En La Hormiga, Putumayo, lejos de su familia, David Murcia hizo muchos amigos con los que compartía diariamente.

PERFIL

Niño pobre, niño rico...

La sorprendente historia de David Murcia Guzmán, un humilde hombre de Ubaté, Cundinamarca, que a sus escasos 28 años llevó a que en Colombia se decretara la crisis social.

22 de noviembre de 2008

La imagen de ese joven delgado y de jeans que apenas podía moverse por las cadenas que le pusieron en sus pies y manos tras ser detenido en Panamá, distaba mucho de la de aquel empresario de fino traje y actitud arrogante que hace apenas una semana, mediante un video, desafió al Estado colombiano y al Presidente más popular de la historia reciente. Se trataba de David Murcia Guzmán, el creador de la controvertida firma DMG, que llenó de ilusión y dinero a muchos colombianos, y tras ser intervenido, dejó en la ruina a otros tantos.

Murcia, que hoy es el epicentro de la noticia, y su imagen no sale de las primeras planas de los medios, hace apenas cuatro años era un desconocido vendedor de productos naturales y de rifas de carros que apenas lograba lo necesario para subsistir.

Nació en Ubaté, Cundinamarca, de donde salió muy niño con su familia para instalarse en Cúcuta. En esa ciudad estudió la primaria y parte de la secundaria, que concluyó en Bogotá, adonde regresó a los 14 años. Desde antes de recibir el cartón de bachiller empezó a sentir afán por ganar plata. Fue empacador en una fábrica de tortas, y probó suerte con otros oficios hasta que logró incursionar en una agencia de casting y allí fue donde el mundo del espectáculo lo transformó. Desde entonces quedó encantado con la parafernalia de las cámaras y la farándula.

Buscando independencia y aventura, en 2001 Murcia se instaló en Santa Marta y montó con un socio paisa DMG Producciones Televisión, una miniproductora para realizar videos turísticos . Luego de dos años de labores, de varios tropiezos con su socio y persiguiendo un nuevo amor, Murcia optó por saltar de la costa al sur del país.

Llegó a Pitalito, Huila, donde se ganó el sustento vendiendo rifas y el aprecio de los vecinos más pobres al colaborarles para que los atendieran en los centros médicos. Esto lo hacía por medio de una firma que llamó Red Solidaria, que abandonó en medio de supuestas indelicadezas de su parte, según él mismo relató a SEMANA a inicios de este año. Para entonces, a finales de 2003, nuevamente buscó rumbo, y se fue más al sur.

Tenía 22 años cuando llegó a La Hormiga, Putumayo. Aún es recordado allí por la labor social que hacía desde la parroquia del Perpetuo Socorro, al tiempo que se rebuscaba vendiendo productos naturales. Durante el primer semestre de 2003, se daba mañas para pagar los 15.000 pesos diarios que le cobraban por una modesta habitación que compartía con su socio de ventas. Una de las fórmulas que buscó era canjear publicidad del hotel en un espacio que logró en la emisora parroquial, desde la cual ofrecía sus mercancías. Allí también consiguió que le prestaran un pequeño espacio que usaba a modo de almacén. Luego se involucró con el canal local y con las uñas sacó adelante un programa propio, pero su buena racha sufrió un revés en 2004 cuando las Farc lo secuestraron junto a otras personas por algunas horas; finalmente los liberaron pero se quedaron con la única cámara del canal.

Sus amigos de andanza y negocios en el Putumayo lo recuerdan como un hombre perseverante pero impulsivo. También recuerdan que tenía una frase de cajón: "DMG venderá desde una aguja hasta la tapa de un volcán". Sentencia que empezó a cumplir al comienzo: solo y a pie. Sus actividades comerciales fueron creciendo de tal forma que a finales de 2004 en la parroquia le pidieron el espacio que ocupaba y rentó su primer local Y allí la suerte de Murcia comenzó a tener otra cara.

Sin saberse cómo, el novel comerciante apareció con un cargamento de electrodomésticos y amplió rápidamente su negocio en varios poblados del mismo departamento. Comerciantes que lo conocieron cuentan que Murcia comenzó a llevar gran cantidad de mercancía que, decían, venía de Panamá.

El año 2005 es el momento del milagro de Murcia y su DMG. Fue el mismo año de su matrimonio, que se celebró con gran derroche en Santa Marta. Incluso, contrató un par de buses para que sus amigos al otro extremo del país pudieran ir. Ese año su estrechez económica quedó atrás y misteriosamente se catapultó financieramente como nunca lo había soñado.

Regresó a Bogotá, contrató todo tipo de asesores y, con un patrimonio de 100 millones de pesos, fundó junto con su esposa Joanne Ivette León Bermúdez el Grupo DMG S.A. También quedaron como socios del negocio María Amparo, la madre de Murcia y Luis Hugo Pinto, un personaje del que poco se sabe y que lo ha acompañado aun en sus recientes andanzas.

La empresa de David Murcia Guzmán rápidamente se hizo famosa y cada día más y más clientes acudían a sus instalaciones para entregar sumas en efectivo con la esperanza de que al cabo de unos meses recibirían rendimientos del doble y hasta del triple. Y DMG se hizo aún más famosa cuando su credibilidad fue aumentando luego de que pasaron los primeros semestres y todos sus inversionistas salían contentos y adinerados.

Al mismo tiempo que su empresa crecía, Murcia empezaba a viajar regularmente a Brasil y a Panamá. Con las fabulosas cifras de dinero que manejaba su emporio empezó a darse la gran vida en el país centroamericano. Sus excesos en materia de dinero e inversión eran tales que generaban incluso inquietud entre la sociedad panameña. Según abogados que lo conocieron en ese país, Murcia tomaba decisiones de miles de dólares como compras de propiedades, sin ni siquiera ir a visitarlas y sin tener mayor información sobre las mismas. También llamaba la atención que todo lo hacía en efectivo.

En poco tiempo, construyó un círculo de amigos amante de los carros deportivos y era frecuente verlo en costosos autos .También ofrecía recepciones en altamar, en suntuosos yates. Centró parte de su actividad en ese país en el edificio Miramar, uno de los más exclusivos de la ciudad, reservado para presidentes de multinacionales y embajadores. Allí, en julio de 2006, tomó el apartamento 47 de la torre 2, y aceptó un reajuste anual del 15 por ciento. Es decir, que en este momento Murcia pagaba algo más de 23 millones de pesos al mes por su vivienda.

Pero esta vida de derroche se vino abajo cuando Murcia, al ver que las autoridades ya estaban al acecho de sus cuestionables actividades, se puso la soga al cuello al enfrentarse con el presidente Álvaro Uribe. Con muy pocos antecedentes de una reacción similar, el Estado se le vino con toda su artillería y, en pocas horas, el frágil mundo millonario de Murcia, tan vertiginoso como frágil, colapsó.

El pasado miércoles Murcia buscaba una forma ingeniosa de eludir a las autoridades que andaban tras él por considerarlo el cerebro de una gigantesca operación ilegal de lavado de dinero. Para su plan, reunió a un piquete de hombres de su confianza, y los puso en tres camionetas 4x4 a moverse por varios lugares de la ciudad.

Uno de estos vehículos fue interceptado por oficiales de inteligencia que lograron la colaboración de sus ocupantes, los que explicaron el plan de Murcia, quien ya estaba a unos 60 kilómetros de la ciudad en una zona montañosa. La clave era que uno de estos vehículos debía llegar, estacionar y hacer cambio de luces en un determinado sitio en una zona conocida como Campana. Esta era la clave que le daría confianza a Murcia para que abordara el auto.

Así se hizo y el hombre nada pudo hacer cuando, al tratar de abordar el vehículo, descubrió que las autoridades habían salido más vivas que él.