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Los héroes colombianos que van a buscar sobrevivientes del terremoto en México
Harold Trujillo es médico de la Cruz Roja y uno de los más veteranos del grupo. Ha atendido ya muchos desastres naturales y espera todavía encontrar vida entre los escombros.
Harold Trujillo es un viejo lobo de mar. Como otros han estado en todas las guerras, él ha rescatado gente en muchas de las catástrofes naturales que han azotado este siglo y parte del anterior. "Es sencillo, cuando hay un desastre natural, es el primero al que mandan" dice el chofer del automóvil de la Cruz Roja que lo lleva al aeropuerto.
El frío de la madrugada muerde los dedos y los tobillos de los 30 hombres en uniformes de colores verde olivo y oscuro, o azul de noche, que hacen fila para resguardarse en la base aérea mientras aguardan el transporte que los llevará a México.
A esta hora, los rescatistas operan por grupos. Los tres policías se hacen compañía entre sí, a un lado de los bomberos que vinieron con picos, palas y perros de rescate a buscar víctimas del terremoto que sacudió a la Ciudad de México hace apenas unos días. Más allá se agrupan los funcionarios de la Agencia Nacional de Gestión del Riesgo y a su alrededor revolotea un enjambre de periodistas que iluminan la noche con sus cámaras.
En una esquina, siempre sonriente, está Harold Trujillo, el único miembro de la Cruz Roja que viaja a México, con su uniforme azul claro con bandas fosforescente distinguibles en la oscuridad.
Por su amplia experiencia, es el que supervisa a todo el grupo en materia de salud. Conoce los daños que puede provocar cada tipo de catástrofe y tiene la potestad de decidir quién viaja y quién no.
De alguna manera podría decirse que es una enciclopedia de los desastre naturales, pero eso, él no lo considerarían un halago.
En lo que llega el vuelo, los que ya se conocen rememoran los casos en los que han trabajado a lo largo de sus historias comunes. Harold es de los más recorridos del grupo y uno de los más escuchados, a pesar de que su voz no se distinga a más de unos pasos cuando murmulla sus anécdotas.
Según dice, el primer gran desafío que tuvo que superar en su larga carrera de rescatista fue la tragedia de Armero que se llevó 22.000 vidas.
Él fue uno de los hombres que trataron de rescatar a la niña Omayra Sánchez durante los tres días en que fue presa de los escombros. Llevaba apenas un año sirviendo en la cruz roja y todavía recuerda ese doloroso momento como si hubiera ocurrido ayer.
Con dos dedos simula las extremidades de la niña y con la palma de su mano, la cama de piedras y lodo en la que la encontraron.
"Estaba tendida sobre dos placas y tenía dos columnas encima que le bloqueaban las piernas y la respiración. Tenía el agua hasta el cuello. En ese entonces los aparatos no funcionaban bajo el agua así que tratamos de salvarla de todas las maneras posibles. Incluso pensamos en amputar sus piernas, pero no fue posible, no resistió...", dice, y baja su enorme cabeza -mide más de 1, 80 metros- como si todavía sintiera esa pena.
El y sus compañeros lucharon durante más de 36 horas para salvar a la pequeña, pero no hubo milagro en esa ocasión.
Los niños suelen ser símbolos de las catástrofes, y uno de los temas que regresa en las discusiones es el hecho de que ahora también hay niños presos entre los escombros de la escuela Enrique Rebsamen que colapsó durante el movimiento telúrico en México. 21 cuerpos han sido rescatados sin vida, pero existe la posibilidad de que otros todavía estén atrapados y cada caso es una nueva oportunidad de redención.
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Aunque no saben todavía dónde van a estar asignados, los socorristas insisten en un aspecto vital de su servicio: "trataremos de rescatar con vida el mayor número de personas posibles" recitan en coro, como si se tratara de una liturgia. Luego lidiaran con los muertos.
Los rescatistas han visto las imágenes de la tragedia proyectadas en su televisor y en sus celulares, como todo el mundo. Y como muchos, vieron caer el edificio que se desplomó sobre sus cimientos como un gran pastel que se desinfla al salir del horno, y saben que para ellos no se tratará de escenas grabadas a la distancia, sino que pronto tendrán que lidiar con la grava, los escombros y el dolor de los familiares que perdieron hijos o padres en el evento.
Hasta el momento, el conteo de muertos durante la tragedia va en 225 pero la cifra aumenta cada día. 40 por ciento de la Ciudad de México sigue sin luz y existen cientos de inmuebles todavía con riesgos estructurales que se pueden derrumbar en cualquier momento sobre los vecinos y los rescatistas que los manipulen. Esto no es un set de cine, dice uno de los bomberos.
El avión Vulcano puesto a disposición por parte de la fuerza aérea ha tenido que parar en camino para recargar combustible debido al enorme peso con el que carga en esta ocasión.
Además de la buggy en la que viajan los valiosos perros de rescate, entrenados para encontrar a personas vivas mejor de lo que hace todavía cualquier maquina, son 20 toneladas de víveres y sobre todo de material de excavación el que aportaron los colombianos. Los cambios de temperatura intensos entre el frío de Bogotá y el calor de Palanquero, que pronto transforman al aeroplano en un horno, son uno de los detalles para los que están preparados estos hombres.
En su esquina, Harold todavía sonríe y trata de tranquilizar a sus colegas con unas palabras. No es la primera vez que lidia con un evento de esta magnitud. Con los cuatro morrales que acomoda como puede mientras camina de regreso al avión, parece el Bibendum Michelin, sólo que en lugar de cargar llantas lleva consigo desfibrilizadores y aparatos que pueden salvar vidas.
Harold lleva 37 años dedicándose al cuidado de otros cuando no maneja la unidad de emergencias del hospital público Federico Lleras Acosta de Ibagué. Es neumólogo con especialidades en medicina interna y cuidado intensivo de la Univerdidad de Baltimore. Lo cual resulta particularmente útil frente al riesgo que corren los rescatistas de absorber partículas o de quedarse sentados durante horas en posiciones que les lastimen los pulmones y otros órganos.
“La prioridad ahora es el equipo, pero si está herido alguien más, lógico que se le ayuda”, recita con naturalidad cuando se le pregunta el rol que jugará en el equipo.
En otra ocasión, hace casi siete años, Harold Trujllo fue uno de los colombianos que acudieron a prestar auxilios después del terremoto que sacudió a Haití, en el que quedó destrozada media isla.
En ese entonces, junto con el actual director de la Agencia Nacional de Gestión del Riesgo, Carlos Iván Márquez, participó en otra delicada operación de rescate que por una vez sí tuvo un final feliz. Se trató de la liberación de una mujer de edad avanzada sobre la que colapsaron los seis pisos del hotel más importante de Puerto Príncipe, la capital.
Para poder hablar con ella, Harold y su equipo tuvieron que aprender destellos de criollo y de inglés, para poder darle ánimos y asegurarse de que aguantara el ajetreo de la quiebra de placas de concreto y los cambios de presión que tienen lugar en estas ocasiones. Durante 36 horas lucharon para extraerla y cuando lo lograron, tuvieron la sorpresa de encontrarse con que hablaba perfectamente español pues había sido traductora oficial en los juegos olímpicos de Münich hacía ya un par de décadas
Se trataba también de la madre de los dueños del hotel –quienes ayudaron sin saber que estaban rescatando a su familiar- “una deportista que todavía hacía entre 50 y 70 kilómetros de bicicleta, lo cual le permitió aguantar toda la semana”, explica Harold con una sonrisa.
Ahora que el avión está finalmente a punto de partir para su destino, con rumbo a la Ciudad de México, los tripulantes de la aeronave entretienen la impaciencia como pueden a golpes de anécdotas.
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En camino, uno se puede enterar de que Harold Trujillo no sólo rescata a extranjeros, sino también a colegas, de acuerdo con lo que cuenta el mayor Edwin Lizarazo, de la Policía Nacional.
“El año pasado, en un accidente aéreo en Girardot se cayó un piloto muy cercano a la Policía Nacional en el río Magdalena. Lo fuimos a buscar y yo tuve un incidente cuando se volteó el bote en el que iba, se nos enredó la sonda en el fondo del río y él fue uno de los primeros que llegaron a rescatarnos”, recuerda el hombre que lo describe como “mamagallista y recochero”. Unos adjetivos no tan evidentes en un principio, pero que van cobrando sentido a medida de que avanza el viaje.
A pocas horas de llegar a México –el vuelo dura 4 horas normalmente pero se ha alargado en más de 6 con el desvío para la recarga de combustible- siguen las especulaciones sobre lo que van a encontrar realmente en el lugar del drama.
Algunos piensan que será una ciudad colapsada y otros creen que serán puntos precisos los que tendrán que cubrir.
Tampoco hay consenso sobre la ayuda precisa que podrán prestar y el número de personas que todavía se puedan rescatar. Para no bajar el ánimo generalizado, Harold Trujillo –voluntario y actual miembro del comité directivo de la Cruz Roja- no les cuenta que cuando él estuvo en el terremoto del 85 encontró personas vivas durante tres días pero que tuvo que lidiar con cadáveres durante los 20 siguientes. “Al cabo se han visto casos de personas que resisten más de una semana” dice más bien en voz alta y sonríe.
Sobre todo ahora que los rescatistas disponen de tecnología de punta, -sondas de calor y de sonido- y de conocimientos que les permiten saber exactamente qué tipo de herramientas usar para quebrar los obstáculos con los que se encuentren y apuntalar los túneles para que no se les derrumben encima.
“Antes era a punto de pico y pala” explica finalmente este voluntario de la Cruz Roja sin mencionar que él ha sido uno de los que han permitido la mejora y la transmisión de ese conocimiento en el país.
Porque finalmente, -al momento en el que el avión toca el suelo- uno se da cuenta de que más que de desastres naturales, Harold Trujillo es una enciclopedia de técnicas de rescate que sigue transmitiendo en el terreno con la mayor discreción, al igual que lo hacen las decenas de otros rescatistas que lo acompañan.
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Pero ahora empieza la parte más dura de la jornada, cerca de las 6 de la tarde: poner en práctica ese conocimiento adquirido de rescate frente a la dura realidad de la tragedia a la que acudieron valientes colombianos por simple solidaridad hacia un pueblo vecino y –como dicen- hacia la humanidad en general.
Del otro lado del hangar de Policía están parqueados dos camiones Isuzu de voluntarios japoneses. Otro pueblo que sabe lo que significa lidiar con este tipo de tragedias y que “la tiene clara” como dice uno de los socorristas. Por algo será que ambas banderas siempre se reencuentran cuando se necesita ayuda en las tragedias internacionales.