Nación
La tenebrosa historia de la secta satánica que mató al niño Maximiliano en Antioquia. Violaciones a animales, torturas y muerte
Ha sido señalada de ser la responsable del asesinato del niño Maximiliano Tabares. La califican de ser hambrienta por el oro y vinculada con torturas. Hablan sobrevivientes del infierno.
Un equipo periodístico de SEMANA se internó en las entrañas de los Carneros, la temida secta satánica dedicada a buscar oro en las montañas de Antioquia bajo el precio que sea. Hay denuncias por horas de tortura, violaciones sexuales, eternos sacrificios y muerte. Los testimonios de los sobrevivientes son escalofriantes.
Sus integrantes aseguraron que fueron obligados a violar animales, caminar desnudos a cielo abierto, causarse heridas en los cuerpos con sopletes, protagonizar orgías frente al público, beber extraños menjurjes y someterse a intensas golpizas a cambio de recibir una guaca que supuestos indígenas escondieron en la tierra.
El líder de la banda de criminales era Fabio Andrés Carmona Ramírez, recién condenado a 51 años de prisión por los aterradores vejámenes que cometió. Con base en los relatos de sus sometidos, él prestaba su cuerpo a espíritus del más allá para recibir información sobre la ubicación de los tesoros ocultos.
Este hombre citaba con frecuencia a un arcángel que tomaba el control de sus palabras, movimientos y decisiones. Al ser cuestionado por sus seguidores sobre quién era, la respuesta los dejaba inmóviles, pues comentaba que no era brujo ni hechicero, sino un enviado de Dios y todo lo hacía en su nombre. Para acceder al oro, ellos debían hacer esfuerzos sobrenaturales y ejecutar al pie de la letra la voluntad del alma que le hablaba al oído. “Vomitar 20 veces seguidas, defecar sobre montañas para espantar a los duendes, regalarles el sueldo a los caciques o entregar su vida para no hacer enfadar a los espíritus”, reiteraron los afectados.
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Uno de los testigos, Róbinson Arboleda Ramírez, detalló ante la Fiscalía el infierno que vivió, mientras los bombillos del búnker se encendían y se apagaban de manera constante: “Él nos indicaba que debíamos golpearnos el uno al otro, besar los genitales de un perro, hacer el amor con el perro, tomar brebajes con amoniaco, sal, ajo, alcohol, comer mucha sal, entre otras cosas”.
En dado caso de que no quisieran ejecutar estas misiones, la única opción era dibujarse una cruz con un cuchillo caliente sobre la espalda. Pero el dolor y los sacrificios siempre los camuflaban con la esperanza de ser millonarios, pues las ganancias de la guaca les facilitarían la compra de las casas que siempre soñaron.
La mayoría de los rituales se realizaron en una vivienda de Segovia, un municipio ubicado a cuatro horas de Medellín y repleto de minas. La casa está rodeada de árboles, bordeada con una extensa malla, y los pasillos quedan a la vista de todo el que pase por el frente, aunque a nadie le gusta fijar la mirada sobre ese sitio. Uno de los fieles de Carmona Ramírez, cuya identidad se omite por petición propia, recordó que en ese espacio lo obligó a tener sexo con dos hombres y le perforó un testículo para extraerle un líquido amarillo: “Yo no quería, me llené de mucho temor y me resigné. Él me forzó. Las torturas fueron extremas. Jugaba con mis testículos”. Él tiene en su espalda dos marcas que jamás podrá borrar. Un par de cruces hechas con un cuchillo hirviendo para calmar la furia de los espíritus, un supuesto esfuerzo adicional, pues estaban cerca de llegar al oro.
Con el paso del tiempo, la secta se empezó a desbaratar porque los creyentes estaban perdiendo la fe en el millonario fortín de los espíritus, el que tanto dolor y esfuerzos les causó. En ese momento, le echaron la culpa de la mala racha a un menor de edad y lo asesinaron a golpes para continuar con la búsqueda. Una de las protagonistas de esta historia le recomendó al equipo de SEMANA frenar la investigación hasta este punto porque podría correr riesgos, pues ya hay amenazas sobre la mesa y los periodistas podrían ser objeto de la maldad. “Esas personas son malas, mejor cuídense y no se metan en esto”, narró la mujer en privado. Pero aquella tragedia no paró. La víctima fue Maximiliano Tabares Caro, un pequeño de 6 años, el hijastro del líder de la secta. Él les indicó a sus seguidores que el niño tenía en su alma la razón por la que no hallaban la guaca. “Tenía un amigo imaginario que se llamaba Lucifer, que eso era un obstáculo y por eso no podíamos sacar nada”, dijo un testigo.
La información la sostuvo con una serie de datos que dio la mamá del menor, Sandra Patricia Caro Pérez. Ella mostró inquietud porque Maximiliano se reía en su cuarto, hablaba solo y la miraba con disgusto. La respuesta que le dieron los espíritus a Carmona Ramírez era que debían atacarlo a golpes con las varas de un guayabo. Róbinson Arboleda Ramírez reconoció que él mismo cortó diez palos que fueron destrozados sobre el cuerpo del niño. El menor fue sometido a extensos golpes durante tres rituales. Al término de cada ataque, el criminal que lo azotaba lo abordaba para pedirle perdón. “Él solo podía mover la cabeza asintiendo que sí lo perdonaba”, agregó el informante.
La última agresión se reportó el 18 de septiembre de 2022 en horas de la noche. Maximiliano no resistió una golpiza con una varilla y murió mientras insistían en la búsqueda del oro. En plena oscuridad, el cadáver fue escondido en un bolso y transportado en una moto hasta las afueras de Segovia, donde hicieron una fosa de dos metros y lo enterraron. El supuesto espíritu les dio las indicaciones para ocultar el crimen y así lo sostuvieron ante las autoridades. Jorge Luis Lora, investigador de la Policía, fue uno de los primeros en escuchar la justificación: “Dice la familia que lo habían enviado a la tienda por un paquete de arepas para el desayuno y no habían vuelto a saber de él”.
El cuerpo del niño fue buscado durante un mes y solo se conoció la verdad cuando uno de los miembros de la secta rompió el pacto de silencio que sellaron con maldad. “Yo bajé el cuerpo lentamente, lo acomodé en el fondo del hueco”, reconoció Arboleda Ramírez. Él señaló con su dedo el sitio exacto donde pusieron a Maximiliano. Por estos hechos fueron condenados a 51 años y ocho meses de cárcel el padrastro y la mamá del menor; el testigo estrella recibió el castigo de 40 años de prisión. No obstante, tres personas más fueron vinculadas al tenebroso caso.