ENTREVISTA
“No pediré perdón por mis dibujos así me llamen machista”: Matador
Frente al escándalo causado por una caricatura sobre unas astronautas de compras en la luna, Julio César González responde las críticas y dice que la corrección política es uno de los mayores males de la sociedad actual.
SEMANA: ¿Qué opina del escándalo que desataron sus dos caricaturas sobre las mujeres de compras en la luna?
Julio César González: Yo creo que es la real dimensión de la estupidez que estamos viviendo en estos tiempos. El sentido común ha muerto. Lo que empezó como un chiste terminó con un condenado a la hoguera, o sea, yo. Es un contrasentido, se supone que con las redes sociales llegamos al máximo punto de libertad de expresión. Usted tiene la posibilidad de decir lo que quiera, pero eso no sucede. Ahora hay una autocensura inmensa. A muchos les pasa que cuando empiezan a escribir un estado en las redes, se arrepienten, porque si lo publican, se atienen a los insultos, a las amenazas y hasta a los despidos.
SEMANA: Por cuenta de estas caricaturas y otros episodios que ha tenido, muchos colombianos lo consideran machista. ¿Usted lo es?
J.C.G.: Si algo debe hablar de mi trayectoria como persona, debe ser mi trabajo. Yo siempre he sido un convencido y el defensor de las libertades humanas. Eso incluye, obviamente, a las mujeres. En mis caricaturas he denunciado los feminicidios y el maltrato a la mujer. Es que la gente no revisa mi trabajo. Me acuerdo mucho del asesinato de una líder social, en la cual dibujé a Martuchis (Marta Lucía Ramírez) mirando a Venezuela mientras acá matan mujeres. En todo este asunto hay una doble moral. La semana pasada, para no ir más lejos, mientras las dos astronautas estaban en el espacio, a dos mujeres indígenas les dieron bala. Van 800 mujeres y nadie dice nada. Se escandalizan por lo que, supuestamente, hice, pero dejan pasar estas cosas. La turba enardecida en Twitter y en redes sociales quiere linchar al que le muestra la realidad y no hacen nada ni protestan por esa realidad.
SEMANA: Pero no es la primera vez que lo crucifican y lapidan…
J.C.G.: Por supuesto. Constantemente, lo hacen los uribistas, los petristas… y lo hicieron las hordas de católicos y evangélicos cuando defendí la decisión de mi papá de recurrir a la eutanasia. Me dijeron que yo lo había matado y otras barbaridades más. Y este ejemplo me sirve para explicar que, ya sea en el caso de las feministas o de los cristianos, la moral, porque en el fondo ambos son muy moralistas, está coartando las libertades, en especial, la de expresión. Lo paradójico es que todos esos grupos se sirven de esa libertad para expresar sus ideas. Pero al que piensa distinto o al que osa burlarse de ellos lo quieren silenciar. Es una paradoja total.
“Hablar de todos y todas, o de ‘Todes’, denota falta de Compromiso. El lenguaje aséptico es un facilismo”.
SEMANA: En el caso de las caricaturas de las mujeres en la luna, no le queda más fácil pedir perdón…
J.C.G.: No lo voy a hacer, lo mío es un ejercicio de resistencia contra la falta de sentido común y contra la corrección política. La gente me dice: “Hermano, deje esas viejas quietas”. Y yo digo: “Ni por el verraco”. Yo hice un chiste, no hice una caricatura que dijera que las mujeres no tienen que ir al espacio, eso sí hubiera sido machista. Además, muchas mujeres también me han apoyado. Vanessa de la Torre me dijo que si hubiera en la luna una tienda con el 50 por ciento de descuento, ella se iría para allá y hasta se compraría los anillos de Saturno. En verdad, aquí hay una hipocresía total. Yo creo que las dos astronautas sucumbirían ante un par de zapatos bonitos, como los hombres también lo harían frente a un reloj o a un videojuego o también con unos Ferragamo.
SEMANA: ¿Qué opina de la corrección política? ¿Es peligrosa?
J.C.G.: Es una vaina muy peligrosa porque en el fondo es una versión de una moralidad o de una religión. El primer daño que vemos es en el lenguaje, ya no decimos las cosas como son. A un crimen de Estado le decimos falsos positivos, a un político que se roba el erario decimos que se apropió indebidamente de dineros. A un negro no se le puede decir así porque lo tildan de racista a uno. Los totalitarismos empiezan con este tipo de vainas. Llegará un momento en que el humor y la crítica ya no se podrán hacer. Y nos tocará callarnos. No como en la novela de George Orwell, 1984, en donde un Gran Hermano nos controla, sino que somos nosotros mismos, somos los que nos vigilamos. Nos estamos coartando la libertad entre nosotros.
SEMANA: Pero la corrección política tiene propósitos loables como luchar contra la exclusión y la desigualdad…
J.C.G.: Volvemos a la moralidad o a las religiones. En principio, ambas cosas son la verraquera, son bienintencionadas, pero, al final, han causado guerras y muchos muertos. La corrección política es un fascismo dentro de la sociedad, una especie de inquisición.
SEMANA: ¿No le abona nada a la corrección política?
J.C.G.: En absoluto. La corrección política en muchas de sus facetas es un facilismo. Me explico: cuando usted habla de todas y todos, de ‘todes’, cuando usted logra hablar en un lenguaje aséptico para no herir susceptibilidades, eso denota una falta de compromiso. Usted dice tanto que no dice nada y no se compromete.
SEMANA: ¿Cómo es hacer humor en tiempos de corrección política?
J.C.G.: Es todo un reto. Hay una caricatura de Quino en la que en la primera viñeta una mujer recibe un sobre que dice Top Secret; en la siguiente, ella se muerde los labios; y en la final, descuelga el teléfono para llamar a una amiga. Hoy, Quino hubiera sido lapidado por eso, y él creó a Mafalda, un referente en la lucha de los derechos a las mujeres. También creo que en este momento hubieran quemado a Fontanarrosa con su personaje Boogie, el aceitoso.
SEMANA: El humor está en vía de extinción…
J.C.G.: Pues si no se hace algo, sí. Ahora todos son susceptibles a todo y más que todo al humor. Eso es algo muy peligroso porque el humor nos libera de la locura. En los campos de concentración nazis, los judíos crearon chistes para reírse de sus desgracias. Lo mismo ha pasado aquí. Me acuerdo que cuando estaba en el colegio, sucedió la tragedia de Armero y se empezaron a hacer chistes como “un, dos, tres, por Omaira que ya la encontré”. Ese tipo de cosas son una válvula de escape. Si no tenemos humor, nos enloquecemos; si no, mire a Álvaro Uribe Vélez. Pero ahora lo que hay son unos yihadistas que matan, como en el caso de Charlie Hebdo, o que se la pasan censurando.
SEMANA: ¿El humor tiene alguna función?
J.C.G.: Como dije, tiene una labor terapéutica para la cabeza y para la sociedad. Pero también es libertad, por eso, la risa siempre ha sido perseguida por los poderosos porque los desenmascara. Los bufones señalaban la desnudez del rey. En el caso colombiano, a Uribe y a los uribistas no les gusta el humor. Porque el uribista ve a Uribe como un dios, como el presidente eterno… Y que llegue un huevón como yo y lo desdibuje, o mejor dicho, lo dibuje tal cual es: un ser pequeño y ser mezquino; me vuelvo un enemigo al que hay que acabar. Me han demandado para callarme, me han amenazado de muerte, me han difamado y muchas cosas más. Pero ahora pasa algo peor, la risa no solo la persiguen los poderosos. Como le escuché a un muchacho, la hoguera ahora la cargamos todos en el bolsillo. Al que se atreva a burlarse de alguien o de algo lo queman por machista, misógino… Y el que carga esa hoguera cree que es bueno y tiene la verdad en sus manos. Buenas personas con muy malas intenciones.
SEMANA: ¿El humor tiene que tener límites?
J.C.G.: Yo le hago una pregunta a los que van a leer esta entrevista y que me escriban: ¿de qué no nos podemos reír? Y vamos a ver que cada uno traza un límite. Un negro dirá, no me gustan los chistes sobre nosotros; el exprocurador Ordóñez dirá que no hagan chistes sobre la Virgen María; un vegano dirá que no se burlen de los animales, de las plantas, del planeta, porque a ellos todo los ofende. Entonces, si sumamos todos esos límites, el resultado es que no se puede hacer humor porque, al final, cualquier chiste va a molestar a alguien.