ANÁLISIS

Narco televisión

Dos telenovelas vuelven a poner la vara alta del 'rating' con historias de crimen, silicona y dinero fácil. Ya hay preocupación en el gobierno ¿Cuál es la fascinación?

10 de octubre de 2009, 12:00 a. m.

Esta semana trascendió cierta preocupación en los pasillos del Palacio de Nariño. Según informó el Nuevo Siglo, un alto funcionario estaba inquieto con la imagen de país que estaban mostrando las dos principales telenovelas del momento, El Capo, de RCN, y Las muñecas de la mafia, de Caracol, que marcan en la última semana, 43,1 y 46,6, en el share, respectivamente. Ese puntaje que mide los televisores encendidos es sólo comparable a las audiencias de Pasión de gavilanes, o de Betty la fea, si hubieran estado enfrentadas. Para algunos productores de televisión es un fenómeno inédito que dos melodramas a la misma hora y en canales diferentes "tengan encendidas las audiencias". La angustia entonces obedece a que los miles de millones de pesos que el Estado gira para vender al mundo una imagen del país con Colombia es Pasión, terminan siendo plata tirada a la basura cuando estas populares series arrasan con su rating en países extranjeros.

Pero los únicos preocupados por esa situación no están dentro del gobierno, aunque sus preguntas sean muy diferentes: intelectuales, periodistas y académicos se están cuestionando por qué productos como las telenovelas mencionadas son tan exitosos ¿Qué significa esa fascinación con las historias del narcotráfico?

El crítico de televisión Omar Rincón dice que ha llegado el momento de que la sociedad colombiana en conjunto se haga un autoexamen para saber hasta dónde, en su mentalidad, ha calado el fenómeno de lo narco. "Hoy día los medios están seguros de que lo narco es capaz de identificarnos, de que las telenovelas producen un goce. Eso quizás indicaría que estamos llegando a nuestras justas proporciones estéticas y éticas".

Los hechos comprueban que, por lo menos desde hace dos años, las telenovelas que más producen rating son las que tocan temas relacionados con el mundo de los narcos: de Sin tetas no hay paraíso, El cartel de los sapos, La viuda de la mafia, a las actuales versiones de Las muñecas y El capo, la televisión cada día muestra con mayor frecuencia el mundo criminal colombiano, en versiones muy bien logradas, quizá por lo que anota el mismo Rincón, que en Colombia se tiene la idea de que el dinero es lo importante y que es legítimo hacerse la vida a codazos. "Sabemos actuar de prepagos, de capos, ahí no tenemos que importar actores", agrega Rincón.

Andrés López, confeso narcotraficante cuyos dos libros, El cartel de los sapos y Las fantásticas, han sido best sellers y de donde han salido los libretos de El cartel y Las muñecas de la mafia, le dijo a SEMANA desde Miami que su pretensión no es hacer apología de una conducta, "simplemente es una herramienta de entretenimiento. Sin descuidar lo más importante, que es darle a la audiencia herramientas para que aprendan de las equivocaciones ajenas. No podemos echarle la culpa a la televisión de lo que somos. Los gringos también tienen series sobre narcotráfico y corrupción y no por eso son narcotraficantes o corruptos".

Aunque el fenómeno pueda ser criticable por algunos desde el punto de vista sociológico, otros argumentan que hacer esos cuestionamientos puede rayar en un debate moral. Según estos, en el juego del mercado los dos canales compiten con lo que hace que las audiencias se identifiquen. Al fin y al cabo, la mentalidad de lo narco es algo inocultable en Colombia desde finales de los 70, cuando muchos comenzaron a pactar y a aceptar el dinero rápido y fácil.

En ese sentido, para el siquiatra José Antonio Garciandía, "las telenovelas no están legitimando nada, simplemente muestran algo que ya está informalmente legitimado en la cultura nacional". Y añade: "La televisión muestra con contundencia este fenómeno que flota en la cultura como una espada de Damocles, unos individuos que son protagonistas por su capacidad de rapiña, de eludir la responsabilidad de sus crímenes y por la habilidad para mostrar su comportamiento trasgresor como un fenómeno admirable que es tildado de inteligente pero que no es sino habilidad para la astucia basada en el engaño, la traición y la mentira".

En realidad, en todas las sociedades se han hecho exaltaciones del mal. Los bandidos parecen mucho más seductores que las personas de bien. Quizás eso de alguna manera le quita presión moral al tema. John Dillinger, el ladrón del siglo al que se le dedicó una reciente película, murió en la vida real saliendo de una película de gángsters. Esa palabra, encierra todo un género que comenzaría con el cine negro en los años 40; hasta el epítome de la saga de El Padrino, inspirada en el best seller de Mario Puzo.

En Colombia, el cine y la literatura no han sido ajenos al tema: novelas de sicarios dieron para la creación del subgénero de la 'sicaresca', con libros como Rosario Tijeras, de Jorge Franco; La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo y películas de Víctor Gaviria, como Rodrigo D, no futuro.

De todos modos, algo va del arte, como exégesis natural de los fenómenos de una sociedad, a la realización y la proyección diaria convertida en melodrama para las grandes audiencias. En ese sentido, Juana Uribe, libretista de televisión, dice que un lector o un espectador de cine tiene la capacidad de poner en perspectiva los temas, mientras que los televidentes, en su mayoría, son pasivos. Y por eso cuestiona duramente ese tipo de telenovelas. "Quien escribe para un público masivo tiene la responsabilidad de contextualizar la realidad porque un producto de televisión se convierte en marco de identificación para millones de televidentes y éstos no necesariamente tienen la información o la formación para darles a las historias el contexto que deberían tener", explica. Y agrega: "Los televidentes reciben todas estas producciones donde el punto de vista narrativo está a cargo de los delincuentes, e incluso en varios casos los libretos son firmados por delincuentes que validan su biografía financiados por un canal; y quienes representan a las instituciones, al Estado o al 'deber ser' están cada vez más caricaturizados o desprovistos de la dignidad de su cargo o de su investidura. Ese público masivo va a seguir validando la idea de que si las cosas salen así en televisión, así están bien, así deben ser".

Aunque muchos se sientan lejos de ese tumultuoso y oscuro mundo, las telenovelas están presentes en todos los sectores de la sociedad y no son, como se suponía antes cuando el narcotráfico era aún incipiente en los años 70, un asunto de 'levantados', sino un mal silencioso que se ha instalado, desde entonces, en el conjunto de los millones de televidentes que encienden noche tras noche sus televisores para sufrir, llorar o reír, con las historias de narcos.