Cirugía
Tras la muerte de Catalina, se han conocido múltiples testimonios sobre la pesadilla que han vivido los residentes de la Facultad de Medicina en la Javeriana. Imagen de referencia. | Foto: Getty Images

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Médicos cirujanos abren su corazón tras muerte de colega y cuentan los traumas de su residencia: “Era como nadar en una piscina de mier…”

“Muchas veces en la madrugada esperaba que el taxi se estrellara”, relata el cirujano Andrés Gómez en desgarradora carta hecha pública sobre lo que vivió estudiando.

Redacción Nación
20 de julio de 2024

La historia de Catalina Gutiérrez Zuluaga, residente de la Facultad de Medicina de la Universidad Javeriana, ha causado asombro en el país. La doctora perdió la vida en medio de fuertes cuestionamientos de maltrato por parte de sus superiores.

El caso de Gutiérrez derivó en que se conocieran historias similares. Otros residentes de la misma facultad se han sumado a la creciente ola de críticas a las prácticas internas en la institución. Egresados también se han pronunciado y sus declaraciones han hecho eco en las diferentes redes sociales y plataformas digitales.

Uno de los impactantes testimonios que vino tras el doloroso fallecimiento de Catalina Gutiérrez vino de parte de Andrés Gómez, quien se identificó como médico y cirujano general egresado de la Universidad Javeriana. Por medio de una carta abierta, narró detalles de su paso por la residencia, tema que definió como “una tarea que me prometí realizar, pero a la que le he huido porque implica remover muchos sentimientos que en su mayoría son poco placenteros”.

Inicialmente, el doctor Gómez manifestó que el pregrado de medicina logró inculcar en él un sentido de pertenencia que lo motivó a regresar para el posgrado. “Cuando se escoge esta especialidad son pocos los comentarios que te motivan, y más aquellos que expresan preocupación, duda, o traen consigo una advertencia; comentarios a los que respondía ilusamente que esta era una situación que venía cambiando, que ahora el ambiente era favorable, y que aun así yo estaba listo para lo que vendría con mi ingreso a este lugar. Me equivoqué”, declaró.

En su relato, Gómez contó que el día antes de ingresar a la especialización tuvo una breve reunión con quien sería su jefe de residencia. No obstante, comentó que esta persona era “alguien que había obtenido este título por el mérito de perdurar en el tiempo más no como el resultado de una asignación de cargo producto de una elección cuidadosa que contemplara sus cualidades individuales”.

Sobre ese punto, precisó que en el programa “existe la creencia que todos los residentes de último año debían ser jefes para aprender sobre liderazgo, aun cuando muchos de ellos no tenían las competencias necesarias y abusaban de su jerarquía inventada”. Aquella reunión, según dijo el médico, fue incómoda y estuvo dirigida por “alguien que te mira con lástima porque sabe qué es lo que se aproxima”.

“Su analogía para describir la residencia fue burda: esto es, como nadar en una piscina de mierda, a veces uno traga un poco, o mucha, y uno puede ahogarse en ella o llegar al otro lado. ¿Qué debía esperar después de estas palabras? Ciertamente, no me sentí motivado, pero producto de la emoción que produce la novedad de empezar la residencia, decidí pasarlo por alto”, continuó.

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Exalumnos han expuesto las pesadillas que vivieron durante sus residencias. | Foto: Getty Images

“No me sentía a gusto”

El profesional recordó que los primeros meses transcurrieron de forma incómoda. “No me sentía a gusto en este nuevo lugar porque constantemente recibía información confusa, y poco a poco entendí que no debía creer en lo que me decían, que habría pruebas o mejor dicho, trampas en todas las tareas u ofrecimientos que se me harían”.

Las señales confusas reinaron durante esta primera etapa, según la narración del doctor Gómez. En esa línea, contó una anécdota propia: “Recuerdo en una oportunidad cómo antes de entrar a un procedimiento le pregunté al jefe de residentes si podría hacer parte del grupo quirúrgico. Su respuesta fue ‘no lo hagas, no es necesario’. Pocos minutos después, la cirujana encargada de la intervención me reprochó mi poca motivación, que no tenía proactividad, que había dejado pasar una oportunidad”.

“Volví mi mirada a mi jefe esperando que él pudiera explicar que yo sí había tenido la intención de participar y que había sido tal vez un error. Su respuesta fue desconcertante, pues reafirmó que aún cuando uno ya haya recibido una negativa, se debe insistir, y si es necesario entrar a la fuerza al grupo quirúrgico, con el fin de demostrar a toda costa el interés. Había fallado en una de estas pruebas”, anotó Gómez.

En el marco de esta etapa, también observó de cerca el drama de otros colegas. “Veía con preocupación a una de mis compañeras dormir algunas noches en su camioneta que permanecía en la torre de parqueos para poder tomarse el tiempo de cumplir las exigencias ridículas de su rotación, aprenderse de memoria todos los casos de los pacientes de hospitalización. Salía tarde leyendo una y otra vez las historias, y llegaba muy en la madrugada a continuar su ardua labor, a costa de su descanso, luego de pasar una noche en la parte trasera de un carro, y bañarse en las duchas de uno de los edificios cercanos de la facultad”.

Las presiones, incluso, estaban asociadas con temas completamente ajenos a la medicina. Al respecto, el doctor Gómez contó lo sucedido durante una de las jornadas cuando hizo su rotación: “el jefe de residentes se acercó a mí con la cafetera en la mano y me preguntó que por qué estaba sucia. No supe qué responder e hice silencio, luego me reprochó porque la labor del ‘residente de piso’ también incluía el cuidado y arreglo del cuarto, tener toallas en el baño, papel higiénico y aparentemente lavar la cafetera”.

“Con algo de ira le contesté que esto no era así y que yo estaba ahí para cuidar de los pacientes de hospitalización, no de la limpieza de la cafetera que alguien más había usado”, le respondió. Sin embargo, el jefe de piso habría subido de tono con supuestas amenazas. “Si cuando yo vuelva a este cuarto esta cafetera no está limpia, es su problema”, replicó.

“Decidí que a pesar de la amenaza no la lavaría, y me retiré del cuarto. Al volver, los internos que habían presenciado esto habían tomado la decisión de lavarla ellos mismos, todo para evitarme problemas a mí. Y cuando les dije que si bien agradecía su gesto, esto no era su responsabilidad, su respuesta una vez más estaba llena de preocupación, pues no querían que me trataran mal, una vez más, como lo habían hecho en repetidas ocasiones durante los últimos días”, agregó en su relato.

Denuncias de maltrato a residentes de la Universidad de Javeriana.
Denuncias de maltrato a residentes de la Universidad de Javeriana. | Foto: Colprensa / Getty Images

“Esperaba que el taxi se estrellara”

La presión era tanta y las condiciones resultaban tan adversas que el médico Andrés Gómez llegó a tener pensamientos extremos. “Muchas veces, en las madrugadas, esperaba que el taxi se estrellara, que tuviese algún tipo de malestar suficiente para generar alguna incapacidad corta y me alejara de este lugar, o que tropezara en algún escalón para poder ausentarme”.

Pero liberarse de los esclavizantes turnos y las constantes humillaciones no era tarea fácil. Es más, el doctor contó que en una ocasión tuvo que cumplir con su horario pese a estar enfermo y con vómito. “No me pude retirar hasta no haber terminado esta labor. Ni siquiera las calamidades eran garantía de contar con un permiso, pues aun con mi padre en la sala de reanimación de urgencias de este hospital por un infarto, me cuestionaron el por qué me debía ausentar para estar con él”.

Lo vivido durante la residencia lo cambió. Según su relato, cerca del final de esta etapa, se desconocía un poco y llegó a sentirse apático. “Sentía desagrado por mí, por cómo me veía, por cómo actuaba, por cómo reaccionaba. Estaba constantemente a la defensiva, pues aún tan cerca al final, la humillación no se había hecho menor, y era difícil no sufrir con el sufrimiento de los demás. Hoy en día, lejos de este lugar, intento sanar, pero las cicatrices están allí, y no se pueden ignorar. La residencia trajo en mí una motivación que no había imaginado antes, alejarme de lo que ellos querían ver en un cirujano, pues me parece un estereotipo perverso de lo que se espera de un profesional”.

Finalmente, el doctor Gómez cerró su carta diciendo: “cada día que pasa intento moldear un poco el significado de esta experiencia como una forma de alcanzar la tranquilidad arrebatada y con la intención de poder ser un mejor cirujano, un mejor médico, una mejor persona. Trabajo en ello”.