TRAVESÍA

El camerunés que nunca llegó

En la última foto que Victor Fru Choeh le envió a su familia aparecía en una playa de Necoclí señalando con su mano al océano. Recién se había casado y, cuando se fue, su esposa esperaba una bebé que acaba de nacer. Esta es la historia de una travesía jamás culminada. Por Maye Primera, con reportería de Christian Locka desde Camerún

30 de mayo de 2020
| Foto: foto: facebook

Cuando estaba preparándose para ir en lancha a Capurganá y cruzar el golfo de Urabá hacia el occidente rumbo a la frontera entre Colombia y Panamá, Victor le envió una fotografía y dos notas de voz al primo hermano que lo esperaba en Maryland. “De Capurganá vamos a ir a Panamá. Mañana vamos a cruzar”, dice en uno de los mensajes. “¡Colombia es tan grande!”. Para llegar a ese pueblo de la costa Caribe colombiana, Victor viajó nueve días en avión y autobús desde Camerún por todo el continente americano con el plan de seguir por tierra hacia Estados Unidos.

“Decidió que quería venir a Estados Unidos y tratar de usar la ruta que pasa a través de Colombia y Panamá, y llegó hasta Colombia a salvo”, dice Aloysius Fru, el primo que se quedó esperándolo en Maryland, a Univision Noticias Digital, socio de la alianza periodística transfronteriza de investigación ‘Migrantes de otro mundo’. Lo último que supo de Victor es que tomó el bote, cruzó el océano, cruzó a pie la frontera de Panamá y entró a la selva del Darién. “Él no sabía lo peligroso que era el camino, era la primera vez que salía del país”, dice Aloysius.

Victor Fru Choeh emigró de la capital de Camerún, Yaundé, porque no encontraba un trabajo para sostener a su familia en medio de la cruenta guerra civil que vive el país desde 2016. El conflicto que libran el ejército del presidente Paul Biya y los grupos separatistas armados de habla inglesa ha dejado más de 3.000 muertos, 70.000 desplazados internos y unos 60.000 refugiados solo en Nigeria, el país vecino. También ha empujado a centenares de cameruneses a emprender cada año un largo y peligroso viaje a través de América Latina con el objetivo de llegar a Estados Unidos o a Canadá y pedir asilo.

Victor compró su boleto de avión el 24 de abril de 2019 en una agencia de viajes llamada IVCA (International Vision Communication Agency). Pagó 2.994,93 dólares por un vuelo que partió el 10 de mayo de Yaundé, hizo cuatro escalas –Adís Abeba, Buenos Aires, São Paulo, Lima– y aterrizó el 12 de mayo de 2019 en Quito, Ecuador. De allí, Victor tardó siete días en llegar al pueblo de Necoclí, en la costa Caribe de Colombia, y comunicarse con su primo en Maryland.

En la última foto que le envió al primo, Victor aparece de pie a la orilla del mar en Necoclí, dando la espalda al agua y a dos bañistas con salvavidas. Con una mano señala el océano y con la otra sostiene el celular. Lleva el auricular del teléfono puesto y ropa deportiva, un pantalón negro Adidas y una camiseta azul. En la mano que agarra el teléfono le brilla el anillo de bodas. “Recién se había casado y, cuando se fue, la esposa estaba embarazada de una bebé que acaba de nacer”, dice Aloysius, mientras va deslizando en su teléfono las últimas imágenes y mensajes que compartió con Victor y las que luego le fueron enviando otros migrantes cameruneses que se lo cruzaron en el viaje.

El mayor número de migrantes transcontinentales en 2019 eran cameruneses, según datos oficiales de distintos países, y muchos provenían de las zonas de guerra o eran anglófonos que huían de la discriminación y la quiebra económica.

Victor proviene de una familia anglófona y siempre vivió en ciudades francófonas: nació en Duala, la ciudad más grande del sudeste, y vivía con su esposa y un hijo en Yaundé, la capital de Camerún, mayoritariamente francófona. Tenía 39 años y recién había obtenido un certificado en reparación y construcción de barcos. Su familia dice que por ser anglófono era discriminado y no encontraba buenas oportunidades de trabajo, pese a tener formación y experiencia. Salvo el primo Aloysius, que tiene una carrera en computación y lleva 17 años viviendo en Estados Unidos con su esposa y cinco hijos, nadie de la familia había emigrado, o siquiera viajado fuera del país.

Su última imagen con vida fue tomada por uno de los 20 cameruneses que partieron de Necoclí y se internaron con él en la selva, con la expectativa de cruzarla en cuatro días y continuar la ruta hacia la ciudad de Panamá. Se le ve descansando a la orilla de un río, con una camisa negra y el mismo pantalón Adidas que llevaba en las imágenes que compartió con el primo.

La versión que estos migrantes dieron a la familia es que Victor se fue quedando atrás en el camino hasta que lo perdieron de vista. Luego un segundo grupo de migrantes se topó con su cuerpo tendido e hinchado a la orilla de un río y circularon su foto entre los demás cameruneses, por si alguien podía identificarlo y contactar a la familia. “¿Ve el cadáver? Ese es él”, dice Aloysius con toda certeza; el cuerpo tiene la misma fisonomía de Victor y lleva pantalón y camisa negras. “No sabemos muy bien qué pasó”.

La familia en Camerún recibió la noticia de la muerte de Victor y las fotos el 8 de junio de 2019, casi un mes después de que él se comunicó por última vez con su primo. Ellos llamaron a Aloysius para avisarle y él todavía no sabe qué hacer: “El único de la familia que está aquí soy yo. Pero no supe qué hacer, con quién hablar. No sé si hay algo que pueda hacer. Quizás (recuperar) sus huesos y poder ir a enterrarlo, cavar un hoyo y ponerlo allí... Yo haría eso”.

Ningún pariente ha tenido contacto con las autoridades panameñas para intercambiar información sobre la muerte de Victor. Temen meterse en problemas si lo hacen porque Victor entró a Panamá sin papeles y saben que sería imposible recuperar el cuerpo en la selva. Adoptaron el 23 de mayo de 2019 como su fecha de fallecimiento –el día que sus compañeros de viaje lo vieron y fotografiaron con vida por última vez– y celebraron ceremonias en los dos continentes para despedirlo.

“Hicimos un pequeño velorio aquí. Trajimos un sacerdote que dio misa en el sótano. Pusimos un pequeño altar y bebimos y comimos después de la misa. Allá en casa (en Camerún) hicieron ceremonias tradicionales, algo así como un entierro, cosas simbólicas. Es muy duro. Fue demasiado para nosotros”, dice Aloysius.