurídicamente, que es los 12 apóstoles.
De repente, suena el teléfono en la parte de afuera de donde ellos están, pero todo se oye y hay como un ‘boroló’, es decir una situación. “Ay, mire, que ya, dentro de dos minutos”. Entonces el cónsul dice: “no, pero es que tengo la oficina ocupada”. “No, que ya, que ya”. Como a los dos minutos suena el teléfono y repica y repica, y hay un momento en que el cónsul entiende que tiene que entrar. Entonces, entra y les dice: “perdón, tengo que contestar mi teléfono privado”. El fiscal dice, suspendamos un momento la diligencia y el cónsul, literalmente se mete debajo del escritorio a hablar.
Empieza así: “sí, no, claro. Sí, ya empezó, claro.” Y al final se le suelta dos o tres veces: “sí señor Presidente, están en eso, claro señor Presidente; claro, yo le aviso, yo le cuento señor Presidente, hasta luego”. Cuando el cónsul sale, cierran la puerta de nuevo y tanto el abogado de las víctimas como Meneses reaccionan: “¿vio quién está interfiriendo en esta diligencia? El Presidente de la República está llamando para informarse de qué es lo que está pasando aquí. Se supone que es una diligencia judicial. Un Presidente no tiene por qué estar llamando”. El fiscal, obviamente con evasivas, dice: “No, claro que no, yo no oí nada”.
La diligencia sigue y llega un momento en que Meneses y el abogado, que, digamos, no es amigo de Meneses sino el abogado es el de las víctimas, dicen: “mire, realmente no hemos venido a esto. Usted me está preguntando del año 90, yo llegué a ese lugar en el 94. O sea, fueron dos horas de babosadas, de nada.”
Meneses le contesta: “yo he pedido esta reunión, usted no vino aquí solicitándomela, quiero hablar del tema de los 12 apóstoles. Entonces el fiscal se agachó, abrió su maletín y sacó un segundo cuestionario, que era el de los 12 apóstoles. Ahí fue cuando él pudo hacer su confesión. Extrajo la prueba reina, que es una conversación privada que él grabó con el coronel Benavides, en la que el coronel confiesa su relación con Santiago Uribe, que le recibía dinero a Santiago Uribe, confiesa todo lo que se relaciona con la manera en que no solamente había una desidia, sino que había acciones específicas de apoyo a los 12 apóstoles por parte de la policía. Benavides dice: “yo nunca disparé un gatillo y nunca maté”. Meneses le replica: “sí, pero bueno, usted no disparó el gatillo pero ahí estuvimos; permitimos que otros lo hicieran”. A lo que Benavides confiesa que sí. Entonces, esa prueba reina permite algo así como que se reabra el proceso de los 12 apóstoles. El fiscal Mendoza Diago, cuando es interrogado por los periodistas, dice que si en la confesión judicialmente tomada por el fiscal en Buenos Aires, hay pruebas que determinen la reapertura del proceso de los 12 apóstoles, se reabrirá porque si aparece algo nuevo, se puede reabrir, no es cosa juzgada. Bueno eso fue hace casi un año y no ha pasado nada.
J.Z.- Sacar un libro de esta naturaleza va a generar controversias que, usted supone, entre quienes van a aplaudirla y quienes van a criticarla más que fuertemente. ¿Tiene usted miedo?
O.B.- El miedo es inherente al ser humano y yo tengo que decir que, obviamente, tengo miedo. Quiero decirle algo más: en este país, si usted mira las encuestas, pues dicen que estos personajes son lo más cercano a la perfección y que todo el mundo está de acuerdo con ellos, personas de diferentes sectores incluso. Esta misma mañana hablé con un policía retirado, que no ha tenido nada que ver con estos asuntos. Cuando le conté que había escrito un libro sobre este tema, me preguntó lo mismo, y me advirtió que se trataba de gente muy peligrosa. Entonces, yo llego a la conclusión de que, efectivamente, es gente peligrosa.
La verdad, yo no tengo enemigos; en el pasado tuve unas circunstancias de discusiones y de peleas con los militares por mis denuncias por el tema de la violación de los derechos humanos en los años 70 y 80. Pero después de haber estado exiliada en México, regresé, llevo en el país, con circulación libre, aproximadamente 20 años, no tengo enemigos. Entonces, yo simplemente digo, y permítame que tome el libro: si a mí me pasa algo, pues…
J.Z.- Yo se lo pregunto; no es sólo por usted. Usted es madre.
O.B.- Tengo dos hijos, ya he tomado medidas; mis dos hijos viven en el exterior, la familia se disuelve, la familia termina siendo afectada; no es fácil, sobre todo porque he sido una mamá muy entregada, una mamá muy conectada con mis hijos.