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El nuevo Congreso, un campo de batalla de pesos pesados
El Congreso que encontrará el presidente Iván Duque no tendrá una mayoría amplia de ningún partido y en él se encontrarán pesos pesados de la política como Álvaro Uribe, Gustavo Petro, Antanas Mockus y Jorge Enrique Robledo, y por primera vez, una bancada de diez exguerrileros de las Farc.
El presidente Iván Duque tendrá que lidiar con un Congreso diferente. En el recinto del Senado compartirán espacio verdaderos pesos pesados de la política: Álvaro Uribe, elegido con la votación más alta de la historia, con 800.000 votos; Gustavo Petro, quien en la campaña por la presidencia llegó a 8 millones de votos; Antanas Mockus, el exalcalde de Bogotá, quien alcanzó medio millón; Jorge Enrique Robledo, cabeza del Polo Democrático. Y por primera vez, una bancada de diez exguerrileros de las Farc: cinco en el Senado y cinco en la Cámara. Junto a ellos estarán los partidos que han dominado el trabajo parlamentario en los últimos años: los más tradicionales, liberales y conservadores; y los más nuevos, Cambio Radical y La U.
El nuevo Congreso no contará con una mayoría amplia de algún partido. El más grande será el Centro Democrático, que eligió a Iván Duque como presidente de la república, pero se mantiene el multipartidismo que se ha consolidado desde que entró en vigencia la Constitución del 91. El juego de alianzas volverá a ser determinante, y los ojos están puestos en la fórmula que adoptará el nuevo gobierno y la futura ministra del Interior, la expresidenta de la Cámara Nancy Patricia Gutiérrez. En las últimas administraciones, las recetas han sido variadas: en el gobierno Santos la coalición de gobierno estuvo conformada por La U, Cambio Radical, liberales y conservadores y hubo dos oposiciones, la del Centro Democrático en la derecha y la del Polo en la izquierda. Antes, en el mandato de Álvaro Uribe, La U fue la columna vertebral de la bancada oficialista y la oposición la compartieron los partidos de la izquierda y los liberales.
La coalición de gobierno no puede ser como la de los últimos años, más si Iván Duque criticó en campaña el uso de la mermelada
¿Cuál será la fórmula de la administración Duque? Está claro que la bancada del Centro Democrático asumirá el liderazgo de la alianza de gobierno. Pero sus bancadas en ambas Cámaras no alcanzan mayoría absoluta para aprobar las iniciativas de la Casa de Nariño. Los liberales, desde que se llevó a cabo una reunión de la bancada en la residencia de su director, César Gaviria, con el presidente electo, Iván Duque, han manifestado su disposición a ser parte de la coalición. Los conservadores, La U y Cambio Radical, tanto por afinidad ideológica como por conveniencia política, también se alinearán de ese lado. Más aún cuando el nuevo Estatuto de la Oposición obliga a todos los partidos a definir si forman parte del gobierno o de la oposición, o si son independientes, pero quienes se ubiquen en las últimas dos alternativas no pueden ocupar cargos gubernamentales.
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Es poco probable que Duque y su ministra Nancy Patricia Gutiérrez sigan en forma exacta alguna de las fórmulas ensayadas hasta el momento. A diferencia del gobierno de Uribe, cuando se declararon en la oposición, los liberales se subieron al tren de Duque antes de la segunda vuelta. Y el escenario durante la administración Santos, con dos oposiciones, no está en juego porque el uribismo está en el gobierno. Lo que no está totalmente definido es cuáles serán las condiciones bajo las que trabajarán los partidos no uribistas que apoyarán al gobierno. Ni Duque ni la ministra Gutiérrez han planteado las reglas de juego para las relaciones entre la futura Casa de Nariño y las bancadas que lo quieran apoyar.
Está descartada una coalición como la que rigió durante los últimos años. En primer lugar, porque el discurso de Iván Duque durante la campaña –así como el de la vicepresidenta electa, Marta Lucía Ramírez– fue muy crítico del uso de la mermelada durante la era Santos para mantener la lealtad de los partidos de la Unidad Nacional. Y en segundo, porque el gabinete con el que arrancará el nuevo gobierno no es pluripartidista ni tiene cuotas de representación partidista, y tiene un talante esencialmente técnico. Incluso dentro del Centro Democrático hay malestar por la ausencia de figuras representativas de esa colectividad.
En un panorama en el que aún hay definiciones pendientes, y en el que a Duque se le han visto intenciones de cambiar el tipo de relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso, los pactos políticos que normalmente se negocian cada cuatro años para elegir las mesas directivas han sido más difíciles de concretarse. En vísperas de la instalación del nuevo Poder Legislativo, el excandidato Germán Vargas Lleras regresó a la arena política para buscar un acercamiento con el Partido de la U. Las dos colectividades, sumadas, superan a todas las demás agrupaciones. Estas conversaciones se han interpretado como una muestra de fuerza para las negociaciones sobre mesas directivas y composición del gobierno, más que como una grieta o un principio de ruptura.
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Al fin y al cabo, una regla no escrita pero ampliamente acatada en el Capitolio dice que en el primer año de cada cuatrienio se le reconoce la iniciativa al presidente. Es decir, se espera que la agenda parlamentaria provenga del Ejecutivo y recibe un apoyo tácito de las bancadas que no están en abierta oposición. Duque habló en la campaña de un gran pacto por las grandes reformas, que sería su lenguaje para buscar una primera legislatura dominada por sus propuestas. El presidente electo se ha referido a temas complejos como una nueva estructura fiscal, cambios en la justicia, modificaciones a las reglas de juego de la política y hasta revisión de los acuerdos de paz con las Farc. Un conjunto de proyectos de esa naturaleza coparía la atención de las Cámaras, y los partidos que no decidan hacer oposición apoyarían los aspectos centrales.
Nancy Patricia Gutiérrez, próxima ministra del Interior, tendrá una tarea compleja. No hay mayorías claras y las dos Cámaras están atomizadas. Pero en el primer año se entiende que la iniciativa es del gobierno.
El gran interrogante es si Duque se jugará por un cambio de fondo a los acuerdos de paz. Ya en la campaña moderó la expresión de Fernando Londoño, en el congreso del Centro Democrático, según la cual habría que “hacer trizas” los pactos. Pero ha insistido en que buscará cambiar el tratamiento del narcotráfico como delito conexo, buscará que no puedan ser congresistas los exguerrilleros que han cometido delitos de lesa humanidad, y fortalecerá las penas de privación de libertad para los condenados.
El nuevo Congreso será para alquilar balcón. Las rivalidades entre sus grandes protagonistas recogen ya una larga tradición de confrontaciones. Álvaro Uribe e Iván Cepeda. El Centro Democrático y la Farc.
Estos puntos resultarán difíciles para el Partido Liberal y La U –y en menor medida para los conservadores y Cambio Radical– que apoyaron las reformas a la Constitución y los proyectos de ley que le dieron vida a los acuerdos entre el gobierno Santos y las Farc. ¿Cambiarán estos últimos sus posiciones? ¿Le bajará el tono el nuevo gobierno a su insistencia en modificar lo pactado en La Habana para no entorpecer su ambiciosa lista de reformas? ¿Se encontrará una fórmula en la que los partidos que no están en la oposición apoyen al gobierno en unos puntos y se aparten en otros temas?
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El nuevo Congreso no solo será diferente en el ala del hemiciclo en la que sientan los partidos que apoyan al gobierno. También será distinta la oposición. Allí estará Gustavo Petro, los verdes, el Polo Democrático, el partido de la Farc, Mais y eventualmente algunos miembros del Partido Liberal que no siguen las directrices del director César Gaviria. Sumados, se acercan a un 30 por ciento de las curules. Pero más allá de su tamaño, se destaca por lo que representa. Robledo y el Polo conservan una larga trayectoria opositora. Los verdes duplicaron sus curules en la última elección. Y la guerrilla más antigua del continente –las Farc– llega por primera vez al Capitolio, convertida en partido legal.
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Jorge Robledo y Gustavo Petro han tenido diferencias desde cuando ambos hacían parte del Polo.
La gran pregunta es si existe la voluntad para actuar en equipo. El excandidato presidencial Gustavo Petro, en el Senado, y la excandidata a la vicepresidencia Ángela María Robledo estrenan la figura según la cual quienes resultan derrotados en la segunda vuelta presidencial tienen derecho a una curul. El Polo aspira a conservar su liderazgo en la izquierda y en la oposición. Los verdes están en alza y tienen los ojos puestos en futuras elecciones. La Farc quiere demostrar que la paz valió la pena y que tiene viabilidad en la competencia política.
En el nuevo congreso se encontrarán varios rivales de la política: Uribe y Petro, el uribismo y las Farc, los nuevos y los tradicionales
Más que una bancada, la oposición será una especie de convergencia de 25 senadores y 21 representantes. No será un proyecto monolítico, sino una variedad de agrupaciones que intentarán articular la defensa del proceso de paz, la presentación de iniciativas de ley, el control político, la defensa de la vida de los líderes sociales y el apoyo a la consulta anticorrupción.
Pero los distintos partidos tienen proyectos propios y diferencias que no son de matiz. Jorge Robledo y Gustavo Petro han tenido diferencias desde cuando ambos hacían parte del Polo. Robledo votó en blanco en la segunda vuelta presidencial. En los verdes, Angélica Lozano, Antonio Sanguino, Antonio Navarro y otros dieron la pelea por ser de oposición y le ganaron a otros parlamentarios, de la cuerda mockusiana, que preferían declararse independientes. Y la Farc tuvo bajas importantes –Jesús Santrich e Iván Márquez– antes de llegar al Congreso.
La guerrilla más antigua del continente –las Farc– llega por primera vez al Capitolio, convertida en partido legal.
No será fácil unificar una vocería: aunque Gustavo Petro tendrá un liderazgo natural a raíz de su altísima votación, el consenso entre quienes estarían en esta convergencia es que cada partido tendrá su vocero. Eso implica que los espacios consagrados por el Estatuto de la Oposición en los medios de comunicación para las bancadas críticas del gobierno serán repartidos entre diferentes figuras.
Los partidos tradicionales tendrán que demostrar que su derrota en las presidenciales no equivale a su fin ni a su irrelevancia
El nuevo Congreso será para alquilar balcón. Las rivalidades entre sus grandes protagonistas recogen ya una larga tradición de confrontaciones. Álvaro Uribe e Iván Cepeda. El Centro Democrático y la Farc. Uribe y Gustavo Petro. Y los demás partidos –La U, Cambio Radical, los liberales y los conservadores– harán lo que esté a su alcance para demostrar que su derrota en la elección presidencial –todos estuvieron ausentes de la segunda vuelta– no significa su desaparición ni su irrelevancia. Lo cierto es que el electorado dejó en claro que está cansado de la política tradicional. Según la última encuesta Invamer-Gallup, la imagen negativa del Congreso llega a un 72 por ciento. A los partidos de vieja data –derrotados por Duque y por Petro– les queda ahora el espacio del Congreso para reinventarse y reconstruir una viabilidad que está cuestionada.
Y como suele ocurrir en los inicios de un mandato presidencial, el presidente Iván Duque y su ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez, tendrán a partir del 7 de agosto la sartén por el mango. La construcción de la gobernabilidad en el primer año está asegurada. Pero otra cosa será mantener durante cuatro años la cohesión de un grupo de fuerzas tan disímiles y hacer los cambios –normativos y en la práctica– que se necesitan para recuperar la credibilidad en la política.