CORONAVIRUS
Memorias de la UCI: un par de testimonios que ayudan a ver la importancia de vacunarse
Un paciente contagiado con covid que permaneció 10 días en UCI, totalmente consciente, y otro que fue mantenido en coma inducido, intubado durante casi dos meses, contaron las historias de una vivencia que quisieran olvidar.
Para ningún paciente que ha pasado por las unidades de cuidados intensivos (UCI), principalmente los que han requerido intubación, será fácil olvidar la pesadilla que vivieron. Las secuelas físicas pasan con el tiempo. Algunos tardan días, otros demoran meses en dejar atrás la sordera, la dificultad para caminar, los ahogos. Sin embargo, las huellas en el alma parecen ser más perecederas.
En Colombia, y en muchos lugares del mundo, se adelantan los planes de vacunación. El biológico, independiente de quien lo produzca, es la única esperanza para evitar que muchos otros lleguen a esa ‘tortuosa experiencia física y mental’ como la describen la mayoría de los que han pasado por ahí.
Dolor, agonía, soledad, sensación de abandono son parte de lo que refieren. En los hogares, los familiares viven momentos de angustia, sensación de impotencia, incomunicación, miedo, incertidumbre y el temor de no volver a ver a sus seres queridos.
Estos son los relatos de un par de pacientes covid que pasaron por la UCI: uno totalmente consciente de lo que sucedió allí; el otro, en coma inducido. Contaron sus historias con la esperanza de que sus mensajes ayuden a los colombianos a ver con claridad la importancia de vacunarse.
‘9 días casi sin dormir y como un crucificado’
Para Fabián Nassif Pacheco dos días desaparecieron del calendario: ayer y mañana.
Tiene 59 años y ha dedicado 26 de ellos a su actividad laboral como ginecólogo. Mide 1,80 de estatura y antes de resultar positivo para covid pesaba 95 kilos. No era hipertenso ni diabético. Trataba de llevar una vida sana, con alimentación balanceada; sin alcohol ni cigarrillo y con ejercicio regular en bicicleta.
En esas estaba cuando lo sorprendió el coronavirus. “Permanecí 10 días en la UCI de la Clínica Santa María de Sincelejo. El jueves de esa imborrable semana tuve algo de fiebre, sin ningún otro síntoma. Pensé que era un resfriado, pero el sábado, hacia las 10 de la mañana, empecé a tener tos. A las 12:30 del día ya presentaba dificultad respiratoria. Una hora después estaba saliendo para la clínica porque me sentía muy mal. A las 2:30 p. m. llegué a la clínica (desde Chinú-Córdoba, donde resido). A las 3 de la tarde ya estaba en la UCI”.
La rapidez con la cual el virus invade el pulmón y causa el llamado síndrome de distrés respiratorio, la complicación más grave del coronavirus, no deja de impresionar al personal médico. “Me hicieron un TAC y ya tenía una neumonía grandísima. Lo que llaman ‘luna de miel del covid’, porque todos los pulmones están blancos”.
La condición de médico de Nassif le agregó cierta favorabilidad a su tratamiento. “Me atendió un intensivista de la Universidad Nacional con quien tuve toda la confianza. Conversé con él y le pedí que, inicialmente, no me intubaran. La alternativa fue una cánula de alto flujo de oxígeno, hasta 60 litros por minuto. Tenía que estar boca abajo, porque boca arriba no podía respirar. Permanecí 10 días mirando la pared. Casi sin dormir, contando cada hora, cada minuto, como crucificado. No se de dónde saca uno fuerzas. Quizás es la voluntad de querer salir adelante, de querer vivir, la que lo mantiene a uno. Tenía a mi lado a mi hija –que también es médica– quien me animaba y me hablaba de los 1.500 mensajes que habían llegado a mi celular con palabras de ánimo”.
Pasados 7 días en UCi, Nassif ya había perdido 12 kilos de peso. El paciente está de manera permanente con pañal, es poco lo que se puede mover. Le hacen el aseo con un paño húmedo y lo intentan proteger de las escaras en la piel.
“No es fácil dormir, estás ansioso. Le dan a uno alimentos muy suaves, lo ponen a chupar algo, porque lo mas importante es respirar. Fue ahí que aprendí que hay dos días que no existen, ayer y mañana. Uno no sabe qué puede pasar. Es ahí donde mucha gente termina echándose a la muerte, se deprime; algunos están pesados, la barriga no los deja estar boca abajo y todo parece más difícil”.
En el entorno de este médico que siempre adoptó todas las medidas de bioseguridad, hay varias mujeres. La esposa, las dos hijas, la empleada de la casa, la secretaria. Ninguna resultó contagiada. “Solo yo tuve covid, pese a que siempre estoy con máscara, gorro y todas las medidas de protección”. El origen del contagio, al que ya no le da relevancia, lo atribuye a su actividad de ginecólogo. “Atiendo pacientes con las que demoro 40 minutos en promedio. Realizaba dos o tres cesáreas. Hay mucha exposición a fluidos y manipulación de tejidos”.
Al décimo día en la UCI llegó el momento del regreso a casa, lo que representó otra carga emotiva para Nassif, quien salió de la clínica aún con dificultad para respirar, pues la indicación de su colega de la UCI fue que terminara de recuperarse en el hogar para alejarlo del riesgo de una contaminación con alguna bacteria hospitalaria.
“Cuando me dijeron que me iba para la casa sentí una alegría indescriptible. Estaba débil, cansado, aún respirando con dificultad. El oxígeno me lo fueron bajando a solo un litro, pero me animó mucho el recibimiento de los amigos y la gente que he atendido en el consultorio durante años.
El lema de este médico, sobreviviente de la covid, es que “la gente de bien es la que hace el bien, no la que tiene bienes”. Por eso, en sus consultas, aplica el principio de la solidaridad con los pacientes que tienen pocos recursos para acceder a sus servicios.
De ahí viene el afecto que le manifestaron el día del regreso. En la cuadra donde vive lo esperaba un cordón humano que le hizo calle de honor, con globos y aplausos que le sacaron las lágrimas. “La gente me hizo llorar con tanto cariño”.
Con medicamentos, alimentos, ejercicio y terapias, se recuperó. Solo le quedó la costumbre de dormir boca abajo, pues así tiene la sensación de que respira mejor. “Estuve muy mal y pude haber muerto. Regresar a casa y a atender a mis pacientes fue como volver a nacer y tener de nuevo la oportunidad de aprender a vivir el día a día”.
‘Me siento como si hubiera vuelto de la guerra de Vietnam’
En otro lugar de la geografía global, en Argentina, Eduardo Luraschi vivió una experiencia difícil. Tiene 76 años. En su vida laboral fue juez federal en su país y ahora ya está retirado.
Unos días después de salir de la UCI, donde permaneció 56 días, aún hablaba con una voz gangosa, como si tuviera una fuerte gripa. Después de haber sido dado de alta, quedó con fuertes secuelas que fueron aliviando las terapias. Al momento de contar su vivencia dijo que se sentía “como si hubiera vuelto de la guerra de Vietnam”.
La salida de la UCI no es el fin de la batalla en la que Luraschi dice que vivió momentos de horror. “La noche anterior a mi experiencia en el sanatorio Otamendi de Buenos Aires, me sentí indispuesto. Para no contagiar a mi mujer me fui a dormir en el cuarto de los chicos, pues ya ellos no viven con nosotros. Al día siguiente amanecí con una gripa tremenda. Empezó la sospecha de covid, por lo que llamamos al hospital. Dijeron que tenía que ir solo y vinieron a recogerme. Entré en uno de esos aparatos que parecen una cápsula, que están protegidos con nailon”.
Durante los primeros días en el hospital Luraschi estuvo solo con oxígeno. Podía hablar con su familia, lo que aliviaba la soledad en medio de la enfermedad. “Después, fue necesaria la intubación y de ahí en adelante mis recuerdos son algo confusos”.
Acostumbrado a una vida activa, aún en el inconsciente, se sintió encerrado. “Tuve la sensación de que nadie me hablaba ni me decía nada. Incluso, después de salir del sanatorio, por varios días permanecí convencido de que había estado secuestrado. En mis recuerdos está la idea de que cada noche me ataban a los bordes de la cama”.
Amalia, la esposa de Luraschi, explica que fue parte de su delirio, no solo por medicamentos como la morfina para el manejo del dolor, sino porque el respirador requiere rigidez. “Al empezar a despertarlo de la sedación, probablemente fue un solo día que le pusieron ataduras de velcro para evitar que se retirara los aparatos. Eso lo afectó mucho”.
Las secuelas de la UCI fueron varias para este argentino que narra haber vivido episodios espantosos. “Quedé sordo, necesitado de 14 medicamentos al día, no todos por covid (usa marcapasos y tiene 4 stents). Caminar se me hacía difícil, no sentía las piernas, perdí la masa muscular. También tenía escaras en algunas partes del cuerpo y me disminuyó la capacidad respiratoria”.
Pero si algo recuerda Luraschi con espanto es cuando se veía atado, sin saber donde estaba y en el subconsciente parecía ver un gato negro que se le venía encima. “Sentí miedo y ahora quedé muy sensible: lloro por cualquier cosa”, relata el sobreviviente de la UCI que, además, dice haber perdido grandes amigos en la pandemia. “Mi custodio policial cuando estuve en actividad, murió por covid. Duró 30 años conmigo. Tenía 60 años. Me contaron 5 días después de salir del hospital”.
Amalia, por su parte, vivió la pesadilla de la incomunicación. También fue internada en el hospital por covid, pero el suyo fue menos severo: “Estuve con oxígeno, lo único fuerte era que no comía. Bajé 8 kilos”.
Una semana después de haber recibido tratamiento, regresó a casa y empezó entonces su otro calvario. “Nos daban un parte diario y doy gracias por eso, porque dicen que hay países que no lo dan. La llamada la hacían entre las 11 y las 14 horas. La comunicación en el celular se cortaba porque hablaban desde un sótano en el que estaba el personal de terapia. A diario esperaba la llamada con angustia, al lado del teléfono fijo. Me iba poniendo helada. Sabía que podía ser una noticia excelente o una noticia espantosa”.
Una noche, de manera atípica, llamaron a Amalia del hospital a las 9 de la noche. “Lo que escuché me dejó fría. Me dijeron que me preparara porque creían que mi esposo no pasaba de esa noche. Yo estaba sola en la casa. Me volví como loca, fue una experiencia demencial, encendí todas las luces y puse la televisión a todo volumen. Es un sufrimiento muy fuerte para la familia también”.