POLÉMICA
María Fernanda Cabal o la mirada de la derecha sobre la historia
Al negar la masacre de las bananeras, María Fernanda Cabal expresó la mirada de un sector político sobre la controversia acerca del origen de los conflictos sociales que ha vivido el país en el último siglo.
Esta semana, María Fernanda Cabal, la polémica representante a la Cámara del Centro Democrático, volvió a armar un alboroto en los medios y en las redes cuando dijo que “la masacre de las bananeras es otro de los mitos históricos de la narrativa comunista” y que Gabriel García Márquez creó el relato mágico de los 3.000 trabajadores asesinados. La congresista argumentó que si hoy era imposible conseguir esa cantidad de trabajadores, hace 90 años lo era aún más. Pero las declaraciones de Cabal en la emisora La W no pararon allí. A renglón seguido aseguró que “fueron más los soldados asesinados en esa confrontación, donde el sindicato fue penetrado por la Internacional Comunista”.
De inmediato, en las redes comenzaron a circular insultos que calificaban a Cabal de bruta o ignorante. A la indignación mediática se sumó la de académicos, historiadores e intelectuales, algunos de los cuales compararon lo dicho por la parlamentaria con el negacionismo del Holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial.
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Cabal no es una ignorante como creen sus detractores, pero sus argumentos hacen parte de una versión con intenciones políticas. Como señaló el historiador Mauricio Archila en un texto, detrás de las discusiones sobre la masacre se esconde una lucha por la memoria colectiva de la sociedad colombiana.
La masacre de las bananeras fue uno de los hechos más polémicos de la primera mitad del siglo XX: la huelga se volvió un hito del movimiento obrero y contribuyó al final de la Hegemonía Conservadora. Pero aún sorprende que, pese a decenas de libros, investigaciones, ensayos y documentales, todavía no haya consenso sobre lo sucedido en cuanto al número de manifestantes y soldados, y mucho menos sobre la cantidad de muertos.
El 12 de noviembre de 1928, miles de trabajadores, corteros y colonos que laboraban en el enclave de la United Fruit Company, en Magdalena, se fueron a la huelga porque la compañía no quiso negociar su pliego. En este pedían respeto por las normas laborales colombianas, un aumento del 50 por ciento de los salarios y un seguro de riesgo.
Por esa época, el enclave bananero del Magdalena era una de las principales fuentes de trabajo. Por eso, no era raro, al contrario de lo que Cabal afirma, que llegaran miles de personas en busca de oportunidades. Según fuentes de la época, unas 30.000 personas vivían y dependían de las 60.000 hectáreas sembradas de banano, que recogían y enviaban por tren hasta el puerto.
Tras casi un mes de protestas, en la madrugada del 6 de diciembre unos soldados le dispararon a un grupo de trabajadores reunidos en la plaza de Ciénaga. La versión oficial y la del general Carlos Cortés Vargas, quien comandaba las tropas, reconocieron el enfrentamiento y dieron un parte de 9 muertos. Años más tarde, en sus memorias, el oficial admitió 47.
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Como relata el historiador Eduardo Posada Carbó, la masacre entró al debate político casi de inmediato. El gobierno y Cortés Vargas justificaron sus acciones en la defensa nacional contra los bolcheviques, en tanto que los líderes del Partido Socialista Revolucionario –origen del Partido Comunista–, políticos e intelectuales liberales sostuvieron que el Ejército actuó para defender los intereses de la multinacional. Y en un debate en el Congreso, el joven representante a la Cámara Jorge Eliécer Gaitán dijo que el ejército había ametrallado obreros indefensos.
En las décadas siguientes, la masacre permaneció en la memoria. La historia inspiró a Débora Arango para su cuadro El tren de la muerte, en el que recrea la imagen de vagones cargados con cadáveres. Y Gabriel García Márquez la usó en Cien años de soledad, al hacer que José Arcadio Segundo participara en la huelga.
La versión de los numerosos muertos también encontró fuentes décadas después. El historiador Archila, entre otros, halló en el Archivo Nacional de Washington y en periódicos extranjeros versiones según las cuales la cifra superó el millar de personas. De hecho, así lo afirma una comunicación confidencial del 15 de enero de 1929 del embajador de Estados Unidos, Jefferson Caffery, al secretario de Estado, que atribuye la cifra a la versión del representante de la United Fruit Company.
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Ahora bien, si los reportes de entonces nunca fueron precisos, mucho menos lo es la reconstrucción de los hechos, en la que hubo –y hay– claros intereses políticos. Por un lado, la izquierda y sectores del liberalismo han usado la masacre como un ejemplo de los abusos de las multinacionales. Por el otro, la derecha y sectores conservadores minimizan lo sucedido y hasta justifican la represión con la tesis de que la huelga era el comienzo de una insurrección bolchevique.
Por eso, Cabal no hizo simplemente un comentario al margen. Su versión forma parte de una mirada de la derecha sobre la historia, en la que el conflicto y la protesta social se deben a una conspiración internacional. Lo dicho por Cabal es el primer round de otros tantos que habrá cuando comience a trabajar la Comisión de la Verdad, que intentará dilucidar el porqué de tanta violencia en la historia reciente de Colombia.