Macondo Records
En 2002 el mundo premió a Shakira, Carlos Vives y Juanes. Un reconocimiento a tres grandes artistas pero también al esfuerzo de otros músicos y compositores que ayudaron a darle a la música colombiana una dimensión universal.
En 1982, cuando salIa a la venta el primer número de la revista SEMANA, los Carrangueros de Ráquira acababan de presentarse en el Madison Square Garden de Nueva York. En aquellos días la 'carrangueromanía' se tomaba al país, había trascendido las fronteras colombianas e incluso llegó a provocar frases célebres como la del periodista Juan Gossaín, que en un momento de inspiración dijo que los Carrangueros eran "los Beatles boyacenses".
Hoy no hace falta caer en esos gestos de ingenuo provincianismo. Un puñado de artistas colombianos brillan por derecho propio en diversas latitudes y 2002 fue un año de cosechas para varios de ellos puesto que se premiaron sus trabajos publicados en 2001. Servicio de lavandería, de Shakira; Déjame entrar, de Carlos Vives, y Un día normal, de Juanes, recibieron toda clase de premios y reconocimientos. Carlos Vives ganó un Grammy y dos Grammy latinos; Shakira acaparó cinco premios MTV latinos y Juanes recibió un Grammy latino.
En estos momentos de éxitos continuados recordar aquellos primeros pasos de la música colombiana pareciera inocuo. Pero todo hace parte de un proceso que, para llegar hasta donde ha llegado, incluyó tentativas de hacer rock en español, experimentos de jazz mezclado con cumbias y un reciente redescubrimiento de nuestro folclor más puro.
La búsqueda
Dos décadas atrás el panorama de la música no era muy prometedor para aquellos que no cultivaran géneros aceptados y reconocidos. Además, cada quien estaba en su parcela y las fronteras entre géneros (folclor, pop, jazz) y estatus (música popular, música 'culta') seguían cerradas, aunque en Colombia, desde décadas atrás, compositores diversos de la vertiente clásica habían escrito suites, sinfonías y otras obras similares basados en ritmos colombianos. Músicos como Francisco Zumaqué y Blas Emilio Atehortúa también habían intentado fusionar ritmos colombianos al lenguaje del jazz y las orquestas sinfónicas.
En el territorio del rock las cosas andaban bastante mal. Agrupaciones esporádicas que cantaban en inglés intentaban, sin demasiado éxito, resucitar la escena del rock nacional, que había tenidos años de vacas gordas en los 60 y primeros años de los 70. El mercado discográfico estaba bastante deprimido, no sólo en Colombia sino en el mundo entero. MTV, que salió al aire en agosto de 1981, todavía era una novedad y el arte de los video-clips apenas comenzaba a emerger. Los CD eran un experimento aún sin comercializar y el público parecía cada vez menos interesado en adquirir casetes y discos de vinilo. Sin embargo en Colombia circulaban cada vez con mayor asiduidad grabaciones provenientes de Argentina, en las que se demostraba que se podía cantar en español. Poco a poco, músicos que comenzaron como émulos tropicales de las grandes bandas de Estados Unidos y Gran Bretaña se inspiraban más y más en la estética de Charly García, Luis Alberto Spinetta y el entonces recién aparecido Fito Páez.
El primer grupo bogotano que logró reconocimiento fue Compañía Ilimitada, que en 1985 lanzó El año del fuego, un disco sencillo con las canciones Siloé y María. En Medellín la escena se movía de manera diferente: el norte era el rock pesado o metal y Kraken era su agrupación más característica. Ya en los 90 Medellín se hizo notar con agrupaciones como Estados Alterados -muy orientada a la electrónica- Juanita Dientes Verdes, Frankie ha Muerto y Ekhymosis (donde cantaba Juanes), entre muchas otras propuestas.
En 1988 la explosión del llamado 'rock en español' (o 'rock en tu idioma') sacó de la marginalidad el término rock mas no a sus cultores más característicos. En efecto, los principales exponentes de esta inesperada moda que llegó de Argentina y España estaban más cercanos al pop y la balada que al lenguaje del rock.
Compañía Ilimitada por fin logró el reconocimiento que merecía tras largos años de esfuerzo creativo, y Pasaporte irrumpió como una propuesta fresca y poco pretenciosa. Pero esta historia terminó como había comenzado: de pronto. Se acabaron los conciertos, se cancelaron los contratos discográficos y las emisoras se olvidaron del 'rock en tu idioma'. Sin embargo la efímera moda que copó las estaciones de música tropical, balada y rock durante poco más de seis meses dejó una honda semilla entre los más jóvenes, quienes se dieron cuenta que era posible reunirse con amigos y armar una banda.
Los nuevos músicos comenzaron a oír otras tendencias musicales (rock mexicano, rock español menos comercial y mucho más irreverente, ska) y el rock entró como una moda, como una propuesta cultural más sólida, y la prueba de ello es que en los últimos 10 años se ha vuelto normal que la radio pase rock en castellano sin hacer énfasis en su origen.
En sectores populares de las grandes ciudades se desarrollaron bandas de hardcore y punk mucho más identificadas con los problemas de las juventudes marginadas.
El grupo más característico del rock colombiano de los 90 ha sido Aterciopelados, que ha logrado combinar elementos punk y luego de música electrónica al folclor urbano de Bogotá, en el que, además de los ritmos nativos, también tienen cabida el bolero, la ranchera y el tango. Fue precisamente una canción llamada Bolero falaz, publicada en 1994, la que le permitió a Aterciopelados hacerse conocer por fuera de las fronteras del gueto del rock.
Tras ellos aparece una larga lista en la que se destacan nombres como La Derecha, 1280 Almas, Ultrágeno y Super Litio. En este ambiente urbano también se ha desarrollado un muy activo movimiento orientado al hip-hop.
El encuentro
Pero así como el rock quiso ser parte de una banda sonora urbana, cultores de otros géneros musicales prefirieron desarrollar su búsqueda en lo rural y lo étnico. Sin la rigidez de los grupos folclóricos (que buscan simplemente recrear la misma estampa una y otra vez), en los años 80 y 90 hubo compositores versados en música clásica y jazz que entendieron que el folclor no era para repetirlo sino para expandirlo.
El primero de esos documentos fue un disco de Francisco Zumaqué publicado en 1984: Macumbia. Zumaqué, nacido en Montería en los años 40, entremezcló en una misma creación iguales dosis de música indígena, negra y europea. Macumbia fue el primer disco de música colombiana de fusión y la carta de presentación del joven saxofonista Antonio Arnedo, quien entonces tenía 21 años y compartía con Zumaqué el amor por la música colombiana. Sin embargo, durante su infancia había escuchado mucho jazz y su sueño era crear una música en la que compaginaran estas dos vertientes. Aquella búsqueda vio sus primeros frutos en 1996 con la publicación del álbum Travesía.
En su Historia del jazz latino el musicólogo Luc Delannoy califica a Arnedo de "formidable saxofonista" y dice que su gran aporte consistió en "rebasar las fronteras entre las músicas folclóricas y el jazz". Quizás su disco más osado es Orígenes, que subraya como nunca la belleza de instrumentos rústicos, como la flauta gavilán, y descubre las hipnóticas armonías de nuestros cantos indígenas. Hoy día, y muy a su manera, los Aterciopelados son los más interesados en introducir elementos vernáculos en la música moderna.
Por otra parte, el interés en explorar los aspectos negros de nuestra música tiene como principal exponente a Sonia Bazanta, folclorista, coreógrafa y cantadora a la que conocemos mejor como Totó la Momposina. A pesar de haber grabado un primer disco en los años 80, el reconocimiento internacional le llegó gracias a un álbum producido en Inglaterra en 1993, llamado La candela viva. Para muchos oyentes fuera de Colombia ese fue el primer encuentro con estilos como la cumbia, la puya y el mapalé.
En principio, lo que hizo popular a aquel disco fue el haberse publicado como parte de una colección especializada en música del mundo, bajo la supervisión de Peter Gabriel. Pero con el tiempo se ha demostrado que, más allá del prestigio de las marcas y los nombres, es un álbum de primera. Hoy día, La candela viva es considerado por muchos etnólogos como el clásico indiscutible de la música afrocolombiana.
Un personaje fundamental en esta búsqueda de un lenguaje colombiano contemporáneo ha sido Carlos Vives, quien con su actuación como actor y cantante del dramatizado Escalona y luego con su álbum Los clásicos de la Provincia, publicado a finales de 1993, puso de nuevo los vallenatos en el oído de las nuevas generaciones. Pero su aporte no paró allí. A partir de su segundo álbum, La tierra del olvido, ha fusionado vallenato y otros ritmos del Caribe y la región Andina con sonidos e instrumentos contemporáneos. El ejercicio ha sido muy acertado, sobre todo porque Vives supo rodearse de excelentes músicos desde un principio. Cabe recordar que los integrantes de La Provincia, sin Carlos Vives, son el núcleo de otro estupendo proyecto dedicado a hacer folclor roquero (o rock folclórico, según se le quiera ver): el Bloque de Búsqueda. Y detrás del Bloque han venido otros proyectos como Manguala, Curupira (liderado por el bajista de jazz Juan Sebastián Monsalve) y el mismo Sidestepper, en el que Iván Benavides se unió al músico y productor inglés Richard Blair para combinar música electrónica (en particular drum'n bass) con ritmos caribeños.
Lo que viene?
El tercer milenio ha comenzado muy bien para la música colombiana. En este ambiente de globalización artistas como Shakira, Carlos Vives, Juanes y Cabas han logrado permear la música del mundo con elementos autóctonos, no solamente en el mercado latino sino en otras latitudes. Ha sido un largo trecho entre la actuación de los Carrangueros de Ráquira en el Madison Square Garden y la presencia actual de alguna gaita, algún ritmo de bullerengue o incluso algún eco de carrilera en producciones musicales que gozan de estatus internacional.
Pero tal vez el principal legado que han dejado Totó, Aterciopelados, Arnedo, Yuri Buenaventura, Vives, Shakira, Juanes y Cabas es mostrarles a productores, promotores de casas disqueras y expertos en mercado que, más importante que ceñirse a modas pasajeras, es desarrollar proyectos originales en los que se reflejen las intenciones artísticas de los músicos. "Mi composición favorita es la que escribiré mañana", solía decir Duke Ellington. Ese es el tipo de visión que lleva a un artista a asegurarse un lugar preponderante en el panorama mundial de la música.