POLÍTICA

Luis Alfredo Ramos, el gallo tapado de la derecha

Aunque Luis Alfredo Ramos decidió no hablar de política mientras la Corte Suprema no resuelva una investigación en su contra por presuntos vínculos con paramilitares, entre los conservadores y los uribistas se da por hecho que será candidato presidencial.

8 de abril de 2017


Desde que en noviembre pasado la Corte Suprema de Justicia dejó en libertad provisional a Luis Alfredo Ramos, el mundo político comenzó a especular sobre la eventual candidatura presidencial del excongresista, exalcalde de Medellín y exgobernador de Antioquia. Esa posibilidad tomó fuerza, sobre todo, entre los congresistas del Partido Conservador –cuna política de Ramos— y en el uribismo, donde el político antioqueño es considerado un coequipero.

Mientras a mediados de este año la corte resuelve la situación judicial de Ramos, investigado por parapolítica, él prefiere guardar silencio sobre sus aspiraciones y se limita a asistir a homenajes de antiguos seguidores. En lugares como Sonsón, Sabaneta y La Ceja ha estado presente en misas y reuniones en las que los políticos locales lo invitan a lanzarse. Pero él se limita a saludarlos uno a uno y decir que prefiere la prudencia. No han sido tan prudentes los congresistas, alcaldes y diputados de diferentes orillas, incluyendo liberales y de La U, que lo llaman a ofrecerle su apoyo en caso de que decida candidatizarse. Y quienes alguna vez hicieron campaña con él, como la congresista Liliana Rendón –que ahora aspira a ser gobernadora de Antioquia— desde ya anuncian que apoyarían su aspiración.

La buena acogida de Ramos entre los políticos se debe a su trayectoria y a su carácter. Hasta antes de ser detenido en 2013, Ramos se dedicó a construir una carrera política escalón por escalón, lo cual sus colegas valoran. Comenzó como concejal conservador de Sonsón en 1970, a mediados de esa década llegó a la Asamblea de Antioquia y después desempeñó el cargo de contralor del departamento. Entre 1982 y 1990 fue representante y en 1992 alcanzó la Alcaldía de Medellín. Posteriormente Andrés Pastrana lo nombró embajador de Colombia ante la OEA, en 2001 regresó al país y con firmas formó el movimiento Equipo Colombia, con el cual ganó un escaño en el Senado con 230.000 votos.

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El segundo elemento que le genera simpatías entre la clase política es su temperamento. Ramos es conciliador, y aunque como congresista buscó alejarse de los partidos tradicionales al fundar el suyo, nunca tuvo un discurso antipolítico. Ese talante le ha servido para mantener puentes en todos los partidos. En el Liberal, se lleva bien con figuras como Rafael Pardo, Ernesto Samper, de quien fue ministro de Comercio Exterior, y César Gaviria, con quien compartió tiempo en la OEA. Los conservadores lo sienten como uno de los suyos, y en el Centro Democrático tiene profundas afinidades por cuenta de su cercanía con Álvaro Uribe. Ramos fue uno de los alfiles en la reelección del exmandatario y este, a su vez, testificó a favor suyo en la corte. Su hijo Alfredo Ramos Maya es senador del Centro Democrático desde 2014.

Sus posibilidades dependen de que la Corte Suprema lo declare inocente de los cargos por parapolítica. En tal eventualidad –que debe definirse pronto- la pregunta es por cuál plataforma se lanzaría, si por el conservatismo o por el Centro Democrático. En el caso de los conservadores, miembros del Directorio lo han buscado dos veces durante este año para pedirle ser su candidato. Hasta el momento sólo cuentan con las opciones de Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez, ambos con capacidad mediática pero con débiles relaciones con la bancada parlamentaria.

Muchos conservadores ven en una candidatura de Ramos la posibilidad de unificar el partido, dividido por el apoyo a la paz entre un ala uribista y un sector que quiere hacer parte de la Unidad Nacional. Quienes están en la oposición reciben bien su nombre por su cercanía con el pastranismo. Y entre quienes han defendido el proceso de paz no genera resistencias. “Es inteligente, conservador, conciliador y defiende el discurso de la reconciliación”, asegura el representante Telésforo Pedraza, uno de los azules que más han respaldado los acuerdos de La Habana.

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En el Centro Democrático el nombre de Ramos también suena. Ninguno de los que Uribe hasta ahora ha puesto en la lista –Óscar Iván Zuluaga, ya retirado, María del Rosario Guerra, Carlos Holmes Trujillo García e Iván Duque–, ha logrado despegar en las encuestas. Algunos parlamentarios le apuestan a construir una de víctima de la justicia –si la decisión de la corte es favorable- que le daría un nuevo aire a la campaña del Centro Democrático. “Él será una de nuestras cartas para 2018”, dice el senador Alfredo Rangel refiriéndose al político antioqueño, quien antes de su captura ya había sido precandidato del uribismo.

Ramos se niega a hablar del tema, pero los miembros de la estructura política que logró conservar en Antioquia dan por hecho que –de lograrse una convergencia de derecha— buscaría el aval de ambos partidos. También aseguran que de no lograr lo anterior preferiría ubicarse en la orilla del Centro Democrático o inscribirse por firmas para convocar diferentes sectores de derecha y hacer una campaña suprapartidista.

Hoy en día, la política y las instituciones tienen su credibilidad debilitada. Por esa razón, la habilidad para armar redes políticas no es la única clave del éxito de una candidatura. Si Ramos busca consolidar una aspiración viable, tendrá que superar retos complejos entre los que se encuentra construir su propia imagen y ajustarla a las exigencias de la opinión. La última encuesta Gallup evidencia que su desfavorabilidad bajó entre agosto del año pasado y febrero de 2017, pasando del 17 al 12 por ciento. Esa disminución pudo deberse a que la Corte Suprema lo dejó en libertad por cumplimiento de términos. Y aunque su imagen favorable apenas alcanza 21 puntos, su desconocimiento es muy alto.

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Si bien eso puede ser una ventaja, también es un desafío. No en vano hay precandidatos en todos los sectores que desde hace meses comenzaron a aplicar estrategias para atraer electores. Entre ellos Sergio Fajardo, que a pesar de estar en una orilla política contraria a la de Ramos tiene credenciales similares: fue alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia y también cuenta con el respaldo de un sector importante del empresariado antioqueño.

A la anterior dificultad se suma el hecho de que, desde que dejó el Congreso en 2006, Ramos no ha sido una figura visible en la actividad política. Ya pertenece al pasado su gestión en la Alcaldía de Medellín, de donde salió con el 95 por ciento de popularidad, lo que le sirvió para construir su imagen de buen gerente. Tampoco ocupa un cargo en el Estado hace casi 20 años y por eso se enfrenta a los retos de pasar de ser un político regional a consolidarse como una figura nacional, por un lado, y mejorar sus niveles de conocimiento y favorabilidad de forma simultánea, por el otro. Para esto último, así la Corte Suprema declare que fue injusto involucrarlo en la parapolítica, deberá sacudirse su imagen de investigado.

Finalmente, en caso de ser candidato, Luis Alfredo Ramos deberá construir un discurso que le permita convocar a los diferentes sectores del poder que lo reconocen como un político hábil y capaz. En materia de paz, él asegura que el acuerdo con las Farc está firmado, pero que el reto es construir la paz. Insiste también en que su carácter conciliador no le impide tener “una mano dura” y que no le gusta la polarización porque “en la medianía está la virtud”. Sin embargo, no es claro que las bases del uribismo quieran esa “medianía” y que los sectores sociales de derecha, que desde el plebiscito muestran posiciones cada vez más apasionadas, lo prefieran sobre otros candidatos que proyectan ser más radicales.