MILAGRO EN EL DC-9
EXCLUSIVO: Las fotos del dramático rescate de Erika Delgado, única sobreviviente del jet de Intercontinental, y el testimonio de quienes la salvaron. Qué consecuencias tendrá para ella el trauma que vivió?
"EL AVION COMENZO A BAJAR MUY, PEro muy rápido... Después me acuerdo que todo estaba muy oscuro y mojado y me dolía el brazo y un poquito la pierna... Vi una luz que se apagó en seguida y otra vez estaba oscuro... Después vi otro poquito de luzy grité '¡Auxilio, Auxilio!' para que me ayudaran porque no podía moverme... Después me desperté en el hospital y vi a varios doctores que me preguntaban: Nena, mi amor, cómo estás.. Nena estás linda.... Y ya. No me acuerdo de nada más".
En la sala de cuidados intensivos del Hospital Universitario de Cartagena la pequeña Erika Delgado, de escasos 9 años de edad, relató con voz suave y entrecortada esta dramática historia a tres médicos, dos enfermeras y una agente de la Policía. Testigo silencioso de esta charla fue el jefe de redacción de SEMANA, Jorge Lesmes, quien el pasado viernes a las seis de la mañana, y a condición de no hacer pregunta alguna, pudo estar al lado de la menor cuando ella despertó. Ese día amaneció con ganas de hablar y, por primera vez, se refirió al accidente. Luego preguntó por sus amiguitas del colegio, por sus tías y primos. Sobre sus padres y su hermano no dijo absolutamente nada. Minutos después volvió a callar, para cerrar luego sus ojos y quedar profundamente dormida.
Habían transcurrido escasas 36 horas desde el fatal accidente del avión de Intercontinental que el miércoles en la noche, cuando cubría la ruta Bogotá-Cartagena-San Andrés, se estrelló en el lecho de una ciénaga, a pocos minutos de vuelo de la capital de Bolívar. En el impacto murieron 52 personas, entre ellos el padre, la madre y el hermano de Erika. Sólo la pequeña salvó su vida. Dionisio, un palenquero de huesos duros que se gana la vida como pescador en la ciénaga de Marialabaja, donde cayó el avión, tiene su propia explicación, quizás la única que se logre encontrar: "Eso fue más que un milagro= -le dijo el pescador a SEMANA mientras se santiguaba e invocaba a la Virgen-. Sí, es más que un milagro que esa niña esté viva".
La reconstrucción de lo sucedido demuestra que en verdad fue un milagro. La noche del jueves pasado, en el Barrio Nuevo de Flamenco, corregimiento del municipio de Marialabaja, se éncontraban reunidos el ingeniero electrónico José Orozco -conocido en la zona como 'Bolitas'-, Rubén Darío Martínez -electricista empírico- y Jesús Sánchez -el único fotógrafo del pueblo-. Era la hora del dominó en una heladería del sector del Churro. A eso de las 7:30 Martínez vio a lo lejos una gran luz que se aproximaba hacia el lugar donde ellos se encontraban. "No le paré muchas bolas al principio -le explicó el jueves a SEMANA el joven electricista-,pues esta zona es paso obligado de los aviones que están próximos a aterrizar en el aeropuerto de Cartagena, y las gentes de Marialabaja matan el bochorno de la noche sentadas en los corredores de sus casas viendo pasar aviones".
Pero lo que parecía una rutina de aproximación de un avión al aeropuerto de Crespo se convirtía en segundos, en la atracción no sólo de los tres amigos sino de la mayoría de los habitantes de Flamenco, quienes notaron con extrañeza que el avión venía volando muy bajo y un poco desviado de la ruta habitual. "El aparato volaba muy recargado sobre la derecha y traía todas las luces encendidas -recordó el ingeniero Orozco-. De lejos parecía una bola de fuego, o más bien un gran lucero y, como la noche estaba muy despejada, se veía mucho más grande".
La gente remontó una pequeña loma para observar mejor lo que estaba ocurriendo. "El avión descendía muy rápido y alguien gritó que esa vaina iba a caer en la ciénaga. Fue cuestión de segundos. A lo lejos vimos un gran destello. Luego, una enorme llamarada que se apagó de inmediato", agregó el joven electricista.
UNA VOZ EN LA OSCURIDAD
Martínez había llegado a la heladería en bicicleta, y en ella partió a las volandas hacia la estación de Policía para alertar al sargento de turno. Mientras tanto, 'Bolitas' y el fotógrafa del pueblo, se fueron en un viejo Jeep Willys -de esos que se hicieron famosos en la guerra de Corea- y pasaron por la casa de Sánchez para recoger el equipo de fotografía. Tres cuadras más adelante se les unió el electricista. De pronto Sánchez recordó que había olvidado el flash de la cámara y tuvieron que regresar a recogerlo. En medio de gran alboroto se fueron acercando al lugar del accidente. El viejo Jeep logró sortear penosamente los pantanos que bordean la ciénaga. Unos pocos kilómetros más adelante los tres amigos tuvieron que abandonar el destartalado vehículo y seguir su camino en una chalupa de pescador que a cada rato se quedaba atascada entre el barro.
Martínez no olvidará nunca lo sucedido: "El tiempo pasaba y no veíamos nada, ni escuchábamos a nadie. Decidimos bajarnos de la chalupa. El agua nos daba a la altura del pecho. Con las linternas comenzamos a alumbrar y así fue como vimos los primeros cadáveres. Seguimos adelante y encontramos pequeños pedazos del avión y del equipaje. Por las pocas cosas que habíamos visto teíEamos la impresión de que nadie se había salvado y que el avión se había partido en mil pedazos. Seguimos buscando, estábamos agotados de arrastrar la chalupa, pero no podíamos abandonarla porque había tramos muy profundos. En medio de la oscuridad oímos a lo lejos el llamado de unos pescadores que querían que nos acercáramos. Con linternas logramos ubicar dónde estaban y cuando tratábamos de unirnos a ellos para seguir la búsqueda, escuchamos un grito de auxilio. Era una voz suave, débil, que se oía a lo lejos y parecía a punto de apagarse. No lográbamos ubicar el lugar de donde provenía, pero seguíamos escuchándola. Estábamos desesperados porque de pronto la perdíamos y en esa oscuridad era casi imposible ubicarla".
Eran como las 10:15 de la noche cuando, finalmente, los pescadores y los tres amigos -fotógrafo, ingeniero y electricista- ubicaron el sitio de donde provenía el lánguido llamado de auxilio, pero se demoraron unos minutos más en llegar hasta él. "El haz de una de las linternas iluminó de pronto el rostro de la pequeña. Estaba acostada sobre una enorme tarulla, ese colchón que forman las algas en la ciénaga. Dios es muy grande, si la niña cae directamente en el agua, se ahoga. Las algas la sostuvieron y creo que también amortiguaron el golpe cuando salió despedida del avión. Ese es el verdadero milagro que permitió que ella se salvara ", afirmó Martínez.
TE VAN A SANAR
Al ver los ojos abiertos de Erika brillar por la luz de la linterna, todos quedaron paralizados. Arturo Ramos, un curtido pescador de Marialabaja, fue el único que se sobrepuso a la impresión y atinó a levantar en sus brazos a la niña. Con el barro hasta el cuello, y en medio del silencio sobrecogedor de sus compañeros, la llevó lentamente hasta la chalupa.
Los seis hombres comenzaron a abrirse paso entre el lodo y las algas fluviales, dos de ellos con la niña en la chalupa y los otros cuatro empujando la embarcación, por momentos a nado y luego, más cerca de la orilla, a pie, en una lenta procesión en busca de la carretera."La niña nunca perdió el conocimiento. Se quejaba del dolor en uno de sus brazos. Aún no sabíamos que lo tenía fracturado. Sólo cuando estuvimos en uno de los terraplenes pudimos ver sus heridas. Con una toalla que nos regaló la mujer de un pescador le sostuvimos el brazo en cabestrillo. Ella trataba de hablar. Por momentos volvía a pedir auxilio, luego reaccionaba y nos daba las gracias, y segundos después su mirada se perdía de nuevo", sostuvo el ingeniero Orozco.
Cuando lograron sacar a Erika a la carretera y subirla al viejo Willys, Sánchez, quien después de muchos años de retratar matrimonios y primeras comuniones en el pueblo jamás había enfrentado una situación como ésa, preparó su cámara de fotografía y tomó dos placas. Son las dos únicas imágenes que han quedado como testimonio del rescate de Erika. No había tiempo para más: había que correr al hospital.
Además, según el testimonio del ingeniero Orozco, la niña lucía muy desorientada. "Ella no entendía lo que estaba ocurriendo y el 'flash' en nada ayudó a su recuperación. Entonces me dije: 'Viejo Jose, hay que hacerla reaccionar". La miró a los ojos y con voz muy suave, le dijo: "Mi amor, mi ángel, te están esperando...". Ella réaccionó y le pregunto: "¿Quién me está esperando? ". "El médico, mi amor, él te va a sanar", le contestó el ingeniero.
Pero la noche les deparaba aún un último obstáculo. A los pocos minutos de poner el Willys en marcha rumbo al hospital, el carro se detuvo y no quiso arrancar más. La falla era tan sencilla como dramática: se habían quedado sin gasolina y tuvieron que ir a una finca cercana en busca de un par de galones. Diez minutos más tarde se reanudó la marcha. Pero el viaje pareció eterno. Una hora tardaron en llegar al hospital de Marialabaja. Uno de los pescadores bajó a la niña y la acostó en una camilla. Cuando el médico apareció, el pescador le dijo: "Tranquilo doctor, después de un milagro así ella ya no tiene derecho a morirse". Animados por haber salvado a la niña, los seis hombres regresaron en el viejo Willys al lugar de la tragedia con la esperanza vana de encontrar más sobrevivientes. Pero el regreso sólo sirvió para que Sánchez tomara varias fotografías de la zona del siniestro.
LA PIEL DURA
Después de los exámenes realizados el viernes en el Hospital Universitario de Cartagena, a donde fue trasladada Erika tras recibir los primeros auxilios en Marialabaja, los médicos debieron reconocer que el calificativo de milagro era el único que cabía. "De otro modo -dijo a SEMANA uno de los galenos- es imposible explicar que la niña haya sobrevivido a un choque tan violento, así como al riesgo de morir ahogada en la ciénaga".
Pero, aunque parezca increíble, la historia de las tragedias aéreas demuestra que estos milagros se han dado muchas veces. Por alguna razón que nadie ha logrado explicar con claridad, los niños sobreviven mejor a estos espantosos accidentes que los mayores. En una de las más horrorosas tragedias aéreas de que se tenga recuerdo, en 1985 en el Japón, más de 520 personas murieron al estrellarse un Jumbo 747 contra las altas montañas del centro del archipiélago. Sólo cuatro personas sobrevivieron, entre ellas Keiko Kawarani, de sólo 5 años de edad, quien fue encontrada en la rama de un árbol. Dos años después un jet se desplomó sobre una autopista en cercanías del aeropuerto de Detroit, en Estados Unidos: 159 personas murieron, entre ellas el padre, la madre y el hermano de Cecilia Chichan, de 4 años, única sobreviviente. El accidente de un Airbus 320 en Estrasburgo, Francia, en enero de 1992, que dejó un saldo de 87 muertos, confirmó la regla. Hubo nueve sobrevivientes, entre ellos cuatro niños. Uno de ellos fue encontrado ileso, sin un solo rasguño: ¡Era una bebé de apenas 20 meses de edad!
Colombia no ha sido la excepción. A fines de los años 40, en uno de los primeros siniestros de un DC-3 en el país, uno de estos aparatos procedente de los Llanos Orientales se estrelló en un páramo cerca a Chocontá. Una veintena de pasajeros murió y sólo una niña fue hallada con vida entre unos frailejones. Pocos años después, en otro accidente de un DC-3 que se estrelló contra las laderas del volcán Galeras, cerca a Pasto, una niña volvió a ser la única sobreviviente. Y hace 29 años un DC-4 de Avianca que cayó en las aguas del Caribe frente a La Boquilla, en Cartagena, dejó entre los escasos sobrevivientes a una niña de 14 años (ver recuadro).
Pero si bien estos y muchos otros antecedentes parecen demostrar que los menores de edad tienen -como en la película del famoso director francés Francois Truffaut- la piel dura, no hay que olvidar que, en un caso como el de Erika Delgado, el hecho de haber sobrevivido a la tragedia no garantiza por sí solo su recuperación, en especial desde el punto de vista sicológico. "Es muy posible que una niña que haya sufrido lo de Erika, caiga en lo que se conoce como síndrome de estrés postraumático, algo que va a manifestarse con alteraciones de su comportamiento que afectarán el sueño, la alimentación, la memoria y hasta el lenguaje de la niña", explicó el viernes a SEMANA la sicóloga clínica Juanita Gempeler. "Todo esto -agregó la especialista- va a ser mucho más grave en Erika pues, aparte del accidente mismo, ella perdió a su padre, a su madre y a su único hermano ".
Pero, a pesar de lo dramáticas que resultan todas estas circunstancias, tanto la sicóloga Gempeler como el siquiatra Roberto Chaskel coinciden en afirmar que, dada la edad de Erika, hay buenas posibilidades de superar el trauma. "Los niños tienen la ventaja de adaptarse mejor a estos cambios", explicó la doctora Gempeler. "A esa edad hay mucha flexibilidad para superar el trauma" sostuvo Chaskel. Según la sicóloga, Erika necesita de inmediato una asesoría profesional. Para el doctor Chaskel "es muy importante que la niña retorne muy pronto a un núcleo familiar". "Ojalá -agrega la sicóloga Gempeler- no la pasen luego de mano en mano, pues lo que requiere de inmediato es recuperar el sentido de pertenencia a un ambiente y a una familia".
La mayoría de los especialistas sostiene que, para la niña, más que olvidar lo que pasó= -lgo definitivamente imposible- es necesario, en desarrollo de una terapia profesional, identificar la vivencia que experimentó. Se trata de devolver a Erika a la situación traumática, algo nada fácil pues tanto los niños como los adultos se niegan en estos casos a revivir aquello por lo que pasaron.
Para el doctor Chaskel, el hecho de que Erika se encuentre físicamente bien es muy alentador. "Afortunadamente su identidad corporal está bien -explicó el siquiatra-. Es un punto a favor que no se dio, por ejemplo, en el caso de Armero, donde además de la tragedia, muchos niños quedaron lisiados y sufrieron, por tanto, un duelo doble".
Como puede verse, así como los niños parecen haber demostrado mayores probabilidades de supervivencia física en los accidentes aéreos, la experiencia también indica que, desde el punto de vista sicológico, pueden superar mejor que los mayores esta clase de traumas. Es como si el milagro de la resistencia física se extendiera al plano sicológico, en un proceso en cierto modo coherente, que no por ello deja de sorprender.
Claro que la salvación de Erika Delgado y su posible recuperación sicológica no son suficiente para hacer olvidar la desaparición de las otras 52 personas, sobre todo para los deudos que al terminar la semana apenas comenzaban a enterrar a sus muertos. Al fin y al cabo, y por muy milagroso que resulte, el caso de Erika es ante todo la excepción en un siniestro episodio en el cual la muerte ganó todas las demás batallas. Pero, en todo caso, la historia de esta niña y la de su extraordinario rescate no dejan de ser un triunfo, pequeño en número pero inmenso en significado, de la vida sobre la muerte.
HISTORIAS DE SOBREVIVIENTES
LA PALABRA 'MILAGRO', QUE tanto se escuchó la semana pasada para explicar lo sucedido con Erika Delgado, se ha repetido en más de una ocasión a lo largo de la historia de los accidentes aéreos. En 1966, también en Cartagena y en enero, una niña de 14 años logró sobrevivir milagrosamente al accidente de un DC-4 de Avianca que volaba a Bogotá con 59 pasajeros. Se trata de Amparo Bernal, hoy en día una importante médica del Hospital Parklan, en Dallas, Texas. Amparo, al igual que Erika, también perdió a sus padres y hermanos en el accidente. "Fue un trauma terrible -dijo en una entrevista con RCN. El avión despegó y todo empezó a dar vueltas. Caímos al mar y logré salir a la superficie". Unos pescadores de la Boquilla la rescataron y, luego, un oficial de la Policía la llevó al Hospital de Santa Clara. Curiosamente, ese oficial es el general Rosso José Serrano, hoy director de la Policía Nacional.
Otro caso es el del empresario Bernardo Samper quien, en 1983, se accidentó en un avión de la aerolínea ecuatoriana SAN que volaba de Guayaquil a Quito. ELl avión cayó en un pantano cerca a la pista de aterrizaje y al chocar contra un terraplén se partió en dos. " Cuando logré salir tenía el estómago reventado y la columna vertebral desbaratada", dijo a SEMANA. "Ahora tengo unas cuantas varillas en mi espalda, pero ya se me quitó el miedo a los aviones".
La crítica de arte Ana María Escallón también padeció y sobrevivió a un desastre aéreo. En 1982, un DC-10 de la aerolínea Spantax se accidentó en Málaga, España, y la mayoría de sus pasajeros falleció. "El avión estaba a punto de tomar pista -relató a SEMANA en aquella ocasión-. Empezamos a sentir una fuerte vibración. Intentó frenar, pero la pista se terminó... todos esperábamos el impacto final". Hubo un sonido profundo y la nave comenzó a incendiarse. Ella logró salir por la puerta de emergencia del ala derecha, antes de que el avión quedara hecho llamas.
Pero los más afortunados en estos casos suelen ser los niños. En agosto de 1987, cerca a Detroit, Estados Unidos, se presentó un accidente aéreo tan dramático, que no se esperaba ver a nadie con vida. No obstante, cuando las brigadas de rescate llegaron al lugar del desastre, encontraron a la única sobreviviente: una niña de cuatro años llamada Cecilia Chichan. Los otros 159 pasajeros murieron, incluidos los padres y el hermano de la niña. Poco a poco Cecilia se recuperó de los traumas físicos, pero tardó en librarse de los sicólogicos. Por un lado, no había quién se atreviera a decirle que su familia había muerto. Y por otro, las manifestaciones de solidaridad de los estadounidenses le provocaron mucho daño: la niña recibió 9.800 cartas y otros tantos regalos que no le permitían olvidar la terrible experiencia.
Y hay muchas más historias. El 14 de agosto de 1985, un Boeing 747 de la Japan Airlines se cayó en las montañas del centro del archipiélago y provocó la muerte de 520 personas. La nave volaba de Tokio a Osaka, cuando el piloto reportó un daño en una de las puertas traseras. Esa fue su última comunicación. Cuando rescataron a las víctimas, los socorristas sólo encontraron cuatro personas vivas. Entre ellas a Keiko Kanvarani, una niña de apenas cinco años, quien se encontraba agarrada a las ramas de un árbol.
En enero de 1992, un Airbus A320 de Air Inter que se dirigía de Lion a Estrasburgo, en Francia, desapareció sorpresivamente de las pantallas del radar. Horas después, las patrullas de búsqueda encontraron los restos de la nave en los montes Vosgos. Eran 87 los muertos y nueve los sobrevivientese dos de ellos niños. Uno apenas de dos meses de edad, quien resultó totalmente ileso.
En el accidente del avión de Avianca, en el aeropuerto de Barajas, Madrid, también hubo increíbles historias de sobrevivientes. Una de ellas es la del policía francés Patrice Neguers, su esposa Elizabeth -de ascendencia colombiana- y sus dos pequeños hijos, quienes habían viajado a Colombia a visitar a algunos familiares. Los cuatro lograron saltar por una puerta del avión, mientras el niño menor gritaba "papi, se rompió el avión". En esa misma tragedia sobrevivió el niño argentino Diego del Boca. Tal sería el trauma que el accidente le generó, que Diego no quiso volver a montarse de nuevo en un avión y tuvo que ser enviado por barco a Buenos Aires.
DONDE ESTA EL PILOTO?
El accidente del DC-9 de Intercontinental y el anuncio de correctivos por parte de la Aerocivil, confirman que algo está fallando en el contol estatal a la aviación en el país.
A MEDIDA QUE PASAN LAS HOras y se van conociendo detalles sobre el accidente del jet de Intercontinental, ganan terreno las especulaciones sobre la vejez del avión y las fallas que venía sufriendo. De por sí, el DC-9 no es un modelo joven. La firma estadounidense Douglas presentó a mediados de la década de los 60 el que sería su producto estrella. En febrero de 1965 hizo su primer vuelo el DC-9 y un año más tarde la casa fabricante tenía pedidos firmes por 400 de estas aeronaves.
El DC-9 pronto se convirtió en el bimotor comercial más vendido en el mundo. En sus versiones originales -como la del Intercontinental que se accidentó el pasado 11- tenía capacidad para transportar entre 80 y 90 pasajeros en rutas medianas. Además cuenta con la ventaja adicional de operar en pistas relativamente cortas, condición que le valió una nutrida demanda para rutas domésticas. Según los reportes del fabricante, para finales de 1983 se habían producido más de 1.200 unidades. Se trata posiblemente del avión comercial que más versiones y subvariantes ha permitido, de tal forma que se adaptó a las necesidades de todos los clientes.
Pero, más allá de las características que hicieron famoso a este avión, el accidente de la semana pasada -que coincide con la reciente celebración de los 75 años de la aviación comercial en el país- abre otra vez la discusión sobre la vejez de los aviones y la edad de las flotillas aéreas, lo mismo que la de las medidas de seguridad que rigen en el país para las empresas comerciales. Como lo explicó a SEMANA un experto en seguridad aérea, "en el caso de los aviones jet de cabina presurizada, la edad en años no es la mejor referencia. La edad de esos equipos se míde en número de despegues", es decir, lo que cuenta es el número de presurizaciones a que se somete la estructura. Además, en cuanto a las turbinas, hay que tener en cuenta que, entre más viejo sea el modelo, requiere de mayores cuidados y de inspecciones más seguidas y detalladas. Y el DC-9 de Intercontinental tenía muchos años de servicio y muchos despegues. En los últimos años las principales empresas aéreas colombianas que operan aviones de turbina para el transporte de pasajeros han emprendido procesos de reposición de sus flotas. Es el caso de Avianca, que renovó su equipo con aviones llamados 'de tercera generación' por su moderna tecnología. Algo similar ocurre con SAM y con otras empresas. En medio de ese proceso, Intercontinental de Aviación se quedó con una de las flotillas más viejas de Colombia.
Al finalizar la semana pasada la Aerocivil se pronunció en este sentido y anunció la adopción de medidas que obliguen a la renovación de equipos por parte de las aerolíneas. Se trata, sin duda, de una iniciativa importante, pero que por sí sola no soluciona uno de los problemas más grandes de la aviación nacional: Colombia es uno de los países más inseguros en materia aeronáutica en el mundo. La ausencia de ayudas electrónicas en buena parte del territorio, la permisividad de las autoridades para la operación de aviones obsoletos -especialmente en regiones apartadas- y la carencia de controles adecuados, lo mantienen como un país de alto riesgo. Es más, con frecuencia las organizaciones internacionales de pilotos y de pasajeros, lo mismo que las entidades rectoras de la aviación civil a nivel internacional, castigan a los principales aeropuertos del país con estrellas negras y hacen énfasis en las deficientes medidas de seguridad existentes.
Son muchos los debates de todo tipo que se han adelantado sobre el tema, especialmente después de tragedias como la de la semana anterior, pero son pocos los correctivos que se toman. Por eso ha llegado la hora de pensar en soluciones audaces y de fondo. En otros países, como Estados Unidos, las investigaciones sobre siniestros aéreos son adelantadas por entidades estatales independientes. La Agencia Federal de Aviación -FAA- es la rectora de la aviación civil, pero las investigaciones de los accidentes corren por cuenta de la Oficina Nacional para la Seguridad del Transporte, que de manera autónoma entrega resultados y recomendaciones.
En Colombia ocurre todo lo contrario. La Aerocivil es la encargada de investigar a las compañías y de evaluarse ella misma cada vez que ocurre un accidente. Como le dijo a SEMANA un piloto comercial, "la Aerocivil viene siendo juez y parte y, a la hora de tomar medidas o impartir sanciones, es común que Estado y compañías acaben arropándose con la misma cobija". Las erráticas declaraciones del director de la Aerocivil, Alvaro Raad, a las pocas horas del accidente, no hicieron sino demostrar que la entidad sigue con el mismo descontrol del pasado.
Algo que sin duda tiene que cambiar, so pena de que la historia de la aviación colombiana ya no sea más la de los audaces pioneros de hace tres cuartos de siglo, sino la de una tragedia tras otra.