secuestro
Misión imposible
La fortaleza de Kevin Rojas, el arrojo de los militares y un mensaje de desautorización del ELN, detalles desconocidos del rescate del niño.
Cuando lo separaron de sus compañeritos de colegio y quedó en manos de los seis secuestradores Kevin pensó que era una obligación convertir su miedo en valentía. En ese instante recordó a su padre y los momentos en que dejaba atrás al niño consentido y le hablaba como si fuera todo un hombre. "En la vida hay que tener mucha fortaleza para sortear los momentos difíciles", le decía. El muchacho de 14 años recordaba estas palabras mientras los miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) lo obligaban a recorrer trochas a lomo de mula, a atravesar cañadas y a alejarse cada vez más de la provincia de Ocaña, en Norte de Santander, en donde su familia y sus paisanos ya gritaban en las calles "fuera los violentos de nuestro territorio, fuera los subversivos, fuera los secuestradores, fuera los que truncan los sueños de los niños".
Al día siguiente, viernes, el ruido de un helicóptero que sobrevolaba la zona lo asustó. "¡Ojo que si grita se muere!", le dijo enardecido uno de sus captores antes de golpearlo y tirarlo a un hueco.
Mientras Kevin se limpiaba el barro y la tierra que le cayó sobre la sudadera del colegio sabía lo que le estaba sucediendo pero desconocía que al otro lado del monte un grupo de 400 hombres recibían una orden categórica: "¡Me rescatan al niño sano y salvo!". Era la voz del general Martín Orlando Carreño, quien transmitía un mensaje perentorio de su comandante en jefe, el presidente Alvaro Uribe Vélez.
El ruido del helicóptero se oía cada vez más cerca de las montañas pero Kevin estaba tranquilo. "Yo sabía que Dios estaba conmigo', dice, mientras recuerda que sus secuestradores estaban más asustados que él.
Ni la lluvia, ni la humedad, ni los 18 grados que se vivían en la zona montañosa fueron impedimento para que la tropa adscrita al Batallón Santander se dispersara y formara un cerco para ejecutar lo que llaman los militares una "operación tipo comando".
"¡Feliz cumpleaños mi coronel!", se escuchó a través del radio que tenía el oficial Rodrigo Carranza, comandante del Batallón de Infantería Santander. "Gracias sargento. Lo único que quiero que me den de cumpleaños, y espero que todos me estén escuchando, es que me traigan a Kevin vivo". El militar pensaba en su propio hijo y no podía resistir la sola idea de que él tuviera que estar pasando momentos tan difíciles como los que vivía Kevin en esas montañas. Eso lo estimuló aún más a no bajar la guardia. Sabía que tenía una ventaja. Un informante quería su recompensa. Decidió confiar en él y se la jugó toda. Con su ayuda el coronel Carranza elaboró una carta de situación, el mapa que se elabora en estos casos, que le indicaba las coordenadas del área en donde tenían a Kevin. Ordenó la salida de otros tres helicópteros, dos Black Hawk y el apoyo de un artillado, el Arpía de la Fuerza Aérea. El resto de la tropa iría por tierra.
Habían transcurrido 24 horas del secuestro. Kevin estaba agotado. Lo habían trasladado de sitio en sitio sin permitirle descansar y escasamente le dejaban tomar un poco de agua. Lo único que sabía era que no podía dejarse contagiar del miedo tan intenso que invadía a sus secuestradores, quienes se sentían rodeados.
Y no era para menos. La tropa se acercaba a ellos cada vez más por tierra y los helicópteros no paraban de volar sobre sus cabezas. Desde el filo de una montaña un soldado los ubicó a través de sus binoculares y, para completar, oyeron una voz a través del único radio que llevaba uno de los captores. El mensaje resultó sorprendente y desmoralizador:
"El frente de guerra nororiental del Ejército de Liberación Nacional desautoriza al comando que realizó la retención del niño Kevin Rojas de Ocaña, Norte de Santander. Se ordena su inmediata liberación sin ningún tipo de contraprestación o justificación.
"-¿Copiado?
"-Sí señor.
"Búsquese en las frecuencias de la Cruz Roja Nacional, Internacional y léales y lean este comunicado. El área es más o menos dentro de la jurisdicción de San Calixto y Teorama, en una región conocida como La Sabana o Lagunetas. Cambio".
Esa inesperada comunicación resultó siendo, por otra parte, el mejor regalo de cumpleaños para el coronel Carranza. La razón es que, al interceptarla, los militares pudieron localizar con precisión dónde tenían a Kevin. Había que actuar de inmediato.
Carranza ordenó al helicóptero descender en el filo de una montaña. "¡No podemos aterrizar ahí!", le dijo el capitán de la aeronave. "Pues entonces trate de colocar las dos llantas delanteras en el filo de la montaña y nos lanzamos", le contestó el oficial.
En medio de una maniobra cinematográfica uno a uno de los efectivos fue lanzándose a tierra. El tercer soldado en caer se fracturó su pie derecho, pero aún así se irguió y salió a correr por entre la maleza. Tenían a Kevin a 300 metros y había que rescatarlo como fuera.
Ocho soldados, un sargento y el coronel se arrastraron entre el rastrojo hasta que sintieron los pasos de los secuestradores. Con un movimiento de su mano derecha el comandante dio la orden. Fue en cuestión de segundos. Dos de los secuestradores ya habían escapado. Dos fueron abatidos y los otros dos capturados.
Kevin corrió y abrazó a uno de los soldados mientras el helicóptero se posaba en la ladera cerca de ellos. La operación había concluido. Dentro del helicóptero el ruido no les permitía hablar pero los hombres del Ejército y la Fuerza Aérea se turnaban para acariciar la cabeza de Kevin como un gesto de cariño y satisfacción por el deber cumplido. Los dos secuestradores observaban, aterrados, la eficiencia demostrada por el Ejército en una operación que parecía imposible.