FUERZA PÚBLICA
“Nosotros no somos los enemigos”: hablan los policías gravemente heridos en las protestas
SEMANA cuenta las historias de los policías asesinados o heridos en los desmanes del paro nacional. El dolor de la mamá del capitán fallecido. La angustia de la esposa del intendente que recibió un tiro en el rostro. Y el relato del joven al que una papa bomba le explotó un pie. Reportaje.
Más de 27 puñaladas cayeron sin piedad, una tras otra, sobre Ángel Gabriel Padilla. El patrullero de la Policía corría solo en ropa interior en medio del caos. La turba enardecida le había quitado el pantalón de dril y el saco azul que llevaba puesto, mientras se movilizaba en la vía que conecta a Cali con Yumbo, Valle. A pesar de ser un miembro de las Fuerzas Armadas, ahí estaba de civil, desamparado, impotente.
Cuando Ángel Gabriel perdió el equilibrio por los golpes, la multitud no cesó. El hombre no era una amenaza ni tenía fuerza alguna, pero aun así le lanzaron ladrillos, le pegaron patadas y lo hirieron a mansalva con el puñal. Su historia refleja la de muchos policías que deben quitarse el uniforme para trasladarse a casa, por miedo de que lo ataquen por la espalda en la calle. Su esposa Yenedith Quiroz le temía a eso como a nada en el mundo y le había pedido que guardara su uniforme en el baúl.
Al pasar por una de las barricadas, Padilla fue obligado a mostrar todo lo que llevaba. Apenas vieron el uniforme, el patrullero recibió casi una sentencia de muerte. “¡Tombo infiltrado, asesino!”, le gritaban mientras le pegaban. Nadie se explica hoy cómo sobrevivió. El médico le dijo a su familia que uno de los cuchillos pasó apenas a unos milímetros de la arteria aorta.
El hombre tiene en su cuerpo heridas tan profundas como un dedo. Su respiración hoy es un milagro. Estuvo tres días inconsciente. Ya pasó a la habitación 318 de la clínica de Sanidad de la Policía. Tiene lagunas mentales y le cuesta mantenerse despierto. Perdió tanta sangre que tiene una anemia severa.
Lo más leído
La esposa de Padilla también es patrullera. Los dos son de la costa caribe, pero trabajan en Cali, donde no tienen familia. “Nosotros escogimos esta profesión y somos conscientes de que uno puede ser herido en combate. Pero no imaginé jamás que la misma ciudadanía por la que velamos intentara quitarle la vida a uno”, dice ella sin poder contener el llanto.
Cerca de 850 policías han resultado heridos en las manifestaciones. En esa institución aseguran que se trata de las protestas más violentas en la historia reciente del país. Cundinamarca y Valle del Cauca son los departamentos con más afectaciones.
En medio de la polémica sobre el exceso en el uso de la fuerza para reprimir las protestas, casi nadie voltea a mirar las historias de heroísmo que también hay en la Policía y el drama que viven decenas de familias colombianas por su pérdida.
Ana Silvia Beltrán tuvo que despedir a su hijo Jesús Alberto Solano. “Mi hijo amado, mi tesoro”, se lamenta. El capitán de la Policía, director de la Sijín en Soacha, de 34 años, fue asesinado luego de intentar evitar que saquearan un cajero automático ubicado en la autopista Sur con calle 22, en ese municipio de Cundinamarca.
El capitán recibió cinco puñaladas y durante dos días luchó por su vida en una uci. Los médicos tuvieron que entubarlo, pero a los dos días (el 30 de abril) su corazón dejó de latir. Sus compañeros solían decir que él era un hombre que daba la vida por ser policía. Y eso que hace unos días sonaba un elogio, hoy es la más cruel de las paradojas. El capitán Solano había tenido numerosas glorias en su carrera. Recibió 132 felicitaciones y 10 condecoraciones.
Esa noche, la institución perdió a uno de sus mejores hombres; doña Ana, a uno de sus hijos; una mujer, a su esposo, y una pequeña de 5 años, a su padre. El vacío de cada policía que fallece prestando servicio deja un dolor indeleble entre sus colegas, y se siente como un estruendo en cada uno de sus hogares.
Jennifer González aún no asimila que su esposo se haya salvado de morir. La noche del 3 de mayo no podía dormir. “Tipo once de la noche me entró un desespero, le escribía sin parar”, cuenta. El intendente José Luis Rodríguez nunca respondió. Al poco tiempo se enteró de que a esa hora él se estaba debatiendo entre la vida y la muerte, pues había recibido un disparo en su rostro. Todo sucedió cuando el grupo de Operaciones Especiales de la Policía Nacional (Goes) intervino en el barrio Siloé, en Cali.
Un disparo de fusil impactó en el ojo izquierdo al intendente de 35 años. El hombre comenzó a perder mucha sangre y mientras sus compañeros intentaban atenderlo, él solo pedía que si moría, no desampararan a su esposa e hija de 11 años. La niña había sufrido enormemente los días antes de este impacto. “¿Por qué dicen que los policías son asesinos? Mi papá no es asesino”, decía.
El proyectil quedó ubicado a 2 milímetros de su cerebro y destruyó por completo el globo ocular. Tres días después, el intendente perdió su ojo. “Nunca volverá a ser como antes. Tantos años de esfuerzo se frenaron. Es mentira eso que dicen que el que no estudia es policía. Pero doy gracias a Dios que está vivo”, dice Jennifer.
Como Rodríguez, nueve uniformados más fueron atacados con armas de fuego. La inclemencia en las protestas ha hecho que incluso se haya vuelto difícil socorrer a quienes están heridos. A la gravedad de las heridas se ha sumado que los bloqueos no permiten que pasen las ambulancias. Si va un policía, además, los manifestantes argumentan que puede llevar municiones en la ambulancia, entonces escapar del campo de batalla es otra odisea.
Yeison Carvajal, un patrullero de 26 años, recibió al equipo de SEMANA en una de las habitaciones de la Clínica Valle de Lili. Narró cómo tuvo que atravesar la ciudad en medio del caos con su compañero muriendo. Iban en una moto de la Policía, tratando de esquivar las piedras lanzadas por una multitud que les gritaba “¡asesinos, asesinos!”.
Eran tres uniformados del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad). Uno conducía, mientras que el otro lo sostenía a él, que no paraba de vomitar. El joven había recibido un disparo en el abdomen, el cual le destrozó parte de sus intestinos. El impacto entró por los espacios laterales que tiene todo chaleco antibalas.
“Tenía pena con mis compañeros porque los estaba ensuciando, pero ellos me decían: no se preocupe, lo más importante ahora es que logre sobrevivir. Yo pensaba en mi mamá, no la podía dejar sola. Soy el que responde por ella y yo le dije que me cuidaría, mientras empacaba la maleta la noche anterior (29 de abril) cuando mis superiores me dieron la orden de que me trasladara de Cúcuta a Cali para apoyar en esta misión”, cuenta.
Está solo y herido en una ciudad desconocida. Se hospedaba en el hotel La Luna, como decenas de uniformados que perdieron todo cuando allí estalló un artefacto explosivo. Ese día no habían tenido tiempo ni de comer, y por eso en los videos se ven las bolsas de alimentos que bajan de la tanqueta del Esmad. Las tenían que lanzar de afán porque los estaban atacando desde la distancia con piedras y explosivos. Dieciocho policías fueron atacados con material incendiario en estas jornadas.
El patrullero Luis Guerra tiene 27 años, su contextura es delgada, pero la disimula detrás del traje del Esmad que muchos asemejan con Robocop, el cual tiene un peso cercano a los 25 kilos. Una papa bomba cayó sobre su pie derecho luego de que, al estar custodiando una marcha pacífica, llegó un grupo de encapuchados a atacarlos. El artefacto destruyó el traje y su pie.
En la cirugía los especialistas encontraron vidrios, tuercas, materia descompuesta, basura y pólvora. Sentado en su silla de ruedas, a la espera de que le den de alta, el joven pide que muchos lean sus historias de vida. “Todo tiene un antes y un después, pero solo están mostrando cuando nosotros entramos a defender. Nos vemos como los malos del paseo, pero no podemos dejar que nos maten o que maten a civiles. Tenemos que mantener el orden”.
Padilla, el uniformado que sobrevivió a las 27 puñaladas, resume bien lo que piensan muchos de sus compañeros. “El policía que cometa errores que pague. La mayoría somos buenos. Somos humanos y al igual que todos sentimos dolor, hambre, rabia, amor, frío o calor. Todos somos colombianos, y los uniformados somos los que menos culpa tenemos en este inconformismo social. Nosotros no podemos votar, son ustedes los que eligen a quienes nos gobiernan”.