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Nuestras pequeñas corrupciones cotidianas: el origen de la cuestionable administración pública de Colombia

Tomarse un jugo sin pagar en el supermercado, sobornar al agente de tránsito, saltarse la fila o conseguir puesto por palanca, son acciones que hacen parte de la cultura del “avispado” colombiano. Superarla es la clave para la transformación del Estado. Análisis de SEMANA.

Revista Semana
18 de mayo de 2021

“El vivo vive del bobo”, “No sea pendejo, avíspese”, “El que no es aventado no goza lo bueno”, y un sinfín de retahílas más, componen el congestionado disco duro de los jóvenes colombianos, nacidos entre 1976 y 1995. Las denominadas generaciones X y millennial.

Una cultura rapaz, oportunista y siempre al acecho solo podía provenir de un contexto de violencia y zozobra constante: el vivido por los padres y abuelos de quienes hoy se manifiestan en las calles colombianas. Fueron las víctimas de la guerra partidista, de la dictadura de Rojas Pinilla, del cuestionable Frente Nacional y de la cultura “traqueta” que caracterizó a los años del narcotráfico. Sus infinitos miedos son justificados.

Y es a raíz de ese miedo que se nos inculcó el aprovechar cada oportunidad visible o subterfugia para conseguir mejores cosas, ascender socialmente o evadir la responsabilidad y la ley.

Ser avispado no es una característica propia de un estrato socioeconómico, pues las pequeñas corrupciones cotidianas las comete el ministro o el alto funcionario que viola las señales de tránsito, amparado por su esquema de seguridad; el contador que maquilla los balances de una empresa para presentarlos a la DIAN, el joven profesional que consigue trabajo gracias a un primo o padrino que “lo palanqueó”, la familia que pasa a sus hijos bajo la registradora de TransMilenio para no pagar pasaje y el codicioso tendero que sube los precios de sus productos en un barrio popular.

“Se nos inculcó que no sobresale el más preparado o el más virtuoso, sino el más astuto. Por eso somos culturalmente propensos a la corrupción”.

Corrupción en el mundo. Tomado de Transparencia Internacional.
Corrupción en el mundo. Tomado de Transparencia Internacional. | Foto: Transparencia Internacional.

La avispa, el animal escogido para representar esta discutible analogía, está lejana a reproducir las conductas propias del colombiano contemporáneo. Este pequeño y fiero animalito es más fuerte en colectivo, logrando crear en poco tiempo estructuras sociales complejas y sostenibles. Podría decirse, en consecuencia, que la generación de jóvenes que hoy protestan en busca de un cambio en la estructura misma de la nación son los verdaderamente “avispados”.

Esta afirmación es abordable desde la sociología y el psicoanálisis, como lo hace Geraldine Parra, especialista y aspirante a magíster en psicología clínica.

“Es indudable la importancia de la conciencia social y el reconocimiento de una sociedad diferente, más inclusiva, que respete los derechos de cada uno. Sin embargo, las conductas que transformen nuestra realidad más cercana son tan indispensables como las más grandes en los movimientos. Las nuevas generaciones, expuestas a maneras diferentes de hacer las cosas, son propensos a resignificar conductas tradicionales, con el objetivo de aportar al cambio”, explicó.

¿Por qué son diferentes los jóvenes millennials y centennials? Sin duda, la transformación paulatina de paradigmas sociales como la forma de comunicarse, informarse sobre lo que sucede en su entorno, de participar o cumplir con sus obligaciones los convierte en una sociedad distinta a sus antecesoras.

Protesta Bogotá 18 mayo
Manifestantes con escudos caseros bloquean la salida de una estación de autobuses durante una protesta contra el gobierno en Bogotá, Colombia, el martes 18 de mayo de 2021. Los colombianos han salido a las calles durante semanas en todo el país luego de que el gobierno propusiera aumentos de impuestos a los servicios públicos, combustible, salarios y pensiones, pero han continuado incluso después de que el presidente Iván Duque retiró el aumento de impuestos. (Foto AP / Fernando Vergara) | Foto: AP

Los nacidos en los albores del siglo XXI son retratados como la generación de cristal, pero esta miope descripción omite un rasgo fundamental en su carácter: son los primeros colombianos criados por la internet y sus paradigmas: reglas que incluso para los adultos eran desconocidas.

“Desde niños se criaron en foros y chats donde hablaban con gente de todo el mundo, así que su percepción sobre el entorno globalizado es más amplia. Aprendieron a pagar en línea sin regatear el precio, se informan a través de las redes sociales y rechazan la reverencia que sus padres hacen a los medios tradicionales de comunicación. No necesitan las acartonadas estructuras de poder, pues su dinámica en la web es más expedita. Esta es la generación que no tuvo necesidad de aprender a ser ‘avispada’, porque las reglas y parámetros de su mundo digital están claramente establecidos: encuentran ecuanimidad en la red y ahora la quieren también en la realidad”, reflexiona Geraldine.

¿Tienen los millennials y centennials la fórmula para reformar la administración pública?, posiblemente no ahora.

Evitando mezquindades, es importante resaltar que iniciativas como Gobierno en Línea (que ya lleva funcionando más de una década) ha permitido sistematizar gran parte de las funciones del Gobierno, permitiendo un seguimiento y control más estricto a lo que en el Estado acontece: contratos, licitaciones, adjudicaciones, requerimientos, procesos, entre otros.

Es cierto que la corrupción también ha hallado caminos para digitalizarse y escabullirse entre el reino de los bits y datos, pero sin duda, es menos rampante y poderosa que en el pasado. Los jóvenes tienen en su nueva visión de la moral una forma de afinar estas herramientas TIC y blindar a las instituciones, pues cada vez son más los que establecen una diferencia clara entre el servicio público y como lo público “les sirve a los poderosos”.

“El burócrata de los países desarrollados es una persona entrenada para una función específica, sus ingresos y modo de vida es estable. Cualquier conducta de corrupción allí es expuesta y castigada. En nuestro país, los cargos donde se manejan recursos importantes - especialmente en provincia - son visualizados como mecanismos de ascenso social rápido, en un ciclo interminable de corrupción: la política es la que aupa este tipo de conductas porque son los beneficiarios finales de dichas corrupciones”, analiza Gonzalo Cataño, sociólogo y docente de la Universidad Externado de Colombia.

Las burocracias de los países escandinavos como Suecia o Dinamarca son ejemplo de servicio y austeridad: funcionarios que llegan en bicicleta o sus propios vehículos a trabajar, sin el andamiaje propio de la ostentación, son la envidia del mundo.

Lo cierto es que para llegar a ese punto sus sociedades tuvieron que pasar por profundas reformas educativas y culturales, que les tomaron más de un siglo y dos guerras mundiales. ¿Estamos iniciando ese trasegar de la mano de quienes hoy marchan?

PROTESTAS MAYO 3
PROTESTAS, MANIFESTANTES, PARO NACIONAL. CALLE 140 CARRERA 7 FRENTE AL CENTRO COMERCIAL PALATINO. BOGOTA MAYO 3 DE 2021. FOTO: GUILLERMO TORRES-REVISTA SEMANA. | Foto: GUILLERMO TORRES

“¿Nuestro sistema educativo es muy pobre y no logra inculcar en los niños una cultura de respeto a los demás? Es posible, pero no podemos negar que la necesidad suele ser un motor para trasgredir las normas: el control cultural es mucho más fuerte en los núcleos de cada clase social y necesitamos repensar al país en términos de idoneidad”, opina el profesor Cataño.

No existe una receta mágica para cambiar la forma en la que la sociedad colombiana se relaciona con el poder, ya que nos acondicionamos durante dos siglos de vida republicana a una suerte de “pequeño feudalismo”, en el que los gobernantes regionales se ven a sí mismos como nobles y los presidentes como reyes.

El tesoro del Estado se ha puesto a su servicio (escoltas, teléfonos de alta gama, comidas suntuosas, tiquetes de avión de primera clase, etc.) y lo gastan a manos llenas, sin el menor atisbo de responsabilidad con el ciudadano que paga sus impuestos para llenar dichas arcas.

Geraldine piensa que la transformación que Colombia necesita para llegar a la gestión pública idónea empieza por comenzar a fiscalizarnos a nosotros mismos, combatiendo nuestras pequeñas corrupciones cotidianas.

“Somos todos los responsables de entrenar nuestra conciencia frente a las acciones que aportan una realidad diferente: dejar de regatear el precio al campesino que con esfuerzo cultiva productos para nuestro consumo, no quedarnos con las vueltas del dinero de la tienda que nos dieron de más, no pasarnos el semáforo en rojo porque vamos de afán, etc. Incluso, reconocer ante nuestros hijos, pareja, familiares o entorno nuestra equivocación y asumir las consecuencias, son acciones que por pequeñas que parezcan ayudan a transformar una cultura de corrupción que solo aporta al problema”, puntualizó.