NACIÓN
“Mis recuerdos en la universidad con Javier, uno de los periodistas ecuatorianos asesinados”
Edison Paucar, escritor y periodista ecuatoriano, escribió para SEMANA unas palabras recordando a su compañero de la universidad y amigo, ese mismo al que, de cariño, le decían “Pistacho”.
Cuando uno escucha las anécdotas de formación de los periodistas de mayor edad, siempre se queda con ese aire risueño y melancólico de sus historias. Antes aprendíamos el oficio en la redacción, suelen decir. O también: en las noches, después de un duro día de trabajo, nos quedábamos conversando de los próximos reportajes y, entre copas, uno aprendía más del oficio.
Los de mi generación, o los de menos edad, tenemos una historia distinta. Pero no tanto. Por ejemplo, a Javier Ortega y a mí, para ser periodistas, nos tocó pasar por una universidad antes que por una redacción. Un sitio en el que se nos despertó la vocación por contar historias. Ahí tuve el gusto de conocerlo y pude compartir varias charlas enriquecedoras con él. Recuerdo que en esos años hablábamos sobre todo de literatura y fútbol. Dos temas vitales para nuestra vida. Luego fuimos creciendo, cogiendo rumbo en distintos periódicos. Así supe que “Pistacho” –como le decían con cariño en clase– entró como pasante a diario El Comercio. Ese primer periodo, estoy seguro, fue de un aprendizaje total para él. El hecho de hablar con cientos de personas, entrevistarles, empaparse de la vida de los otros para contar de la mejor manera sus historias, fue su mejor formación. Por eso ascendió rápidamente a periodista de planta, especializado en seguridad y justicia.
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Adriana Noboa, amiga de Javier en el rotativo, dijo en una entrevista televisiva que siempre lo veía con una caja enorme de documentos, que los revisaba minuciosamente antes de escribir sus notas. Daniel Granja, amigo de la universidad y en el diario, escribió que “Pistacho” siempre le daba ánimos cuando tenía una nota por mejorar. “Fuiste una guía, hace 6 años atrás, cuando inicie aquella experiencia”.
A partir de ese lunes imposible en el que los ecuatorianos nos enteramos que Javier, junto al fotógrafo Paúl Rivas y el conductor Efraín Segarra, había sido secuestrado por cómplices de “alias Guacho”, el panorama cambió. El periodismo se sintió por instantes indefenso y vulnerable. La manera en que uno realizaba este noble oficio, de pronto estaba empañado por el aliento de la vileza. Entramos en una pesadilla que parecía lejana y, para nuestra tristeza, cada vez se hacía más real. Lo más doloroso era que ese germen de maldad siempre había estado conviviendo con nosotros, por largos años, y recién nos dábamos cuenta. Dolía un mundo despertarse a la pesada realidad.
Pero tocó hacerle frente. Rápidamente los familiares de equipo periodístico de diario El Comercio, con sus amigos y la gente que quería sumarse a dar su apoyo, empezó a movilizarse. Hacían sentir a la ciudadanía los tres amigos que nos faltaban. Y a ellos, los secuestrados, intentaban decirles que no estaban solos. Que los ecuatorianos no los habíamos olvidado. Los plantones se realizaron todos los días al frente del Palacio de Gobierno. Además, hubo apoyos en distintas ciudades del Ecuador, como Guayaquil, Manta o Cuenca. Las facultades de Comunicación Social junto con sus estudiantes también se fueron sumando. Y ahí uno se encontró con viejos amigos. Con gente que tenía sus propias anécdotas con Javier, Paúl o “Segarrita”, como le dicen sus amigos. Así sus historias fueron tomando más fuerza.
Al “Pistacho”, por ejemplo, no solo le gustaba conversar de fútbol, sino que lo practicaba y escribió notas sobre las ligas barriales de Quito. Era además hincha del F.C. Barcelona y de vez en cuando, también, hacía de director técnico de sus compañeras. Escribió reportajes importantes relacionados a temas de criminalidad y corrupción. “Segarrita”, por su parte, llevaba 16 años trasladando a los periodistas de El Comercio hacía sus coberturas. Ellos cuentan que era un periodista más porque siempre estaba al tanto de los temas y era un ángel para los reporteros de otros rotativos: a veces se quedaban sin transporte y él los llevaba a su destino. Paúl, en cambio, era un fotógrafo de raza. En su casa tiene una colección de más de 70 cámaras. Ha recibido más de 20 reconocimientos por su trabajo, entre los que sobresalen el Premio de Periodismo Eugenio Espejo por su fotoreportaje “Desaparecidos y tatuados en la piel”, en donde aborda la desaparición de personas en Ecuador. Este 25 de abril, cumpliría 46 años.
Este era el equipo periodístico. Todos grandes profesionales y comprometidos con su oficio. Estaban siempre en los lugares donde se generaban las noticias de interés nacional. Y así partieron hacía Mataje, para conversar con las personas e informar a los ecuatorianos cómo estaba la población después de los ataques terroristas. Por eso fue doloroso enterarse sobre su muerte. Por eso fue incomprensible creer que había gente tan ruin que asesinaba a inocentes solo para seguir con sus negocios delictivos.
20 días después de su secuestro, ese miedo que quizá quiso infundir “alias Guacho” tuvo un efecto contrario. La vida de Javier, Paúl y Efraín ha hecho valorar más que nunca el periodismo. Todos los trabajadores, si bien melancólicos por la partida de sus compañeros, están con más ganas de seguir haciendo reportajes. Investigando. Contando historias. Los jóvenes que ahora están estudiando Comunicación Social saben que el periodismo es para gente valiente: se los ve animosos, entregándose por completo a su vocación. Son en estos momentos cuando uno entiende las palabras que dijo el Gabo y las corrobora, porque, el periodismo sigue siendo el mejor oficio del mundo. Y es luz de esperanza.
*Periodista y escritor ecuatoriano. Autor del libro Mientras llega la lluvia.