POLÍTICA

La difícil realidad de Gaviria y los liberales

Desde que asumió la dirección del partido, César Gaviria ha enfrentado todo tipo de problemas internos. ¿Es el apoyo al presidente Duque el camino correcto para superar el mal momento?

4 de agosto de 2018
Ilustración: Jorge Restrepo | Foto: Restrepo

Exactamente hace un año, en la foto de los dirigentes del Partido Liberal había pesos pesados de la política, además del jefe natural, el expresidente César Gaviria. Juan Fernando Cristo, Juan Manuel Galán, Horacio Serpa y Luis Fernando Velasco estaban comprometidos con el trapo rojo e insistían en el objetivo de fortalecer el partido de cara a las presidenciales de 2018 y las regionales del año entrante. Ninguno de estos pesos pesados de la vieja guardia concebía la posibilidad de hacer política por fuera del liberalismo.

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Pero después del congreso liberal de octubre del año pasado, esos personajes fueron saliendo, poco a poco, de las fotos oficiales. César Gaviria, ungido director único de la colectividad, planteó como condición a los precandidatos presidenciales apoyar incondicionalmente el acuerdo de paz. Viviane Morales, quien había estado más del lado del No en el plebiscito –aunque votó el Sí–, vio eso como una condición inaceptable. Al poco tiempo se retiró y al final se sumó al campo de Duque.

Pero de todas las rupturas, quizá la más importante fue la de Gaviria con muchas bases liberales. Ya sin los políticos de peso de la foto inicial, Gaviria decidió unirse a Duque apenas pasó la primera vuelta.

El senador Juan Manuel Galán tampoco quiso ir al congreso del partido que eligió a Gaviria. Según Galán, el expresidente cometió un error al haber hecho la consulta en noviembre y no en marzo, como varios parlamentarios querían. Otros dicen que desde ese momento estaba en marcha el proyecto de revivir el movimiento de su padre, Luis Carlos Galán, el Nuevo Liberalismo. Lo cierto es que dejó las toldas. Luego, en noviembre, una andanada de críticas ciudadanas cayó sobre Cristo y De la Calle, los dos precandidatos, por cuenta de la inversión estatal de 40.000 millones de pesos para una consulta que escasamente obtuvo 700.000 votos. El partido perdió esa batalla de opinión.

Esa misma noche en que De la Calle ganó la candidatura oficial, recibió el apoyo de Cristo. Sin embargo, ese día también se oficializó la ruptura entre Gaviria y el exministro del Interior de Juan Manuel Santos. Cristo puso como condición para subirse a la tarima con De la Calle que el expresidente no estuviera presente. Su distanciamiento se debió a que, según Cristo, durante la campaña partidista Gaviria habría favorecido a De la Calle. Con esa pelea, Cristo también comenzó a salirse de la foto.

Pero la rebelión definitiva de Cristo se concretó en marzo de este año, después de las elecciones parlamentarias. En ese momento, el exministro logró que la tercera parte de la bancada liberal del Senado lo apoyara en armarle una especie de disidencia a Gaviria como jefe del partido. La razón: el expresidente habría llenado las listas a Senado y Cámara de cuotas suyas y de su hijo, Simón. En la otra orilla, la de la Dirección Nacional (DNL), dicen que el partido necesitaba renovación y que la hora de figuras tradicionales como Serpa había pasado. Cierto o no, Gaviria logró que el Partido Liberal obtuviera la mayor votación en Cámara y, sumadas las curules de Senado y Cámara, compite por el primer lugar con el Centro Democrático. Pero también los liberales perdieron curules frente al periodo anterior, al pasar de 39 a 35 en la Cámara y de 17 a 14 en el Senado.

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En la recta final de la primera vuelta presidencial, Gaviria logró mantener una unidad aparente del partido alrededor de la campaña de De la Calle. Le hizo un par de reuniones de bancada y con ese acto simbólico quiso demostrar que el liberalismo estaba firme en torno al candidato del partido. Pero en las encuestas –y al final, en las urnas– su votación fue cayendo y al final apenas alcanzó 200.000 votos. Gustavo Petro, con un discurso progresista y apelación a figuras e ideas de la tradición liberal, se llevó buena parte del voto liberal.

Pero de todas las rupturas, quizá la más importante fue la de Gaviria con muchas bases liberales. Ya sin los políticos de peso de la foto inicial, Gaviria decidió unirse a Duque apenas pasó la primera vuelta. En esa decisión lo acompañaron los representantes a la Cámara y parte de sus senadores. Ante la opinión, esa voltereta tuvo un costo grande, y quizá el mayor fue una entrevista en La W en la cual insinuó que “la política es así”. En la DNL consideran que el apoyo a Duque se justifica para defender la paz, asegurar el protagonismo del liberalismo y cumplir un deber institucional. Según dicen, no es una movida distinta a la que hicieron los rojos en 2010, cuando Rafael Pardo fue derrotado por Juan Manuel Santos, con críticas de corto plazo que a la postre tuvieron una lectura más favorable.

La realidad de los liberales no es fácil y el próximo año tendrán el reto electoral de volverse a posicionar en las elecciones locales y regionales.

El Partido Liberal también sufrió la pérdida de Luis Ernesto Gómez y Daniel Quintero, duros críticos de César Gaviria, que representan a las nuevas generaciones y no tienen nada que ver con la guardia que supuestamente se está renovando. Estos dos terminaron siendo militantes activos de la campaña de Petro.

También se sumaron al tono crítico sobre la conducción de la colectividad Horacio Serpa y Luis Fernando Velasco, que mantienen arraigo en las tropas rojas. El primero acusó a Gaviria de meter en la lista al Congreso a personas que “no tienen una filiación roja”, mientras el segundo, reelegido al Senado, le envió una dura carta el 16 de junio para decirle que el partido había perdido su norte ideológico y pedirle convocar un congreso extraordinario. Le recordó a Gaviria que él había sido arquitecto de la Constitución de 1991 y que las libertades consagradas en ella no eran compatibles con la visión uribista.

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En los próximos días viene una decisión importante para Gaviria. Antes del 20 de septiembre los partidos tienen que decidir si se declaran en oposición o en independencia del gobierno. Implícitamente, el liberalismo está en la coalición duquista y por eso logró participar en las mesas directivas del Congreso. Pero si se formaliza esa decisión, se podría consolidar la disidencia de varios senadores. Sobre todo, en la medida en que el presidente Duque insista en modificar las reformas normativas a nivel constitucional y legal que le dieron vida a los acuerdos de paz durante la administración Santos, que fueron defendidos por los rojos en el Congreso con más entusiasmo que Cambio Radical y sectores de La U.

La realidad de los liberales no es fácil y el próximo año tendrán el reto electoral de volverse a posicionar en las elecciones locales y regionales. Seguir perdiendo posiciones sería interpretado como un paso adicional hacia la debacle. Y para cambiar la tendencia y recuperar terreno electoral, otros se preguntan si apoyar un gobierno de derecha, como el que anuncia por el momento Iván Duque, es el camino que le conviene seguir. n