LOS LIOS DE MR. TAMBS
El embajador norteamericano impone un nuevo y controvertido estilo de hacer diplomacia.
Pocas veces un funcionario extranjero había dado tanto de qué hablar como el actual embajador norteamericano, Lewis Tambs. En pocos meses de estadía en el país sus afirmaciones y acusaciones le habían acarreado la pugna con un partido político, la indignación de una docena de columnistas de los distintos medios, un desmentido del Presidente y, finalmente, la amonestación del canciller.
La polvareda se levantó cuando Tambs, en una entrevista al periodista Hernando Corral, del Noticiero de las Siete, denunció la vinculación del Partido Comunista y de las FARC al narcotráfico. De refilón, metió a esas dos organizaciones políticas en un sólo saco, diciendo que se trataba del tronco legal y el brazo armado del mismo cuerpo.
La opinión pública brincó por varias razones. En primer lugar, el sólo hecho de una injerencia tan sorprendentemente destapada ya de por sí irritó a muchos, y le valió al embajador el apodo de "Virrey Tambs". A esto se sumaba la poca credibilidad con que fueron recibidas sus acusaciones contra el Partido Comunista: a nadie le cuadraba la idea de que el anciano y respetable Gilberto Vieira narcotraficara. A ésto se sumó un tercer elemento que potenció la gravedad del incidente: el mal momento elegido por el embajador.
La coyuntura dentro de la cual se enmarcaba su pronunciamiento era precisamente la firma de la paz entre las FARC y el gobierno, a la cual el país le estaba dando una importancia estratégica. Esto hacia que la preocupación de Mr. Tambs, en sí misma muy justa, de ponerle coto a una andanada de narcotráfico que estaba carcomiendo a los dos países, se viera rebasada por mucho por un problema político más hondo: la deducción directa que se sacaba del señalamiento de Tambs era que el gobierno no estaba pactando con una fuerza política, la guerrilla, sino con delincuentes comunes, los "narcoguerrilleros". El silogismo, entonces, salia redondo: con el hampa de la droga no se dialoga ni se negocia, sino que se la pone presa o se la extradita.
Varios periodistas opinaron que la preocupación del embajador Tambs por el problema de la droga era más bien un pretexto perfecto. Para Enrique Santos, "al embajador no parece interesarle la veracidad de sus planteamientos cuanto el efecto político de los mismos". Para Mario Palacios y Héctor Rincón, columnistas de El Mundo, las conclusiones que se podían sacar de la posición de Mr. Tambs eran insospechadas: por ejemplo, que habría que "combinar la DEA con la CIA y experimentar el injerto en Colombia", y que extraditar a cualquier comunista por el sólo hecho de serlo. Personalidades como Socorro Ramírez y varias agrupaciones sindicales empezaron a exigir la salida del embajador del país. Lo que parecía plantear todo este sector descontento, era que resultaba inadmisible que el vocero norteamericano presionara tan abiertamente por la aplicación de una política represiva.
Otros periodistas, por el contrario, encontraron justificada la preocupación del embajador y le dieron el espaldarazo, como un editorialista de El Tiempo y Germán Acero Espinosa, que se dedicó a especular sobre la mano de las FARC en las bases de narcotráfico del Yarí.
El propio Presidente Betancur decidió tomar cartas en el asunto, dada la delicadísima situación que se le había creado. Era evidente que un paso más por ese camino podía reventar la sutil trama de las negociaciones con la guerrilla. Así, sin desmentir directamente a nadie y sin hacer alusiones personales, afirmó con energía en un discurso televisado que una cosa era la guerrilla y otra el narcotráfico.
A todas éstas el embajador Tambs, si bien matizó sus acusaciones contra el Partido Comunista diciendo que su vinculación al narcotráfico era indirecta, por otro lado empezó a aportar lo que él consideraba pruebas concretas de los nexos entre la droga y las FARC, citando una documentada serie de casos puntuales y hechos regionales.
Los involucrados en el pleito que se armó recurrieron a la mediación de un tercero: el Partido Comunista exigió pronunciamiento por parte del canciller Rodrigo Lloreda. Este finalmente habló, después de posponer el asunto una semana larga, y lo que dijo resultó más una lavada de manos que una toma de posición: le llamó la atención al embajador Tambs para que observara una conducta prudente, y al mismo tiempo, en el mismo texto, hizo otro tanto con el cónsul de Nicaragua en Bogotá y con el Primer Secretario de la embajada soviética.
Al cierre de la semana pasada, el lío iba in crescendo. Ahora las FARC acusaban a ciertos Generales del Ejército de estar mezclados con el narcotráfico. Se estaba gestando un antecedente peligroso, que era el de partir de casos individuales para llegar a categorías políticas generales. Con tanta flexibilidad de criterio y partiendo de algún frente guerrillero que le cobrara vacuna a los mafiosos, de algún militar untado con el narcotráfico, y de algún funcionario público que recibiera cheque de dinero caliente, se podía fácilmente llegar a la conclusión falsa y alucinada de que el país estaba ahorcado por una trenza fatídica: la narcoguerrilla, el narcoejército y el narcogobierno.