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Duque y el Congreso, una relación que no será tan amorosa
Las dificultades que tendría el nuevo mandatario para construir las mayorías en el Legislativo se deben a razones de todo tipo. Algunas partidistas, otras de agenda y varias que tienen que ver con la promesa de no dar mermelada.
Una regla no escrita en el Congreso dice que el primer año de cada cuatrienio es del presidente. El prestigio que les da a los parlamentarios pegarse al nuevo gobierno, las lógicas de la representación partidista y las expectativas de puestos a cambio de su apoyo a la agenda presidencial explican que al comienzo de cada gobierno se presente una luna de miel entre el Ejecutivo y los congresistas.
Pero en esta coyuntura, a pesar de que Iván Duque ganó la presidencia con la votación más alta en la historia, hay menos garantías de que esa luna de miel sea duradera. Las dificultades que tendría el nuevo mandatario para construir las mayorías en el Legislativo se deben a razones de todo tipo. Algunas partidistas, otras de agenda y varias que tienen que ver con la promesa de no dar mermelada.
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Desde el 20 de julio los observadores comenzaron a prever que para Duque sería difícil tener un Congreso de consensos y con dinámicas fluidas. En gobiernos anteriores los acuerdos sobre cuáles partidos ocupan cuáles puestos en las mesas directivas estaban listos con una semana de anticipación al inicio de sesiones. Pero en esta oportunidad apenas se lograron la noche anterior a la instalación, y solo en cuanto a las plenarias. En las Comisiones, el proceso tomó dos semanas después de instalado el Congreso.
A la nueva ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez, le tocó liderar la búsqueda de ese acuerdo. Pero en el camino se encontró con dos elementos nuevos. En primer lugar, el estreno de un Estatuto de la Oposición que implicó darles posiciones de poder a la Alianza Verde, los Decentes y el Polo en varias vicepresidencias. En segundo término, a una ambigüedad en la definición de cuáles partidos pertenecen a la coalición de gobierno y cuáles no. El Centro Democrático se unió con los liberales y los conservadores para hacer un forcejeo con La U y Cambio Radical, quienes a diferencia de los dos partidos tradicionales llegaron a la segunda vuelta sin apoyar a Duque.
Ambos partidos (Cambio Radical y La U) han decidido trabajar de manera conjunta temas programáticos. Juntos podrían ser el fiel de la balanza.
En medio de ese ejercicio, un episodio puso en evidencia que el gobierno no tiene claro si dispondrá de las mayorías, sobre todo en el Senado. Hasta ahora, entre los partidos oficiales de la coalición –fundamentalmente el Centro Democrático, conservadores y Mira– le dan cerca de 52 parlamentarios. Esa no es una mayoría segura si se considera que partidos como La U, Cambio Radical, los verdes, el Polo y la Farc podrían superar esa cifra en tres curules. Aunque La U y Cambio Radical son lejanos a la izquierda, el 20 de julio lograron sumar al Polo y a los verdes en el intento de poner presidente del Senado. Tenían listos los votos para elegir al senador Germán Varón, de Cambio Radical, o a Roosevelt Rodríguez, de La U. Sin embargo, un malentendido de última hora en la antigua Unidad Nacional llevó a que se impusiera el uribista Ernesto Macías. Los gobiernistas se llevaron un susto grande.
La importancia de la alianza entre el partido que dirige Aurelio Iragorri y el que lidera Germán Vargas va más allá de la distribución de las mesas directivas. Ambos vienen trabajando desde la campaña de manera articulada. La U apoyó a Cambio Radical en un acuerdo programático que incluye medidas relacionadas con agro, vivienda, infraestructura y protección al acuerdo de paz. Entre las dos colectividades suman 85 congresistas, en una coalición que podría ser el fiel de la balanza para concretar o no las mayorías a favor de los proyectos del gobierno. En su agenda, dicen los miembros de ambas bancadas, tienen el respeto a los acuerdos de paz.
Los ministros de Duque tendrían que desplegar mucho olfato y manejo políitico para sacar leyes adelante
Además del susto de la presidencia del Senado, la coalición gubernamental sufrió otro estrés apenas cinco días después de posesionado el Congreso. El 25 de julio la Corte Suprema llamó a indagatoria a Álvaro Uribe. Si bien ese hecho no afecta su jefatura sobre su bancada, sí podría afectar el comportamiento de otros partidos. No en vano, si el expresidente llegara a renunciar, la bancada uribista no tendría en el recinto otro líder capaz de suplir la capacidad de Uribe para generar acuerdos ‘al detal’ con políticos de otras toldas.
Pero los políticos reconocen que la mayor dificultad que el gobierno enfrentará para domar al Congreso tiene que ver con la posición del presidente y del Ejecutivo frente a la mermelada y con el compromiso ético del gobierno de hacer una nueva política. Ese propósito, loable y necesario, le va a dificultar el manejo del Capitolio, pues este siempre ha operado con puestos y contratos. Eso ya lo empiezan a resentir congresistas que sienten que, además de que el gobierno no les da juego burocrático, los tiene estigmatizados.
Desde antes de posesionarse, el presidente Duque no solo viene insistiendo en que su gabinete es técnico, sino que es apolítico.
Todo el mundo está de acuerdo con que repartir burocracia a cambio de votos es una práctica nefasta. Sin embargo, otra cosa es abrirle paso a la representación de los partidos en el gobierno, por la cual se hacen coaliciones políticas y las alianzas ideológicas. Desde antes de posesionarse, el presidente Duque no solo viene insistiendo en que su gabinete es técnico, sino que es apolítico.
Ante esta situación, los ministros de Duque tendrán que desplegar mucho olfato y manejo político para sacar leyes adelante. En la reunión con los liberales y La U con Iván Duque y la ministra Gutiérrez la semana pasada, les insistió en que el gobierno “no entregará cuotas a los partidos”. Una agenda de reformas tan complejas como la que tendrá que hacer Duque en temas tributarios, pensionales y de paz, sumada a la ausencia de representación partidista, pone a muchos a pensar que la cercanía entre el Congreso y el Ejecutivo no será fácil.
Además de la ministra Gutiérrez, Duque nombró en Palacio al excongresista Jaime Amín para tramitar temas políticos. Con el fin de darles vía libre a los proyectos de ley, incluso algunos como los que presentó el pasado miércoles, su equipo deberá buscar canales con el Congreso que vayan más allá de su invitación a construir un nuevo país.
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Los partidos políticos tienen hasta comienzos de septiembre para definir si se declaran en independencia u oposición. Hasta ahora se sabe que buena parte de los liberales están listos para declararse gobiernistas. Sin embargo, en las toldas de Vargas e Iragorri las mayorías, hasta el momento, están del lado de la independencia.
La semana pasada el gobierno radicó varios proyectos. Una reforma política que contempla la lista cerrada, pero toca poco la estructura electoral. Y otra anticorrupción con elementos consignados en la consulta citada para septiembre.
Por todo lo anterior, la luna de miel con el Legislativo no será fácil. Y menos en comisiones estratégicas como la Primera de Senado, en la que están pesos pesados de la oposición como Gustavo Petro y Angélica Lozano y Carlos Lozada de la Farc. También otros que apoyaron la paz e hicieron parte activa de la Unidad Nacional como Germán Varón, Rodrigo Lara, Roy Barreras y Armando Benedetti.
La única posibilidad que tiene el Ejecutivo de consolidar mayorías holgadas en el corto plazo consiste en lograr acuerdos temáticos con los parlamentarios. Y eso supone trabajar en una agenda que vaya más allá de la del gobierno.