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Los otros galeones que España reclama por el mundo
Este 21 de junio, el Consejo de Estado dedicará una sala extraordinaria para definir el futuro judicial del galeón San José. Antonio José Rengifo, experto en la materia, analiza los litigios que emprendió España para reclamar varios naufragios históricos.
El patrimonio cultural está constituido por la herencia de una comunidad, etnia o nación, mantenida hasta el presente y transmitida a las generaciones presentes y futuras, cualesquiera sean sus formas de expresión y sus manifestaciones.
Este concepto ha venido adquiriendo creciente importancia tanto en las agendas culturales de las naciones como en las agendas diplomáticas de los Estados. Algunos ejemplos relevantes, entre los cientos que se han presentado en los últimos veinte años: Grecia pide al Reino Unido la devolución de los frisos del Partenón; Egipto hace lo propio pidiendo a Alemania la restitución del Busto de Nefertiti; un grupo de colombianos hace gestiones, por vía judicial, para que España devuelva a Colombia 122 piezas arqueológicas de la Colección Quimbaya; Perú obtuvo de la Universidad de Yale la restitución de alrededor de cuarenta y cuatro mil piezas de Machu Picchu tomadas “en préstamo”, en 1916, por esa prestigiosa institución educativa.
Busto de Nefertiti
Obviamente, los fundamentos para la reclamación de bienes culturales varían según la clase de bienes y deben ser analizados caso por caso, en sus dimensiones históricas, arqueológicas y culturales. En los mecanismos, que pueden ser judiciales o diplomáticos, intervienen siempre disposiciones de tratados internacionales, buena parte de ellos promovidos por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por su sigla en inglés).
Lo que puede afirmarse es que las reclamaciones culturales por parte de Estados de todos los continentes constituyen una dinámica mundial, que tuvo una expresión importante en la Conferencia de El Cairo sobre Restitución de Bienes Culturales, llevada a cabo en Junio de 2010, con participación oficial de Colombia, que constituye una tentativa de varios Estados por organizar y pedir colectivamente el retorno o restitución de bienes culturales, salidos en condiciones de irregularidad de los países de origen.
La era de los descubrimientos
España también reclama bienes culturales. Mediante una admirable jugada judicial y diplomática, logró, ante la justicia de Estados Unidos, que la Odyssey Marine Exploration, compañía estadounidense de exploraciones submarinas, le devolviera en 2012 la carga que esa compañía había recuperado de la Fragata Las Mercedes, hundida en batalla naval a comienzos del siglo XIX, frente a la costa portuguesa de Algarve.
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Así, la carga de la fragata, que provenía de Perú, Argentina y Uruguay, pasó a engrosar el patrimonio cultural español, sin ninguna justificación histórica válida. Las razones jurídicas invocadas para esa reclamación son también cuestionables y desatendieron tajantemente las reclamaciones de Perú y de los descendientes de algunos pasajeros. Ese caso demostró que la reclamación que hace España de los naufragios históricos de su bandera no es solo arqueológica, ni tan inocente como ha querido presentarse.
España fue imperio por el mar. Y fue España la que, para la historia, hizo posible el encuentro de Europa y América. La UNESCO ha estimado en alrededor de un millón el número de naufragios históricos que como “cápsulas del tiempo”, existen esparcidos a lo largo de los mares del planeta, en el curso de la historia de la navegación marítima. Buena parte de ellos, aunque no todos del mismo valor arqueológico, tienen bandera española, como vestigios de la navegación imperial de esa potencia por los mares del mundo. Pero España no tiene el monopolio de los avances y desarrollos de la navegación marítima.
Se atribuye a Anaximandro de Mileto, en el siglo VI a. C., haber intuido y demostrado parcialmente la esfericidad de la tierra, idea que quedó latente hasta la edad media. La invención de la imprenta con publicaciones sobre geografía y algunas exploraciones, hicieron posible la reaparición de la idea de que la tierra es redonda. La circulación del libro de las maravillas de Marco Polo, alimentaron la imaginación de aventureros, exploradores y descubridores en ciernes.
Entre 1.405 y 1.433, Cheng Ho, militar y explorador chino, hizo siete expediciones navales que lo llevaron a Indonesia, Ceilán, la India, la Península Arábica, el Golfo Pérsico y las costas del oriente africano hasta el Canal de Mozambique.
El último viaje de la fragata Mercedes. Foto tomada de Acción Cultural Española
Los vikingos, grandes navegantes, arrasaban Europa en sus veloces drakares (barcos largos), que facilitaban las incursiones guerreras por vía tanto marítima como fluvial. Fueron los primeros europeos en llegar al continente americano, hacia el año 1.100, como lo atestigua el asentamiento, aunque efímero, de L’Anse aux Meadows (La Ensenada de las Medusas), en la Isla de Terranova, Canadá.
Colón visitó el Convento de la Rábida, en Palos de la Frontera, después del rechazo, por parte del rey Juan II de Portugal, a su proyecto de llegar por mar a oriente, pero viajando hacia el occidente. En ese convento franciscano encuentra apoyo científico y logístico. También contactos con las cortes, que lo condujeron a los reyes Fernando e Isabel.
La historia lo registra como un individuo adusto, ambicioso, falto de buen humor y deseoso de ganar títulos nobiliarios. Hablaba bien el español, aunque con un acento que nadie pudo nunca identificar. En pocas palabras, uno de los personajes más enigmáticos de la historia. Con su primer viaje y su llegada al Caribe, que Colón creyó en vida era oriente, quien sería después el Almirante de la Mar Oceana inició la era de las exploraciones y los descubrimientos. Otros seguirían después. Por primera vez el mundo era uno, gracias al mar y al impulso arrollador de quien fue, sin duda, un gran navegante. Y durante varios siglos España va a conocer un apogeo que ninguna nación, nunca antes, había conocido.
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Varios factores, además de los indicados antes, contribuyeron a afianzar a España como un imperio y a determinar el futuro del continente americano: la expulsión de los moros y la caída del emirato de Granada, el 2 de enero de 1492, “el día más bendito que ha habido nunca”, presenciado por Colón, excluyendo así la amenaza turca; la unificación de los reinos de España; y la expulsión y conversión de los judíos que puso fin a la brillante cultura sefardita española. Muchos de esos judíos conversos serían “autorizados” a viajar al nuevo mundo.
Con el pretexto de culturizar y cristianizar, sometieron a los aborígenes de América, gran parte de ellos exterminados como consecuencia de las enfermedades y de las acciones “civilizadoras” de la conquista y la colonia. Diego Colón y Gonzalo Jiménez de Cisneros, cardenal de Toledo, promovieron la esclavización de africanos para la explotación de minas y para resistir las duras condiciones climáticas de estos “nuevos” territorios: “en esta tierra mulata hay títulos de Castilla con parientes en Bondó; Santa Bárbara de un lado, del otro lado Changó, cantó Nicolás Guillén”. En esa liga estarían las bases de lo que Vasconcelos llamó, con exageración, “la raza cósmica”.
Bartolomé de Medina fue un metalurgista sevillano que se radicó en Pachuca, México, a mediados del siglo XVI. Presumía de haber aprendido los secretos del oficio de un ciudadano alemán a quien las autoridades españolas habían prohibido el viaje a América.
Hacia 1.554 se ingenió el procedimiento para amalgamar y separar la plata del oro y de otros metales. En el continente americano la plata presentaba características muy particulares. Se conoció como “beneficio del patio” porque permitía beneficiar, a bajos costos, con utilización de mercurio y sales, los minerales de oro y plata y porque era en patios amplios donde se extendían las “tortas” con los metales para incorporar los reactivos y llevar a cabo las diversas etapas.
El procedimiento fue divulgado entre los azogueros por todo el continente. Pedro Fernández de Velasco lo introdujo en el Perú hacia 1.573, dando impulso a la explotación de las minas de Potosí, en la actual Bolivia.
El procedimiento ideado por el metalurgista Bartolomé de Medina consolidó los medios para que los ríos de oro y plata inundaran desde América a la metrópoli española. La España de hoy le paga su tributo: una calle de Sevilla lleva su nombre.
Los conquistadores torvos
Del fervor religioso, en el Vaticano, un Estado con religión o una religión con Estado, queda un Papa originario del sur del continente que parece transformador y pastores con iglesias a lo largo del continente.
Los españoles nos dejaron también el idioma, enriquecido por vocablos, expresiones y giros de las culturas indígenas y afroamericanas. Y por el talento y la genialidad de escritores que le han dado lustre y brillo a las letras, desde el río Bravo hasta la Patagonia. Somos sociedades de cultura hablada, explicó el sociólogo francés Alain Touraine, en “la palabra y la sangre”, una obra de obligatoria referencia cuando se trata de explicar la complejidad de las sociedades de esta parte del continente americano. Hablamos más; escribimos menos. Escribo las historias que me contaba mi abuela, dijo varias veces García Márquez.
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El poeta Pablo Neruda lo expresó certeramente: “qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo. Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas; por donde pasaban quedaba arrasada la tierra. Salimos perdiendo; salimos ganando. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo. Nos dejaron las palabras”.
Después del descubrimiento, España estructuró la Carrera de Indias, una logística naval bien organizada, encargada del transporte de materias primas hacia la metrópoli, desde los territorios “descubiertos” y las colonias y del retorno de españoles y africanos para poblar el “nuevo mundo” y explotar sus riquezas. Los vehículos eran los navíos o pecios y sobre todo el galeón, embarcación a vela, utilizada desde comienzos del siglo XVI. No pudieron ser otros en esas épocas.
Durante cuatro siglos, las flotas del imperio español, surcaron todos los mares y estuvieron activas en todos los continentes, haciendo de España el primer imperio naval de la historia. El mar es el campo de todos los posibles. Con el mar y a través del mar, España hizo todo lo posible para su época. Y lo imposible. Buena parte de oro, plata y materias primas imperecederas que salieron de América y no pudieron llegar a Europa, yacen por varios siglos en el fondo de los mares. Otra parte fue tomada por piratas, filibusteros, bucaneros y por corsarios con “patente” o sin patente, al servicio o no de las potencias navales de la época que se disputaban la hegemonía de los mares.
Hoy España reclama derechos sobre los naufragios, con el ejercicio eficaz de la diplomacia y de un intenso activismo judicial, recurriendo a normas recientes del derecho internacional del mar. Y con apoyo de medios de prensa, de academias y de opinión pública, bastante sensibles sobre el futuro de los “galeones españoles”. Algunos países de América reclaman también derechos sobre esos naufragios. Las opciones y los argumentos existen.
Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Siguiendo la más fina tradición naval, España hace también hoy lo posible y lo imposible para reclamar los galeones de su bandera. Reclama lo que quedó en el fondo de los mares. La cuestión no está cerrada y dista mucho de estarlo. Las palabras deberían servir para entendernos. Y para clarificar los intereses legítimos de los países de origen respecto de los naufragios históricos.
El valor arqueológico y también, hay que decirlo, material de esos naufragios amerita un diálogo argumentativo intercultural en el cual las razones motivantes desde la historia y el derecho reemplacen los argumentos definitivos impuestos desde una visión todavía imperial del problema. Poco a poco van apareciendo más países partidarios de ese diálogo. El pretexto de la llamada “leyenda negra” contra España no puede constituirse en el artificio que excluya las posibilidades reales de ese diálogo. Es preciso entender también a los naufragios históricos como una expresión cultural del encuentro entre dos mundos.
*Centro de Pensamiento sobre Mares y Océanos
Universidad Nacional