Jornadas de Mayo de 1968 en París.

LIBRO

Los años sesenta, más que rock y minifaldas

‘Los años sesenta- Una revolución en la cultura’ es el nuevo libro de Álvaro Tirado Mejía. En él examina la llamada década prodigiosa y los cambios que en ella se generaron en diversos ámbitos de la vida nacional.

16 de agosto de 2014

Hace medio siglo la humanidad, tal vez todavía sin saberlo, estaba inmersa en una época de la historia que ha dejado una marca única en el imaginario colectivo: los años sesenta. Una década de cambios asombrosos en áreas tan dispares como la moda, la geopolítica, la religión, los derechos humanos, la educación, la liberación sexual, las telecomunicaciones, la música y el consumo de drogas. Una década de utopías que nunca llegaron a cristalizarse pero que, a la vez, dejó una huella imborrable en las siguientes cuatro décadas.

Tan impactante han sido los sesenta, que en muchas ocasiones se cae en la trampa y el error de considerar que “después de los años sesenta no ha pasado nada”. O que “solo los jóvenes de los años sesenta querían cambiar el mundo”, lo cual está muy lejos de ser real. Lo que sí es innegable es que gran parte de los movimientos sociales y artísticos que han surgido en décadas posteriores están impregnados de una u otra forma de ese espíritu que afloró en los años sesenta.

No resulta fácil enumerar qué los hizo tan llamativos. Dos décadas después de la Segunda Guerra Mundial, tuvieron mucho que ver los profundos cambios que esta determinó. La aparición de un mundo bipolar antagónico encabezado por Estados Unidos, por un lado, y la Unión Soviética, por el otro; la descolonización de África, Asia y el Caribe; el conflicto árabe-israelí; el apartheid en Sudáfrica y la revolución cubana le dieron, por un lado, visibilidad a lo que a partir de 1952 comenzó a llamarse el Tercer Mundo y, por el otro, motivaron la aparición de los llamados países no alineados.

La explosión demográfica en Estados Unidos posterior a la guerra (los llamados baby boomers) creó un nuevo mercado de consumo y los jóvenes dejaron de ser un tránsito biológico entre la infancia y la edad adulta para convertirse en un mercado muy importante, lo que se manifestaría ya entrados los años sesenta, aunque comenzó a tomar forma en la década anterior. El consumo de música, en particular el rock, estuvo en el centro de esta nueva economía dirigida a los jóvenes. Y el rock llegó al mundo a través de discos, pero también de la radio. Los sectores politizados de izquierda consideraban al rock “penetración del imperialismo yanqui”. Aun así, fue el rock el instrumento más eficaz para cuestionar el viejo orden de ideas y proponer, así fuera de manera ingenua y utópica, un mundo mucho mejor.

La protesta juvenil en Estados Unidos, México, diversos países de Europa, y en particular las jornadas de Mayo de 1968 en París también coparon la atención del mundo entero y dejaron para la posteridad frases como “Seamos realistas, pidamos lo imposible” o “Soy marxista de la línea Groucho”.

Pero tal vez el cambio más determinante fue el desarrollo de las telecomunicaciones como consecuencia de la carrera espacial. Las comunicaciones vía satélite convirtieron a la tierra en la “aldea global” a la que hizo referencia Marshall McLuhan. Y en los años sesenta fue novedad poder ver un informe en directo vía satélite. Para vivir la guerra del Vietnam, por ejemplo, a un ciudadano de Estados Unidos le basta con encender su televisor para ver imágenes casi en tiempo real de lo que sucedía en el campo de batalla. Lo que era noticia en Londres o San Francisco muy rápidamente se irradiaba por el mundo. Así, la música, la revolución sexual, la protesta estudiantil y tantas otras manifestaciones culturales del Primer Mundo influenciaban al resto del planeta. Y, de vuelta, luchadores que combatían la opresión imperialista como el Che Guevara, Ho Chi Mihn y Yasser Arafat se convertían en ídolos de culto en ciudades como París, Berlín o Nueva York.

En los años sesenta esta inmediatez en las comunicaciones era la gran novedad. Por primera vez se veía una guerra como la de Vietnam, pero también, por primera vez, se veían marchas de protesta, barricadas en las calles de París o hippies en la calle Haight Ashbury de San Francisco. Es probable que en tiempos más recientes manifestaciones contra la guerra en Irak o Afganistán hayan sido más concurridas. Pero hoy se las ve como simple paisaje en el cúmulo de información del día a día.

De hecho, en los años sesenta existió entre los jóvenes de Estados Unidos una gran “mayoría silenciosa”, como la denominó Richard Nixon, que estaba de acuerdo con el estatu quo. Las elecciones presidenciales de 1969, en las que Nixon ganó con gran facilidad, así lo demostraron.

Los grandes cambios en Colombia


Si resulta complicado establecer esa fecha de origen a nivel mundial, mucho más difícil lo es en Colombia. En los años sesenta la epidermis nacional se mostraba muy conservadora y reacia a los cambios. Pero en sus entrañas ya habían comenzado a gestarse cambios profundos desde los 20 años anteriores, que se manifestarían en la llamada “década prodigiosa”.

De manera bastante arbitraria podría decirse que el primer atisbo de la llegada de los sesenta en Colombia ocurrió a finales de 1958, en Medellín, en el atrio de la iglesia de San Ignacio, donde los nadaístas, encabezados por Gonzalo Arango, organizaron una quema de libros y se declararon profetas de un nuevo mundo. Este acto, hoy día, parece digno del Ku Kux Klan, pero la intención era renegar de la vieja literatura. Su habilidad para hacerse notar a través del escándalo y su capacidad para retar a una sociedad pacata anunciaba la llegada de una nueva era a Colombia. No en balde Álvaro Tirado Mejía comienza su libro con una referencia a ese hecho. Además, resulta “muy de los sesentas” que ese acto haya sucedido en Medellín, una ciudad conservadora, tradicionalista y muy aferrada a la historia y las buenas costumbres.

Cuando se habla de los sesenta por lo general lo primero que llega a la mente es la música. En ese campo, Colombia comenzó a irradiarse de la moda del rock and roll a través de artistas mexicanos que interpretaban versiones en castellano de algunos de los éxitos de los cantantes norteamericanos. A mediados de los sesenta existía un circuito de locales, casi todos en el barrio Chapinero, de Bogotá. Al mismo tiempo se desarrollaba una escena mucho más cercana a la balada y centrada en lo que se llamó El Club del Clan. La influencia de la canción protesta también se hizo sentir con cantantes como Pablus Gallinazus y el dúo Ana y Jaime, con canciones que fueron grandes éxitos radiales como Una flor para mascar, del primero, y Café y petróleo. El momento cumbre del ‘rock de los sesenta’ en Colombia fue en 1971, con la celebración del festival de Ancón, una emulación del festival de Woodstock que se realizó en La Estrella, muy cerca de Medellín.

El hippismo llegó a Colombia en 1967 y muy pronto adquirió un toque colombiano, que lo acercó al folclor ancestral y a las culturas indígenas. Se establecieron comunas y los hippies por lo general se dedicaron a las artesanías, a vender ropa hindú, incienso, y se apropiaron de la calle 60, y del que durante muchos años se conoció como El Parque de los Hippies. A comienzos de los setenta intentaron, liderados por un melenudo Benjamín Villegas, organizar una comuna a espaldas del Hotel Hilton, de Bogotá, que se denominó La Calle, pero el experimento tuvo muy corta duración.

En aquellos años llegaron el bluejean, la minifalda y el pelo cada vez más largo en los hombres. Durante bastantes años quienes osaban vestirse con ropas coloridas y no afeitarse ni motilarse se les tildaba de afeminados y en más de una ocasión fueron víctimas de agresiones.

Los movimientos estudiantiles marcaron la pauta en los convulsionados años sesenta colombianos. Desde finales de la década anterior la población estudiantil, tanto en bachillerato como en las universidades, creció de manera dramática. Los estudiantes muy pronto sintieron la necesidad de debatir y cuestionar no solo el modelo educativo sino también las estructuras políticas del país. Las distintas tendencias del marxismo (prosoviético, prochino, procastrista, troskista, incluso pro-Albania) generaron gran diversidad de agrupaciones, siendo las más conocidas la Juventud Comunista (Juco) y la Juventud Patriótica (Jupa). A lo largo de los sesenta y buena parte de los setenta fueron recurrentes las huelgas en universidades públicas como privadas, enfrentamientos entre estudiantes y algunos profesores contra la fuerza pública, así como el cierre de algunas de ellas. El ejemplo de la Revolución Cubana llevó a pensar a muchos jóvenes que la lucha armada era una opción para llegar al poder y cambiar las estructuras del país. Así, en 1964, surgieron las Farc, un movimiento de origen campesino, y un año más tarde el Ejército de Liberación Nacional (ELN), a los que se unieron estudiantes de diversas universidades.

La liberación sexual también fue un factor determinante. La píldora anticonceptiva permitió practicar el sexo con seguridad. Pero este instrumento, cuya finalidad era bajar las tasas de natalidad en el mundo, y en particular en el Tercer Mundo, tuvo como enemigos a la Iglesia Católica y, al mismo tiempo, a varios grupos de la izquierda radical. Los primeros, por razones morales. Los segundos, porque consideraban que el control de natalidad era un mecanismo imperialista para someter a los pueblos oprimidos.

Pero no solo en temas como moda, música y rebeldía juvenil se manifestaron grandes cambios. En el terreno del arte, la llegada de la crítica argentina Marta Traba, a mediados de los años cincuenta, cambió profundamente la percepción del arte en Colombia. De una tradición académica y luego nacionalista (representada en el llamado Grupo Bachué) muy rápidamente el país entró en el terreno del arte moderno. Estos cambios se consolidaron en los años sesenta. Marta Traba fundó el Museo de Arte Moderno, mientras que en Cali abría sus puertas La Tertulia y en Medellín el arte moderno tuvo gran difusión en las bienales de Arte Coltejer.

América Latina cobró gran importancia en esta década gracias a la literatura, que hasta entonces había sido patrimonio exclusivo de Europa y Norteamérica. El principal exponente del denominado boom latinoamericano fue el escritor colombiano Gabriel García Márquez gracias al éxito universal que tuvo su novela Cien años de soledad, publicada en 1967. También se desarrolló el teatro, que en muchos casos estuvo comprometido con causas políticas y el trabajo con diversos sectores sociales. Varios de los pioneros sentaron las bases de una tradición teatral que aún se mantiene en el país.

En el campo de las ciencias sociales igualmente sucedieron cambios profundos. Durante esta década la economía colombiana siguió en gran medida los preceptos de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), un órgano regional de Naciones Unidas que en más de una ocasión fuera tachada de “comunista”, aunque en realidad se guiaba ante todo por las teorías de Keynes. Parte de esas recomendaciones de la Cepal trajeron como consecuencia la reforma administrativa de 1968, que creó los institutos descentralizados.

La religión no estuvo exenta de controversias a raíz del Concilio Vaticano II, que instó a darle a la Iglesia un carácter de compromiso social que muchos jerarcas de la Iglesia colombiana se negaron a acatar. Otros sacerdotes, en cambio, aceptaron ese nuevo desafío. El más famoso de todos fue Camilo Torres, capellán y profesor de sociología de la Universidad Nacional, quien decidió empuñar las armas, se enroló con el ELN y murió en enero de 1966 en un enfrentamiento con el Ejército.

En los años sesenta también se comenzó a consolidar la denominada Nueva Historia, en la que cobró gran relevancia la investigación metódica de los procesos sociales en contraposición con la Academia Colombiana de Historia, que en aquellos tiempos se limitaba a hacer panegíricos de héroes y próceres. Aunque le costó tiempo abrirse paso, el desarrollo de esta nueva escuela se consolidó definitivamente hasta permear los pensums educativos en colegios y universidades.

Otra ciencia social que cobró gran importancia fue la Sociología. Diversas universidades le abrieron departamentos. Los sesenta, como señala Tirado Mejía, fueron la edad dorada de la Sociología. A partir de 1959 se abrieron varios departamentos en universidades públicas, privadas y confesionales. Por un lado se desarrolló una vertiente de la Sociología inspirada en el marxismo y, por el otro, una vertiente interesada en aplicar los aires de renovación y el compromiso social que había adquirido la Iglesia Católica con el Concilio Vaticano II.

Así que los años senta fueron mucho más que minifaldas, rock, hombres en la luna y paz y amor. Fueron unos años que, en ciertos aspectos, se ven tan lejanos como la prehistoria. Pero en muchos otros se han mantenido vigentes y su influencia en los días que corren sigue siendo determinante.