POLÍTICA
Moción sin emoción: por qué nunca ha caído un ministro en el Congreso
Diego Molano se convirtió esta semana en el ministro número 23 en superar una moción de censura. Desde que el Congreso ha tenido la herramienta para tumbar ministros, esta quedó tan inocua que ninguno se ha caído en el Capitolio.
Los reporteros que cubren la actualidad del Congreso, algunos incluso desde hace más de 30 años, bien podrían proponer una ‘moción de orden’ contra la moción de censura, esa figura que fue aplaudida como uno de los más importantes avances de la Constitución del 91, al otorgarle al Senado y a la Cámara la facultad para destituir ministros. O de ‘suficiente ilustración’, porque ya quedó más que demostrado que la herramienta no ha servido para nada, solo para vitrina de la oposición y hasta de pretexto para que las bancadas de gobierno traten de pescar alguna tajada burocrática adicional. Casos se han visto.
La noticia que se ha repetido desde la primera moción de censura que se propuso, en el gobierno de César Gaviria, guarda el mismo guion con las que se tramitaron posteriormente. Grandes titulares cuando se cita, y poco despliegue cuando llega a la votación, si es que pasa. El final ya es conocido por todos, como las películas de Semana Santa. Debates interminables para que, al final, las mayorías parlamentarias atornillen a los ministros, y los congresistas de oposición tengan un cuarto de hora para lucirse. O qué reportero no recuerda que Fabián Díaz, el santandereano del girasol en el pecho, fue quien salvó el cubrimiento del debate contra Alberto Carrasquilla, al repartir desde el atril un fajo de billetes con la cara del entonces ministro de Hacienda. El representante de la Alianza Verde se llevó los titulares.
Diego Molano, quien apenas completa cuatro meses como ministro de Defensa, se convirtió en el número 23 en superar una moción de censura. El pasado miércoles, la plenaria del Senado, en una votación de 69 a 31, senadores del Centro Democrático, La U, Partido Conservador, Cambio Radical y el Partido Liberal, decidieron mantenerlo en el cargo. La oposición, liderada por los senadores Iván Cepeda y Wilson Arias, del Polo, y Antonio Sanguino, de Alianza Verde, habían puesto en jaque al funcionario por su presunta responsabilidad en los abusos de autoridad de la fuerza pública durante el paro nacional. El intento fracasó.
“Estaba previsto. 69 congresistas gobiernistas, enmermelados, de los viejos partidos abyectos, votaron para salvar al ministro de Defensa, a pesar de las múltiples evidencias de violaciones de derechos humanos que ha visto el mundo. Un prestigioso diario como ‘The New York Times’ lo dice, pero no fue razón suficientes para reclamar la responsabilidad política de un ministro y de un gobierno que construyó la narrativa del enemigo interno para referirse a marchantes pacíficos”, le dijo a SEMANA Roy Barreras, único congresista que ha precipitado la salida de un ministro.
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La Constitución y el reglamento del Congreso definieron la moción de censura como un ejercicio de control político con el que senadores y representantes pueden promover el retiro de sus respectivos cargos a ministros, directores administrativos y superintendentes, por “asuntos relacionados con funciones propias del cargo, o por desatención a los requerimientos y citaciones del Congreso de la República”.
En 30 años de vigencia, la que más emocionó a los reporteros fue, sin duda, la que acaparó la atención de todo el Congreso y el país en general entre mayo y junio de 2007. El entonces ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, que por esos días era un botafuego contra el gobierno de Hugo Chávez en el vecino país, fue propuesto para moción por la bancada del Polo, que en ese entonces tenía como figura descollante a Gustavo Petro, por poner en riesgo las relaciones con Venezuela. Juan Manuel Galán, del Partido Liberal, se sumó a la moción al pedir explicaciones al ministro por las interceptaciones ilegales a miembros de la oposición. Y para sorpresa de muchos, el entonces senador Germán Vargas Lleras, jefe de la bancada de Cambio Radical, respaldó la propuesta.
Jamás en la historia política del país se había visto un pulso entre quienes ya se advertía como rivales directos en las elecciones de 2010: Santos, Vargas y Petro. Si el ministro de Defensa salía del cargo, prácticamente quedaba descartado para ser el heredero natural de Álvaro Uribe, que precisamente Vargas y Santos venían disputándose desde 2002. Si este último hubiera salido del cargo, otro se habría colgado los laureles de la Operación Jaque. Algún as tuvo que haberse jugado Santos para terminar en todas las fotos de las primeras planas de los diarios, junto a Ingrid Betancourt.
Cuando las cuentas, por primera vez, daban a un ministro fuera de su cargo, en el último minuto, Vargas Lleras y Cambio Radical decidieron cambiar su voto, y en una histórica voltereta, o reculada, le salvaron el pellejo al ministro de Defensa. Hoy, 14 años después, los fervientes que le quedan a Vargas Lleras lamentan aquella decisión, pues le habría abierto de par en par la puerta de la Casa de Nariño. Porque entre las familias Vargas y Santos daban por descontado que Germán y Juan Manuel llegarían a la Presidencia. La apuesta era quién lo haría primero. Y como van las cosas, solo uno lo consiguió.
Como suele ser habitual, la de Santos empezó como una tímida propuesta, firmada por cuatro o cinco congresistas, pero creció hasta alcanzar el respaldo de una bancada. Pero su efervescencia, como en todos los casos, bajó una vez acaparó titulares de prensa. Por lo general, los líderes de la moción descubren que no tienen la fuerza suficiente para derrotar a las bancadas gobiernistas, que hasta en momentos de crisis como el que actualmente atraviesa el país, siempre están muy bien aceitadas.
“Las mayorías del Congreso son gobiernistas. ¿De qué gobierno? De todos y de cualquiera, y sin importar qué hagan, mientras repartan mermelada. En las mociones de censura también son los mismos con las mismas”, explicó a SEMANA Jorge Robledo, senador del Polo, y quien lo máximo que alcanzó fue la renuncia de un embajador del Gobierno Santos en Washington.
Por eso es que no sorprende que la moción contra el ministro Molano no haya prosperado en la votación del miércoles, a pesar de que en las calles los manifestantes más enardecidos aún reclaman su cabeza.
La única vez que uno cayó del cargo, tras un debate de moción de censura, fue en noviembre de 2019 cuando el también ministro de Defensa, Guillermo Botero, tuvo que renunciar al cargo tras las denuncias del senador Barreras. Las más graves, las que dieron cuenta de la orden de un bombardeo en el Caquetá, donde murieron siete menores de edad. Hecho que el gobierno ocultó a la opinión pública. Sin embargo, técnicamente no se puede considerar como una destitución ordenada por el Congreso, pues ante la insostenible situación del ministro, el presidente Iván Duque tuvo que aconsejarle que redactara su carta de renuncia, luego de que los partidos de su coalición advirtieron que no había cómo darse la pela en público votando para salvar a Botero.
23 intentos, ninguno prosperó
Durante el Gobierno liberal de César Gaviria (1990-1994), tres ministros fueron propuestos para moción de censura. Juan Camilo Restrepo (Minas y Energía), Fernando Carrillo (Justicia) y Luis Fernando Ramírez (Trabajo). Gaviria era apoyado por una coalición que constituía el 56 por ciento del Congreso, y logró controlar esos tres intentos.
Tampoco prosperaron en la Administración del presidente Ernesto Samper (1994-1998), quien a pesar del proceso 8.000, contaba con el respaldo del 56 por ciento del Capitolio. A cuatro de sus ministros se les propuso la moción de censura, Guillermo Perry (Hacienda), Horacio Serpa (Interior), Saulo Arboleda (Comunicaciones) y Carlos Hernán López (Transporte). Aunque Arboleda superó la moción, tiempo después abandonó el gabinete por el sonado caso del ‘miti-miti’ en la adjudicación de unas frecuencias radiales.
Andrés Pastrana (1998–2002) también contaba con un respaldo mayoritario en el Congreso, 56,9 por ciento, y tres de sus ministros tuvieron que soportar esta figura. Néstor Humberto Martínez (Interior), en dos oportunidades; Claudia de Francisco (Comunicaciones) y Juan Mayr (Medio Ambiente). Martínez renunció al gobierno antes de que llegara a votarse la segunda moción en su contra.
En el primer gobierno de Álvaro Uribe (2002 – 2006), los ministros Luis Ernesto Mejía (Minas), Jorge Alberto Uribe (Defensa) y Martha Pinto de Dehart (Comunicaciones) superaron las mociones de censura promovidas por una minoritaria oposición. El Congreso también propuso la censura al ministro Fernando Londoño (Interior y Justicia), pero antes de que se adelantara el debate renunció al gabinete, cuando un reportero filtró audios de una conversación de quien entonces era llamado ‘el superministro’.
La coalición que apoyó la reelección de Uribe en 2006 controlaba el 68 por ciento del Congreso, la más amplia gobernabilidad de un presidente hasta entonces. Cuatro fueron los ministros a los que se les promovió la renuncia, el mencionado caso de Juan Manuel Santos (Defensa), también citado por los falsos positivos, Andrés Felipe Arias (Agricultura), Diego Palacio Betancur (Protección Social) y Andrés Fernández (Agricultura). A los cuatro terminó por respaldarlos el legislativo.
Sin embargo, el presidente que desde 1991 tuvo mayor gobernabilidad fue Juan Manuel Santos. En su primer gobierno, el 78 por ciento del Congreso lo apoyaba, quizás por eso solo se presentó una moción de censura, contra el ministro Germán Cardona (Transporte), que no pasó de una breve en los principales diarios. En su segundo gobierno, la moción de censura que se tramitó contra el ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas, por la venta de Isagén, fue otro intento que también fracasó.
Uno de los congresistas que más golpes ha intentado ha sido el senador del Polo Jorge Enrique Robledo, y aunque no ha conseguido tumbar ministros, sí los ha dejado tambaleantes.
Uno de ellos fue el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, a quien le promovió su renuncia por el sonado caso de los bonos de agua, y a quien citó casi que horas después de haber sido nombrado en el gabinete por el presidente Iván Duque.
De nuevo, la aplanadora de la bancada del gobierno salió al rescate de Carrasquilla, y lo mismo que ha pasado con los demás ministros del gabinete de Duque, uno de ellos el fallecido Carlos Holmes Trujillo, han salido sin un rasguño del Capitolio.
Para que un ministro caiga, mínimo 20 congresistas -de 108 en el Senado, y 166 en la Cámara- tienen que promover su destitución, y la mitad más uno de la respectiva cámara tiene que votar para ello: 84 en la Cámara, o 55 en el Senado. De entrada, las matemáticas son desfavorables a una oposición que en la historia no ha llegado a tener más del 30 por ciento de representación.
Por eso, las mociones de censura parecen ser un debate que ha perdido la atención periodística en el Congreso, y aquellos reporteros que en la Constituyente del 91 creyeron que por fin iban a ver la censura de un alto funcionario, como sucede en democracias más fuertes, comprobaron que en Colombia será una noticia muy difícil de reportar. A menos que llegue un gobierno que enfrente a más del 51 por ciento de oposición en el Congreso. Solo el tiempo dirá si, después de 2022, los periodistas que sigan cubriendo la fuente tendrán la destitución de un ministro como la noticia “de abrir”. Porque en el año y medio que le queda al de Duque, es probable que no se produzca.