NACIÓN

El país que recordó a sus líderes asesinados

Ciudadanos, dirigentes políticos y líderes de opinión de todos los sectores salieron a las calles a manifestar su absoluto rechazo a la violencia y en defensa de los líderes sociales asesinados. Crónica de un grito que unió a los colombianos.

28 de julio de 2019
| Foto: Guillermo Torres

El 26 de julio Colombia recobró la memoria, enlistó los nombres de los 486 líderes asesinados desde el 1 de enero de 2016 y les devolvió la identidad. Con un eco que se escuchó por más de cuatro horas y que se extendió por la calle 26 en Bogotá, hasta llegar a la carrera Séptima y la plaza de Bolívar, el país recordó aquellos hombres y mujeres que han sido asesinados defendiendo su territorio, la vida y los derechos de las comunidades que protegen. 

Roberto Alirio Jaramillo, Nelly Amata, Maricela Tombé, William Castillo, Ramón Acevedo, Amado Gómez, Alberto Pascal, Temístocles Machado, César Augusto Parra, Iván Martínez y Rocío García, apenas unos cuantos entre la centena de nombres que resonaron durante la marcha que se llevó a cabo en 50 ciudades del país y 30 del resto del mundo. Con lista en mano, carteles impresos con sus retratos o grandes pancartas de tela con los nombres grabados, los asistentes recordaron a sus muertos y pidieron defender a quienes hoy están amenazados. 

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"Por la supuesta indiferencia del Estado", gritaba por una bocina un joven que va a la cabeza de la marcha. "No es supuesta. Es real", le responden más atrás. "Nos están matando por defender la vida", sonó desde la bocina, mientras asiente el hombre de poncho y sombrero que sostiene una bandera que identificaba a los miembros de las Juntas de Acción Comunal (JAC) que se unieron a la marcha en Bogotá. 

Difícilmente el país volverá a ver unidas en las calles más de 4 millones de voces en contra de una causa, como ocurrió en 2008 en la marcha contra las Farc. A pesar de lo minúscula que resulta la cifra frente a lo que ocurrió hace más de 11 años, los 30.000 asistentes que este viernes respondieron a la invitación del movimiento Defendamos la paz, trascendieron las redes sociales y le gritaron al país: "Ni uno más". A medida que el grupo, que se concentró en el Centro Nacional de Memoria Paz y Reconciliación, fue avanzando por los cuatro carriles -que normalmente son de paso vehicular- el número de asistentes se fue ensanchando.

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"Por aquí no. Ese es el pedazo de ustedes", le replicó un uniformado de la Policía Nacional a un grupo de jóvenes que intenta ocupar la vía de TransMilenio. La masa uniforme, que iba ganando volumen entre cánticos, arengas y consignas, durante horas sumergió a los asistentes en un viaje por la memoria. Mientras ellos avanzaban, la plaza de Bolívar comenzó a tomar forma. A las siete de la noche, cuando la cabeza de la marcha asomó a unos metros de la esquina de la Casa del Florero, la sensación era de que no cabía un alma más. 

Sin embargo, por más de una hora, el céntrico lugar se nutrió de más y más gente. Partidos políticos, minorías, grupos sindicales y ciudadanos sin ninguna matrícula política, salieron a la calle por una causa: la violencia contra los líderes sociales. A pesar del impase que vivió el presidente Iván Duque cuando intentó unirse al río de gente que bombeó el corazón de la capital, por un par de horas los colombianos dejaron a un lado la polarización. 

Grupos de familias, amigos, estudiantes, académicos, políticos y líderes de opinión de todas las clases sociales coincidieron en una causa común. "Llenamos la plaza", aseguró entonces una mujer que pasaba a un lado de la catedral con un mensaje estampado en el pecho de su camiseta: ¿Quién defiende a los defensores de los derechos humanos? Su alegría era una de victoria, la distribución a lo largo y ancho de la plaza suele ser engañosa, pero la multitud se veía a simple vista.

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Humberto de la Calle, Iván Cepeda, Laura Gil, Frank Pearl, María Ángela Holguín, Jesús Abad Colorado, Antonio Navarro, Roy Barreras, Juan Fernando Cristo, Gonzalo Sánchez, Rodrigo Londoño y Alejo Vargas, entre otras personalidades, se mezclaron entre la multitud. "Esta es una causa humanitaria, no una causa política", aseguró el exmiembro del equipo negociador de La Habana. "Lo que estamos matando es la paz", agregó la excanciller. 

Aunque la lluvia amenazó con atomizar a los asistentes, se impusieron el dolor y la rabia con el vértigo de violencia que vienen sintiendo un sector de los colombianos. Uno que avivó el atentado que su sufrió Carlos Tovar en Buenaventura horas antes de que comenzara la marcha. Hombres armados entraron a su casa y le propinaron seis disparos que lo tienen internado en un centro asistencial con pronóstico reservado. "Desde nuestra postura nos solidarizamos con él y su familia, rechazamos rotundamente este atentado, emprenderemos acciones donde se permitan esclarecer los móviles", informaron miembros del grupo cívico al que pertenece. 

La marcha que unió al país

La política moderna está atada a los símbolos. Por ejemplo, un joven con un libro frente a un tanque de guerra en la Plaza Tiananmen, hace 30 años, se convirtió en un símbolo más contundente que miles de discursos para denunciar la represión del gobierno comunista chino. Es probable que en el futuro inmediato no pare el desangre de los líderes asesinados, pero con el paso del tiempo, los retratos de la marcha dejarán una huella profunda en la historia. 

"Hace falta más que convocar miles a las calles", le dijo uno de los asistentes a SEMANA. Lo cierto, sin embargo, es que Colombia llevaba meses sin ver un escenario en el que todos los sectores salieron a la calle el mismo día. Este viernes confluyeron quienes pretenden el sometimiento a la justicia del ELN, también los que abogan por seguir intentando una salida negociada. Los que quieren rendir homenaje a la la fuerza pública, pero también a quienes quieren visibilizar a los líderes sociales. Aunque parezcan motivaciones diferentes, el fin es el mismo y, en palabras de Antanas Mockus, buscan la defensa de la vida. 

Hay quienes consideran que los grupos criminales detrás de los asesinatos ignorarán las concentraciones, exigencias y reclamos que vociferaron miles de colombianos. Pero también es probable que el grito sirva para que entren en razón. La situación parece no ceder. El Gobierno anunció esta semana que la tasa de asesinatos a líderes disminuyó un 35 por ciento en el último año, lo que provocó discusiones por la metodología usada en el conteo. Es claro que no coincide con las que tienen otras entidades del Estado y ONG.

Más allá de quién tenga la razón, la situación es inaceptable y escandalosa. Cualquier muerte, en especial de líderes, amenaza la democracia, la tranquilidad y la vida de miles de colombianos, especialmente de los que viven más lejos de los centros del poder. Defender la vida de los líderes sociales y de los defensores de derechos humanos debe ser un asunto trascendental y de importancia para todos los sectores de la sociedad. Para los que votaron Sí a la paz, para los que lo hicieron por el No, para los gobiernistas y la oposición, para los religiosos y los ateos, para quienes están en diferentes orillas culturales, políticas o religiosas.

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"Nos sorprende la acogida que ha tenido la convocatoria que llevó a que sectores que tradicionalmente se excluyen de este tipo de movilización se vincularan a ella. La marcha fue una expresión pluralista de todas las fuerzas políticas de derecha y de izquierda, bajo un único propósito que es salvaguardar la vida de los líderes sociales", manifestó el catedrático e investigador de la Universidad Nacional Carlos Medina.  

Las siluetas del recuerdo

Una bandera de cien metros de longitud fue extendida justo en frente de la Catedral Primada de Colombia. Quienes la sostenían ondeaban con fuerza el pedazo de tela que les correspondía, mientras tanto un grupo de acompañantes ambientaba la escena con la canción Solo le pido a Dios de Mercedes Sosa.

De esa comitiva hacía parte Fernando Octavio Escobar, un miembro actual de la Unión Patriótica que llegó hasta la plaza de Bolívar con la intención de honrar a dos de sus familiares asesinados y, a la vez, con el deseo de alertar a los colombianos sobre las consecuencias de permitir otro genocidio con los líderes sociales como el que podría estar ocurriendo hoy en día. 

Fernando sabía que dos de las cien siluetas de cartón que había sobre las escaleras de la Catedral pertenecían a su padre y hermano; Bladimir Escobar, padre e hijo. A raíz de la convocatoria, el partido decidió traer a la marcha las fotografías -impresas a tamaño real y por doble cara- de los compañeros que perdieron en el baño de sangre que ocurrió entre 1984 y 2000. Por la multitud y la poca luz, Fernando no pudo encontrar los retratos de sus seres queridos. Con certeza, sin embargo, sabía que allí estaban. 

“Siempre que vemos las víctimas de la Unión Patriótica sentimos la nostalgia de saber que mataron a unos compañeros y familiares que tenían un proyecto de vida, un proyecto de país”, dijo Fernando. Sin embargo, encontró algo de regocijo con lo que sus ojos presenciaron este viernes. Las víctimas no están solas y cada vez más colombianos despiertan para salir en su defensa, exigir reparación y justicia por los crímenes cometidos.

Bladimir Escobar, su padre, fue concejal de Soacha y dirigente de la Central Nacional Provivienda. Denunciaba atropellos en contra de los integrantes de la Central y atendía las problemáticas de Altos de Cazucá y de la ciudadela Sucre, según cuenta Fernando. Los atentados por su labor política llegaron en cuatro ocasiones: de tres se salvó, del último no. “Fue asesinado por denunciar la conformación de grupos paramilitares en el barrio San Carlos, en el año 2000”, relata su hijo. El hombre de 56 años pasó a estar en la lista de muertos de la UP que actualmente está en revisión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

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El hermano mayor de Fernando, mientras tanto, era dirigente de la Juventud Comunista y, por hacer trabajo social en el barrio Policarpa y "meterse en asuntos que aparentemente no le incumbían", se convirtió en blanco de las fuerzas del Estado. “Dos oficiales de la Dijin le dispararon a los 26 años’, cuenta Fernando.

Por su experiencia personal, ahora él volvió propios los ideales políticos de ambos y considera que esas figuras simbólicas en la plaza de Bolívar, que rodearon miles de asistentes este viernes, pueden ayudar a visibilizar a los colombianos sobre lo que podría pasar si se pasa por alto la gravedad que implica que a diario aumenten los líderes sociales asesinados. Mientras Fernando termina de cicatrizar las heridas invisibles que le dejó el conflicto, a su alrededor unos lloran, otros prenden una velan. Otros, incluso, pasan de largo. 

"¡Colombia no se rinde carajo!"

Los convocantes en internet dijeron que miles de personas de 80 ciudades en los cinco continentes participaron de la iniciativa. Berna, Buenos Aires, Islas Canarias y Dubai fueron algunos de los territorios en los que la gente se volcó a las calles. Tal como ocurrió horas después en Colombia, los connacionales que viven en el extranjero recordaron uno a uno los nombres de los líderes sociales muertos. 

Mientras que en Oslo (Noruega) leyeron la larga lista de nombres, en Berlín se escuchó la tradicional arenga "Colombia no se rinde, carajo".  Al tiempo, en distintas ciudades del país, los ciudadanos madrugaron para salir a las calles. En Medellín, por ejemplo, un grupo de jóvenes hicieron una acción simbólica en el metro y recordaron que van 137 excombatientes de las Farc asesinados desde la firma del acuerdo. En Tumaco, los habitantes salieron vestidos de blanco y llevaron pancartas que expresaban su deseo de ser territorio de paz.

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En Popayán no se quedaron atrás. Allí se congregaron indígenas, organizaciones sociales, estudiantes y algunos sindicatos en las principales calles, mientras que en Valledupar, la Asamblea Campesina del Cesar marchó con las fotografías de los líderes asesinados que estaban comprometidos con la restitución de tierras. El rostro de María del Pilar Hurtado fue uno de los que más se vio. Y es que la iniciativa surgió justo después del estupor ocasionado por su asesinato en Tierralta, Córdoba, delante de su hijo. Por cuenta de las dramáticas imágenes del menor, quien gritaba y lloraba de pánico por lo ocurrido, muchos bautizaron la movilización del 26 como la marcha del Grito.

A lo largo y ancho del país proliferaron las expresiones artísticas pero también las políticas que buscan despertar conciencias. Una de las más simbólicas ocurrió en Montería, donde se firmó un pacto por la no violencia con presencia de los candidatos a la gobernación. Si bien la iniciativa fue una propuesta que se lanzó desde la firma del acuerdo de paz para que se aplicara en todo el territorio nacional, no ha visto la luz. Habrá que ver si la gestionan antes de las elecciones regionales de octubre.

¿La razón? Todo lo que se haga por contener el desangre debe ser un asunto trascendental y de importancia para todos los sectores de la sociedad. Los defensores de derechos humanos y los líderes sociales tienen un papel esencial en la democracia, en la construcción de paz, en el progreso de las naciones y los colombianos no los pueden dejar matar.