NACIÓN
Medellín, arriba los contagios y las declaraciones descabelladas
La capital paisa deslumbró al país con su modelo tecnológico para prevenir la propagación del coronavirus, pero ahora los contagios son altos y el alcalde Daniel Quintero propone cosas como quitar la electricidad en casas con fiestas clandestinas.
En "El mundo de ayer", Stefan Zweig dice: “No había país al que poder huir ni tranquilidad que se pudiese comprar; siempre y en todas partes la mano del destino nos atrapaba y volvía a meternos en su insaciable juego”. Habla del inicio de la Segunda Guerra Mundial y de los cambios que vivió Europa desde la Primera, pasando de un tiempo de razón y estabilidad a los llamados nacionalistas y la persecución de judíos —Zweig era uno—. Aunque son épocas distintas, se puede decir que la rueda ha girado y estamos en el mismo sitio, justo cuando no hay adonde huir y la tranquilidad no se puede comprar.
Sin embargo, la normalidad empieza a recuperar su espacio, aunque no haya bares abiertos, ni cafés despachando a mesas, ni los restaurantes puedan ir más allá de los domicilios. Esta mañana en Medellín todo parecía intacto por un momento: en una cafetería de la carrera 65 con la Avenida Colombia, una mujer tomaba gaseosa y un muchachito a su lado —¿su hijo?— le mandaba un mordisco a un pan dulce. Los motociclistas corrían con sus cajones de Rappi, la gente salía de los bancos y del Éxito y hasta vi a dos hombres en sendas motos atravesar una calle en contravía, a toda velocidad, en un acto que solo se les conoce a los fleteros.
Mientras tanto, las autoridades insisten en que la realidad es la otra, la del confinamiento. El alcalde Daniel Quintero aseguró que perseguirá las fiestas clandestinas y que de ser necesario quitará la electricidad de las casas donde se realicen. Es un abuso de autoridad y también una imprudencia, o lo que en Twitter llaman una “quinterada” —declaraciones rápidas que no tienen ningún argumento legal o científico—; hasta el personero de Medellín, William Yeffer Vivas, tuvo que responder: “De ninguna manera se podrá suspender el servicio de energía y menos de agua a personas que estén celebrando fiestas clandestinas, esa advertencia @QuinteroCalle desborda los límites establecidos en la Ley 1801/16 y Sentencia C-308/19 de la @CConstitucional”.
Medellín atraviesa un momento difícil después de haberse vendido como la capital del éxito para enfrentar la pandemia. Tiene 5.729 casos activos, con una media de 1.500 casos nuevos cada día y unas de las propagaciones más altas del país por cada mil habitantes. Hace unos días una enfermera me dijo que las 22 camas UCI de la clínica donde trabaja permanecen ocupadas: “Se desocupa una cama y a las dos horas ya está ocupada”. Se entiende que las autoridades quieran prevenir la proximidad social, pero todo parece una seguidilla de improvisaciones. Se declara toque de queda, pero con una larga lista de excepciones; se declara ley seca en Medellín, pero no en los municipios cercanos; hay pico y cédula para entrar a centros comerciales y supermercados, pero las calles están repletas de carros —sin pico y placa— y han regresado los días de alta contaminación. La ciudadanía entonces percibe las contradicciones, el leve desfase. Este fin de semana, en el barrio Calasanz, un hombre escuchaba rancheras de Vicente Fernández y vallenatos del Binomio de Oro a gran volumen, era la medianoche: estaba solo, fumando en la puerta de su casa, en pantaloneta y sin camiseta. Parecía al borde de la locura.
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La secretaria de Salud de Antioquia, Lina Bustamante, dice que es necesario “trabajar porque esas medidas de aislamiento sean naturales, no forzadas”. Es difícil trabajar con la voluntad, y más después de cinco meses de encierro, encerrar el cuerpo tantas veces es lo mismo que encerrar la mente. Bustamante dice, además, que los últimos fines de semana y el día sin IVA —aclarando que el día sin IVA “no es un problema en sí, sino la manera en que lo asume la gente”— fueron una espina en el éxito de Antioquia para enfrentar el coronavirus. Hay que decir, también, que cada vez hay más tránsito con otros departamentos, sobre todo en regiones que existen en continuo intercambio cultural, como el Bajo Cauca, el Urabá y el suroeste.
Aunque no parezca, la vida trata de volver a su cauce, basta con salir y ver las ventas ambulantes, los malabares en el semáforo, los ciudadanos comiendo empanadas a la salida del negocio, respetando muy bien la cintilla que supuestamente los separa de todo, que lo cura todo, que lo salvaguarda todo. Esta mañana las calles parecían incendiadas, vivas.