BOGOTÁ
Las historias detrás del mercado de maniquíes en Bogotá
Aunque predomina la voluptuosidad, hay modelos planas y hasta tipo "porno". Afro, trans e indígenas no hacen parte de la oferta. Así es el mundo de los maniquíes en la ciudad.
Los maniquíes, antes de ser un medio para mostrar prendas, fueron el objeto exhibido. Aún lo son en las tres cuadras de la carrera 27 entre las calles 9 y 11, en el centro de Bogotá, donde hay alrededor de 20 tiendas donde hasta suelen posar sin ropa, donde son el producto deseado. Allí tienen nombres propios: Ani, Jose, Marilyn; objetos que brillan por sí mismos, y no por lo que llevan puesto.
Contrario a lo que se observa distraídamente, los maniquíes no son estatuas silenciosas. Hablan de su entorno, de las ideas de belleza de la gente, incluso cuentan sobre los seres que quedan excluidos de los estándares estéticos. Por ejemplo, en Bogotá no hay maniquíes transgénero ni indígenas ni discapacitados. Hay unos pocos afro y sólo algunos asiáticos.
De los extranjeros es difícil conocer su lugar de origen porque la mayoría entran por Panamá. En Natural Maniquíes, sin embargo, es sencillo dar con las chinas. Están formadas en fila en un rincón del local y lo que delata su presencia no son los ojos rasgados ni las facciones mongoloides, sino su cuerpo: tetas caídas, cola plana y curvas escasas. Alejandra Herrera, pereirana y vendedora en una tienda de maniquíes, recuerda aún las palabras de una cliente de Medellín cuando descubrió la legión asiática en el local de Natural Maniquíes: "Pero estas no tienen teticas y sin tetas no hay paraíso".
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En ese negocio descartan las maniquíes "operadas", las muy voluptuosas, que no son del gusto de los dueños del local. De ese estilo sólo queda Catalina, un especimen secundario que, por la exageración de sus atributos, se pierde entre la muchedumbre de figuras sintéticas "naturales". Eso sí, cuando al cliente no lo convencen las flacas, los dependientes sacan las almohadillas de relleno para aumentar las medidas de fábrica.
Y si no es suficiente esa solución, ofrecen los modelos latinos. Las peruanas son las más buscadas en Maniquíes Natural. De busto y nalgas medianas, rostros delicados, piel clara y 1,80 de estatura. Sobre todo, lo que más atrae de ellas es ese aire de "feminidad" que les dan sus poses: brazos doblados, cintura partida, piernas recogidas. "Son las más torcidas", dice la dependiente. Si se les pone pelo negro, lacio y que les llegue hasta la espalda baja, se convierten en el modelo ideal, de acuerdo con las preferencias generales.
Si el cliente las quiere más robustas, las de exhibir son las que en la tienda venden como "caleñas": de piel trigueña y espalda ancha. Y si se trata de voluptuosidad, hay quienes llegan preguntando por maniquiés de prototipo "venezolano", es decir, de caderas amplias y pecho protuberante. Eso sí, pese a la variación de sus proporciones, las modelos de Natural Maniquíes nunca han pasado "cirugías" para modificar lo que ya viene de fábrica. Sus atributos, pese a que son de molde, dan la impresión de rehuir de lo artificioso. Incluso hay unas de ellas de tallas grandes y otras embarazadas. Son pocas y los clientes las miran con desdén.
Foto: Esteban Vega La-Rota
Natural Maniquíes es una excepción entre esas tres cuadras donde se concentra el caudal de la industria de los maniquíes en Bogotá, de la que incluso hacen parte empresas multinacionales. En el resto de negocios de la zona reinan las "operadas". Con tetas y nalgas redondas, pezones rosados y curvas imposibles. Entre ellas, la variedad escasea. En algunos establecimientos apenas usan tres o cuatro moldes para esculpir sus modelos. El resto son importados, con una regla que no se rompe: las nacionales son más voluptuosas que las extranjeras.
Pero a los maniquíes no sólo se les juzga por sus atributos físicos. Su actitud es clave para el cliente y se califica en sus poses: con una pierna al frente de la otra, con las manos en el mentón o en la cintura. Las más esforzadas son las elegidas para mostrar en las vitrinas de los almacenes de ropa. Pero también hay unas mucho más arriesgadas. Acostadas de medio lado, de rodillas, gateando o sentadas con las piernas extendidas y entreabiertas: son los modelos cuyo destino es terminar en un sex shop.
Entre los caballeros, en cambio, las posibilidades son limitadas. En muchos locales apenas tienen un molde para fabricarlos a todos. Sin embargo, y sin que los vendedores puedan dar una explicación lógica, los modelos masculinos son más caros. Una mujer de fibra de vidrio cuesta alrededor de $400.000, mientras que por un hombre pagan $600.000. Aún así, los señores no son los protagonistas de esta industria. El cálculo común entre la mayoría de vendedores es que por cada dos caballeros que se llevan, compran tres damas. Tal vez por eso ellos no tienen nombres propios y apenas se les distingue con el número de una referencia.
Eso sí, entre los masculinos hay una variedad única, inexistente entre ellas: los afro. Pero esos no se encuentran en las tres cuadras de "la exhibición" del centro, que a excepción de los matices de un par de locales, es una exposición de figuras estandarizadas.
Los "morenos", como les dice, son uno de los modelos de Aicardo Bartolo, quien además de pintarlos de negro, les hace labios gruesos y narices anchas. Él es un artesano en el oficio, apasionado por los detalles y la diversidad de sus figuras, que se exhiben en boutiques o en los almacenes de las grandes marcas: Lacoste, Armi o Jumbo. Bartolo. De ahí que, si en el centro hay fábricas que trabajan con un par de moldes, él tiene más de cien, y un equipo de 15 empleados que los esculpen con sus manos.
No siempre hubo tanta dedicación en la industria de los maniquíes. Hace dos décadas eran, en su mayoría, objetos rudimentarios, sin extremidades, cabeza ni rasgos definidos. Cuando Bartolo se inició en el negocio, hace 15 años, se avecinaba el cambio. Ya empezaban a humanizarlos.
Con una rápida inspección al batallón de maniquíes expuesto en su bodega se revela la calidad de su trabajo: clavículas demarcadas, rodillas pulidas, costillas prominentes, muslos tensionados. Narices rectas y ojos que brillan. Para diseñar los rostros, Bartolo se inspira en modelos anónimas de revistas de cosméticos. Explica que prefiere la figuras desconocidas porque en algún momento estuvo de moda calcar rostros famosos, como los de Shakira o David Beckham, pero no tuvieron éxito en el mercado. Tal vez porque encontrar a una celebridad representada en un maniquí quiebra esa leve promesa de que el objeto puede ser alguien real.
Desde hace cinco años, a la fábrica de Bartolo empezaron a llegar clientes en busca de maniquíes con rasgos orientales. En cambio, nunca le han pedido uno con facciones indígenas. Tampoco se han asomado a buscar un modelo transgénero, o uno totalmente plano, desprovisto de sexo. Este tipo de maniquíes no existen en Colombia y casi ni en Latinoamérica. El año pasado, cuando una tienda de Nuevo Chimbote (Perú) expuso sus prendas en maniquíes sin sexo, sin bultos, se armó una controversia en la que llegó a participar la regidora (alcaldesa) del Distrito. "¿De qué manera sutil quieren que vaya desapareciendo la diferencia entre hombre y mujer. Y, de manera subliminal, ingresar con la ideología de género en el Perú”, sostuvo la señora, según el registro de un diario local.
Bartolo, por su parte, sostiene que su producto "es uno real": un busto de 94 centímetros, una cintura de 62 y caderas de 92. Pero si el cliente las quiere "operar", su equipo hace las prótesis. "Estas no son reinas, son maniquíes para todo tipo de personas", continúa, aunque sus modelos miden 1,82 centímetros en un país donde el promedio de altura de las mujeres es de 1,61. "A un maniquí bajito, igual que a una persona bajita, no se le ve tan bien la ropa", se defiende el artesano.
En los últimos dos años, explica, se han puesto de moda los "androides". Con cuerpos bastante humanos pero rostros de robot: vacíos, planos, sin nariz, labios ni ojos. Es como si, después de haberlos llevado hasta el extremo de la humanización, se empezara a buscar un retorno, que sean menos persona. "Lo que tengo que hacer es estar dispuesto al cambio", entiende Bartolo, quien sabe que los estándares de belleza no son eternos, ni siquiera duraderos.
"La magia del maniquí es ver proyectada a la persona. Me gusta ver cómo se transforman", dice, y en sus palabras se siente un poco esa fascinación que llevó al periodista Gay Talese, en 1961, a ser uno de los primeros en examinar las entrañas de esos objetos, y a escribir: "Aunque esta loca ilusión (la de la vitalidad de los maniquíes) se debe en parte a la imaginación desbocada, también debe algo a la increíble habilidad de los fabricantes de maniquíes, quienes los han dotado de algunos rasgos individuales, atendiendo a la teoría de que no hay dos mujeres, ni siquiera de plástico o yeso, completamente iguales".
Alejandra Herrera aprendió a identificar a cada maniquí entre el montón, y a mencionarlas por sus nombres. Incluso tiene una favorita: Marilyn Monroe, un modelo inspirado en una fotografía en la que la diosa del cine gringo se inmortalizó: parada de medio lado, con los ojos cerrados y dando un beso al aire. La relación de esta vendedora con sus maniquíes se ha hecho tan estrecha que a veces los siente vivos. Hace una semana tuvo que escapar de una bodega cuando, de reojo, vio que una de las modelos giró la cabeza. Se tomó un buen tiempo para ver de nuevo a la cara a la peruana que la asustó.