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No problem!: ¿por qué a Colombia no le irá mal con Biden?
Algunos piensan que las relaciones entre Estados Unidos y Colombia están en problemas tras la llegada de Joe Bien a la Casa Blanca. A pesar de las intrigas y los intereses políticos, eso no es así. Análisis de SEMANA.
Después de la posesión del presidente Joe Biden, en Colombia se desató una gran expectativa por el rumbo que tomarán las relaciones con Estados Unidos. Desde hace unas semanas en el país, la oposición alimenta la sensación de que las cosas entre Washington y Bogotá no marchan bien, y algunos contradictores de Iván Duque apuestan por el fracaso. Desde la campaña en ese país, el expresidente Juan Manuel Santos se convirtió en la voz apocalíptica tras denunciar que supuestamente el Gobierno colombiano habría participado en una estrategia de intervención para favorecer a Trump sin prueba alguna. Incluso, acusó a su primo hermano, el embajador Francisco Santos, de ser la punta de lanza de ese plan y pidió su cabeza.
A partir de entonces, el ambiente político y diplomático quedó enrarecido más en Colombia que en Estados Unidos. Luego de estos hechos, el presidente Duque se comunicó con varios congresistas demócratas, como Nancy Pelosi y Gregory Meeks. Aunque algunos le comentaron la incomodidad en un sector del partido por los mensajes abiertos de algunos miembros del Centro Democrático a favor de Donald Trump, quedó muy claro que, aun cuando se trata del partido de gobierno, no hubo una directriz del presidente para favorecer a ningún candidato. Simplemente, se trató de conductas individuales de algunos congresistas, así como en el país otros políticos se mostraron a favor de la candidatura de Biden.
Sin embargo, el grupo de los demócratas más radicales seguirá pensando por mucho tiempo que por cuenta de algunos congresistas colombianos de derecha perdieron dos curules en el estado de Florida, donde, además, Trump derrotó a Biden.
Aunque hasta hoy no ha habido una comunicación directa de presidente a presidente entre Biden y Duque, el embajador en Colombia, Philip Goldberg, le dijo a SEMANA: “Lo que pasó en la campaña en los Estados Unidos ya murió”.
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El diplomático también aseguró: “A fin de año, el presidente electo le mandó un mensaje al presidente Duque diciéndole que iban a hablar después de posesionarse. Allí le dijo también que quiere trabajar muy de cerca con él y con su Gobierno”.
Es decir, la realidad se impone y, a pesar del deseo de algunos, es prácticamente imposible una ruptura o un distanciamiento entre la Casa Blanca y la Casa de Nariño con Biden en el poder. En Colombia, Juan Manuel Santos y otros líderes de la oposición parece que armaron una tormenta en un vaso de agua, queriendo enredar al Gobierno Duque, y olvidaron las épocas en las que el entonces presidente Santos tomó partido por Hillary Clinton, en plena contienda electoral frente a Donald Trump.
En 2016, en una entrevista con la Agence France-Presse, Santos dijo, por ejemplo, que la candidata demócrata “ofrecía más garantías” para el país que Trump, quien al final se impuso en la elección. Sin importarle infringir la costumbre de no intervenir en los asuntos electorales de otro país, Santos también afirmó esa vez que las propuestas del republicano no eran “muy acordes” para Colombia. Aun así, la diplomacia, el pragmatismo y los intereses comunes se impusieron y no hubo altibajos en la relación entre ambos países.
A diferencia de su antecesor, el presidente Iván Duque se mantuvo neutral y no hizo ningún comentario en la campaña a favor o en contra de Trump o Biden. Siempre sostuvo que las relaciones con Estados Unidos deben partir del respeto por la institucionalidad y el bipartidismo.
Es verdad que Colombia tuvo más protagonismo en la reciente campaña estadounidense en comparación con el pasado, especialmente porque así lo planteó Trump en su estrategia para ganarse el influyente voto latino. El presidente-candidato arremetió contra Santos, Barack Obama y Biden por el acuerdo de paz con las Farc al decir que se “rindieron ante los narcoterroristas”, y cuestionó duramente a su contrincante demócrata por tener supuestamente el apoyo de Gustavo Petro, al que tildó de “socialista” y lo criticó por haber pertenecido a la guerrilla del M-19.
Pero ni esos mensajes de Trump, ni el malestar de algunos demócratas, ni los trinos trumpistas de María Fernanda Cabal o las posiciones del representante uribista colomboestadounidense Juan David Vélez afectarán una relación que cumple justamente 200 años de historia y que data del presidente James Monroe. Mucho menos las intrigas de algunos opositores ante mandos medios en Washington para que al país le vaya mal con Estados Unidos.
Luego de México, Colombia es el principal socio comercial de Estados Unidos y es el aliado más estratégico en el ajedrez geopolítico del continente. Hace unos años, se hizo famosa la frase de que Colombia era el “muro de contención” ante el avance de gobiernos izquierdistas, autoritarios y populistas, como los de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega, considerados contrarios a los intereses de Estados Unidos en América Latina. Hoy la coyuntura en la región es particularmente especial, pues este año habrá elecciones presidenciales en Ecuador, Perú y Chile, donde Washington ha tenido intereses por décadas. Un posible retorno al populismo en países clave de América Latina no lo desean ni republicanos ni demócratas estadounidenses, dadas las experiencias no gratas del pasado.
Un país clave
En el último año, Colombia adquirió un liderazgo regional que le interesa a la Casa Blanca. El país ejerce la presidencia pro tempore de Prosur, de la Comunidad Andina (CAN), de la Alianza del Pacífico, y albergará la asamblea anual del BID, posiciones que le han dado una mayor relevancia en el contexto de las relaciones internacionales. Igualmente, a lo largo de la historia, Estados Unidos ha considerado a Colombia como un “país amigo”, dada la estabilidad de su democracia y su cooperación.
Así ha sido con gobiernos republicanos como el de George W. Bush o el de Trump, y con administraciones demócratas, como las de Bill Clinton y Obama. Por eso, resulta imposible imaginar que la llegada de Biden significa un deterioro de las relaciones entre ambos países. Una cosa es el malestar que siente un sector de los demócratas; otra distinta, la realidad de todo el partido en el Congreso; y otra cosa será finalmente lo que decida un hombre como Biden, quien conoce muy bien los problemas del país.
El entonces senador Biden fue fundamental para sacar adelante el Plan Colombia, durante el Gobierno de Andrés Pastrana, que se convirtió en la principal estrategia para fortalecer las Fuerzas Militares, la lucha antidrogas y enfrentar los grupos armados ilegales, como las Farc y el ELN. En su discurso de posesión, Biden también mostró el talante con el que gobernará. En sus primeros mensajes al mundo, hizo gala de su espíritu conciliador, dijo que la política no puede ser una “conflagración” que lo destruye todo a su paso y fue claro en que tejerá alianzas en el contexto internacional.
Esa filosofía es radicalmente opuesta a la que exhiben algunos políticos colombianos que se subieron al bus de la victoria del nuevo presidente, intentando ponerle zancadilla al Gobierno de Colombia en Washington y promoviendo una idea de que al país lo pueden supuestamente investigar por injerencia, algo completamente descabellado. Fuentes de la Cancillería le dijeron a SEMANA que, desde hace algunos meses, el expresidente Santos y quien fuera su embajador ante la Casa Blanca, Gabriel Silva, han tratado de crear un mal ambiente entre ambos países, aprovechando sus contactos en Washington. De hecho, esta semana llamó la atención la ficticia invitación de Santos a la posesión de Biden. “Eso es absolutamente falso”, le dijo Silva a SEMANA.
El nuevo presidente de Estados Unidos llega con la urgente tarea de reconstruir un país golpeado por la pandemia y dividido tras el fin de la era Trump. Sus primeros decretos evidencian que los problemas domésticos serán la prioridad en el corto plazo. Frente a Colombia, ha dado pistas de lo que vendrá. En la campaña insistió en que el país es “la piedra angular de la política de Estados Unidos en América Latina y el Caribe”.
La diplomacia colombiana y la Casa de Nariño avanzan en los contactos con la nueva administración y buscarán un encuentro de Biden con Duque. Un intermediario clave, y con el cual el Gobierno ya inició conversaciones, es el colombiano Juan González, uno de los hombres más cercanos al nuevo presidente y quien será su director para los asuntos del hemisferio occidental. “El mejor aliado para Colombia es Joe Biden”, dijo González durante la campaña.
El propio embajador Goldberg ha demostrado que es un amigo del país. Por eso, todo apunta a que la agenda común no sufrirá cambios trascendentales, aunque será un hecho que el nuevo presidente y su bancada le pondrán una mayor lupa al avance del acuerdo de paz con las Farc, al asesinato de líderes sociales y excombatientes, y a la defensa de los derechos humanos. El Gobierno Duque tendrá que mostrar resultados en cada uno de esos frentes ante la Casa Blanca.
Al mismo tiempo, los problemas de siempre estarán a la orden del día. La lucha contra las drogas es una preocupación en Washington ante la disparada de los cultivos de coca en el país en pleno proceso de paz entre Santos y las Farc, y la suspensión hace seis años de las fumigaciones aéreas con glifosato. Las hectáreas cultivadas pasaron de 46.000 a más de 200.000 al final del anterior Gobierno. Hoy se calcula que hay aproximadamente unas 154.000 hectáreas sembradas de droga.
El Gobierno Duque quiere reanudar las fumigaciones lo antes posible, cumpliendo las exigencias de la Corte Constitucional. En ese sentido, estará por verse cuál será la postura de Biden frente a esa decisión. Por ahora, lo cierto es que 51 por ciento de todas las incautaciones de droga en el hemisferio occidental provienen de Colombia. Esas cifras las conocen muy bien en el Comando Sur. De hecho, el Gobierno Duque lidera hoy junto con Estados Unidos la campaña naval Orión, la más grande batalla antidrogas en el Caribe, con el apoyo de 24 países; solo entre enero y marzo del año pasado incautó 130 toneladas de cocaína. En esta materia sensible, Biden también tiene entre sus manos el informe de la Comisión de Política de Drogas del Hemisferio Occidental de Estados Unidos, revelado en diciembre, que pide revisar el enfoque de la política antidrogas.
Otra de las prioridades será la migración debido a la llegada masiva de venezolanos que huyen de la dictadura de Nicolás Maduro, y, concretamente, la crisis humanitaria y democrática de Venezuela. Biden llega al cargo con un precedente importante frente a ese país: hace menos de un año, el Departamento de Justicia acusó a Maduro y a 14 funcionarios más de usar sus cargos presuntamente para llenar sus bolsillos con los dineros de la droga, a través del llamado cartel de los Soles, con la participación de militares y exjefes de las Farc.
Biden sabe que la justicia de su país funciona y es un poder independiente. Algunos dicen que el nuevo presidente de Estados Unidos, inclinado al diálogo, podría terminar dando una sorpresa frente a los atropellos del régimen de Maduro y trazar una postura frente a Caracas aún más radical que el propio Trump. Para ponerle fin a la tragedia venezolana, Colombia será un país aliado para Biden, sea cual sea el camino que él fije en los próximos meses. Desde hace dos años, Duque ha liderado una ofensiva diplomática internacional contra Maduro, a través del Grupo de Lima, para aislar a ese Gobierno, aunque la apuesta por Juan Guaidó se ha venido desinflando con el paso de los meses.
Las movidas de Duque
En el inicio de las nuevas relaciones de Colombia con la Casa Blanca y el Congreso, el propio Duque se está moviendo. Su conocimiento del funcionamiento político de ese país, donde vivió más de una década, será clave. El hoy presidente, quien trabajó por años en el BID, fue becario del Instituto Nacional Demócrata, tuvo como maestra a Madeleine Albright, la ex secretaria de Estado del Gobierno Clinton, y ha conversado con figuras demócratas, como la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, y congresistas de dicho partido, como Gregory Meeks, quien preside el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, entre otros.
En 2018, el propio Duque habló con Biden durante la Cumbre Concordia Américas, realizada en Bogotá. “Veo a Colombia como una piedra angular para el bienestar de todo el hemisferio; cuando Colombia prospera económicamente, pasa igual en el resto de la región”, dijo el mandatario estadounidense en esa oportunidad. La relación de Duque con los Biden no es nueva. El presidente conoció en su momento a Joseph ‘Beau’ Biden, primogénito del presidente de Estados Unidos, quien murió en 2015 como consecuencia de un cáncer cerebral.
Según varias fuentes, la mayoría de los demócratas tienen claro que la participación de algunos políticos del Centro Democrático en el debate electoral obedeció a acciones individuales y no a un plan orquestado por Duque. Dicho esto, también es preciso señalar que en Colombia se sobredimensionó el alcance y la influencia de algunos políticos locales en Estados Unidos. Resulta ilógico pensar que en la disputa Trump-Biden, que captó la atención mundial, Colombia jugaba realmente un papel decisivo.
“Lo que pasó en la campaña son cosas de politiquería. Hay temas mucho más importantes en adelante”, le dijo a SEMANA Lawrence Gumbiner, diplomático norteamericano de carrera, quien trabajó en la embajada en Bogotá entre 2006 y 2009. “Los colombianos pueden contar con Estados Unidos como un aliado, como un buen escenario y mercado para sus productos. Hay buenas posibilidades económicas”, agregó Gumbiner, quien pidió no olvidar que Biden, durante su vicepresidencia en la era Obama, fue designado como enlace para América Latina y es, de lejos, el mandatario estadounidense que más ha visitado el continente (16 veces).
Sin embargo, eso no quiere decir que la diplomacia colombiana deba quedarse de brazos cruzados. Como dice la excanciller María Emma Mejía, “Deberá sobar bastante hombro ante el Congreso norteamericano en los próximos meses”. “Sí hay una amargura por la presunta injerencia. Eso nunca había pasado en una campaña en Estados Unidos”, añade Cynthia Arnson, directora del Programa Latinoamericano del Woodrow Wilson Center, con sede en Washington.
El excanciller colombiano Fernando Araújo no cree que la injerencia provoque consecuencias específicas e incluso afirma que no será necesario que el país releve a su embajador en Washington, como piden algunos. Según dijo, no necesariamente un país tiene que nombrar embajador cuando cambia un mandato. “No creo que Colombia deba hacer giros fundamentales en política exterior porque hay un nuevo gobierno. Eso sería estar sometidos al siglo XIX”, afirmó.
Frente a la suerte del embajador en Washington, el propio Duque le anticipó a SEMANA en diciembre que, aunque el expresidente Santos pidió la cabeza del funcionario, Francisco Santos ha hecho un buen trabajo y el exmandatario no es quien decide en esta materia.
Para Hernando José Gómez, presidente de Asobancaria, Colombia mantendrá su relación bipartidista con demócratas y republicanos, lo que no implicaría cambios en los nexos bilaterales. “No veo cambios drásticos hacia Colombia, pero sí tal vez más diálogos fluidos”, dice Gómez, quien fue el jefe negociador del TLC con Estados Unidos.
La directora de la Cámara de Comercio Colombo Americana (AmCham), María Claudia Lacouture, dice que el tema comercial no estará en el primer lugar por lo menos durante 2021. “El presidente Biden tiene retos internos enormes que le roban la agenda. Pero el rumbo actual del enfoque transaccional que estableció Trump de unilateralismo girará más hacia el multilateralismo, y los aliados jugarán un papel fundamental”, explicó.
El excanciller Julio Londoño es un poco más pesimista. No cree que la región, y Colombia, vaya a estar en el orden del día en la Casa Blanca. Aun así, el peso comercial de Estados Unidos para el país es fundamental. Entre enero y septiembre de 2020, las exportaciones hacia esa nación fueron de 6.571 millones de dólares, lo que representó 28,8 por ciento del total de las ventas externas nacionales.
Aunque hay muchos análisis, interpretaciones e intereses políticos en juego, lo cierto es que, más allá de cualquier molestia de un sector de los demócratas, al final las relaciones entre Estados Unidos y Colombia se verán guiadas por el pragmatismo, los intereses comunes y la tradición de dos viejos aliados que se necesitan mutuamente para alcanzar sus objetivos. Ni el Gobierno de Washington ni el de Bogotá están interesados en que las cosas no funcionen. A ninguno le conviene.